En una entrevista con David Freeman, conversando sobre su libro ganador del National Book Award, Arthur Sze aseguraba que pretendía que sus lectores apreciaran su poesía de modo “visceral”. Estamos ante una poesía que escapa de cualquier homogenización racionalista, que encuentra las grietas de la continuidad discursiva y las magnifica, haciéndonos ver que toda unidad es una superposición –cuando no una imposición–. Es cierto, la pluralidad de perspectivas es el principio constructivo de Sight Lines, pero también su fundamento ético. Considerado esto, no extraña que se imagine a este poeta estadounidense afincado en Nuevo México como punta de lanza de una biopoética que descentra la tradicional enunciación lírica. Algo de ello puede apreciarse en los siguientes poemas.
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Kintsugi
Él se resbala en el hielo cerca del buzón–
ningún salto de órice cruzando el camino–
el cantante palmea una pluma de águila en sus hombros–
las mujeres lavaban hilo teñido de índigo en este río; hoy, partículas de galio y germanio son lavadas corriente abajo–
una vez dinamitaron las acequias para retrasar el avance de la tropa–
recoger hongos psilocibios y escuchar cencerros entre la neblina–
cuando niño, fue atado a una oveja y escapó de soldados merodeadores–
una flor de manzana se abre en cinco pétalos–
al trepar zigzagueando, se recuerda desvistiéndola–
desde la ventana del tren, los vio sobre escaleras cortando tunas–
en el desierto, un cráter de cristal radioactivo–
ensamblando esquirlas, comenzó a reparar el tazón gris laqueado con oro–
comieron hongos psilocibios, contemplaron el estanque, se desvistieron–
cazaba un pavo entre los arbustos, pero se detuvo–
en los pinos ponderosa: ju-ah, ju ju ju–
Canción del liquen
–Nieve en el aire has visto la costra en la madera del techo y no has considerado cómo gané humedad cada que salías de la regadera no te importa que yo respire mientras tú también lo hagas por años te has lavado la cara te has visto en el espejo te has rasurado cepillado el pelo te has apurado a salir mientras yo que puedo crecer una pulgada en mil años atrapaba el cosquilleo de la luz solar no entiendes cómo puedo zambullirme en la temperatura del gas licuado y calentarme luego sorber agua empezar a crecer nuevamente sin una cicatriz puedo flotar entumecido en el espacio ser golpeado por rayos cósmicos volver entonces a la Tierra y salir del sueño entrando en calor hasta respirar de nuevo sin un rasguño vienes y vas mientras yo quedo prendido al pino y la dulzura de existir corre en ti corre en mí te astillas con solo irte irte irte si desacelerases podrías descubrir que los mosquitos baten sus alas seiscientas veces por segundo y que antes de aparearse sincronizan su aleteo podrías sentirlos titilando por el deseo te estoy lanzando palabras y si absorbieras mi canción en lugar de secarla aprenderías que no estás solo en el dolor ni en la pena puedes propiciar el atrevimiento y la emoción dichosa si y cuando te detienes a mirar una roca un poste en la cerca pero toses solamente al mirar sí al mirarme ahora porque estás a un parpadeo de marcharte–
Transfiguraciones
Aunque ni tú ni yo vimos florecer árboles de pistache
en los Jardines Colgantes de Babilonia, aunque
ni tú ni yo vimos el río Tigris manchado de tinta,
aunque nunca hemos oído rajarse la coraza del pistache,
tomamos turnos sosteniendo un panda que mascaba
las hojas de un bambú, y ahora conozco esos crujidos.
He despertado junto a ti e inhalado la luz de agosto
en tu cabello. He escuchado plegarse y desplegarse
tu respirar –delfines jorobándose sobre la planicie
entre una ola espumeante y la otra–; aquí, años
después de tamizar la milenrama y leer el Libro
de las mutaciones, marco la disolución de tonos al poniente
cuando el cielo se abrillanta sobre el llanto de los sauces.
El panda se retuerce al embutir tallos en su boca.
Avanzamos hacia un claro con chantarelas en ciernes
y, aunque este espacio se contrae y se oscurece
en el tránsito de un día, aquí es el ancla que libero
hacia las profundidades verde azuladas. Miro
hondamente los parches oscuros de la mirada del panda:
¿cómo un carnívoro evolucionó en un comedor de bambú?
Hay tantas transfiguraciones que nunca desentrañaré.
El arco de nuestras vidas se abrillanta y luego palidece,
se abrillanta y luego palidece –una mujer atrapa libélulas
en un huerto con el silbo de su red–. Tomo un pistache
sonriente del tazón y termino de rajarlo: un toque
de Asiria se derrama por el abanico aluvial de la luz
del sol. Leo la primavera del otoño en el pliego
de tu respirar; aunque ni tú ni yo hayamos visto
la Gran Muralla en todo su esplendor, despierto
al irrepetible contorno de este respirar.