Davo Valdés de la Campa (Cuernavaca, Morelos, 1988) es Licenciado en Letras Hispánicas y Maestro en Producción Editorial por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Su obra está centrada en temas como la infancia, la memoria, Cuernavaca (la ciudad en la que reside actualmente), el cine, la música, los libros y los animales. Ha publicado el libro de poemas Leteo (Valparaíso, 2024).
***
I
Tengo en la punta de la lengua una palabra sencilla y
sagrada. Procuro decirla antes de que se desvanezca, hacerla
mía, formar sus letras, serifas y bordes con mi aliento.
Quiero moldear el sonido, trazar su imagen pero
se aferra al silencio, al temblor tartamudo de la lengua.
Persiste una palabra difusa en el pensamiento
que todavía se abstiene al sonido, es, de hecho,
una idea sin figuras definidas, un halo borroso que se me escapa.
Un vocablo incompleto y vago en la punta de la lengua.
Cúmulo de lágrimas en el borde de los ojos.
Busco en el escondite de mi memoria o en la metáfora del
corazón, en donde guardo las palabras que importan, escarbo y
revuelvo.
Atravieso la blancura y vuelvo a la superficie de mis labios vacía,
del movimiento apenas perceptible de la boca no emana ni el recuerdo de un eco.
Ante su silencio digo en cambio otra palabra.
No la que ella quería, sino la que siento apretujada.
Digo en voz alta: “abuela”. Después, murmuro su nombre.
Mis labios surcan la curva de las vocales
y saborean los bordes de las
consonantes.
Escucho la palabra fuera de mí. La veo.
Es una palabra dulce como los duraznos en almíbar.
II
Existen palabras que son silencio
como amusia, ánima, abuela, alivio.
Digo “abuela” y quiero decir algo más sobre ella y sus ojos
o que mis palabras manifieste más que el silencio que me
[abate.
El lenguaje no alcanza para dibujar la verdad de
[la vida.
No puedo decir abuela y decir en el mismo instante:
casa y almíbar.
No puedo nombrarla
—abuela—
y al mismo tiempo decir:
acaso eres tú la madre de la madre que me abandonó,
un tejido cálido que llegaba cada primero de adviento,
un jardín verde siempre rebosante de flores,
un rezo nocturno que apaciguó el horror;
decirlo todo como una sola palabra.
Digo “abuela” y aparece en ti, dentro ti,
en el fondo de tus pensamientos y
anhelos
un postre de semana santa, una maleta con ropa,
un cabello blanquísimo y la televisión apagada reflejando
—ahora y para siempre— nuestra risa.
IV
Las palabras son recuerdos de algo primordial
y ella vive anegada en una marea inmóvil,
en el estanque de la desmemoria.
Lo puedo ver en su mirada brumosa,
en el lloriqueo silencioso que intensamente mana,
en la desesperación de la boca quieta
y el aleteo torpe de los ojos.
Envuelta en una calina ciega,
se arremolinan enunciados
imposibles y el llanto traduce la
forma del olvido o lo que oprime
ciegamente su vida,
que la obliga a callar porque la palabra se esfuma.
Yo tampoco puedo nombrarlo por ella. Pero lo veo.
Como un testigo mudo que observa el flujo
inverso de la memoria.
X
Digo que lo fundamental es lo que no aparece, lo invisible,
o digo cosas como que el olvidar es una forma de
[premonición,
pero tampoco entiendo y quiero retractarme,
volver sobre los pasos de mis enunciados,
hallar el envés del decorado o el hilo solitario que
[entreteje mi lenguaje.
¿En qué momento se cortó la hebra y por qué está a la
[deriva en el jardín?
XIV
Si yo pudiera regresaría. Volvería al inicio del lenguaje.
Diría todas las palabras veinte o cien o quinientas
o mil veces más para no olvidarlas o para
agotarlas y justificar que ahora se desintegran.
Si pudiera volvería a ver el mar por primera vez.
Si pudiera intentaría navegar al centro de mi
[adolescencia,
cuando ella aún no sabía que esto iba a pasar,
o probaría las frutas con los ojos cerrados,
si pudiera, oh, corazón que palpita de muerte,
salvaría ese pez globo atrapado en la playa,
perdonaría todas las ofensas.
Si pudiera arrepentirme a tiempo lo haría.
Si pudiera regresar a la noche en que murió mi perra,
le pediría perdón por no acompañarla al otro lado.
Si pudiera volver, regresaría una y otra vez.
Volvería a la casa de la infancia, me escondería de nuevo
[en el clóset,
abrazaría la misma cobija, me tendería sobre el césped
esperando que mi abuelo me llamara para ir a buscarla.
Si pudiera iría incluso más atrás, a la casa de los padres,
cuando todavía estaban juntos y yo era una promesa
[invisible.
Si pudiera trazaría el mismo recorrido en reversa
para no ver a los muertos a los ojos, iría hasta lo más
[recóndito
para que pudieras encontrarme antes y te llevaría de la
[mano a visitar
todos tus recuerdos. Si pudiera devolverte la memoria lo
[haría.
Si en mí estuviera regalarte esa palabra
que detrás de la lengua no encuentras. Lo haría por ti.
Lo haría por tus seis hijos vivos, por tus tres hijos
[muertos,
por tus nietos y bisnietos que nunca vas a reconocer,
por sus nombres y sus rostros.
Lo haría por cada aurora que olvidaste,
por la misericordia de los ángeles a los que tanto rezas,
lo haría por todas las casas que construiste
y que ahora están abandonadas,
con hojas secas regadas en sus patios.
XVI
Como un recuerdo visto a través del agua,
la casa de la infancia tiembla y se tambalea
y sé que si olvido las cosas será como tocar el silencio.
XXXVIII
Mi abuela habla otra lengua. Lo descubrí hace poco.
Una forma de lenguaje inaccesible para nosotros.
Es una gramática simple y llana desde el olvido.
Al perder el recuerdo de las
cosas, se aprende un idioma
nuevo:
uno que halla en la tristeza del silencio
lo fundamental:
la casa de la infancia, el cuerpo amado.
Mi abuela escribe el poema perfecto con sólo las palabras
[esenciales.
En su lenguaje olvidó lo que estorba y distrae,
se quedó con el balbuceo eterno
de quien entre el inmenso océano del lenguaje
encuentra el espacio silencioso, la precisión,
los vocablos significativos, una voz que lo dice
todo,
que se sostiene todavía de cara al olvido,
todavía en la frontera de la locura,
en los huecos y las lagunas de los recuerdos,
anegada en ella misma, una voz que naufraga en una balsa
que no navega más.
Mi abuela es ahora dueña de un lenguaje secreto:
posee lo necesario para abrir la puerta de la muerte,
del otro lado del río.