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El silencio
El silencio es una cucharita del café que tintinea.
Es el gato que ronronea sonámbulo.
Es el vidrio que suena leve por el viento de la primavera.
Es alguien a lo lejos construyendo una casa.
Son mis lentes que me miran desde la mesa.
Un libro que abro y al pasar leo unas líneas sobre el pasado.
Es un susurro que no entiendo, pero me enamoro de él.
Eres tú que te mueves entre las sábanas y no despiertas.
Soy yo en tu sueño que baila con los ojos cerrados.
El silencio siempre es un sonido imperceptible lleno de amor.
La abuela sin apellido
Debo contarles esta historia
y no sé por dónde empezar.
Escucho voces, señales lejanas,
ruidos, gritos.
El rascar de uñas en una sábana
manchada de sangre.
Luego una mujer de 16 años
sube a un tren que parte a una ciudad.
Detrás de ella va desapareciendo el campo donde nació.
De entre la bruma de las Araucarias
sólo su madre mapuche la contempla irse para siempre
mientras viaja hacia la muerte.
Dice que se llama Amelia
y viene de una larga familia sin apellido
y en ese último sueño repite su nombre, Amelia, Amelia.
Amelia sin apellido.
Piensa en su hijo que vive en otra galaxia, lejana.
Quizás ya se convirtió en estrella.
O en polvo de las galaxias.
O sólo será luz.
“Sólo será luz” repite.
Amelia sin apellido
en su viaje a la muerte.
Soñando que regresa
en tren al Sur de su país.
Y que la vienen a buscar dos niñas
sus dos nietas y sus bisnietas.
También su propia madre mapuche
convertida en ceniza de árboles araucarias.
Y más atrás, mucho más lejos,
esa luz, ese polvo de galaxia
también está allí.
Y entonces cierra sus ojos para descansar.
Para morirse feliz.
Y esta es la carta final que les escribo
desde mi nave convertida en luz.
Esa luz que es la voz de Amelia sin apellido.
Amelia sin apellido.