Cuándo decidí que ésta fuera mi ciudad
A Luis García Montero
Nada nos quedará si perdemos nuestras ruinas
Zbigniew Herbert
Cuándo decidí que ésta fuera mi ciudad
ahora que cae una tormenta en la última semana
de septiembre, y que la niebla avanza
como un ejército sonámbulo desde los cerros
borrándolo todo, con la intención de someterla
al olvido, a la desaparición total,
al amargo exterminio de la memoria.
Uno se va enamorando con resignación de sus montes
y de su milagrosa luz metálica de un martes a mediodía,
y poco a poco se comprende que su desorden y sus basuras,
sus escombros en las calles y sus diarias demoliciones
se van pareciendo al propio corazón.
Cuánto nos parecemos a las ciudades que amamos
y cuánto nos vamos pareciendo a las ciudades que perdimos,
pero también cuánto nos consuela descubrir en ciertos momentos
que el mundo con todas sus ciudades
está siempre en el sitio donde estamos nosotros.
Observo desde la ventana del autobús las avenidas
inundadas este domingo ausente
y funeral, y con los zapatos y las medias empapadas
pienso en Luis a quien acabo de despedir en el hotel
Tequendama y que en pocas horas partirá a su país,
ya en el inicio de un otoño idéntico,
a la ciudad que también fuera mía
donde a finales de septiembre aún se puede escuchar,
como un dulce augurio que anticipa el naufragio,
el canto de las cigarras escapadas del verano
que se esconden entre los árboles del parque de Olavide.
Pero aquí estoy, sin sol a la vista,
en medio de lo que a la fuerza y por amor
y por costumbre elegí como mío,
sin más remedio que esperar
a que quizás en una calle cualquiera
aparezcan súbitamente todas las derrotas por venir,
y surjan a la vuelta de la esquina
todos los milagros aplazados.
Temporal
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