Foto de portada de Mónica Trueba
Ha muerto el poeta y artista plástico Juan Manuel García Jiménez (Zacatecas, 1979-2024). Publicó los libros Acuarelas, Bitácora de la cursilería, En el resquicio de los que se preguntan si Dios tiene sed o ha perdido la fe, Cecilia Blues, A veces Dios tiene una soledad más grande que Lisboa, entre otros. Dirigió el taller de gráfica Enrique Guzmán y la editorial Cecilia Cartonera. Publicamos en su memoria esta entrada que incluye dos recuerdos, uno de Mario Bojórquez y otro de José Antonio Banda; dos poemas de Juan Manuel García Jiménez: Cecilia Blues y Bitácora de la sala de trasplantes, además de una selección de sus dibujos de la serie Salbutamol con otoño.
Lámina de oro órfica para mi amigo Juan Manuel García Jiménez
Mario Bojórquez
Querido Juan Manuel, hace apenas unas horas pensaba que el dios que debía ampararte en este tránsito era el Señor de los venenos y pensé en tu poema Cecilia Blues, en donde buscabas devorar el azúcar de la dulce memoria de Cecilia, de cómo en restaurantes y hoteles robabas el azúcar para darle de comer a las hormigas. Hombres de nuestro signo fueron llamados por los griegos, mellitus, los hombres miel, porque se dieron cuenta que al irrigar su orina se congregaban en torno de ella las hormigas movidas por el dulzor del líquido, esta condición destruye los órganos de aquellos que han sido tocados por ese destino, pensaba en los venenos que nos aniquilan, en el dulce veneno de Cecilia y en el mito de Eurídice, la pérdida de la amada, la desolación de perder para siempre el objeto de nuestra pasión. No fue otro tu destino de poeta, sino el de cantar la pérdida del amor, así en Cecilia Blues como tú, el poeta John Keats lamentó la pérdida de La belle dame sans merci quien lo había embrujado con sólo cuatro besos, y aún más, Lord Randall quien se comió aquel guiso de anguilas envenenadas que la bella bruja cocinó para él a los diecinueve años como tu Cecilia el arroz blanco en el bosque de tu meditación. El dios en función de psycopompo es el poeta Orfeo, él conoce los senderos que irás atravesando ahora, aunque te quedes un poco aquí visitando a los amigos, pasando por la hermosa cocina de tu madre con sus jarros en la pared, por el taller de los grabadores amigos, como yo mismo te vi en la niña sonriente de esta tarde. Sentirás, entonces, primero el cuerpo pesado como una piedra y luego, como si fuera tierra blanda te despojarás de su peso y concreción, no te detengas en eso, eso no importa ya, revisaremos juntos las escatológicas láminas de oro de nuestros hermanos órficos, las de Hiponio, Farsalo y Petelia, que dicen claramente: “Esta es la empresa de Mnemósyne, cuando estés a punto de morir. A la bien construida casa de Hades te dirigirás: en la derecha hay una fuente, y junto a esta un blanco ciprés, erguido. Allí, cuando bajan, se refrescan las almas de los muertos. No vayas cerca de esta fuente ni un poco, sino que delante encontrarás agua que fluye fresca de la fuente de Mnemósyne. Unos guardianes se encuentran en su orilla. Estos te preguntarán con ánimo sagaz por qué exploras la oscuridad sombría del Hades. Diles: Soy hijo de la Tierra y del Cielo estrellado. Estoy sediento y muero. Pues bien, dadme, de prisa a beber agua fresca de la fuente de Mnemósyne. Y en verdad que le preguntarán a la reina subterránea, y en verdad que te darán a beber del agua fría de la fuente de Mnemósyne. Y también, en verdad, tú, tras haber bebido, te irás por la sagrada vía por la que también los otros iniciados y Bacos ilustres avanzan.” Esto es lo que me urgía compartirte esta tarde, cuando te encontré en el piso 3, sala 7, cama 12 del Seguro de Zacatecas, tu amable hermana Sonia estaba a tu lado, cariñosa e impecable. Nos veremos, Juan Manuel, en las Islas Afortunadas, las indicaciones para llegar allá nos las ha dado Orfeo, el hijo de la musa Caliope y de Apolo, el nieto de la bella Mnemósyne y de Zeus, el Rayo y la Memoria nos amparan.
Mnemosyne, de Dante Gabriel Rossetti, 1881, vía Delaware Art Museum, Wilmington, Delaware, EE.UU.
Mario Bojórquez y Juan Manuel García
Imagen de Juan Manuel García
José Antonio Banda
A Juan Manuel García Jiménez lo conocí en Guanajuato, en el 2014, durante el festival de literatura y artes, Interfaz, que comandaba Mario Bojórquez. Después de una jornada de lecturas, oímos sobre una fiesta que se gestaba en una habitación del hotel donde nos hospedábamos. En algún momento la noche se puso extravagante: frente a nosotros pasaron imitadores de poetas, saltimbanquis, trovadores, cristos de Iztapalapa —que luego supimos eran parte de un grupo de música eslava—. A mitad de la fiesta, llegaron los guardias del hotel para desalojarnos. Antes de que eso ocurriera, yo me senté en un rincón en donde Juan José Macías, Esteban Ascencio y Juan Manuel García hablaban con desparpajo. De una esquina sacaban una botellita y después de cada brindis seguían risas y más brindis. Casi al final de la juerga, ya rayando el alba, me pidieron leer unos cuantos poemas. Juan Manuel se entusiasmó tanto con mi poesía que prometió publicarme un libro cartonero. Al poco tiempo cumplió. Un hermoso caballito ilustraba los poemas escritos en memoria de mi abuelo. Después, habló de invitarme a presentarlo a Zacatecas, en donde era uno de los promotores culturales más movidos del medio. Sin apoyo de las instituciones, leía con megáfono en mano poemas en voz alta, los pegaba en muros, puertas y postes, hacía exposiciones e intervenciones culturales. Célebre era su inauguración del puente Mario Bojórquez —pegando una hoja de papel bond con el nombre del poeta en uno de los barrotes—, en donde haría lecturas y otras actividades artísticas.
El festival al que me invitó a presentar mis libros cartoneros se hacía en Guadalupe, frente al Museo Regional. Leímos poesía en la Casa de la Cultura y en los bares de la localidad en donde Juan Manuel leyó los siguientes versos, que ahora recuerdo con emoción: “Negarse a plantar árboles / desfigurar la madrugada / insistir en la sed de escribir / dibujar a André Bretón […] negarse a recitar a López Velarde”. En la escritura, Juan Manuel García halló el dibujo de sus poetas predilectos, la madrugada rehecha a su capricho, a su imaginación plasmada en los tantos grabados que, de forma insólita para mí, a plena calle sus admiradores le pedían como pan caliente. Yo lo invité a Irapuato, en donde habló de su oficio cartonero, leyó poemas, charló con mucha gente y se carcajeó con y de otros tantos. Juan Manuel a veces, como yo suelo serlo, era solemne, nostálgico como su poesía, pero en otras ocasiones poseía una alegría desbordante y corrosiva, que desenmascaraba a más de uno. “A ese sólo le falta decir que tiene escondida la imprenta de Gutenberg”, dijo en aquella ocasión.
Después de su visita a Irapuato, supe que había caído en el hospital por un problema renal. Durante su estancia en la clínica, escribió una pequeña serie de poemas que tituló Bitácora de la sala de trasplantes, “Estaré un mes y medio en Torreón / en el Hospital de Trasplantes […] / mi ironía ha desaparecido / siento que soy otra persona / tengo una seriedad que me enfada / soy amable, no hago bromas / no me burlo de nadie / pienso la desolación”. Atrás había quedado la burla a poemas y poetas lopezvelardeanos, las bromas a los cristos de Iztapalapa, a los imitadores de poetas. En los dédalos hospitalarios, en donde nació por segunda vez, según escribió el poeta en Facebook, la voz poética de Juan Manuel García halló otras tesituras que lo hermanaban con una larga historia de poesía elegiaca: “Cada vez que uno entra al quirófano […] / yo imaginaba mi muerte […] / …entristecía / en creer que mi Madre / tendría que entrar por mis objetos personales / inútiles, devastados e inservibles”. Al final de todo, bajo el quirófano del tiempo, sólo quedan de nosotros un puñado de objetos, como lo pueden ser los poemas, inútiles a la sociedad, pero no a la voz memoriosa que desea recordar con ojos verbales a las personas queridas, piezas devastadas que “cobijan de este frío de muerte / con una infinidad de palabras”.
Para Juan Manuel García, como suele serlo en todos los poetas de estirpe romántica, la poesía era capaz de otorgarle tranquilidad, de cobijarlo ante el frío de la indiferencia del mundo, ante la existencia misma: “Todos somos tan parecidos / sólo nos reconocemos por las frases / […] nos reconocemos por la palabra”. ¿Qué otra cosa es la palabra poética sino un fuego interior, una suerte de canal para alcanzar al fin la anagnórisis, cara a los pacientes de la sala de trasplantes? Termino esta nota apresurada y apesadumbrada con una observación: hoy se pierde a un gran promotor cultural, a un entusiasta como pocos de la plástica y la poesía, a un gran artista, editor artesanal incansable, con sus hermosos libros cartoneros o sus otras piezas en madera; pero, además de eso, y quizá por encima de todo lo anterior, también perdemos a un gran amigo.
CECILIA BLUES
Juan Manuel García Jiménez
I
he robado el azúcar de hoteles
y restaurantes en la necesidad
de sentir el vientre
de memorizar a Cecilia
el azúcar atrae la dulzura
deseo pertenecer a la nada
II
recito de memoria
hoteles y frases
que transcurrí con Cecilia
hay algo de ella eternamente
en mis manos en el azúcar
que tiro para que las hormigas
hagan sus labios
III
Cecilia era una madrugada
yo conocía el mito
donde las brujas dan
la sangre y atraen
a sus amantes eternamente
la amaba
mucho antes de beber
su sangre
IV
hay un arroz blanco pan
un olor de bosque
ningún suicida en la mesa
agua en abundancia
Cecilia cocinó en sus diecinueve años
ella es mi hogar
V
ella tuvo la bondad
de hacer una lluvia
detener sus gemidos
tomar mi rostro y balbucear mi nombre
VI
el ahogo Cecilia se marchó
la casa se derrumba
como enfermedad crónica
la conciencia me hizo una cicatriz
de su olor de su taciturna mirada
no dejó ninguna foto
en los hoteles de paso siempre
desconfían de los hombres solos
VII
tal vez la Cecilia que habita
mi memoria no existe
y es otra mujer
cuestionando a los espejos
o es ella dejando los recuerdos
y su pantalón de mezclilla
pero su contestadora ha envejecido tanto
que guarda su voz en años
VIII
un nombre como Cecilia
estrecha el mundo
hace lugares comunes
un poema fallido
toda escasez cabrá
hasta la propia
IX
la mujer sí la de pelo negro
sostiene sus manos en un milagro de sí misma
tiene en su bolso un libro
que ha roto miles de veces con su vista
al que ha subrayado de la página 30 a la 40
al que le pegó su olor con el pulgar
sí las que dijo gracias
cuando alguien sostuvo la puerta
para que ella entrara y
sostuvo el tiempo
la cotidianidad
al regresar a casa sostendrá
los lugares comunes como una magia
inadvertida
irrespirable
BITÁCORA DE LA SALA
DE TRASPLANTES
Juan Manuel García Jiménez
Cuál es el camino
que tengo que tomar
si solo hay un destino
al que puedo llegar
Vicentico
1
Estaré un mes y medio en Torreón,
en el Hospital de Trasplantes
mientras viajo de Zacatecas a Torreón,
mi ironía ha desaparecido,
siento que soy otra persona,
tengo una seriedad que me enfada
soy amable, no hago bromas
no me burlo de nadie,
pienso la desolación, es un hospital
sonrío discretamente mientras pienso esto.
2
El hospital es enorme,
como un laberinto de la incertidumbre
yo estoy en el séptimo piso de trasplante.
Mi hermana menor me donará su riñón
en la ternura de un Dios misericordioso
que se mutila de una parte fundamental,
ella está en el cuarto piso.
3
Estaré 8 días antes de la operación
en la sala de trasplantes
en la sala se encuentran pacientes
que llevan días, incluso un mes,
ellos me cobijan de este frío de muerte,
con una infinidad de palabras.
4
Antonio será trasplanto,
su esposa que esta junto a él
desde hace 20 años le donará su riñón,
él cuenta que la amaba,
que ahora la ama más
él usaba bigote, antes de la operación
enfermería le pide se rasure.
Dice que su mujer lo miró
mientras esperaban la operación
le dijo que se miraba muy bien sin su bigote
él la quiso tomar de la mano
pero una camilla los separaba.
5
Fidel antes del trasplante,
camina por los pasillos
se queja de mínima cosa
un pequeño dolor de dedo
de tener que bañarse,
se queja que en su dieta
le dieron pollo, por el calor,
por la sonda.
Por fin lo trasplantaron
dicen las enfermeras
que anestesiado Fidel se quejaba de sus sueños.
6
Don Raimundo viene al hospital
por una infección pulmonar,
nos encontramos por primera vez,
en la sala de trasplantes,
en el área de televisión,
me habla sobre la sensibilidad ante el otro,
sobre su juventud, de las mujeres que él amó,
me repite que a él le interesa el bienestar de los otros,
en horas no me ha permitido ni siquiera decirle mi nombre.
7
Cuerpo desamparado al dolor
cuerpo habitado por el calor de la madrugada
cuerpos con las sondas
cuerpo devastado por el medicamento
cuerpo acechado por la muerte
cuerpo que adelgaza brutalmente.
RESISTE
Aférrate a lo cotidiano
cuerpo que habita la luz tenue de este hospital
ten piedad de mi mente.
8
Cuando el cuerpo muera
¿el alma tendrá el recuerdo
de la ciudad que habito,
de las mujeres que trascurrieron el corazón,
de la genética que construyó el cuerpo?
¿Recordará el dolor de los dedos,
de la mala visión?
¿Recordará el idioma que nos permitió
comunicarnos con los lugares comunes?
9
Mi mamá dejó Zacatecas,
me acompaña al hospital de Torreón.
Mi madre es puntual a la hora de visita,
yo la espero en la sala de trasplantes,
hablamos durante todos los días durante media hora,
antes de entrar a la sala extiende sus brazos,
yo extiendo la fragilidad de mi infancia
y comienzo a llorar.
10
Camino en silencio para que la muerte
no escuche mi andar por este hospital.
Confundo mi ruido cardíaco
con el ruido del calefactor,
mi movimiento lo camuflo
con el ruido del entorno,
evito soñar, ya que los sueños
hacen ruido en el vientre de la fe.
11
La doctora cubre su boca
jamás he mirado sus labios
¿qué ocultará?
una pradera de rocío
la ternura de la piel
el exilio de un paraíso,
sus ojos traen la tranquilidad,
cuando habla parece que su voz
viene del interior de su corazón.
12
Me hicieron un ultrasonido,
para verificar esté bien,
del trasplante de riñón,
por primera vez, en este aparato
escuché mis ruidos interiores,
estridentes como mi risa,
ninguna melodía clásica
que traiga la tranquilidad,
ningún ruido poético.
Ahora me complace
jamás haber hablado
con mi interior,
era una insistencia de mi Padre,
me repetía ¡Hijo, habla con tu interior!
13
Electrocardiograma
Línea constante
de montañas,
de la incertidumbre.
14
Las batas de hospital
nos hacen a todos tan iguales,
demasiado viejas, colores insípidos,
cortas, para que puedan acceder las sondas
e inyecciones con facilidad.
Todos somos tan parecidos,
sólo nos reconocemos por las frases,
por nuestras historias y oficios
que contamos, que tal vez son mentiras
pero a pesar de esto, nos reconocemos por la palabra.
15
Su cuerpo cada día
es la fragilidad,
que mínimo viento la balancea,
su alma, un bosque inamovible.
16
Para ingresar a la sala de trasplantes,
nos han pedido un jabón, papel sanitario,
una toalla y sandalias.
Cosas comunes, que adentro
se vuelven indispensables.
Cada vez que uno entra al quirófano,
o muere, los familiares recogen estos objetos,
yo imaginaba mi muerte, mientras entristecía
en creer que mi Madre
tendría que entrar, por mis objetos personales
inútiles, devastados e inservibles,
ella los abrazaría como si fuera yo.
17
Ya me dieron de alta del Hospital,
mis hermanos, han rentado
una habitación enfrente.
Por indicaciones de los Doctores
no tendré que salir en un mes del cuarto,
sólo puedo salir a análisis y consulta
cada semana.
Ya tengo 17 días cerca de la clínica,
hasta ahora, no sé porqué parece
que por primera vez escucho,
el ruido de la ambulancia,
pienso ¿qué es lo que he dejado de escuchar,
y mirar a pesar de que esté cerca de mí?
18
El amor a primera vista
jamás se debe de justificar,
existen todas las declaraciones sobredichas
no es necesario poseer nada, ni siquiera saber
el nombre de ella,
su propia existencia, lo explica todo
uno debe ante esto, seguir el camino
su belleza, nos regresará su presencia eternamente.
19
Por recomendación médica,
debo de comer frutas,
llego a un Restaurante en Torreón
donde estas tú
Paraíso que yo creía inexistente
Eva de Torreón, me preguntas
¿Qué fruta deseo?
yo te contemplo y te digo,
podemos existir en el Paraíso,
pero si tú deseas nuestro exilio
incluye manzana.
20
Con el Trasplante, viene el rechazo
de mi cuerpo al riñón donado,
para que esto no suceda,
me darán pastillas inmunodepresoras,
así mi cuerpo acepte el riñón donado
pero estaré susceptible a cualquier infección,
durante meses.
Otra indicación, no podre besar a nadie,
ni hacer el amor en seis meses,
pienso cómo besarte con palabras
mientras tú, atiendes el restaurante de dieta.
Algunos dibujos de la serie
Salbutamol con otoño
Juan Manuel García Jiménez