Poesía española: Carmen Palomo

Leemos poesía española. Leemos algunos textos de Carmen Palomo (Madrid, 1980) pertenecientes a Ser mirada (Pre-Textos, 2024), Premio Ciutat de València - Juan Gil-Albert. Su último libro, Ramas de mirto en la ciudad eterna (Visor, 2024), Accésit premio Jaime Gil de Biedma, saldrá publicado el próximo mes de octubre.

 

 

 

 

 

Carmen Palomo Pinel (Madrid, 1980) es profesora de Derecho Romano y poeta. ​​ Ha publicado los siguientes libros de poesía:​​ Glosas al fuego​​ (Hebel, 2016, edición bilingüe español-italiano, I Premio Internacional de Poesía «Francisco de Aldana»);​​ Las costuras del hambre​​ (Esdrújula Ediciones, 2019, II premio Esdrújula);​​ Un silencio habitado​​ (Diputación de Salamanca, 2021, accésit del VIII Premio Internacional de «Poesía Pilar Fernández Labrador»),​​ DIDO​​ (Universidad Popular José Hierro, 2021, XXXII Premio Nacional de poesía José Hierro),​​ Madre de cenizas​​ (Gravitaciones, 2022, I Premio de poesía «Gravitaciones»),​​ En tu espalda el desierto, (Diputación de Soria, 2023, XLI Premio Leonor de Poesía) y​​ Ser mirada​​ (Pre-Textos, 2024), Premio Ciutat de València - Juan Gil-Albert.​​ 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

I.

 

Permíteme tener los ojos grandes.

Tener los ojos grandes es un acto​​ 

de voluntad, básicamente​​ 

aceptar ser pieza de caza del asombro.

 

Yo consiento:

cómeme el corazón

en el rito ancestral de la belleza,

deja hueco a lo atávico salvaje

en la pupila absorta.

Hospeda una revelación que la dilate,

la haga pura o antártica,

que haga del ojo​​ 

devoración de oscuras autopistas.

 

Pupila

qué alta pupila

pupila cuántas águilas

pupila el cuarto de los evangelios

pupila crece​​ 

desmesurada estrella​​ 

incertidumbre y fuego

ascuas en ascuas.

 

Déjame tener​​ 

los ojos grandes y una fuente en mi centro,

una fuente que duela y que refulja.

 

Quizá eso es la poesía:

un trepar de mí misma por mis ojos,

una herida que piensa.

 

 

 

 

 

 

 

II.

 

Habló el oráculo:

Detesto los corazones burgueses

Tú déjate desordenar

Odio los corazones-mondrian​​ 

Cada cosa en su parcela

el rojo y el azul y sus respectivos compartimentos

Compadezco a los corazones a los que nada desordena

Porque están solos con su orden

Porque se bastan a sí mismos

Qué tristeza​​ 

¿Quién no da un paso al frente​​ 

por seguir el afán de una luciérnaga

que va hacia qué y quién sabe?

Ellos.

No hay grietas no entra luz no pasa el aire

Colonias de hongos y horas excedidas

A vidas de distancia de la contemplación

Detesto los corazones no invadidos

Jamás serán felices

No se dejan llevar de la mano no se van

con extraños

pero cumplen escrupulosamente las tareas

que ellos mismos se imponen

Yo vomito a los tibios​​ 

No rozarán la magia

No arderán como antorchas en la noche

 

 

 

 

 

 

 

III.

 

Hijo mío.

Tu puño apretado cuando recién nacido.

Mi vida dentro. 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV.

 

 

Spes

 

Volar.

Ser el azul que queda tras el vuelo.

Ser flor de árnica cuando los hombres lloran,

cuando gritan la condición del daño

retorciéndose​​ 

como cerdos bajo el cuchillo,

como artrópodos con media pata arrancada,

cuando se arrastran​​ 

husmeando la belleza inteligible

mientras niegan su sed de lejanía,

como una muchedumbre, como una​​ 

mordedumbre, como hormigas

en su afán y en su brillo y su negrura,

tráfago de cabezas de alfiler,

una tristeza que labora y una lengua insuficiente.

Ser palabra enfermera, la palabra que dice

pero tú tienes ojos y boca y lenguaje​​ 

y eso es muchísimo​​ 

y tienes un amor​​ 

y eso lo es todo.

Una lluvia que asciende y que desciende

y nada moja.

Pupilas que ven solo el color púrpura.

Deshabituada, no tener ya ojos suficientes

para tanto milagro.

Recibir una herida sin nombre y sin propósito,

que ni duela ni sane,

pero vea.

 

No lo que soy ni lo que tengo.

 

Yo soy

lo que espero.

 

 

 

 

 

 

 

V.

Nocturno nevado

 

La nieve es la hermana pequeña de la muerte:

toda pureza, albura,​​ 

toda sosiego y posibilidad.

 

Caen los copos. Ninguno igual a otro, dicen.

 

Los observo en silencio.​​ 

A veces, contemplar es rebelarse,

estarse quieto

la forma de revolución más pura.

 

Se deshacen: apenas percibidos,​​ 

a la par ya perdidos y amados para siempre.

 

Las estrellas titilan como signos interrogativos.

 

No sé cómo habitar mis propios ojos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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