Luis Paniagua (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979) es autor de Los pasos del visitante (Ediciones de Punto de partida-UNAM, 2006), Maverick 71 (Literal Publishing, 2013), □ (Revarena-Dirección de Literatura, 2017), Umbrales (Universidad de Guanajuato, 2018), La patria es praderade corderos segados por el filo y el veneno (UNAM, 2019), Claro rastro del mundo oscurecido (STyC Morelos, 2020) y Entre los árboles, la voz (FOEM, 2023).
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Crónica sobre un ajuste de zapatos
Un suave andar sobre el pasto abundante como
una esperanza de algo. El zapato es siempre duro.
Yehuda Amijái
[…] la esencia de la vida consiste precisamente en la repetición.
Joseph Brodsky
Orillado del sueño, al borde de la cama,
Individuo colócase un zapato.
A excepción de niños de cierta edad,
es un ejercicio más bien sencillo:
se levanta un pie (por lo general
es el derecho) y
se comienza a descenderlo al interior oscuro
(se diría que con cuidado,
pero en verdad
es una operación automática.
(Usual es pensar en una grúa que maniobra
para bajar su carga,
un contenedor que es removido
de un buque hasta la aduana.)).
Con movimientos levísimos
va encajando la extremidad
hasta que calza.
Individuo
a veces descubre que le aprieta
(y cuando digo: “a veces descubre que le aprieta”,
pienso que no descubre nada,
que es consuetudinario,
que no descubre nada porque sabe
de la incomodidad
desde antes de calzarlo.
Tan sólo al traerlo a la memoria
se siente cómo ajusta. Así que
no descubre nada,
pero igual se lo pone
porque no tiene de otra
(este poema no es un reclamo social
debido a las lamentables condiciones laborales,
aunque haya empezado a parecerlo)).
Individuo
descubre entonces que le aprieta, decíamos,
y le asperje alcohol
para que afloje. (Los zapatos
son una de las cosas de este mundo
que al alcohol ceden,
se distienden, se relajan;
yo mismo, al escribirlo,
me voy poniendo laxo,
pero éste no es mi turno.)
Luego levanta el talón
y deja la punta pegada al suelo;
repite unas cuatro, cinco veces, y ya está.
Después viene el otro pie
(que por lo general es el izquierdo),
pero ya no describo el proceso
de calzarlo
porque ya lo sabemos.
Es la lección de los zapatos:
los seres humanos somos
básicamente
pura suma de repeticiones
que a veces sirven
si no para encontrar,
sí por lo menos
para buscar
algún camino,
algún sitio seguro
donde poner los pies.
Oración que guardo en la cartera
Agua
que sueñas con el mundo,
permíteme
la certeza del musgo,
el silencio vítreo
de los pozos tapiados
la elocuencia
de la mancha de humedad
que prospera a través de la pared.
Lenguado
No
morderás
el anzuelo,
pez lenguado,
el ansiado
acento otorgarán
las algas,
el chasquido
que en su vaivén
dibuja un látigo.
Infundadas calamidades en un grano de arroz
En el galeón hundido de la noche
brilla la moneda de plata
de tu insomnio.
Mis huesos, la maquinaria exacta
que ayuda a levantar (como una grúa
que trajina en santísimos cielos)
el templo siempre en ruinas
de este cuerpo que soy,
crujen en mi interior con un sonido
que es distinto para el mundo y para mí.
Al erguir la espalda, antes arqueada
sobre el cuaderno, como para ver mejor,
oigo el llamado de eso que soy, y por un momento,
la espalda derecha, la mirada fija en la pared,
creo ver con más claridad
a medida que escribo este poema.
Como los huesos de mi columna,
cruje la osamenta de mi lengua en este verso
tratando de ver mejor
y de mejor decir
lo que hay afuera.
Un dardo a la mitad de la espalda:
esa palabra que a altas horas
nos pone de pie
y nos obliga
a bailar la torpe danza
que busca
el ajuste de los pies con las pantuflas
(mística danza entre el mundo en el que somos
livianos ángeles sin alas y el orbe
del afilado hierro de las cuentas impagas).
Nos alzamos en piernas, inseguros,
y rozamos con los brazos doblados
la inagotable, la insoportable saeta,
el pinchazo en la punta de la espalda de la lengua,
de la columna vertebral de lo que no se dice,
y tanteamos la sangre caliente
y sentimos el venablo limpio
y nos contorsionamos en poses ridículas
como cuerpos poseídos por demonios
para tocar una belleza que siempre ha de quedar
fuera del alcance.