Poesía mexicana: Lorena Ventura

Leemos tres textos de la poeta, crítica y traductora mexicana Lorena Ventura (Oaxaca, 1983). Es profesora de literatura y teoría literaria de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción enallt de la unam. Publicó, con María Andrea Giovine, Palabra que figura (unam, 2016).

 

 

 

 

 

 

 

 

Esa transparencia existe

 

Soy yo en esta ciudad sin puerto

bajo un laurel tan alto,

laurel como ninguno,

sin una gota de sombra,

verde escalofrío de ramas.

 

Aquí hacen falta cocodrilos para llorar.

 

Junto a esta casa amoratada por las buganvilias​​ 

Junto a estos pericos con su jaula y su palabra aparte

Junto al hielo que naufraga en la ceniza de mi lengua

Junto al tiempo carnívoro.​​ 

 

Crece la ciudad de piedra vegetal​​ 

de mis mejores días.

 

Con este verde​​ 

yo hubiera construido un barco de cantera

y vestiría al mundo de inmóviles follajes.

 

Incinero a la esclava que extravió su cuerpo

y se dejó hechizar por dos palabras.

Ardo en las llamas esmeraldas​​ 

de una ráfaga de insectos. ​​ 

Dejo que me tiñan sus vísceras de sábila.

 

Se fueron los años en esta transparencia.

Tropezaron en ella todos mis fantasmas.

 

Aquí en Oaxaca la luz de la cantera

evita el tránsito del tiempo, y por ella​​ 

mis retinas son cada vez más hondas.​​ 

 

Como una contraseña tengo​​ 

todavía

mi infancia entre los labios.

 

Todas las puertas se abrirán.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mariposas en la niebla

 

Mi infancia es una historia​​ 

que mi padre repetía.

Un amargo abecedario​​ 

que impregnaba la sed de mi palabra

–silencio sin saliva ni salida.

 

Mariposas en la niebla de una bolsa de papel.

 

(Bajo la eficacia imperceptible del pasado

donde el tiempo se prolonga​​ 

sin los favores de la espuma

y la sangre algo espera,​​ 

bajo mis distracciones,​​ 

bajo mis espinas más remotas y violetas,

en la calma que promueven los moluscos

–es húmeda la lección de un caracol

en la nieve que mi calor nunca ha disuelto

–por la blancura de este iceberg que yo sueño​​ 

  daría su piel cada unicornio:

estoy viéndome

poblándome

sintiéndome vivir)

 

Estoy regresando​​ 

a mis antiguos instrumentos,

a lo dulce y denso​​ 

de mi propia historia.

 

Estoy balbuciendo en mi cartografía sagrada

probándome un alma​​ 

que es la imagen de mí sobre tus hombros

y mis dedos asediando​​ 

el aroma y la piel de ciertos frutos.

 

(El mundo era entonces​​ 

claro y redondeado,

sin rectas en los polos)

 

Todo comienza aquí.

 

En la escarlata geometría de una granada cristalina,

donde la ropa se tiñe de su álgida sustancia

y la trayectoria de mi origen se reanuda.

 

Cada nido

–ese frágil equilibrio​​ 

que los pájaros nos enseñaron–

ya me ha quedado lejos sin tus hombros,

padre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Continente multicolor

 

La Antártida es hoy​​ 

una mancha plateada​​ 

en los mapas de los atlas,

el silencio de dios​​ 

en la página redonda del planeta,

una pausa gélida

en el poema azul del universo.

 

Pero entonces​​ 

no se dejaba delinear por estas

dimensiones.

 

Atrapada en una caja de metal

siempre oxidada,

a mitad de esa alfombra quemante

del verano,

la Antártida​​ 

era un cristal dormido​​ 

que el heladero estacionaba​​ 

a la sombra de una estatua,

un momento estelar​​ 

en la historia de todas las guías​​ 

de pantone.

 

Un día sí un día no

ese inventario multicolor​​ 

de paletas de hielo

resplandecía ante nuestros ojos:

 

estalactitas portátiles

interrumpidas por la decepción

de un mismo sabor,​​ 

para siempre y solamente azucarado,

pintaban con su escarcha

nuestras lenguas

en el mismo sueño.

 

 

 

 

 

 

 

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