Miguel Á. M. Hernández (Puebla, 1996) es fotógrafo, docente y escritor. Originario de Puebla, Puebla. Radica en Cuernavaca, Morelos, desde los 6 años. Egresado del diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay (EERG) 2015-2017. Egresado de la Licenciatura en Escritura Creativa en el Centro Morelense de las Artes (CMA), 2018-2021. Actualmente es Beneficiario del programa Jóvenes Creadores del SACPC 2023-2024 (antes FONCA) en la especialidad Poesía. Segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento Corto "Las lunas de Octubre 2018", de Cuautla, Morelos, por su cuento "Fue en una primavera". Segundo lugar en la categoría Poesía, del Undécimo Concurso "Caminos de la Libertad para Jóvenes" de Grupo Salinas 2020, por su poema “Aquí pongo el candado”. Primer lugar en categoría Poesía “José Emilio Pacheco” del Premio al Estudiante Universitario (PNEU) 2021 de la Universidad Veracruzana, por su conjunto poético titulado “Lo que quedó bajo el concreto”.
***
Ayer sembré un árbol
sobre mi abuelo.
La sombra de este árbol crece
al ritmo que respiran sus pulmones
cubiertos por la tierra que lo forma.
¿Habrá hecho amigos por debajo?
—Pregunto al niño que pregunta sin mi rostro—
¿Sus raíces
alcanzan
las raíces de los otros?
Al menos del vecino. Tiene tantos. Tantos.
—Le digo al niño sin respuesta—
¿Se comunican entre ellos?
¿Se envían con lombrices
invitaciones a comer?
—Ve por agua, ve al tanque, por favor—
Dice mi madre turbia, remolina
cascadeante.
Abro la tierra entonces,
decidido a darle vida.
Siembro ese cuerpo inmóvil junto al suyo
como el niño que fuimos
lamiendo raspados de grosella.
Pienso en los eucaliptos
de aquel entonces cuando andabas
trazando líneas de un traje que pidieron
los ángeles del humo;
pero vuelvo aquí, donde ficus y palmeras
tu cuerpo y un calor
que sólo enfriaba.
Hay sitios, aquí, —seguro que los viste—,
donde habitan los árboles de frío:
“aquí todo se adapta
o muere en el intento”
tú morías al poco tiempo
de escuchar esa frase tan común
“tiene usted hepatitis C”
fue una transfusión en el ochenta
por una operación menor.
Aquí la sombra crece
Pero también los rayos
nos crecen
hacia adentro
como raíces
que buscan el contacto de otras grietas.
Y a veces charcos
inevitables
nos crecen en las costras.
Y un día un lago
debajo de nosotros
regresa nuestra imagen sin la piedra.
Y nada más estamos
frente al espejo que nos habla
de habitar el silencio
para entender la lengua de las sombras
que oscilan frente al fuego.
Y aquel mar que no dejamos
en la orilla de aquel niño
regresa en algún viento.
Y estas nubes que irrumpen
como un alto suspiro
descienden en las palmas y en la punta
de la lengua.
La pluma
que salía del límite del blanco
traza los cielos
que calcamos con los párpados
cerrados como tumbas de nosotros.
Aquí también abundan
los cielos que perdimos
en el grito sin tráquea de los vasos.
Aquí es donde se junta
el agua que quedó
enverdeciendo.
Aquí
la muerte crece
como la mala yerba,
bajo la cálida sombra
y el olvido.
Un árbol
Hay un árbol sembrado en la memoria,
un árbol de raíces que se trenzan: un recuerdo, a lo largo
que sobre sí regresa hecho nudo,
serpiente,
ciclo,
luego corre perdido,
sin saberse recuerdo,
niño,
o eucalipto.
Hay un árbol, y un parque, y una banca
y una astilla encarnada que se chupa;
y una costra imposible de dejar,
y unos pies que no cesan de crecer.
En el árbol
habita un árbol que recuerda
que hay un árbol sembrado
junto a un árbol, un parque
y un lago.