Reverdecer el amor: Las tardes de Dafne

"Reverdecer el amor: Las tardes de Dafne". Tania Hernández Cervantes reseña el libro más reciente del poeta Rubén Márquez Máximo publicado por Círculo de Poesía Ediciones.

 

Tania Hernández​​ se ha desempeñado como gestora cultural en México y Canadá. Actualmente colabora en el Espacio Cultural San Lázaro de la Cámara de Diputados, donde ha coordinado el​​ Seminario Letras de Humanidad, presentado libros de escritores y poetas de México, América Latina y Europa, entre otras muy diversas actividades culturales y académicas Ha publicado algunos poemas y reseñas de libros de poesía en la revista Círculo de Poesía, en Diálogos Interculturales de Canadá y algunos artículos de opinión en La Jornada, los diarios sinaloenses RioDoce y El Noroeste.

 

 

 

 

 

Reverdecer el amor:​​ Las tardes de Dafne

 

Tania Hernández Cervantes

 

 

 

Recordemos el mito de Apolo y Dafne de la tradición griega. Apolo es el dios que representa la juventud y la belleza, fuente de vida, poderoso como el mismo sol. Su grandeza cayó en la arrogancia. Se burló de Eros, el dios del amor, la sensualidad y el sexo, y éste lo condenó a ser rechazado por su amada. La Ninfa Dafne es la amada que lo rechaza. Apolo la persigue, pero ella siempre escapa. Al final, Dafne se convierte en árbol de laurel y entonces el dios Apolo puede tenerla, aunque nunca en forma de mujer.​​ 

 

El amor intenso y absoluto, pero esquivo,​​ huidizo, es la estampa del mito que Rubén Márquez mira y al que le canta en su libro​​ Las tardes de Dafne. Hablar de amor en nuestros tiempos es un riesgo muy grande. El amor es un lenguaje olvidado entre tanto harapo sentimental donde el mundanal encuentra refugio. Ante eso, el poemario de Rubén es una subversión frente a las multitudes individualistas, extraviadas y despistadas en la confusión de identidades. Ha triunfado la ​​ defensa a ultranza del yo, con desprecio a cualquier nosotros. ​​ 

 

Por eso el poemario​​ Las tardes de Dafne, me resultó tan refrescante, y celebro que Rubén Márquez cante sin caer en el dulce empalagoso, o en el ácido de la herida. Siento en sus versos, un modo equilibrado y sin pretensiones, que logra una palabra bien dicha, un​​ verso que comunica y crea comunión con su lectora, porque procura o se concentra en la emoción. Cautiva con la emoción, emoción que se arraiga con la aguja de versos bien tejidos que proyectan la habilidad de un canto entonado con emotividad y sencillez. De ahí le brota un verde que se vuelve música, y la escuchamos en tres movimientos -o secciones del libro-:​​ En el verdor oscuro de las hojas,​​ Era su cuerpo un delirio de amenas flores, y​​ Abrazo la tarde con la quietud del árbol.​​ 

 

 

 

Primer movimiento: En el verdor​​ oscuro de las hojas​​ 

 

La obertura del poemario es una invocación al sitio más fresco de la memoria. La apuesta del poeta es por el retorno verde y brillante de la amada. En esta primera parte, el poeta canta confiado para traer de vuelta a Dafne. Pero no​​ hay Dafne, solo el recuerdo de ella. ​​ 

 

¿Qué es el recuerdo? Materia para reverdecer el alma u oscurecerla. Un doble filo, pero que en el poemario se decanta al sitio de la vida, la luz. Rubén Márquez parece colocarse en la esquina donde, -dijera el poeta​​ Luis García Montero- “el recuerdo y la imaginación suelen darse cita”. ​​ Creo ciegamente que esa esquina puede solamente ser dos cosas: la poesía o el amor.​​ 

 

Cuando esa cita ocurre, como cuando se encuentran dos enamorados, el tiempo desaparece, el momento​​ amoroso es un instante o una eternidad. Todo aquello que fue pasado puede ahí volverse presente, o ser el presente un futuro infinito, ¿acaso los enamorados pensamos en el fin de esa enajenación? No. Se vive como si fuera hoy para siempre el futuro. ​​ 

 

En​​ los acordes de esta sección escuchamos: “Llega la tarde / es el verdor de las hojas / donde canta la memoria.” (p.17) Ahí el recuerdo está arribando a través del verbo en presente. La ​​ invocación quiere el amor vital, escuchémoslo aquí:​​ 

 

Incendia tu​​ cuerpo.

Tu aroma florezca

entre mis manos.​​ 

 

Arde tus hojas

la corteza.​​ 

Caiga la tarde.

Reverdezca tu canto.

   ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p.18)

 

El poeta construye el recuerdo con una sincronía de acciones vívidas; pasa de un tiempo a otro: del pasado al futuro, del presente al futuro; ​​ a veces, atraviesa todos los tiempos en un mismo poema. Algo de esto ocurre en los siguientes versos: “La tarde piensa en ti​​ / y veo aquello que tanto me gustaba.” (p. 21)

 

El brillo más elocuente de la invocación, lo encuentro en el último​​ poema de la primera parte del libro, donde Dafne está en todos los tiempos, y por eso, en ninguno. Crea su propia dimensión o sensación de tiempo:​​ 

 

Las tardes habrán vuelto​​ 

podré imaginar tu cuerpo estremecerse

su desnudez que arde en la penumbra​​ 

una sensación consumirá la mirada​​ 

irrumpirá un nuevo sol en cada paso.​​ 

 

Habrá un tiempo en que pueda decirte​​ 

desde la orilla de otros días​​ 

que buscaré el aliento de tu alma​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ las verdades de tus labios.

 

La tarde piensa en ti​​ 

y veo aquello que tanto me gustaba​​ 

 (p. 21)​​ 

 

 

 

Segunda parte: Era su cuerpo un delirio de amenas flores​​ 

 

Sigamos hablando de los tiempos: el nombre de la segunda parte es completamente en pasado, y paradójicamente es donde encuentro que casi toda la​​ emoción se canta en presente. La presencia de Dafne es absoluta. No un deseo, no un recuerdo lejano. Es presencia que se siente cuando se dice:​​ 

 

-Esta tarde conocí a Dafne ​​​​ (p. 27)​​ 

 

-Llegó con su vestido negro​​ 

incendiando el aire con las flores​​ 

   ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ el sueño y el delirio

    ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  (p. 28)

 

-En tarde de verano​​ 

abres los botones de su alma​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p. 29)

 

-Mi lengua recorre su garganta​​ (p. 35)

​​ 

Hemos olvidado que habla de un recuerdo. La semántica del fuego, en tonos que nombran ardores, incendios, fulgor, llama, nos imanta en una especie de fusión de tiempos donde el milagro ocurre: el milagro de la fundición de los amantes. El hombre que ama, el poeta, ya no solo contempla el cuerpo de la amada, se fusiona en él y él florece, como atestiguamos en el poema: ​​ 

 

La tarde desnudó a Dafne ​​ 

le quitó la blusa su silencio

bajó su encaje con los dientes

y veo en sus ojos​​ 

mi cuerpo floreciendo.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p.43)

 

Ahí veo encendida la doble llama de amor y erotismo, de la que nos habla Octavio Paz, pues el poeta quita la ropa para mirar los ojos, el acceso al alma. ​​ Así va del cuerpo al alma y del alma al cuerpo ¿Qué resulta de esa doble llama en plenitud?: ¡Vida!, ¡vida! Vida y luz. ​​ Vida ​​ sonora y fulgurante, como testimonia en los siguientes versos:​​ 

 

Llega la tarde con su aliento

y hay sólo pura vida​​ 

jadeo y resonancia.​​ 

​​   ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p.47)

 

El amor nos hace más a cada cual, nos permite ser grandiosos y humildes.​​ Márquez nombra la entrega, la contemplación y reconoce que, por más bello que suene su canto y tanta luz y vida salga de él, no todo ello le pertenece. La luz es de ella:​​ 

 

Sin embargo​​ 

la luz que emana de tu cuerpo​​ 

no viene de ninguna pieza​​ 

de ningún verso del poeta​​ 

emerge sólo de tu nombre

     ​​ ​​​​ (p. 53)​​ 

 

La entrega del amante es sencilla, mortal y absoluta. Besa el alma como se besa una boca con deseo ardiente. La frontera entre el cuerpo y alma ha desaparecido. Ocurre aquello que nos pasa en la nota​​ más alta del amor mutuo, correspondido: el placer.​​ 

 

(…) tomé tu alma​​ 

y recorrí sus labios

dándoles placer inmenso y extraviado.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p. 54)

 

 

 

Tercera sección: Abrazo la tarde en la quietud del árbol​​ 

 

En esta última parte, el poeta busca algo que se está yendo, que ya se fue y ansía retener.​​ 

 

Me aferro a no perderte​​ 

me aferro a tu cuerpo de sombras

      ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ de hojas que se agitan

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p. 87)

 

En esos momentos del amor, cabe recordar a María Zambrano, cuando en su ensayo​​ Para una historia del amor, nos dice que “el que ama debe estar preparado para la partida” y que, “el amor une pero también pone límites y distancias”. Estamos​​ condenados a vivir con la pérdida. El poeta está triste, pero le quedó la música, el aroma de lo vivido:​​ 

 

Sobre el recuerdo de tu vientre el tiempo se desploma

con una luz que baña la memoria​​ 

     ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ (p.88)​​ 

     

Amar nunca es una pérdida. Es, como diría la poeta Enriqueta Ochoa: “el privilegio más alto de la vida”. Ese ese el laurel que le otorga Apolo al poeta Rubén Márquez, al concluir su canto de​​ Las tardes de Dafne.​​ 

 

 

 

 

Márquez, R. (2024).​​ Las tardes de Dafne. México: Círculo de Poesía Ediciones

 

 

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