Esa transparencia existe
Soy yo en esta ciudad sin puerto
bajo un laurel tan alto,
laurel como ninguno,
sin una gota de sombra,
verde escalofrío de ramas.
Aquí hacen falta cocodrilos para llorar.
Junto a esta casa amoratada por las buganvilias
Junto a estos pericos con su jaula y su palabra aparte
Junto al hielo que naufraga en la ceniza de mi lengua
Junto al tiempo carnívoro.
Crece la ciudad de piedra vegetal
de mis mejores días.
Con este verde
yo hubiera construido un barco de cantera
y vestiría al mundo de inmóviles follajes.
Incinero a la esclava que extravió su cuerpo
y se dejó hechizar por dos palabras.
Ardo en las llamas esmeraldas
de una ráfaga de insectos.
Dejo que me tiñan sus vísceras de sábila.
Se fueron los años en esta transparencia.
Tropezaron en ella todos mis fantasmas.
Aquí en Oaxaca la luz de la cantera
evita el tránsito del tiempo, y por ella
mis retinas son cada vez más hondas.
Como una contraseña tengo
todavía
mi infancia entre los labios.
Todas las puertas se abrirán.
Mariposas en la niebla
Mi infancia es una historia
que mi padre repetía.
Un amargo abecedario
que impregnaba la sed de mi palabra
–silencio sin saliva ni salida.
Mariposas en la niebla de una bolsa de papel.
(Bajo la eficacia imperceptible del pasado
donde el tiempo se prolonga
sin los favores de la espuma
y la sangre algo espera,
bajo mis distracciones,
bajo mis espinas más remotas y violetas,
en la calma que promueven los moluscos
–es húmeda la lección de un caracol
en la nieve que mi calor nunca ha disuelto
–por la blancura de este iceberg que yo sueño
daría su piel cada unicornio:
estoy viéndome
poblándome
sintiéndome vivir)
Estoy regresando
a mis antiguos instrumentos,
a lo dulce y denso
de mi propia historia.
Estoy balbuciendo en mi cartografía sagrada
probándome un alma
que es la imagen de mí sobre tus hombros
y mis dedos asediando
el aroma y la piel de ciertos frutos.
(El mundo era entonces
claro y redondeado,
sin rectas en los polos)
Todo comienza aquí.
En la escarlata geometría de una granada cristalina,
donde la ropa se tiñe de su álgida sustancia
y la trayectoria de mi origen se reanuda.
Cada nido
–ese frágil equilibrio
que los pájaros nos enseñaron–
ya me ha quedado lejos sin tus hombros,
padre.
Continente multicolor
La Antártida es hoy
una mancha plateada
en los mapas de los atlas,
el silencio de dios
en la página redonda del planeta,
una pausa gélida
en el poema azul del universo.
Pero entonces
no se dejaba delinear por estas
dimensiones.
Atrapada en una caja de metal
siempre oxidada,
a mitad de esa alfombra quemante
del verano,
la Antártida
era un cristal dormido
que el heladero estacionaba
a la sombra de una estatua,
un momento estelar
en la historia de todas las guías
de pantone.
Un día sí un día no
ese inventario multicolor
de paletas de hielo
resplandecía ante nuestros ojos:
estalactitas portátiles
interrumpidas por la decepción
de un mismo sabor,
para siempre y solamente azucarado,
pintaban con su escarcha
nuestras lenguas
en el mismo sueño.