Préstame tu voz
El murmullo del bar
donde apuro otro quinto de cerveza
me sume en un extraño aturdimiento.
Huele a anís, a coñac,
a leña y a animal, a hojas de chopo
deshaciendo su huella contra el barro
de un río que no cesa de sonar.
Dentro rugen las fichas
de un viejo dominó
y las voces que dicen
invierno, cortar leña, hacer conservas.
Son las voces de hombres y mujeres
que ya no están aquí, pero que hablan
a través de los vivos con sus juegos,
sus formas de reír o de marcharse.
Estamos en el bar
esos muertos y yo,
y un tubo de neón anula el tiempo.
La luz que cruza ahora la ventana
y llega hasta tu pie
y atraviesa la cuna
y avanza por el suelo del salón
no procede del cielo
que custodia la escena desde atrás:
esa luz que ahora toca
el milagro minúsculo del dedo
meñique de tu pie
procede de mi infancia
y avanza sin retorno
hacia ese lugar
donde yo ya no estoy,
pero te espero.