Orlando Ortiz escribe sobre Tales Cuentos de Glafira Rocha

Orlando Ortiz, maestro del cuento mexicano, escribe sobre Tales Cuentos de Glafira Rocha, libro que puede ser consultado en nuestra Galería de Armas de Círculo de Poesía.

 

 

 

 

Palabras previas (que no pretenden ser prólogo)​​ 

En este tipo de textos es menester, casi siempre, utilizar de entrada los juicios u opinión de alguna autoridad en la materia, pues de esa manera se insinúa conocimiento, erudición y tal vez hasta estudios de doctorado en el extranjero y algo de inteligencia y metodología. Las cosas se complican cuando los textos fueron escritos por una mujer, pues de inmediato asoman las cuestiones de género, y soslayar tal perspectiva puede ser, en estos tiempos, un pecado capital. Como no le temo al qué​​ dirán, dejaré a un lado tales cuestiones y simplemente hablaré de los cuentos de Glafira que tienes en las manos.​​ 

En aras de la verdad y la ortodoxia debo rectificar la línea anterior: “...hablaré de los​​ textos​​ de Glafira que tienes en las manos”. Porque en las páginas de este libro no encontrarás solamente “cuentos”, sino también relatos, narraciones –sutilezas semánticas e inevitables resquemores académicos– y qué sé yo cuántas cosas más, pues la primera virtud que debo apuntar de esta autora es que busca la eficacia de sus textos más que el apego al dogma impuesto por los géneros o por una preceptiva caduca. Sin embargo, todas las historias que ella nos cuenta responden, con creces, a las recomendaciones o características del cuento que manejan cuentistas por antonomasia como Hemingway, Cortázar, Piglia, etcétera; o a los parámetros fijados por algunos de los nuevos teóricos del género. Los textos de Glafira sugieren más que dicen; siguen el principio del témpano de hielo (sólo se ve una octava parte de su masa), tienen otra historia (más importante) atrás de la que se está contando y queda en primer plano, cuentan con intensidad y su desarrollo es vertical... en fin, son cuentos actuales no sólo por los temas sino también por su tratamiento.​​ 

Y éste es otro punto que me interesa señalar: la preocupación formal y la voluntad de estilo. Ciertos paladines de la teoría del cuento le niegan a este género las posibilidades formales de búsqueda o experimentación. Y lo hacen a pesar de que la rebeldía a tales cánones es uno de los rasgos más interesantes del cuento latinoamericano de nuestros días, pues se ha lanzado a buscar y, en muchas ocasiones, no se ha quedado en eso, es decir, ha encontrado. En otras palabras, no busca por buscar sino para encontrar, aunque esto haya significado ir contra la corriente trazada por academias y editores.​​ 

En esa línea se encuentran los textos de Glafira Rocha. Siempre está preocupada no sólo por contar sino por hacerlo de la mejor manera, echando mano de las técnicas y recursos narrativos más adecuados para el asunto que va a relatarnos. De ahí que alcance la eficacia sin grandes problemas, aunque esto represente sacrificar, en ocasiones, elementos que se consideran “indispensables” en cualquier relato; me refiero a la ubicación espacial, las delimitaciones temporales o el perfilado de personajes.​​ 

Estas irreverencias le permiten entregarnos, paradójicamente, voces desnudas, historias despojadas de adornos o ropas inútiles, lo cual reclama, por otra parte, la colaboración del lector. Sin embargo, sus cuentos no son laberintos a descifrar, ni hay un minotauro al final; son senderos a recorrer con el oído, invitaciones a dejarse llevar por los sentidos y las tramas, por voces, sentimientos, pasiones y fantasías de todo tipo.​​ Porque si bien la realidad concreta de nuestro país late en algunos de los textos, en otros palpita la imaginación y algo cruelmente lúdico.​​ 

Pero, tal como decía al principio, estas líneas no aspiran a prologar el manojo de historias que integran​​ Tales Cuentos; mi intención era y es mucho más humilde: sólo quiero invitarlos a franquear la entrada despojándose de prejuicios y desplegando sus sentidos, pues sólo de esa manera es posible disfrutar de este libro que espero y deseo sólo sea un preludio a otros que confirmen el talento de Glafira.​​ 

Orlando Ortiz​​ 

 

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