Con mis manos dormidas de Juan Pablo Abraham
… el presente
es una Pompeya
que bajo las cenizas
espera
ser visitada.
(Con mis manos dormidas. p. 33)
Decía hace cinco años acerca del primer libro de poemas de Juan Pablo Abraham, que La soledad del pan nos convocaba, que nos proponía una cita en algún rincón de nuestro corazón. Y este nuevo libro, Con mis manos dormidas también nos invita a recorrer el misterio de la palabra poética. Los poemas de Juan tienen la precisión y el despojo necesarios para cautivar a sus lectores. Tienen un modo de nombrar lo humano que nos hace suspender por un momento la carrera infernal y la locura de un tiempo en que la crueldad parece ser el motor de cualquier acción humana. Tal vez porque es una poesía que dice y conmueve, que tiene contenido y emoción, que nos invita a transitar los caminos de la memoria, de la infancia, de su pueblo natal, de la vida misma.
Pero también creo que nunca alcanzamos a comprender por completo un texto poético, porque la poesía lleva en sí un misterio. Y es ese misterio, ese secreto que no alcanza a develarse lo que alimenta el deseo. Por eso solo me acercaré a algunos sentidos que creí vislumbrar al leer este libro.
Y hablando de secretos, de misterios, el poeta espera, espera que un secreto se devele, espera que el silencio hable, espera aquello que se encuentra en el lenguaje sin que el lenguaje lo enuncie, aquello que el lenguaje no dice, aquello que diría el silencio si dejase de serlo. La búsqueda de la memoria, los recuerdos desordenados, la paloma que ha visto tantas veces, la canción lejana de sus ancestros y el poema que espera su momento “el silencio al silencio /como el agua al agua/ que va sin límites por el tiempo” (p. 10), aquello que realmente se dice, aquello que entre una frase y otra, en esa grieta que no es ni silencio ni voz, aparece, aquello que el lenguaje calla.
La necesidad es la de hallar en el silencio de la casa, mientras todos duermen, el conjuro que rebele el secreto de Pompeya, de las cenizas de un tiempo endurecido, del deseo de limpiar los ojos de la niebla y escuchar el silbido de la vieja melodía de los muertos. De descubrir entre los recuerdos que caminan despacio, que cantan la infancia de las uvas y las cabras, el enigma del tiempo y las cenizas de la memoria. Cenizas de un volcán, cenizas de dolor, cenizas que ahogan, que dejan sin aire, que obligan al olvido. Y así, pateando palabras, atravesando el campo gris de los miedos se arma, poema a poema, este libro que se nutre del arrullo del corazón. Y para que los versos se sigan escribiendo, es imprescindible recordar, romper la cadena de la boca condenada.
Y la Paloma que regresa luego de surcar el cielo de Pompeya, los campos mojados con la sangre de la aurora, la paloma que arrulla al niño, a la niña, la paloma que no podrá decir ni una palabra que no contenga algo de esa memoria.
Y la vida y su listado de tareas cotidianas parece demorar el momento epifánico en que puedan verse de nuevo aquellas calles que corrían con los niños, calles de un tiempo en que no había ni miedo ni odio.
Pompeya como refugio y palabra del dios que mira desde el poniente y allí vuela la paloma que le dona la palabra al poeta, que le ofrece la memoria para componer estos versos del amor, del arrullo y el frío, de la piedra, el volcán, la ternura y el olvido, y también, de la cesta vacía y la soledad del pan.
Hasta que el Vesubio
haga de mis palabras
una sola obra
con mis manos dormidas. (p. 22)
Y justamente este último verso, “con mis manos dormidas”, es el título del libro, es lo que nombra, es lo que pretende asir este manojo de poemas que nos ofrece Juan. Manos que dormidas esperan el regreso de la paloma de la memoria para escribir, manos que son azules y llenas de vida en las mañanas de la infancia.
Juan Pablo Abraham crea un lenguaje poético, manipula y opera con las palabras y con ellas ha hecho una sola obra y de esa manera ha construido un nuevo dispositivo de belleza. Con mis manos dormidas tiene una unidad aunque como nos dice María Zambrano “...la unidad lograda del poeta en el poema es siempre incompleta; y el poeta lo sabe y ahí está su humildad: en conformarse con su frágil unidad lograda. De ahí ese temblor que queda tras de todo buen poema y esa perspectiva ilimitada, estela que deja toda poesía tras de sí y que nos lleva tras ella: ese espacio abierto que la rodea."
Nos quedamos entonces con el temblor, con la emoción, con esa estela que nos dejan los poemas de Juan Pablo Abraham, nos quedamos con la idea y el deseo de que la poesía sea resistencia frente a un mundo que se vuelve cada vez más cruel, cada vez más terrible y deshumanizante; la palabra es una forma de resistencia muy clara, y como dice Juan Gelman la poesía es un acto de amor, un oficio ardiente, inútil, pero necesario.
Silvia Giambroni
***
Juan Pablo Abraham (Noetinger, Córdoba, 1980.) es licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Villa María. Fue parte del Centro de Filología Clásica y Moderna de la misma Universidad, y actualmente trabaja como editor en la Editorial EDUVIM. En 2013 obtuvo una beca para perfeccionar sus estudios de Lengua Alemana en la Universität Siegen, Alemania. Ha traducido poemas de Reiner Kunze, Ulla Hahn, Nelly Sachs, Edie Fried, entre otros. En el 2019 Borde Perdido Editora publicó su primer poemario titulado La soledad del pan. Los poemas que se comparten a continuación pertenecen al libro titulado Con mis manos dormidas (Elemento Disruptivo, 2024).
Perspectivas
El teléfono de mi padre
está en la mesa
al lado de una cesta vacía de pan.
Se lo regalé para su cumpleaños
pero nunca lo usó.
También podría decirse lo siguiente:
desde que entró en la guardia del hospital
es la cesta vacía de pan
la que está al lado del teléfono de mi padre
o que casi todo nuestro cuerpo,
como dice la física,
se constituye de vacío:
quizás eso explica
por qué no hay perspectiva posible
para la muerte.
Un punto en el google maps
Mi casa es un punto en el Google Maps.
Mi padre está arreglando una bici,
es la changa que encontró después del cáncer.
Mi madre es maestra,
pero hoy es sábado y está limpiando,
la escucho pelear con el perro
que se mete en la cocina.
Yo estoy tirado en la cama
escribiendo estos poemas
y pensando que mi casa
es un punto en el Google Maps
y que Dios
así nos mira.
En la casa del padre S.
Quien entra perdido, encuentra
paredes, dos sillones
y una pequeña biblioteca
cuyos libros no preguntan
hacen silencio
y te dan la paz.
A Oliverio Girondo
Noche de pueblo
La soledad se sienta sobre un árbol
y le tira piedras al poniente.
El almacén de barrio limpia de un suspiro
dos palabras del mostrador
que terminan durmiendo en los bigotes de un gato.
Las hojas se cubren de hojas
y la noche de más noche.
Una anciana sujeta con su rosario
el recuerdo de una tarde junto a su padre
y se queda dormida en su regazo.
Ahora el silencio es total
y la soledad que estaba sobre el árbol
camina por las calles sin nada que hacer.
Un perro la mira y sigue durmiendo
con la cabeza entre las patas.
***
Silvia Giambroni es profesora de Lengua y Literatura y Licenciada en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Villa María. Participó como compiladora y escritora del libro Escritos sobre jóvenes, editado por Eduvim. Escribió el prólogo de El silbido de vientos lejanos, poesía reunida de Edith Vera, y colaboró en la recolección de los poemas. Trabajó en el medio digital cultural Barbaria seleccionando poemas para la página de poesía y fue referente de la subsede Villa María del Festival Internacional de Poesía de Córdoba en su última edición. Participa en mesas de presentación de libros de escritores.