Poesía peruana: Luis Manuel López

Leemos poesía peruana. Leemos algunos textos de Luis Manuel López Farfán. Autodidacto. Creador del blog Los Lunes con Lucho sobre literatura y poesía.

 

 

 

 

 

 

 

El sueño y la rosa

 

Estoy corriendo acezante, trato de llegar a un distante puerto. Una vez allí percibo que el mar está como aquietado por la suave marea; es como si un rítmico péndulo estuviera haciendo ondular, con levedad, las tenues olas azules.

Mi visión contemplativa observa, con angustia, el desplazamiento hacia la inmensidad del océano, de una nave enteramente blanca de proa a popa, en tanto que babor y estribor lo inunda el color violeta.

Una bulliciosa multitud despide a una única pasajera que refulge por su majestuoso aspecto. Los despidientes enarbolan pañuelos blancos, vistos en perspectiva, asemejan palomas en aireados vuelos.

La extraña viajera se encuentra quieta observando los mágicos remansos que la circundan; la armoniosa tarde espera la decadencia del sol para que el crepúsculo ataviado de colores parduzcos se entronice en el horizonte.

Al oír los vítores del gentío alza su vista hacia ellos. Sus labios pequeños, apenas entreabiertos, dan la sensación de coralinos cerrados.

Está lujosamente ataviada con seda china proveniente de Damasco. Un amplio chal celeste con brocados purpurinos permite reflejar su imagen: está aleteando por el fragor del viento besando, con suavidad, sus sonrosadas mejillas.

Otea al gentío tratando de encontrar un rostro. Pasea su mirada con gestos ensoñadores. No me ubica. Estoy apretujado con la muchedumbre que continúan ondeando sus albos pañuelos.

En gesto intuitivo introduzco mi mano en la chaqueta. Saco una flor. Es una rosa de un rojo fulgurante. Mi voz, inaudible, acompasa al sonido del viento.​​ La agito con desesperación. Vi que sus ojos, gemas volcadas al marrón, han detectado ese punto rojo en la aglomeración y fija su mirada en mí.

Una vaga e indisimulada tristeza llena su rostro. Su imagen va tornándose más difusa mientras el alejamiento de la embarcación va perdiendo visibilidad.

Ya se está diluyendo por el horizonte de esa tarde de delirio. Los caleidoscópicos destellos del sol aún hacen resplandecer su figura, que al fin se esfuma.

Vuelvo mi rostro hacia la multitud y no hay nadie. Estoy solo. Irreparablemente solitario. Observo con amor mi capullo, aún húmedo, a pesar de no haber rocío.

Mi escape imaginativo me trae el feliz momento en que ella puso en mis manos, de su rosedal, esta rosa, como testimonio de amor.

La beso y la guardo. Ella llorará conmigo hasta su vuelta.

 

 

 

 

 

 

 

 

El mundo liliputiernse de los haikus

 

1.- A veces los letraheridos desaciertan el tiro ante un texto. Su innata percepción, luego de un decoroso silencio, viene en auxilio: miran, huelen, palpan, oyen y gustan. Con estos instrumentos que les son connaturales, cogen las variables de la realidad mudándola en ficción. Buscan fascinar al lector, ¿Cómo lo logran?:

 

 

Los sentidos nos​​ 

dan la verdad, el alma

las embellece.

 

 

 

 

2.- Amo aquellos campos llenos de copiosa vegetación. Estoy observando en lejana tarde otoñal, a una despreocupada doncella caminando en libre albedrío por los estrechos surcos de esa plantación. Está despojada de sus sandalias, un ligero airecillo bambolea la floresta existente: está acariciando los diminutos pies desnudos de la manceba. Así lo rememoro:​​ 

 

 

Anda descalza

palpada por las espigas

en días de viento.

 

 

3.- Confieso que soy un pertinaz​​ bon vivant. He desterrado toda la lobreguez que, de tanto en tanto, se cernía sobre mi vida. Y si la fatalidad envuelta en sombras asomaba, prevaleció lo mustio muy poco tiempo. Luego sigo coloreando mi existir; por eso:

 

 

Va la tristeza

buscando aposento.

Huyo de prisa.

 

 

4.- Caminaba por la orilla del mar barranquino, te vi venir. Platicabas con los remansos de las olas en el estío de la tarde. Pasaste por breves segundos cerca de mí. Nuestras miradas se encontraron, ¿caminabas o flotabas? Unos metros después giraste tu rostro hecho flor, llevaste tus dos manitas a tus labios, y:

 

 

Volaron besos

de tus labios pequeños.

¡Los atrape!

 

 

5.- Un osado buceador sucumbe ante un océano embravecido. La noticia fue lastimera. El mar azul sufrió una confusión: lo supuso uno de los hijos de Poseidón, su dios, lo arraigó; envió a una espumosa ola quien lo envolvió delicadamente, perdiéndose en la profundidad con él, conjeturé que:

 

 

El mar oculta

sobre lecho de algas

al hombre rana.

 

 

6.- Hagamos de cuenta que estoy contemplando arrobado, un claro cielo serrano de un día "del cual tengo ya el recuerdo". Súbitamente, bañada toda de noche, un ave cruza el espacio. Está atenazando con sus zarpas algo​​ que,​​ por los movimientos convulsos de la presa atrapada, se diría vivo, cavilo:

 

 

Entre sus garras

lleva maná al nidal.

Ya se oye el piar.

 

 

7.- Voy recorriendo alegre -es noche de plenilunio- observando los destellos de luz que se filtran por los copiosos árboles. Esperaré el alba. La quietud reina. De improviso, se ensordece el ambiente. Una orquestación de grillos hace vibrar al tiempo. Huyo despavorido, esta es mi queja:

 

 

Contra los grillos

denosta el andante

buscador de paz.

 

 

8.- Visito los parques en gloriosos días de sol. Observo perplejo las hojas irisadas y las ramas con sus savias florecidas que orgullosas despiden sus aromas. Me conduelo de ellas. En especial de una rosa carmesí que destaca por su beldad, la recrimino con voz tremulante:

 

 

Por vanidad

de ser bella flor, pronto

perecerás

 

 

9.- Zaherido por penas de amor, le escribí una lapidaria carta a la dueña de mis ensueños. Se la envié. Ya en mi jardín medité sobre mi malsano arrebato.​​ Un diminuto colibrí, de plumaje verde esmeralda libaba levitando el néctar de una lavanda. Me acerqué cauteloso y le musité:

 

 

Detén picaflor

esa hosca carta mía

lleva puñales.

 

 

10.- Acúsome de mostrar temor ante los indetenibles balbuceos del tiempo, son muchas las preguntas que nos saetean. No logro hallar respuestas; en tanto, mi piel sigue marchitándose. Con la silenciosa noche entablo un monólogo, son testigos los parpadeos de abundantes estrellas, las entero que tengo:

 

 

Los sueños truncos​​ 

las visiones borrosas.

Vino la vejez.

 

 

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