Si la casa que invento para ti no resiste la noche,
¿lo entenderás?
Yo no sé si soy la persona adecuada para cargar lo que quieres cargarme pero aun así puedes empezar a poner todo sobre mi cuerpo
como ya has estado haciendo desde siempre y rezar como yo lo hago.
¿Por qué alquilo
una habitación para nosotros en el pueblo si sería mejor estar fuera
y dormir en la playa?
¿Por qué protegernos
si el tiempo ya no nos toca?
Si la casa que invento para ti no resiste la noche,
¿seré yo el único culpable
o podremos pensar juntos por qué?
¿Comenzarás a hablar?
Puedes identificar el momento
en que dejaste de ser un cuerpo o un lugar para ser un adicto.
Puedes identificar entre ellos
a quien se acerca a ti una noche y te dice:
yo te levantaría el castigo.
Yo no creo en el ojo por ojo pero no puedo hacer nada
Solo te queda un poco de furia
¿cómo reconocer si es también mía?
¿Cómo abrir la ventana y dejarla ir con el hijo que no podré tener?
Cuando nos conocimos ya eras un adicto pero conseguiste esconderlo.
Cuando nos conocimos ya eras un hombre sin ley y no aceptabas un no por respuesta.
Aprendamos a vivir sin nada como los parias. Recojamos cosas de la calle.
Estudiemos dónde están las fuentes, dónde corre el agua,
dónde la ropa se seca antes.
No nos obliguemos a encajar ni a no encajar. No nos obliguemos a tirarlo todo ni a guardarlo y no aceptemos otro no por respuesta.
Tu madre te sentenció pronto.
Te pidió que sentenciases a tu padre y tú lo hiciste. Tu padre te sentenció.
Tu familia te sentenció después.
Entre unas cosas y otras
ni siquiera pasó un día entero. Sentenciarse era entonces la única forma de que las conversaciones no importaran.
Sentenciarse era la forma de no hacerse más daño.
Después de eso no pudiste fingir que no había pasado nada.
Tampoco podías fingir que teníamos una gran historia en una gran casa bien cerrada
y que eso era suficiente para ti.
Por eso empezaste a viajar y a convertirte en un adicto.
Si llegabas a la ciudad de un amigo él te preguntaba,
¿cuánto tiempo voy a poder esconderte?
¿cuánto tiempo debo arriesgarme por ti?
No me apartes diciéndome
que una habitación es mejor que las otras.
No permitas que en el inicio haya un sacrificio que sea más importante que cualquier otro.
Acoge mi doble vida
y haz que la condena sea solo una forma de hablar. Reservemos la euforia para un día cualquiera.
Si llegabas a una nueva ciudad
un aviso decía que no te dejaran pasar, y que no te siguieran la corriente.
Viajaste más lejos.
Viajaste para conocer otras formas de rezar, otros cantos,
otras formas de reunirse, de arrodillarse,
de entregarse.
Solo viajaste para confesarte en otras lenguas donde no eras culpable antes de empezar.
Donde quizá el error podría salvarte.
Viajaste para sumarte a un rezo ya empezado.
Tienes que irte de casa.
Tienes que impedir que alguien te ponga en tu sitio.
Tienes que dejar de intentar entrar
allí donde tú mismo te has prohibido la entrada.
Así dejarás de pensar que en otra parte sucede algo más importante que aquí.
Y no permitas que nadie te diga que para todo hay una primera vez,
una segunda vez, una tercera vez.
No permitas que nadie te repita ßases hechas para volverte loco.
Tenemos que subir al árbol y recoger los higos. Tenemos que poder hablar del pájaro sin culpa.
Tenemos que comer la manzana como si ninguna historia pudiera envenenar o castigar nuestra fe.
El único acontecimiento es esta forma de hablar.
El único acontecimiento es que nos saquen del jardín para enseñarnos los nombres
que solo el jardín podía darnos.
Tenemos que vivir lo que se siente al acabar de construir una casa,
al bendecirla,
al cazar el primer animal, al pescar el primer pez,
al sembrar la primera cosecha, al cortar la primera rama,
al dominar un barco.
Tenemos que vivir lo que se siente al renunciar a una herencia,
al aceptar una sentencia, al compartirla.
Pero yo no sé cuánto tiempo puedo estar sentado a la puerta de nuestra historia
esperando que la cierres.
Agotémonos para no desear ser lo que no somos, para volver a casa con ganas,
para dormir con ganas. Y hagamos favores.
Sabemos que antes o después,
en una estación inesperada,
subirá alguien que nos mire a los ojos. Aprendamos a decirle que sí y que no, a señalar el reconocimiento.
Y si nos preguntan
¿vuestra huida tiene una lógica?
Nosotros les diremos
¿por cuántos tenemos que ser perseguidos para que nos toméė en serio?
Vayamos a los estadios por las tardes para recordar nuestros entrenamientos, y devolvamos el balón.
Esto es lo que te están preguntando:
¿Cuántas cosas sabes hacer al mismo tiempo?
Si alguien dice que nuestro comportamiento es imposible de defender
démosle la razón hasta el final. Y hagamos tiempo.
Sabemos que no hay muchos lugares
donde la gente como nosotros puede pasar la noche.
Hemos sabido desde el primer momento
que nuestras vidas estaban prohibidas por ley.
Desconfiemos cuando alguien nos pida que nos sintamos como en casa
y no dejemos en el viaje
que ninguna palabra vaya a misa. A veces hay que volver atrás.
A veces hay que volver a casa para estudiar los mapas, para hacer memoria y preguntar
¿Cómo era yo en ese momento?
¿Cómo era yo cuando me iba detrás del primero que pasaba?
Nuestro oficio será dejarnos las llaves dentro. Nuestro oficio será arrastrarnos.
Nuestro oficio, lo mires por donde lo mires, no necesita hábitos.
Solo al querer celebrar algo
nos daremos cuenta de que ya no tenemos objetos para celebrar nada,
y que tenerlos un día fue una excepción que no supimos aprovechar.
Agitemos el árbol aunque no haya ßuta, aunque no haya flores,
aunque no haya lluvia.
No tengamos miedo de los amores que se rompen, de las familias que se rompen,
de los dientes que se rompen. Debemos ir más allá de los jueces y dejar de buscar la grieta.
Debemos recordar cuánto nos costó dormir la primera noche que nadie nos acunó
y tuvimos que encontrar otra verdad.
Les diremos:
hemos venido lejos para que ninguno de vosotros pueda ver en nuestra forma de evitar el dolor
a nuestros antepasados.
Vayamos de viaje para que nos pregunten nuestro nombre, para recoger direcciones
y rehacernos.
Sentémonos en la estación para que nadie pueda acusarnos de ser demasiado niños o demasiado adultos
o de irnos, hoy, con el primero que pasa. Un adicto tiene objetivos.
Un paria tiene objetivos para hoy, para mañana,
para todo el año.
Benditos los que rezan conmigo, los que me dan la mano,
los que no me preguntan dónde nací ni cuál es mi nombre, porque el tiempo les dará la razón.
Benditos los que se atreven a dar la vuelta a mitad de camino.
Si la casa que invento para ti no resiste la noche,
¿lo entenderás?