Epafrodito [o de la poética oscura], libro de Héctor Hernández Montecinos en Círculo de Poesía

Círculo de Poesía Ediciones inaugura la colección "Poesía y conciencia" con el libro Epafrodito [o de la poética oscura] del poeta chileno Héctor Hernández Montecinos (1979). Se trata de un libro donde el autor explicita su poética y la confronta con sus propios poemas. En este volumen asistimos a un entrecruzamiento discursivo donde son protagonistas no solo el poema sino el relato de viaje, las memorias y la crítica literaria, posibilidades textuales que construyen en su conjunto una poética y un retrato del autor.

 

 

 

 

Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979) es poeta y ensayista. A los 19 años recibió el Premio Mustakis a Jóvenes Talentos. A los 29, el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Apareció en​​ Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea​​ (2010) de Pre-Textos y​​ El Canon Abierto. Última poesía en español​​ (2015) de Visor, entre otras. Sus últimos libros son​​ Teoría de la sobrenaturaleza​​ (Summa, Perú, 2023) y​​ Epafrodito [o de la poética oscura]​​ (Círculo de poesía, México, 2024).

 

 

 

 

 

 

 

No existe en la literatura en castellano alguien que antes de los 30 años haya llegado tan lejos como él, y creo intuir que en el solo hecho de esta declaración hay algo demasiado conmovedor que nadie puede tomarse a la ligera. Sea lo que sea lo que aquí ha comenzado es una nueva era. El líder de esa profunda renovación es y ha sido Héctor Hernández y su influencia hace rato que cruzó nuestras estrechas fronteras para ser parte motora de lo que creo son las más poderosas respuestas que, contra la impotencia y desesperación, la poesía le está oponiendo al nuevo fascismo.

 

Raúl Zurita

 

 

 

 

 

Héctor Hernández Montecinos (Chile, 1979) es, muy posiblemente, uno de los mayores conocedores de la poesía latinoamericana contemporánea. Innumerables veces ha recorrido de sur a norte y de norte a sur el continente americano en busca de nuevos autores, mitos poéticos, rarezas bibliográficas e historias que hacen de la vida y la poesía una entidad indisoluble. Este es el principio que anima justamente​​ Epafrodito​​ [o de la poética oscura]. ​​ Forma-Sujeto. En este libro, los poemas se funden no sólo con su poética sino con la biografía del autor. Estamos ante un gran ejercicio de autonarración en el que participan varias posibilidades discursivas: la novela de sí, el ensayo, la crónica, la crítica literaria, el diario de viaje, el diario íntimo, la autoficción, la biografía intelectual y aún una suerte de automitografía. Estamos, simplemente, ante lo que Friedrich Schlegel llamaba poesía universal progresiva: “poesía y prosa, genialidad y crítica, poesía artística y poesía natural, volver la poesía viviente y social y la sociedad y la vida poéticas”.​​ La lectura de Héctor Hernández Montecinos nos pone frente a uno de los vértices más reconocibles de la poesía escrita en lengua española, una zona ineludible si quiere pensarse con alguna seriedad el género.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Alí Calderón

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

Los colores y papá

 

Papá morí en el río.

Ellos fueron.

No los niños.

Esos juncos malvados me ofrecieron estas piedras.

Me dijeron que eran mágicas.

Yo les creí y me lancé al río.

Papá ellos me engañaron.

No fue mi culpa morirme.

Los niños me decían que no les hiciera caso.

Huye.

Huye.

Huye de esos juncos me gritaban.

Pero yo quería hablar con ellos como hablo con las abejas.

Los juncos son malvados papá.

No te acerques demasiado.

Querrán empujarte al río y morirás como yo.

Te darán unas piedras.

Te dirán que son mágicas pero no lo son.

No quiero que te mueras papá.

Ya no podrás dormir junto a mí.

Es culpa de esos malvados juncos.

Desde el fondo del río me pareces hermoso.

El sol brilla en tu cabeza.

Parece un sol de agua.

Tiritas como las corrientes.

Bailas en el cielo.

No grites más mi nombre.

Ya me morí.

Tú no me ves y corres despavorido.

No conozco a esa gente que te acompaña.

¿Son luciérnagas?

¿Son cigarras?

¿Son libélulas?

Papá diles que no se posen en los juncos.

Son malvados.

Diles que vuelen más allá del río.

Hay un bosque muy fresco.

Fascinante y secreto.

Y más allá hay montañas con tierra celeste.

Papá tus manos se ven tan grandes.

Das manotazos en el agua.

Casi me tocas pero estoy en el fondo del río.

Hinchado y lleno de manchas.

Mi piel se puso blanda y se deshizo.

Estoy feo papá.

Mejor no me busques más.

Dile a mamá que me fui con las abejas.

Ella sabe que también hablo con las flores y nos creerá.

No quiero que me regañe.

No le digas que le hice caso a los juncos.

No le digas que creí que estas piedras eran mágicas.

No le digas que eres hermoso.

Mamá no es mamá.

A mamá se la llevaron los coyotes.

Yo vi cuando vinieron y se fue con ellos.

Los besó en la boca y les dio de comer.

Eran tres coyotes.

Tenían los ojos rojos y hablaban raro.

Mamá sacó una rata de su entrepierna y se las dio.

Los coyotes la despedazaron.

No.

No era una rata.

Era un conejo.

Sí.

Eran decenas de conejos.

Los coyotes olieron toda la casa.

Yo estaba escondido debajo de las cáscaras de patatas.

No pudieron verme.

Mamá los invitó a la cama y se movieron con ella.

La mordían y mamá gritaba.

Yo quería ayudarla.

Mamá levitaba y no la podía alcanzar.

Más conejos caían de la cama.

Estaban ciegos y de su boca salía vino.

Esos conejos no eran conejos papá.

Eran corderos.

No tenían patas.

Eran horrendos y yo tenía miedo.

Mamá seguía levitando y los coyotes aullaban.

Mamá te dirá que no es cierto.

Te dirá que los coyotes eran mis amigos.

Que yo dormía con ellos.

No es verdad.

No creas en sus palabras.

Te dirá que te sigo cuando vas al río.

Te dirá que me desnudo cuando te desnudas.

Pero no le creas papá.

Ella duerme con los coyotes.

Créeme a mí.

Los juncos me dijeron que esas piedras eran mágicas.

Por eso fui con ellos.

Me engañaron.

Al tomar las piedras se hicieron grandes y caí al río.

Eran dos piedras.

Tenían pelos y eran suaves como la piel.

Las besé papá.

Tú estabas sobre mí en sueños.

Mamá cortaba la leña antes que regresaras a casa.

Los árboles sangraban y ella se reía.

Tenía dos hachas.

Una en cada mano.

Arrancaba los árboles de raíz.

Estaba loca.

En eso volvieron los coyotes.

Bebieron la sangre de los árboles.

También rieron papá.

Yo los vi.

Mamá no es mamá.

Ella te dirá que me fui con los niños.

Te dirá que no me busques más.

Estoy en el fondo del río y no me ves.

No te acerques a los juncos.

Son malvados.

No vayas donde acaba el camino.

Los coyotes aparecerán y querrán comerte.

Tampoco regreses a casa porque mamá no es mamá.

Vete con las abejas.

Te darán miel.

Te gustará como me gusta a mí.

La hacen las flores cuando sueñan.

Papá anochece.

No me busques más.

Estoy feo.

Mi cabello se desprende y se va con el agua.

Ya no tengo ojos pero aun así te veo papá.

Huye antes que aparezcan los coyotes.

Vete con esas luciérnagas.

Vete con esas cigarras.

Vete con esas libélulas.

No vuelvas a casa todavía.

Toma papá.

Toma estas piedras por si aparecen los coyotes.

Coge papá estas piedras.

Son piedras mágicas.

Eso papá.

Abre tu mano.

Acércate un poco.

Acércate un poco más.

 

 

 

 

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