TRÍGONO
(Una pregunta, un descubrimiento y una declaración)
Interrogante
¿Crees que me alcance el tiempo?
Quiero, secretamente, mirar el mundo y encenderlo.
Qué envidia tengo de las cosas
que ya son sin preguntarse:
lluvia, sol, luz, roca.
¿He de volverme de piedra para poder sentirlo?
Mientras tanto: respira profundo.
Meditar es practicar para la muerte.
Mientras tanto: respira profundo.
Hay tiempo suficiente para estar muerta,
encontrarse, siempre nuevamente, en el principio,
ser la serpiente mordiéndose la cola.
Sensor
Mi piel fruncida al frío: sensor.
Mis oídos alertas: sensores.
Sensor, mi boca salivante.
Sensor también mi mente:
alucinación del pensamiento.
Qué terrible no poder dejar de ser radar o búsqueda.
Con estos sensores percibo:
el silencio que no existe,
el agua hirviendo que no quema,
la luz que rebota y que permite.
Ensucio todo lo que por mí atraviesa,
ni un suspiro se libra de mi misma,
nada es por sí solo, ideal o puro.
La pureza, para permanecer invicta,
ha de ser país de formas virgenes.
La virginidad, un estado inaccesible,
que persigo y se me niega.
Qué maravilla poder ser
hallazgo, encuentro,
nota, partícula, silencio.
Desarraigados, hijos de nadie,
desterrados del estado ideal
amarrados en el centro visceral.
Sensor, sensor, sensor.
Qué terrible no poder dejar de ser radar o búsqueda.
Todavía de piedra
La aspereza de la roca:
no saber tenerla, no poder tenerla
mas ser de roca en su contacto.
La dulzura de la fruta
que no existe en la saliva
hasta poner la boca en ella.
Despertar a la existencia de lo ajeno,
comprobar en el contacto sus matices,
abandonar el centralismo invicto,
autómata.
Sumergirnos en las profundidades,
un halo de luz rompa la superficie,
nos alcance en el sueño de lo uno:
bagaje antiguo y escondido de palabras,
discurso estéril que no sirve
sino para abandonarse: ser rendido.1
Así, en el agua, me despiertas
y no sabemos si es tu boca
o es la mía, la boca que nos besa.
Así, en el entierro, que es el cuerpo, me das vida
y no sabemos si es tu cuerpo
o es el mío, esta mezcla que nos reconcilia.
Nadie está soñando
¿Nadie está soñando?
Nadie está, soñando
he elegido, de entre todas las palabras,
darte la ausencia en las definiciones:
ningún beso mío busca descifrar tu boca,
sino mantenerla interrogante
ante el pasar del tiempo.
Poder ser de tu boca en su saliva
y poder ser de piedra
y no tener que preguntarme.
Imposibilidad
Hay belleza además
donde tú miras,
mas no me pertenece:
el sol,
el cielo,
el viento,
que te toca,
es sólo tuyo.
Sobre esta ciudad
se oxidan las hojas
de las buganvilias
que, como yo, nacieron
para que las mires.
No hay primavera
en mi nostalgia
y tú eres verde.
Este otro mapa
Trazo una línea de color rojo
por el borde digital de un párrafo,
así evito ensuciar el texto.
El texto no podría ensuciarse,
todas las cosas necesarias
saben reciclarse a sí mismas.
Trazo una línea de color rojo
por el borde digital de un párrafo,
pienso en el poema que escribiste:
ese mapa donde trazarías
con una línea la caminata
hasta nuestro primer beso.
Andar más de diez kilómetros
desde Bellas Artes a Mixcoac.
Lugar donde se venera a la serpiente nube.
Recuerdo el mapa sobre la sala
de los amigos economistas:
España: Madrid y Barcelona.
Ciudades testigos de su origen
caminos andados en su historia.
El amor no es algo original.
Entonces: otro rojo
te absorbe por completo,
estalla de tus puños a los muebles.
El amor no es algo original,
pienso mientras me resiento.
Cajas de chocolates envueltas
en absurdos celofanes rojos,
con peluches de papelerías,
mecanismos predeterminados,
espacios siempre consumidos
donde los demás se aman.
No tengo permiso, no tengo amor,
sólo esta sutil tensión irracional:
ser como ese aroma de la hierba
apenas prendido en el plumaje.
Ser el animal que no pretende
penetrar el cuerpo de la hierba.
Encarnar la mirada con esa sutil mezcla
donde dos de reinos tan distintos se aman.
En mi memoria un anillo gira en esta mesa,
por su presencia o por su inexistencia.
Ningún hilo rojo que condujera
de Bellas artes a Mixcoac.
Sólo este borde en el texto que no ensucia.
Rojo, mientras mi memoria se desgarra.
Rojo, el animal frota su piel contra la hierba.
Rojo, el anillo en la mesa está girando.
Rojo, dos jóvenes caminan sin ningún mapa.
Ningún hilo rojo que conduzca
de tus manos a mis manos.
Ningún anillo que sostenga
nuestra otredad en la promesa.
La falsedad de tu poema,
tu negligencia para amar:
ese mapa que me regalarías
si tan solo fueras capaz de levantarte de esta mesa.
Soneto II, Garcilaso de la Vega, v. 8.