Jochy Herrera escribe sobre la poesía de Mario Obrero

El ensayista dominicano Jochy Herrera escribe sobre el trabajo del poeta español Mario Obrero (Madrid, 2003). Publicó en Visor Peachtree City (2021). Su libro más reciente es Tiempos mágicos (La Bella Varsovia, 2024). Jochy Herrera es cardiólogo y ensayista. Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña 2024, República Dominicana.

 

 

 

 

 

Peachtree City​​ y los viajes de Mario Obrero

 

Arthur Rimbaud contaba con apenas 19​​ años​​ cuando​​ completó​​ Una temporada en el infierno, su única obra​​ publicada;​​ en ella,​​ aparecen textos escritos durante​​ su​​ adolescencia​​ que desde​​ muy​​ temprano​​ revelaron​​ un​​ profundo​​ carácter simbolista​​ que​​ prefigurará​​ las posteriores​​ producciones surrealistas,​​ incluso​​ las de​​ André​​ Bretón. No en vano el Nobel Camus​​ le​​ bautizará​​ como​​ “el más grande de todos los poetas”. Dotado de una​​ decidida​​ y avanzadísima​​ visión​​ vanguardista,​​ el​​ enfant terrible​​ de la literatura francesa​​ decimonónica sacudirá​​ el género​​ tiempos a venir​​ como el​​ iluminado que​​ a través​​ del​​ largo, inmenso,​​ y razonado​​ desarreglo de todos los sentidos​​ se hará vidente.

Semejante​​ precocidad tiene​​ pocos​​ precedentes​​ en la literatura occidental, a nuestro juicio,​​ parece ser​​ el resultado de​​ la​​ inusitada​​ sensibilidad​​ característica​​ del​​ joven​​ escritor​​ quien​​ inicia​​ el accidentado camino existencial​​ en una​​ compleja y​​ telúrica​​ época;​​ y,​​ claro está,​​ también​​ por​​ poseer​​ un​​ prodigioso​​ talento que podría considerarse innato dada​​ su​​ temprana aparición.​​ Ambos rasgos​​ de Rimbaud​​ son​​ reflejados en uno de sus más emblemáticos versos:​​ Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos fluían…​​ ¿De qué antaño​​ podría​​ hablar​​ alguien que​​ ha vivido apenas​​ un poco menos de​​ dos​​ décadas?​​ ¿A​​ qué festín, a​​ cuantos corazones​​ y vinos​​ podría referirse​​ un chico de​​ su edad?​​ 

​​ ​​ La llamada poesía joven de hoy​​ ―preferiría llamarla​​ bisoña​​ o​​ incipiente,​​ Rimbaud aparte,​​ es una que,​​ por fortuna​​ va en​​ crecimiento​​ particularmente en Iberoamérica​​ toda vez​​ que​​ ha de​​ (sobre)vivir​​ además​​ cada cosa​​ que la generación​​ Z ―los nacidos en pleno cambio de siglo​​ han​​ abrazado​​ como fisonomía​​ de su ethos:​​ la​​ tecnología​​ digital, internet,​​ y la indetenible fluidez del existir que impide​​ toda pausa al pensamiento.​​ Doble desafío, heroico,​​ pues,​​ será​​ el asumir​​ tal afronta​​ mientras se intenta crear​​ bajo el compromiso​​ de lealtad​​ con​​ la palabra poética.​​ 

Es en este contexto​​ donde​​ cabe​​ estudiar​​ el llamativo caso de Mario Obrero (Madrid, 2003),​​ el​​ ventiuñero​​ poeta, músico,​​ y pintor​​ precozmente​​ seducido por la magia de los significantes​​ quien a la fecha​​ lleva en su haber​​ varios premios y​​ un ramillete de robustos​​ poemarios:​​ Carpintería​​ de armónicos​​ (Universidad Popular José Hierro,​​ 2018),​​ Ese ruido ya pájaro​​ (Ediciones Entricícoples,​​ 2019),​​ Peachtree City​​ (Visor,​​ 2021),​​ Cerezas sobre la muerte​​ (La​​ Bella Varsovia,​​ 2022)​​ y​​ Tiempos mágicos​​ (La Bella Varsovia, 2024).

En estos comentarios nos enfocaremos en​​ el tercero​​ de aquellos volúmenes, texto que le​​ mereció​​ el​​ XXXIII Premio de Poesía Loewe​​ porque como se verá,​​ es el​​ trabajo​​ que​​ mejor​​ le​​ define como verdadero poeta globalizado. Como el​​ peregrino​​ angustiado por la naturaleza herida y el devenir político​​ encontrados​​ a cada paso;​​ el​​ sacudido​​ por​​ el polisémico retrato de​​ la palabra foránea​​ ―English, Galego,​​ Français​​ y por​​ la​​ omnipresente​​ pretensión de nombrarlo todo​​ en la página​​ a como dé lugar:​​ y ahora como dos compañeros en los bosquecillos de la/ eternidad escribo con palabras desconocidas que salen/​​ de mi boca como copos de polen.

Peachtree City, cuenta el autor,​​ transcurrió​​ entre un vuelo trasatlántico​​ a bordo de​​ un BOEING​​ que,​​ cual fénix fantasmagórico​​ cursaba​​ los cielos de agosto​​ en​​ un ya remoto​​ 2019,​​ y los respiros​​ a bocanadas​​ bajo​​ el​​ jazmín de un patio de su natal Getafe durante el confinamiento peri pandémico.​​ En efecto, narración de una travesía​​ transterritorial y​​ a la vez colisión​​ cultural,​​ este es​​ un​​ libro testigo​​ y espejo​​ de las particularidades del Sur norteamericano de botas y​​ cowboys;​​ del​​ racismo y homofobias ocultos​​ tras las iglesias y los parques; de​​ hipermercados y barbacoas​​ celebratorias de quien sabe qué:​​ no he visto poetas en Walmart solo rifles y productos/ cosméticos.

Hay en estos versos un abrazo a la naturaleza como origen​​ de​​ aquel que​​ sigue siendo quien es,​​ y​​ es​​ a su vez​​ el manojo de​​ laureles que crece en el patio cada año;​​ naturaleza​​ como desmesura de los sentidos provocados​​ por el mar, los geranios​​ o​​ las mariposas,​​ y por la primera visión de los colibríes que consumen​​ el​​ néctar​​ de las flores​​ mientras​​ las palabras construyen​​ nidos de cigüeñas y otras metáforas.​​ Obrero es​​ también​​ testigo del plástico​​ ahogado​​ en los ríos,​​ del desecho​​ en los jardines y del olor a nafta​​ que asfixia​​ los pájaros;​​ por eso​​ sueña​​ con hiedras que se aposen en su pecho,​​ con el sabor de las frambuesas cálidas​​ y​​ con​​ los caballos que aguardan por él.​​ 

Dos recursos​​ presentes​​ en la artesanía​​ y​​ construcción​​ simbólicas​​ evidentes​​ en​​ estos poemas merecen atención,​​ no solo por su originalidad​​ sino por​​ el​​ enriquecedor papel​​ que desempeñan​​ en la​​ narración​​ poética​​ propiamente dicha:​​ hablo del total abandono de​​ la puntuación, tildes, mayúsculas,​​ y comas​​ ausentes​​ que,​​ en su silencio​​ encomian​​ al lector a​​ imaginar sus​​ propios​​ versos, podría decirse.​​ De tal forma, si punto final equivale a pausa​​ total, al fin de una idea para el​​ nacimiento​​ de otra,​​ su ausencia​​ posibilitaría que​​ nos armásemos​​ de​​ la​​ más​​ absoluta libertad​​ interpretativa como​​ auténticos​​ protagonistas​​ del dialogo propuesto por el vate.​​ Es​​ decir: si la página en blanco es​​ anticipo de​​ la palabra, y​​ si​​ con​​ la​​ aparición​​ del trazo​​ se otorga​​ vida al poema, la puntuación​​ implicará​​ entonces​​ atadura​​ y​​ cohesión;​​ restricción a la idea​​ narrada,​​ cosa que en​​ este​​ escenario significaría muerte​​ de la magia​​ al parecer de Obrero.

Por otra parte, la​​ doble​​ voz, que,​​ empleada​​ indistintamente​​ en masculino​​ o​​ femenino​​ representa un​​ complejo desafío cognitivo en el acto creativo​​ según​​ algunos,​​ aquí parece​​ fortalecida​​ al​​ despojar todo​​ rasgo identitario particular​​ o al asumirse​​ puramente​​ femenina a manos de un hombre en nuestro caso. Voz​​ viva porque es​​ confesional,​​ nunca pretérita.​​ Así, lo propuesto en el texto será​​ entonces​​ lo primordial;​​ provenga de quien provenga,​​ nada más adquirirá relevancia:​​ solo diré una cosa más/ tú y yo estamos caminando juntas de la mano en algún/ lugar sombreado/ con un ramo de trigo y cien torios coronados de planetas/ enanos.​​ 

Obrero se ha hecho de​​ cómplices en este viaje,​​ lo dice en la página setenta y cinco y​​ nos lo confiesa a todas voces​​ en múltiples poemas; ora Whitman​​ ora​​ Langston Hughes,​​ los intertextos delicadamente sugeridos​​ en estos versos “transnacionales”​​ sirven de herramienta simbólica y también de soporte​​ a lo descrito​​ (y vivido),​​ tal cual confirma la​​ inconfundible​​ presencia lorquiana: “en la chimenea​​ cuelga un calcetín con mi nombre y/ todas juntas salimos con el mismo pijama a aplaudir a los jugadores de fútbol americano​​ con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo”.​​ 

​​  ​​​​ ¿Cuál es la edad de la poesía?,​​ podía​​ preguntarse si​​ de​​ lo que​​ tratasen​​ estos párrafos​​ fuese​​ la juventud de Mario Obrero;​​ mas, alguien que confiesa​​ yo que no sueño en la noche y que busco las voces del​​ mar tiemblo ante la vida,​​ será,​​ decididamente, el hombre que no tiene edad. Aquel a quien​​ la poesía le ha otorgado la eternidad​​ encarnada en el​​ fonema y​​ en​​ el pensamiento​​ allende su cronología​​ personal.​​ Vivir por y a través del poema,​​ como lo hace nuestro bardo,​​ será la máxima misión del​​ rapsoda alucinado ante a la vida​​ y sus heridas;​​ plegado​​ frente al otro​​ y lo otro​​ que otorga sentido a sus​​ sobresaltos. No en vano Obrero​​ dice…algo preocupado por la pobreza racional de este poema/ me he abierto un ventrículo y he puesto en él unos/ pajaritos rojos que vuelan por aquí por Georgia/ con la sangre que ha manado dibujo unas piernas y unos ojos cubiertos de espigas…​​ ​​ ​​ 

 

 

 

 

 

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Los armónicos han entrado en el fémur de un neandertal
en la forma arbórea del Giraldo de Molina y su bandera agujereada
dos arcillosos seres como un poema en el jardín de los sapos esparteros
su canto o el pasto que comían los niños en mayo
este acorde contemporáneo pide bombillas al vecino
la oreja de tundra riega los fósiles susurrados de una partitura y su músico come albaricoques en la despensa del palacio
así con brillante cuerpo de dios griego sonamos
Manuel de Falla envía un atardecer en Granada y ciclistas submarinos en las escamas del Mediterráneo hacen canciones con brezo y mimbre verde
estridulan ancianas las estrellas en la puerta de sus casas
guardé mi corazón en un enebro
lugar donde horizontalmente nace el sueño o su grito antiguo
esa memoria de patio regado

 

 

 

 

 

 

 

 

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