Miguel Inzunza reseña Memoria del Desierto, de Mijail Lamas

El poeta y cantautor Miguel Inzunza reseña Memoria del desierto, el libro más reciente del poeta Mijail Lamas, libro editado por Círculo de Poesía Libros y por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 2023.

 

 

MEMORIA DEL DESIERTO​​ DE MIJAIL LAMAS

O CÓMO DESCARRILAR EL OLVIDO

Por Miguel Inzunza

 

Memoria del Desierto

Mijail Lamas

Círculo de Poesía Libros

México, 2023

 

Memoria del Desierto, el más reciente libro de Mijail Lamas es un transitar por el paisaje árido de la soledad, una voz que reflexiona en torno a sus coordenadas, las de un sujeto enunciador que por momentos muta y calza las botas ajenas del viajero, que escribe desde un presente ya lejano. 

La memoria es una cocreación, una coautoría con la ficción. Recordar es inventar de nuevo, amplificar, poner los ojos en el centro de aquel paisaje que fue, para localizar el punto exacto donde la emoción sigue ardiendo.​​ 

 

empiezas a escribirle en el desierto 

la carta que te guardas para no contarle 

que intentabas hundirte en el costado abierto de esa luz

 

Así nos dice el poeta Mijail Lamas, y abre el libro con el filo contundente con que corta la luz que habita estos versos.

Una vez abierta la grieta, el lector se introduce en el universo luminoso donde están colisionando a cada momento imágenes deslumbrantes, referencias que vienen de diferentes latitudes, como esa mención a la cantigas del Mar de Vigo que dan cuenta de una influencia del universo galaico portugués, hasta las tolvaneras del desierto en Chihuahua, en Estambul o Tijuana, donde tormentas de arena atraviesan carreteras y descarrilan la ruta del olvido. Relámpagos de la ficción, cuando convierte en poeta a Nikola Tesla enamorado de una paloma, o en la voz sedienta del migrante que fricciona las palabras, buscando una chispa. 

 

en el último pueblo olvidaste tu nombre​​ 

y aceptaste sin angustia posibles desenlaces

 

Así le dice el poeta a alguien, así mismo, a nosotros, al viento.​​ 

En este desierto conviven, en una suerte de simbiosis, diversos procedimientos poéticos, la musicalidad prístina del aliento eptasilábico, el formato versicular, lo narrativo, lo​​ sensacionísta​​ y lo confesional, la ironía en la crítica social,​​ el testimonio y lo documental.

 

Lo conocí en Montana’s:

Lo saludé y ni siquiera volteo a verme.

 

Estuvo en silencio unos cuantos minutos, como pensando,​​ 

después habló de ovnis por los caminos de la border

 

Pero la poesía no es solo belleza y contemplación del paisaje, también es asombro y fuerza. Hay sustancia mítica y maldita, por medio del recurso de la transposición de sujeto lírico que nos permite escuchar la voz de Edward Mondrake en una suerte de epitafio.

El registro de Mijail Lamas es amplio, su visión se despliega en modo gran angular, de observación panóptica.

En este libro habita un racimo de poemas, pero es un racimo letal de perdigones, es la múltiple posibilidad de salir herido de este desierto, y con tan sólo una munición, presenciar, como dijo el poeta Eduardo Lizalde, “el​​ derrumbe al mismo tiempo de todas las bandadas”.​​ 

Memoria del desierto​​ es un libro polifónico y​​ simultaneísta​​ porque grita su asombro desde cinco diferentes latitudes, la de sus secciones: “​​ Memoria del Desierto I, Panic, Maniobras no Anunciadas, Memoria del Desierto II y Cuadernos de Frontera” que funcionan cada una como un paraje donde descansa un caminante, una especie de​​ Spleen​​ contemporáneo que recorre diferentes estancias del mundo actual.

Memoria del desierto​​ es un oasis a donde llegamos sedientos y nos detenemos a beber una sustancia poética que nos hace sentirnos vivos.

 

 

 

 

MEMORIA DEL DESIERTO

 

he visto tus manos danzar como la arena que danza…

Cantos de los oasis del Hoggar

 

me busco en la silenciosa ceniza de tu memoria​​ 

Al Berto

 

Yo podría también en este umbral, junto a la precaria armadura de tu olvido,

enumerar los hechos…

José Carlos ​​ Becerra

 

I

 

Empiezas a escribirle en el desierto​​ 

la carta que te guardas para no contarle​​ 

que intentabas hundirte en el costado abierto de esa luz.​​ 

 

Como todos los que llegan aquí tú también huías.​​ 

Como todos los que han perdido algo y huyen de su propia pérdida.​​ 

 

Escapabas de ti y pasabas las noches viendo el cielo,​​ 

asombrado de que hubiera tanta estrella.​​ 

Caminabas colina arriba,​​ 

divisando el mar de luces de la otra ciudad,​​ 

la verdadera, la siempre ávida,​​ 

con sus huesos triturados más allá de la ignominia,​​ 

en la que a veces tú también te refugiabas​​ 

durmiendo en autos varados en estacionamientos frente al río,​​ 

en moteles que escondían la desesperación y la oscuridad​​ 

tras cortinas pesadas.​​ 

Pero también te quedabas a la espera de vuelos perdidos,​​ 

de rutas sin nómina. ​​ 

Tu soledad se doraba como la arena de todas las palabras que jamás le dijiste,​​ 

como el florecimiento de una sed cercana a los incendios:​​ 

marchita tolvanera cegando sus rostros. ​​ 

 

Entonces fueron peces de un mar extinto​​ 

buscando una oportunidad para salir a flote.​​ 

Tú cantabas viejas canciones que traía la distancia,​​ 

tú enumerabas sus pasos.

Nadaban en una atmósfera de luz que calcinaba​​ 

y fingían entender la desolación de las calles,​​ 

pero era más una forma de resignación al desamparo.

 

Te miraban con recelo porque siempre estabas solo,​​ 

desterrado con un prestigio sospechoso, una falsa contraseña,​​ 

el salvoconducto que tú mismo te inventabas​​ 

para transitar sin miedo ante la angustia de un desastre,​​ 

esa deriva de la arena que envolvía su propia devastación:

 

“…mis sueños distraídos por las calles​​ 

dormidos al pie de las colinas…”​​ 

​​ 

Ahí te refugiabas en cuerpos, en voces​​ 

que prodigaban momentáneas maneras de la salvación.  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

Y descubrías otros desiertos dentro de ti

donde imaginaste sus manos danzar como la arena que danza…

 

Muy cerca de donde un muro va cortando en dos el oleaje

la memoria también parecía interrumpirse por un muro.

Entonces la luz se despedía como los que se ahogan intentado cruzar​​ 

al otro lado.

 

En el sueño de ayer su piel iluminaba el cuarto a oscuras

y viste danzar sus manos como la arena que danza…

Su piel amanecía en medio de la noche​​ 

mientras que afuera el viento arrasaba la ciudad​​ 

que cada mañana volvía a levantarse​​ 

ladrillo a ladrillo, pero más triste.

 

Porque hablarle siempre fue lanzar una botella al agua​​ 

con una nota en un idioma que ella no entendía.

¿De dónde salieron esos extraños animales que habitan sus palabras?

Ellos olfatearon su soledad,​​ 

su nostalgia de insectos donde reinaba la mosca tenaz de la impaciencia.

 

Una vegetación agreste crecía en su pecho y se enredaba en tus manos.​​ 

La luna se desgajaba cuando ella miraba esta tierra roja​​ 

y los antiguos deseos del agua donde ya no existe el mar.​​ 

 

Ya sólo te quedaba​​ 

un silencio que contenía todo el ruido de lo que ella soñaba:

la monótona desesperación de los insomnes.

 

 

 

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