Poesía mexicana: Luis Paniagua

Leemos poesía mexicana. Leemos algunos inéditos de Luis Paniagua (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979). En 2020 recibió el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry. Su libro más reciente es Entre los árboles, la voz (FOEM, 2023).

 

 

 

 

 

 

Luis Paniagua​​ (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979) es autor de​​ Los pasos del visitante​​ (Ediciones de Punto de partida-UNAM, 2006),​​ Maverick 71​​ (Literal Publishing, 2013),​​ □​​ (Revarena-Dirección de Literatura, 2017),​​ Umbrales​​ (Universidad de Guanajuato, 2018),​​ La patria es praderade corderos segados por el filo y el veneno​​ (UNAM, 2019),​​ Claro rastro del mundo oscurecido​​ (STyC Morelos, 2020) y​​ Entre los árboles, la voz​​ (FOEM, 2023).​​ 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

Crónica sobre un ajuste de zapatos

 

Un suave andar sobre el pasto abundante como

una esperanza de algo. El zapato es siempre duro.

Yehuda Amijái

 

[…]​​ la esencia de la vida consiste precisamente en la repetición.

Joseph Brodsky

 

 

Orillado del sueño, al borde de la cama,​​ 

Individuo colócase un zapato.

 

A excepción de niños de cierta edad,

es un ejercicio más bien sencillo:

se levanta un pie (por lo general

es el derecho) y

se comienza a descenderlo al interior oscuro​​ 

(se diría que con cuidado,

pero en verdad​​ 

es una operación automática.

 

(Usual es pensar en una grúa que maniobra​​ 

para bajar su carga,

un contenedor que es removido​​ 

de un buque hasta la aduana.)).

 

Con movimientos levísimos​​ 

va encajando la extremidad​​ 

hasta que calza.

 

Individuo

a veces descubre que le aprieta

(y cuando digo: “a veces descubre que le aprieta”,​​ 

pienso que no descubre nada,

que es consuetudinario,

que no descubre nada porque sabe

de la incomodidad​​ 

desde antes de calzarlo.

Tan sólo al traerlo a la memoria

se siente cómo ajusta. Así que

no descubre nada,​​ 

pero igual se lo pone

porque no tiene de otra

(este poema no es un reclamo social

debido a las lamentables condiciones laborales,​​ 

aunque haya empezado a parecerlo)).

 

Individuo

descubre​​ entonces que le aprieta, decíamos,

​​ y le asperje alcohol

para que afloje. (Los zapatos​​ 

son una de las cosas de este mundo

que al alcohol ceden,​​ 

se distienden, se relajan;

yo mismo, al escribirlo,​​ 

me voy poniendo laxo,

pero éste no es mi turno.)​​ 

 

Luego levanta el talón​​ 

y deja la punta pegada al suelo;

repite unas cuatro, cinco veces, y ya está.

 

Después viene el otro pie

(que por lo general es el izquierdo),​​ 

pero ya no describo el proceso

de calzarlo

porque ya lo sabemos.

 

Es la lección de los zapatos:​​ 

los seres humanos somos​​ 

básicamente​​ 

pura suma de repeticiones​​ 

que a veces sirven

si no para encontrar,​​ 

sí por lo menos​​ 

para buscar​​ 

algún camino,​​ 

algún sitio seguro

donde poner los pies.

 

 

 

 

 

 

 

 

Oración que guardo en la cartera

 

Agua​​ 

que sueñas con el mundo,

permíteme

la certeza del musgo,

el silencio vítreo

de los pozos tapiados

la elocuencia​​ 

de la mancha de humedad

que prospera a través de la pared.

 

 

 

 

 

 

 

 

Lenguado

 

No

morderás

el anzuelo,

pez lenguado,

el ansiado

acento otorgarán​​ 

las algas,

el chasquido

que en su vaivén

dibuja un látigo.

 

 

 

 

 

 

 

Infundadas calamidades en un grano de arroz

 

En el galeón hundido de la noche

brilla la moneda de plata

de tu insomnio.

 

 

 

 

 

 

 

Mis huesos, la maquinaria exacta

que ayuda a levantar (como una grúa

que trajina en santísimos cielos)

el templo siempre en ruinas​​ 

de este cuerpo que soy,

crujen en mi interior con un sonido

que es distinto para el mundo y para mí.

 

Al erguir la espalda, antes arqueada

sobre el cuaderno, como para ver mejor,

oigo el llamado de eso que soy, y por un momento,

la espalda derecha, la mirada fija en la pared,​​ 

creo ver con más claridad

a medida que escribo este poema.

 

Como los huesos de mi columna,

cruje la osamenta de mi lengua en este verso

tratando de ver mejor​​ 

y de mejor decir

lo que hay afuera.

 

 

 

 

 

 

 

 

Un dardo a la mitad de la espalda:

esa palabra que a altas horas

nos pone de pie​​ 

y nos obliga

a bailar la torpe danza​​ 

que busca

el ajuste de los pies con las pantuflas

(mística danza entre el mundo en el que somos

livianos ángeles sin alas y el orbe

del afilado hierro de las cuentas impagas).

 

Nos alzamos en piernas, inseguros,

y rozamos con los brazos doblados​​ 

la inagotable, la insoportable saeta,

el pinchazo en la punta de la espalda de la lengua,​​ 

de la columna vertebral de lo que no se dice,

y tanteamos la sangre caliente

y sentimos el venablo limpio

y nos contorsionamos en poses ridículas

como cuerpos poseídos por demonios

para tocar una belleza que siempre ha de quedar

fuera del alcance.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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