Poesía argentina: Juan Rey

Leemos poesía argentina. Leemos poemas de Juan Rey (1998). Su primer libro de poemas es Árbol de fuego (Patronus, 2022).

 

 

 

 

 

 

Juan Rey (Buenos Aires,​​ 1998)​​ es​​ un​​ escritor,​​ traductor​​ y músico argentino. Cursó estudios formales de escritura en la UNA y filosofía en la UBA. Publicó su primer libro de poemas titulado​​ Árbol de fuego​​ (2022) con la editorial Patronus y participó de lecturas en el C.C. Kirchner, C.C. Recoleta, C.C. Borges, entre otros. Coordina el laboratorio de investigación “La Tarea de Escribir” dando talleres y organizando lecturas. Forma parte de la banda Rey Bichito y tiene un​​ bar.

 

 

 

 

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Fuerza natural contra espejo sin cámara

 

Lo peor de todo es que no estás dispuesto a aceptarlo: éramos jóvenes y eso bastaba para hacer una familia. Mientras​​ subimos​​ en​​ la​​ aerosilla,​​ se​​ oyen​​ ruidos​​ de​​ máquina, chirridos, engranajes propios de un centro de ski y sí,​​ papá, no quiero que se separen​​ —dice nuestra hija a modo

de​​ queja.​​ La​​ montaña​​ inmensa,​​ pesada​​ por​​ los​​ kilos​​ y​​ kilos

de​​ nieve​​ que​​ se​​ desperdician​​ por​​ no​​ tener​​ la​​ tecnología​​ adecuada— líneas que continúan siendo imposibles,

senderos​​ helados​​ y​​ pistas​​ negras​​ para​​ un​​ mediodía​​ de​​ sol. Pelotones de nieve esperando a desplazarse,

como​​ cualquier​​ porción​​ de​​ materia—

pero​​ lo​​ tienen​​ todo​​ controlado,​​ decís.

La​​ torre​​ central​​ da​​ cañonazos​​ como​​ avisos, y nosotros estamos bien, no pasa nada.

Traje​​ un​​ pack​​ de​​ cepillos​​ eléctricos​​ para​​ la​​ familia. Comemos en el restaurante del pico más alto.

Los​​ esquiadores​​ luego​​ de​​ la​​ jornada​​ están​​ preciosos, con sus cervezas y barba y aunque me equivoque,

el​​ cielo​​ también​​ es​​ parte​​ de​​ circuitos​​ eléctricos​​ con​​ voltaje. Perdimos todo eso por tenernos demasiado respeto,

y​​ la​​ próxima​​ vez​​ si​​ te​​ digo​​ que​​ corras,​​ corré.

 

 

 

 

 

 

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Adiós

 

Un​​ maestro​​ mueve​​ con​​ emoción​​ una​​ katana​​ en​​ la​​ lluvia. Las parafinas que gastan los surfistas,

una​​ tabla​​ de​​ epoxy​​ que​​ se​​ quiebra​​ por​​ una​​ ola​​ de​​ 4mt.

Los cacharros de sopa hirviendo y la turba afuera, las​​ ovejas​​ y​​ arrieros​​ a​​ caballo​​ de​​ península​​ Valdés.

John​​ Cage​​ diciéndole​​ a​​ Merce​​ Cunningham:

au prince délicieux, trabajo para la belleza. Unos​​ monos​​ conectados​​ a​​ electrodos​​ y​​ chips.

Un​​ amor​​ a​​ condición​​ de​​ que​​ sea​​ algo que nos hace reír un poco cada día.

En​​ Taste​​ of​​ Cherry,​​ cuando​​ en​​ la​​ garita​​ de​​ un​​ afgano aparece un poster de Maradona.

La​​ primera​​ vez​​ por​​ el​​ descanso​​ de​​ los​​ muertos, la segunda por el prójimo,

la​​ tercera,​​ simplemente,​​ por​​ nuestro​​ bien.

 

La perfección de una sonata en órgano y​​ los​​ dedos​​ de​​ Carla​​ Bley​​ ejecutándola.

 

Alcibíades,​​ hijo​​ de​​ Clinias,​​ intentando​​ escapar.

 

Los valles de precordillera donde se cultivan vinos para​​ que​​ las​​ monjas​​ beban​​ después​​ de​​ la​​ jornada.

 

Solo​​ basta​​ que​​ algo​​ se​​ mueva,​​ un​​ tigre desperezándose luego de una siesta.

 

La​​ deshidratación​​ de​​ un​​ mar​​ y​​ los​​ bosques que se esconden debajo.

 

Un​​ misil​​ que​​ viaje​​ por​​ lo​​ oscuro​​ del​​ universo hacia la luz que no conocemos.

 

Y​​ que​​ suene,

que​​ suene​​ este​​ pequeño​​ álbum​​ de​​ imágenes,

como​​ un​​ único​​ tesoro,

como​​ mercancía​​ volátil​​ que​​ le​​ vendo​​ a​​ unos​​ aliens.

 

 

 

 

 

 

 

¡Pero si todo estaba ahí!

 

Y​​ se​​ pliega​​ en​​ un​​ travelling​​ final

que​​ despunta​​ la​​ piel​​ y​​ la​​ vuelve​​ alcaucil,​​ láminas que se desgajan hasta llegar al corazón.

Una​​ granada​​ separa​​ dos​​ barcos,​​ tic:​​ en​​ la​​ isla todos deberíamos ser iguales, solo imaginar el hambre cuando no se sabe pescar,

cuando​​ no​​ hay​​ fauna​​ en​​ las​​ piedras,​​ cuando estamos acostumbrados al sacrificio

de​​ la​​ sangre​​ por​​ la​​ nuestra,​​ y​​ vemos el​​ atardecer​​ como​​ un​​ nuevo​​ desafío, como​​ la​​ antesala​​ del​​ terror​​ nocturno,

sanguinolento​​ paso​​ de​​ humano​​ a​​ lombriz, de gato​​ a bola de humo, tic.

Todo estaba ahí y era mejor que no, que​​ bajo​​ la​​ sombra​​ del​​ casco​​ marítimo

fuésemos solo amantes, que se observan con​​ sinceridad​​ y​​ comen​​ pretzels​​ de​​ Reese’s bañados en caramelo y chocolate.

Es​​ verano​​ y​​ todo​​ se​​ pudre,​​ deprimente.

Se​​ alzan​​ unas​​ bandejas​​ de​​ plata​​ en​​ algún​​ lado, pero todos vomitan y se van a sus cuartos.

En​​ la​​ cubierta,​​ el​​ capitán​​ se​​ emborracha​​ y​​ piensa en lo salvaje de las piletas celestes.

 

 

 

 

 

 

 

Desnudo

 

La​​ ruta​​ es​​ siempre​​ una​​ metáfora​​ y​​ siempre​​ de​​ lo​​ mismo.

Correr​​ por​​ las​​ escaleras,​​ enojarse,​​ entrar​​ a​​ una​​ oficina y hablar de lo triste que es trabajar.

Tener​​ siempre​​ algo​​ inteligente​​ para​​ decir​​ es​​ así, encantador como Manchester en esta época, como vos en la luz del baño mientras llorás.

Perdón.

No sería así si pudiera desaparecer de verdad. Entonces arrastro el saco por la calle sucia y fría, soy​​ lo​​ que​​ dicen​​ “un​​ fantasma​​ flaco​​ sin​​ densidad”.

Me​​ voy​​ para​​ siempre​​ en​​ ideas​​ que​​ no​​ me​​ pertenecen, en un auto que funciona solo en reversa

y con determinado peso.​​ Tampoco​​ importa​​ mucho.

A los vecinos les gusta vernos y a nosotros también. Empujado al mundo como una idea débil y aburrida, me​​ deslizo​​ por​​ las​​ tuberías​​ de​​ este​​ mapa​​ de​​ invierno, y me pregunto si el mal existe, y si es así.

 

 

 

 

 

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