Julio César Barco concibió un libro que sería, desde la primera página hasta la última, un compendio de sabiduría, una sorpresa fortuita, un arquetipo de elegancia, un valiosísimo conjunto de experiencias, un consuelo para los sufridos y un arma para los apurados. Después de terminarlo, se preguntó por qué no publicarlo, pero pronto, en uno de sus momentos de reflexión habituales, se cuestionó para qué.
Querido lector, este libro es una utopía, un conjunto invaluable de fragmentos que, conociendo a su autor, no se ajustan a ningún género en particular. Barco decidió hilvanarlos en un compendio indescifrable, cool y ampliamente deseado. Esta obra pronto se convertirá en el libro de cabecera de muchos de nosotros. Yo lo siento como una bitácora, similar a la de Robert Musil, uno de los ejemplos más exquisitos de todos los tiempos.
Barco comenzó por escucharse a sí mismo, utilizando una fórmula antigua pero efectiva: conocerse a sí mismo. Logró situarse de manera admirable al borde de su propia disolución como personaje. Es también un ser que se reconstruye ventajosamente en el anonimato de un mundo tanto ortodoxo como incierto, escapando rápidamente en el relato de su vida y en el vasto universo de otros. Todo termina siendo el resultado de tanto trabajo literario, abarcando lo dicho por Alan Pauls.
Hay una fatalidad sensacionalista en el género, un inventario maniático de hechos y días. Cuando uno capta la claridad de su escritura, resulta esclarecedor, ya que todas las tramas convergen en la unidad de la solución final. Podemos interpretar entre líneas que el autor nos dice que este es un libro que estaba destinado a escribir, y que comprendió que era tan bueno que superaría a los de Reynoso. No es que tuviera miedo de dedicarse a escribirlo, sino que tuvo la más profunda de las inquietudes, porque se vio atrapado en una prisión con barrotes debido a su potencial obra maestra.
Cada página transita por todos los caminos de la literatura, porque no pertenece a ningún estilo en particular, simplemente es literatura. No es cuentista, novelista, poeta o ensayista, sino simplemente escritor. Pero también, cuando creemos ingenuamente conocer su tono, nos damos cuenta de que no sabemos nada de él, lo que dificulta lo que podemos decir sobre su obra. Y nos salva el timbre cuando encontramos su más lúcida declaración de principios.
Es quizás una conjetura leve, pero a ciertos lectores de Barco podría dejarles una huella profunda y duradera la variedad de puntos de vista que adopta, como la contraposición a un determinado totalitarismo en las perspectivas de Flaubert o Balzac. Es increíble cómo pudo concebirlo incompleto, labrando en los vacíos y dejando al lector activo para completarlos. Su escritura tiene la exuberancia de Bolaño, quien desmitificó la magnificencia del boom de la literatura latinoamericana al transitar por caminos vagabundos, como lo hizo en "Los detectives salvajes" y "2666".
En conclusión, este es un estilo de escritura peligroso, que puede romper el contacto con los demás y confinarlos al autoexilio; pero también es la excusa perfecta para decirles a los escritores que debemos escribir y escribir solo sobre los paradigmas y complejidades que nos plantea nuestra vocación. En este caso, confieso que "Chaufa" sorteará las dificultades que las épocas puedan presentarle.