Poesía peruana: Luis Eduardo García

Leemos poesía peruana. Leemos algunos textos de Luis Eduardo García (1963). En 2022 publicó Lo que parece estable. Poesía reunida 1986-2021 y ganó el concurso Julio Ramón Ribeyro de novela corta que convoca el Banco Central de Reserva del Perú con su novela El lugar de la memoria.

 

 

 

 

Luis Eduardo García​​ (Chulucanas, Piura, 1963) es poeta, narrador y periodista. ​​ Hace treinta y cuatro años publicó su primer libro de poesía:​​ Dialogando el extravío​​ (1987), con el cual obtuvo el primer lugar el VI Concurso El Poeta Joven del Perú el año anterior. A este le siguieron​​ El exilio y los comunes​​ (1989),​​ Confesiones de la tribu​​ (1991),​​ Teorema del navegante​​ (2008),​​ La unidad de los contrarios​​ (2011, Tercer Premio del Concurso Internacional Copé de Poesía) y​​ Filosofía vulgar​​ (2013). Ha publicado los libros de cuentos​​ Historia del enemigo​​ (1996),​​ El suicida del frío​​ (2009) y​​ Adiós, Sofía​​ (2017). El 2015, su novela​​ Señor Cioran​​ ganó uno de los premios de la Fundación para la Literatura Peruana, la cual fue publicada el 2016. ​​ En periodismo ha publicado los libros de crónicas, ensayos y entrevistas​​ Tan frágil manjar​​ ( 2003 y 2014) y​​ El placer traidor,​​ crónicas elegidas​​ (2012 y 2021). Desde 1986 publica una columna semanal,​​ Cartas del tribal,​​ en el diario​​ La Industria​​ de Trujillo. Dirige la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Privada del Norte. En 2022 publicó Lo que parece estable. Poesía reunida 1986-2021​​ y ganó el concurso Julio Ramón Ribeyro de novela corta que convoca el Banco Central de Reserva del Perú con su novela​​ El lugar de la memoria.

 

 

 

 

***

 

 

DOS CONSEJOS PARA LUCIANA

 

 

I

En caso pregunten si tu padre fue poeta

 

Diles​​ 

que un padre poeta

es un peligro que no se puede evitar.

 

La casa

se llena de libros

y las palabras que usa

brotan como cucarachas

de su mente

hasta ocupar todos los rincones.

 

Diles​​ 

que un padre que escribe

es un como tener un semáforo en casa.

 

Los sonidos de la lengua

y el semáforo están sincronizados.

Cuando cambia a rojo,

el padre poeta

sufre una metamorfosis,

una lobotomía severa de palabras.

Y todos huyen de su belleza repentina,

de las cucarachas que brotan de su mente.

 

Diles​​ 

que un padre poeta

es como acoger a un príncipe y a un mendigo a la vez.

 

El príncipe disfraza

la fealdad del mundo

y el mendigo las revela

en toda su profundidad.

Todos los días,​​ 

desde que amanece​​ 

hasta que anochece.

​​ 

 

Diles​​ 

que un padre poeta

es como tener a Gregorio Samsa en casa.

 

Nadie lo puede devolver

a su condición anterior.

Está condenado

a extraer la belleza,

incluso la de las cucarachas.

 

Diles, por último,

que un padre poeta

nos es nada del otro mundo.

 

Que te llamaba princesa,

querida mía,

hija de mi vida

y cosas sinceras y manidas como esas.

Solo que no las decía porque sí,

sino con un sentido

que solo tú podías comprender.

 

 

 

 

II

En caso luches por una causa perdida

 

Vimos venir la mancha ácida,

el hediondo porvenir desde el fondo de los polos

y nos olvidamos de que éramos rebeldes desde 1968.

 

Sentimos de cerca el ventarrón de la muerte,

tocamos las hojas secas,

bebimos el agua sucia,

captamos el vuelo de las últimas mariposas

y el tiempo nos recordó que éramos unos viejos achacosos.

 

Alguien, dice Wislawa,

tiene que hacer la limpieza,

apartar los escombros,

devolver al planeta a su orden anterior.

 

El universo nació hace​​ 3 810 millones de años,

la vida hace 4 billones

y la entropía de la estupidez,​​ 

lo que tarda la luz

en atravesar la escala de Planck.

 

¿Quién tendrá el poder de restaurar​​ 

el orden a la casa de todos?

 

Te imagino en la orilla de acá,

mientras en la orilla de allá

se enfrían o se calientan

―al final da lo mismo―

los tentáculos de la vida.

 

Somos, fuimos,

como los recién nacidos,

como las semillas,

como las gotas de lluvia,

como los estambres temblorosos

que acaricia el viento:

no tuvimos una segunda oportunidad.

 

Querida mía,

los mayores ya no estamos, ya no estaremos.

Nuestros cuerpos se secarán en la arena del desierto

y la fe que profesamos

será como un tren que llega con retraso a la última estación.

 

Algunas causas se pierden,

pero no se aceptan.

Las pancartas deben seguir iluminando la negra noche del porvenir.

 

 

 

 

 

 

 

 

Internet de las cosas

 

Finalmente, la simultaneidad de la realidad y la ficción estarán a punto de tiro, cerca de todas partes y de todo tiempo. Los datos serán más importantes que los sentimientos y el amor será evocado como una cursilería antigua y vergonzosa. El sentido, no los significados, serán sacados del camino, apartados de la mente con sendos manotazos, desconectados de su sinapsis milenaria, de su irracionalidad pasajera y brillante, de su hondura conmovedora. Poesía, tu deber es sobrevivir en la cotidianidad horrenda de las cosas, en la superficialidad atroz de lo vulgar. Amado poeta, no te detengas, dale​​ like​​ a la insignificante fotografía de las profundidades

 

 

 

(De​​ Manual de sabiduría,​​ 2023)

 

 

 

 

 

 

Las polillas han devorado un libro de Vallejo


La lámpara iluminó un libro

que ya era de por sí luminoso.

Sin embargo, la luz, que no era continua sino incesante

como la del sol,

se escurrió improviso por un profundo orifico
por donde también se fueron
vocales y consonantes.


La fuerza destructora era en realidad una parodia:
por un lado entraba la luz
y por otro se iba el aliento de la poesía.


Mis dedos quisieron detener la fuga
con sus frágiles yemas.
Pero el alma ya estaba a buen recaudo
y viajaba errante por el espacio.


Conscientes de su fracaso,
mis dedos inútiles
advirtieron la oscuridad de las páginas
y se resignaron al vacío.
Los gusanos habían invadido la eternidad
y yo me había quedado solo.


Cerré el libro
y apagué la lámpara.
Coloqué el mamotreto a contraluz
en mi ventana
y vi a través de ese orificio diminuto,
como en la esfera tornasolada de Borges,
el inconcebible universo.


El frío me obligó a tumbarme
en la cama,
donde volví a acariciar,
como a un huérfano que sufre,
el libro parcialmente destruido por los gusanos.


Comerse a la poesía de Vallejo -pensé-,
es como engullirse al sol
o beberse un agujero negro.

 

 

Temeroso de que los horrendos animalillos
volvieran a su pulsión comestible,

abracé el libro perforado

e intenté dormir.

 

Entonces tuve una súbita sospecha:

la próxima generación de larvas

alcanzarán,​​ 

tal vez,

el estatus de poetas

y Vallejo no habrá escrito en vano.

 

 

 

 

 

 

 

Arte poética

 

Escribo y​​ todos mis pensamientos

estallan en el aire como pompas de jabón.

 

Vuelvo a escribir y mis pensamientos

saltan otra vez por los aires, excepto uno.

 

Esa burbuja solitaria flota en el al aire

y resiste el embate de los vientos en contra.

 

Para que esta esfera endeble sobreviva

han tenido que explotar miles como ella.

 

La burbuja hace después un largo recorrido

y se instala en las coordenadas de la memoria.

 

Cuando ha encontrado el lugar donde reposará,

el astro se torna indestructible y contagioso.

 

Es más que improbable que las leyes del azar

dejen pasar más una burbuja a la vez.

 

El arte es una destrucción continua y sistemática

que fecunda el universo luego de varios intentos.

 

El deber de un poeta es impedir​​ 

que la poesía se reproduzca de manera descontrolada.

 

Para este fin ha inventado un arma formidable:

pinchar con las uñas, y sin remordimientos,

todas las burbujas que floten a su alrededor.

 

 

 

 

 

 

 

 

El mito de la caverna

 

Entré a la cueva

con el alma abreviada

por la inseguridad y la pena,

pero no encontré cuerpos

sino grilletes oxidados.

En la oscuridad del camino,

la verdad me iluminó

con su débil fogata,

pero no encontré a la verdad

sino polvo de ceniza.

Al contacto con la luz,

las sombras se proyectaron

sobre los muros de piedra,

pero no encontré a la razón

sino un puñado de siluetas.

Mientras más me hundía

en el estómago de la tierra

más dudoso era mi pensamiento,

pero no encontré sabiduría

sino dudas cartesianas.

Hurgué con mis dedos en las grietas,

mordí el polvo del antiguo fuego,

bebí el agua de los prisioneros,

pero no encontré a la verdad

sino a su alegoría.

Poco apoco ascendí al mundo inteligible

y quise tocar la realidad

con mis manos temblorosas,

pero no encontré a la episteme

sino al mundo evanescente.

En mi ascensión a la superficie

la luz solar iluminó mi rostro

de animal incrédulo,

pero no encontré a Sócrates

sino a Platón odiando a los poetas.

 

 

 

 

 

 

Amsterdam

 

Busco la salida, la puerta, el número de vuelo,

el pasaporte tercermundista, el​​ boarding pass,

la maleta de viajero, la cámara indiscreta,

la visa que me condena a ser ave de paso,

pájaro en avión,

simio en las alturas,

extranjero encima de las nubes.

Busco y rebusco documentos inútiles,

formularios que terminarán en sótanos oscuros,

permisos que nadie leerá a su debido tiempo,

sellos que se impregnan a duras penas,

papeles y más papeles que aborrezco,

salvoconductos que me convierten

en uno más y en más de uno.​​ 

Entonces reparo

que en los pasillos del Airport Schipol

el sol ingresa vestido de rojo, tristísimo rojo.

La noche ha llegado y me cubre con amable abrigo,

con perdurable congoja.

Tras las puertas los pasajeros se esfuman lentamente

y el viento sopla en sentido inverso a mi destino.

Será que nadie ha venido a despedirme.

Será que el migrante ha descubierto sus íntimos quebrantos.

Será que será y nunca ha sido.

Quiero decir:

será que en el Airpot Schipol nunca termina de anochecer de verdad.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ave de mal agüero

 

Donde puse la vista,

no se extendió más la línea del horizonte.

Don pegué el oído,

no se oyó más el ruido de las cosas.

Donde dirigí el olfato,

no se exhaló más el último suspiro.

Donde expandí el gusto,

no fueron más que insípidos los frutos.

Donde toqué con mis sucios dedos,

no crecieron más las hierbas de los bosques.

Donde lamí néctares y mieles,

no se invitó a nadie más a un banquete.

Donde posé mi tienda,

nadie más volvió a mirar estrellas en el cielo.

Donde levanté vuelo,

el tren jamás partió por falta de pasajeros.

Soy un rey Midas al revés

 

(De​​ Filosofía vulgar, 2013)

 

 

 

 

 

 

 

Con Cioran en las afueras de París

(no se culpe a nadie de este plagio)

 

1

La vanidad es la piel del vacío. El vacío es una astuta forma de engañarnos a nosotros mismos que los demás nos admiran. Si nos arrancamos bruscamente esa piel, descubriremos que la vida humana no es más que una burbuja en carne viva que se desvanece al menor contacto con la verdad.

 

 

 

2

No creo en monsieur Cioran. Él tuvo el inconveniente de haber nacido.

 

 

 

 

 

Página en blanco

 

Señora del miedo:

 

Esto de escribir​​ 

es para valientes,

y yo no tengo

ganas de arar

en el desierto.

 

Tenga en cuenta

que este oficio​​ 

es para crédulos,

y yo padezco​​ 

de un ateísmo

personal.

 

Créame,

mirar el cielo

no es poca cosa,

y yo tengo

ojos para ver

y no para creer.

 

Sea discreta.

Si me llama,

hágalo en privado,

cuando no​​ haya

moros en la costa

y esté

tan callado

que oigamos​​ 

el ruido​​ 

de las hojas

al caer.

 

Comprenda

de una vez,

Señora,

que esto

es como una cita

a ciegas,

como un salto

al vacío,

como un dolor

de muelas,

que es eterno

mientras dura.

 

Le pido,

por favor,

que me tenga

en cuenta

de​​ todos modos.

No vaya a ser

que las musas

bajen

y me sorprendan

sin nada

entre las manos.

 

Le pido,

por último,

que me conceda

la virtud

de escribir

sin escribir.

 

(De​​ Teorema del​​ navegante, 2008)

 

 

 

 

 

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