Juan Romero Vinueza (Quito, Ecuador, 1994). B.A. en Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Ecuador). M.A. en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (México). Realizó una estancia investigativa en la Universidad de Guadalajara (México). Co-editor de Cráneo de Pangea. Ha colaborado con las revistas: POESÍA de la Universidad de Carabobo (Venezuela), Jámpster (Chile), Transtierros (Perú), La Presa (EE. UU. – México), Elipsis (Ecuador), La Ninfa Eco (Reino Unido) y Mura (Ecuador). Ha publicado en poesía: Revólver Escorpión (La Caída, Ecuador, 2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (Turbina, Ecuador, 2018; Ed. Liliputienses, España, 2020; Mantra, México, 2020), Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (Ed. Liliputienses, España, 2019; La Caída, Ecuador, 2021), que obtuvo la Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade 2019, lírica fracturada para traductores tristes (Municipio de Cuenca, Ecuador, 2021), ganador de la Convocatoria Editorial 2021 del GAD Cuenca, y Breves escenas de irrealismo suburbano (La Caracola, Ecuador, 2023), ganador de los fondos editoriales de la Secretaría de Cultura Quito 2023. La primera antología de su obra es Ínfimo territorio kamikaze (Municipalidad de Lima, Perú, 2021). Compiló, con Abril Altamirano, Despertar de la hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (La Caída, Ecuador, 2017), obra ganadora del incentivo de los Fondos Concursables 2016-2017, organizados por el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Compiló y tradujo, con Kimrey Anna Batts, País Cassava / Casabe Lands (La Caída, Ecuador, 2017). Fue uno de los ganadores del Certamen de Ensayo Luis Alberto Arellano y su texto forma parte de Erradumbre (Mantis, México, 2021). Su libro Pintura mal escrita mi memoria resultó ganador del I Premio Internacional de Poesía de la AHLIST y el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar.
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Artificios
Hay que ser claros:
este poema no existe,
este mundo no existe.
No hay un diente de león
en la palabra diente de león.
No hay un león
en los dientes de un diente de león.
No hay una acera de cemento
en las palabras acera de cemento.
No hay cemento
en las aceras de cemento.
Ahora, podemos comenzar:
Un diente de león crece
sobre la acera de cemento.
Es un diente de león imaginario.
Es una acera de cemento imaginaria.
Una acera de cemento que solo existe en el poema.
Un poema que solo existe por la acera de cemento,
por el diente de león que crece sobre ella.
¿Hay un poema en la palabra poema?
¿Hay un diente de león en este poema?
¿Hay un poema en este diente de león?
El diente de león crece sano y fuerte,
aunque apretado y rodeado de cemento.
El diente de león sabe que ese no es su
ambiente natural. Todo es un artificio.
El cemento, igualmente, no sabe por qué
hay un diente de león en una de sus grietas.
El cemento también sabe que ese no es su
ambiente natural. Todo es un artificio.
La acera de cemento
comprende al diente de león.
La acera de cemento
comprende al cemento.
La acera de cemento
comprende las dos verdades.
Por eso reconoce
que hay una probabilidad
de que ambas sean mentira.
Lo que es la caída
Aburrida sería nuestra vida sin la caída.
Por eso no hay que barrer las hojas que
han caído cuando el otoño llega.
¿Qué sería de nosotros sin la caída de las hojas?
¿Qué sería de las hojas sin nosotros barriéndolas?
Tal vez, y solo tal vez, pensaríamos
en la vida como callejón sin salida,
en la vida como instante de revelación,
en la vida como patada en los huevos.
Aburrida sería nuestra vida sin la caída.
Por eso hay que ver la verdad de las arrugas
y creer en la mentira de todos los colores.
¿Qué sería más digno que caer y dejarse
llevar por el viento hasta la puerta de tu vecino?
¿Qué sería más digno que caer y ensuciar
todos los rincones de los parques y cementerios?
Ser una hoja y caer al suelo para ensuciar el mundo.
Ser el suelo, recibir las hojas caídas y ser otro mundo.
Por eso no debemos barrer las hojas que han caído.
Por eso no debemos caer después de barrer las hojas.
Una hoja caída es un pergamino
de poemas que adoramos
pero que no podemos entender.
Un poema que adoramos es una hoja
de un pergamino caído
que jamás lograremos entender.
Nosotros somos lo que cae.
Nosotros ensuciamos el mundo.
Alguien debería barrernos.
Ceci n’est pas une fleur
Las señoras comenzaron a decirme los nombres de las flores que no veía, dándose el cruel deleite de interrogarme después sobre sus recientes enseñanzas.
(Alfonso Reyes, La cena)
Saber los nombres
de todas las flores del mundo
era una de las virtudes de mi abuela.
Yo nunca me aprendí sus nombres.
Hasta la fecha me confundo
al pensar torpemente en ellas.
Para mí
un geranio es un papiro sin color,
una begonia es un cuarto vacío,
un arupo es una canción inconclusa,
y una acacia una máquina de coser.
Mi abuela está decepcionada de mí
aunque no quepa de felicidad al pensar
que ya no juego fútbol sobre sus flores.
Ahora me quedo en casa
escribiendo sobre las flores
que ya no piso y que confundo
con poemas que aún no pienso.
Mi abuela está feliz de que sus flores
existan en mis pensamientos, malamente,
porque la casa donde habitaban todas
ya no es una casa, es un cementerio
de rocas volcánicas, de oficinas para
tomar café y esperar a la muerte.
No hay más bailejos para hacer huecos
en la tierra, y sacar los gusanos y chanchitos,
y las raíces que no han muerto todavía.
No hay más manos que construyan
una casa para todas las flores
que mi abuela tenía en sus dedos.
Para mí
un girasol es un paracaídas sin arnés,
una margarita es una motocicleta averiada,
una buganvilla es un televisor sin volumen,
y un gladiolo es un arma blanca.
Mi abuela está tranquila
porque las flores que plantó están muertas,
y la casa donde habitó ya no existe.
Yo puedo estar tranquilo
porque mi flor favorita está muerta,
reposando en una maceta que no era maceta.
Mi flor favorita era un árbol que no era árbol.
Mi flor favorita era una flor que no era flor.
Mi flor favorita era un cactus, y los cactus se
mueren si uno los riega demasiado.
Cartografía inexacta
Ser un mapamundi.
Ser un país que no exista en el mapamundi.
Ser un país inventado.
Ser algún mapa que exista en algún mundo.
Soy un mapa que se cree país.
Soy un país que no cabe en un mapa.
Soy un dibujo dentro de un país.
Soy un dibujo dentro de un mapa.
Los mapas no son territorios habitables.
Los países habitables no están en los mapas.
El lugar donde habito no cabe en un mapa,
ni en un país, ni en un territorio.
Quiero habitar un mapa imaginario.
Quiero imaginarme teniendo un mapa
que me guíe en este momento,
a mitad del camino de mi vida.
Reconozco
mi cabeza y mis ojos
gracias a mis manos.
Mis ojos son mis manos.
Mis manos quieren ser mi cabeza.
Mis ojos recuerdan un mapa
que tenía cuando era niño.
Venía en el álbum del mundial 1994.
Mis manos querían vivir en Yugoslavia.
Mi cabeza quería ser los límites de Yugoslavia.
Yugoslavia es un país que ya no existe,
al igual que su selección de fútbol.
Mi mapa se ha convertido
en un territorio habitable obsoleto.
Yugoslavia se partió,
al igual que mis manos.
El contorno al que llamé país
es ahora un mapa mental,
es ahora un dibujo donde
ya no cabe más realidad.
Mis manos son Yugoslavia.
Yugoslavia es un papel
que pensó que era un mapa.
Mis manos arrugan ese papel
y lo lanzan a la basura.
Quizá mis manos sean
el único país que me queda.
Quizá mis ojos sean
el único mapa que existe.
Quizá mi cabeza sea lo único que lo habita.
Breves escenas de irrealismo suburbano (La Caracola, Ecuador, 2023).