Tiempo amarillo
Devuelve el blanco al mundo
la luz que en él incide.
Mas no todo es reflejo:
todo blanco se mancha,
se tiñe de color, amarillea.
El destino del blanco es amarillo
y el nuestro es encalar, cubrir de nuevo,
seguir recomenzando sin descanso
para que el sol refleje cada día,
hasta que el sol derrita
nuestro tiempo,
y los huesos
den en tierra,
y su cal
se pierda entre la arena que perdimos.
El destino del blanco es amarillo:
no amarillo solar,
sino amarillo tiempo.
La eternidad y un día
Viviremos sin tregua
la infinita cadena de los días,
con miedo, con codicia,
beberemos las aguas
del océano gris de nuestro tiempo,
viviremos desnudos
de cara a la corriente fugitiva.
Viviremos para volver al polvo
de los mismos caminos fatigados,
para romper el cerco
de las frías colinas del silencio,
viviremos oyendo
la anónima llamada de las aguas,
y en el agua cruel de cada día
nadaremos lo nuestro y lo de otros,
lo que venga de cara y lo que oculte
su bello rostro esquivo a nuestro paso.
Viviremos al aire,
la intemperie será
nuestro abrigo más cierto,
y cuando todo anuncie
la inminencia del fin inaplazable,
pediremos un día y otro más,
y aún más, aún pediremos
la eternidad y un día.
Circular
En el centro dormido de la noche,
donde ninguna luz nada acaricia,
hay un hueso que espera
sin certidumbre alguna,
el día y la intemperie
de la tierra y la lluvia en que ha de abrirse.
Se alimenta de tiempo y ya es un árbol
y el árbol ve cumplida
su ciega vocación de sombra y fruto,
cumplida su madera:
es barcaza que se hunde en la laguna,
en el centro profundo de su noche,
allí donde aguardaba en otro tiempo
el día y la intemperie, la aventura
que habría de llevarle
a ser el que ya era.
Un hueso de frutal que escupió un niño.
Viaje
Hoy no estás en tu casa y de repente
el olor del jabón
te transporta un segundo
hasta un lugar remoto de tu infancia.
Remoto e ignorado, pues de vuelta,
tú no puedes decir ni una palabra
de lo que viste allí,
bañado en una luz que suspendía
la gravedad y el peso
de cualquier certidumbre.
Nada puedes decir y sin embargo
ha bastado un segundo
para sentir que allí, en ese lugar
remoto e ignorado está tu casa,
la morada feliz
de la que alguna vez
te fuiste o te expulsaron.
Si un perfume abre así, tan de mañana,
las puertas de la Arcadia,
¿qué ha de negarte el día que te espera?
A lo lejos
Desde la bayas negras
a la cresta del monte
tensa el ojo su mimbre
y aún no ha cantado el gallo.
Con las manos manchadas
por la primeras luces
se despereza brusca
la codicia del tacto.
Qué fácil es ceder
a tanto asentimiento
y qué extravío.
Cuanto cierra la diestra
en apretada piña
se deshace y es polvo,
resbala entre los dedos.
Con las manos manchadas,
no hay posesión que valga
lo que vale la suerte
de mirar a lo lejos.
Vencejos
A Antonio Cabrera y Adelina Navarro
Cada grito, una espina
de esa inmensa corona
que su vuelo dibuja
sobre nuestras cabezas.
La espina que rebrota y reverdece
con cada primavera:
la espina del deseo.
La espina de escuchar
y alzar la vista y ver
y no ser vuelo.