Presentamos una selección de Melinna Guerrero de Criba (UAA, 2023), último libro del poeta hidrocálido Francisco Martínez Farfán (Aguascalientes, 1960-2024). Sobre él, y acerca de su carrera como uno de los mejores poetas de Aguascalientes, citamos sus palabras de presentación: “Yo no soy poeta, escribir es mi deseo. No nací en Aguascalientes, pero que uno haya nacido en un lugar y que se lo crea es cuestión de fe. Son los otros los que dicen que uno nació en tal parte y no en otra. Me dedico a pasear, a tratar de estar tranquilo y a escribir lo más intensamente que se pueda. Las palabras no tienen un límite, lo que tiene un límite es el pensamiento. Pero las palabras prosiguen en forma de delirio. Se puede decir que lo que hago es delirar. Soy un delírico, un delírico incompetente, con una gran dificultad para escribir, por eso escribo”.
LA SOMBRA DE LA BALLENA
Típico del delirio la lengua es huidiza
como lomo de pez, aunque –probablemente–
un río sus orillas aguardan.
Un deseo de orden propio al escribir
la escritura
es como la sombra de una ballena dijo Cage
una vagina dijo Cage
pero en alguna madriguera del signo
el silencio lo es todo
tanto como una desconocida intimidad
el fondo enigmático de una joya
la palidez azul
del fuego de una turquesa.
Por otra parte la verdad de la escritura
es una distancia
aunque sólo porque no puede uno
suficientemente callarse alguien ha dicho
que uno debe insistir
en tanto conserve un interés
en esta vanidad particular
la escritura
obedece a una terca voluntad de desorden
es decir a cierto orden
que solo puede proporcionar
la decepción.
De hecho uno piensa que esta pasión
será capaz de afrontar la muerte
pero es claro que ese mismo temor
a fraguar un escudo –a ocultarse tras lo oculto
de la escritura–
acaba siempre por volverse
la protección de una cadena.
EL HORROR
Se trata de señalar –al sesgo
de este poema– que cada día es más
para escribir lo informe
que encontrar la manera para ofrecer al otro
el desierto de su propia ilusión.
Quizá el amor no sea otra cosa
que una terca avaricia de lo que no existe
la búsqueda de la intensidad de una pérdida
una usura de puras sustituciones.
Quizá no sea sino la dicha
de un desencuentro necesario en el otro
un desencanto esencial
una repetición.
Es una desmesura simplificar
pero dadas las circunstancias escalofriantes
de cierta redundancia autómata –alucinatoria–
del amor
estar dispuesto al horror es lo más simple
para buscar camino
en este vericueto que cruza
sobre la deslumbrante superficie
de lo que no hay.
CRUZAR
Quizá nadie pueda escapar a la órbita imprecisa
de la repetición quiero decir:
la luz como una respiración de la conciencia
y el cielo azul como una huella del azul
de una palabra desaprendida
Una terraza solitaria a deshora
como una geometría deslumbrante
para medir augurios mientras el tiempo se dilata
y establece con esto mismo
un espacio de objetos atraídos al borde
de su propia inmovilidad
Nadie espera de uno sino su hoja en blanco
su signo blanco sus árboles transparentes
ese sueño donde las estrellas alcanzan
una intensidad repentina para caer
de pronto como si se hundiesen
Uno sabe que alguien escribe
que la escritura es una fatigosa desnudez
de la lengua
pues en la lengua hay algo intocable
un huidizo límite una persecución
un color que se desvanece…
Uno sabe que cruzar es también una escritura:
un salto mortal de una superficie a otra.
La lucha contra el ámbar
No has dejado de caer una manera
que da miedo en el ámbar
el tiempo su verdad
duele irse
el tiempo su teoría
El resplandor en el centro
del abismo la ruina de este verano
como un conjuro del calor
una huida hacia la transparencia
del ámbar en la lengua
No has dejado de caer un camino
no has dejado de ver a través del ámbar
cómo se desliza el sentido
hacia esa retorcida minucia
de las explicaciones
los enunciados sin terminar
el tiempo
El tiempo por demás duele irse
una línea
se recorre siempre
que te acercas a ella.
Sutra
Yo también
Como cualquier otra cosa que no puede
Dejar de vivirse de escribirse soy una cosa cualquiera:
Soy como todo lo demás
Encuentro descarto y hago límite
Señalo como un índice
Ocupo un lugar en la fila hace aire llevo mi criba
Acarreo agua en mi criba bebo de la sed
Caer es cosa de tierra
El fuego sube hacia el cielo la palabra se disipa
Bajo el agua del aire está uno
Bajo la oscura felicidad de lo que no sabe
Al avanzar un lugar uno comienza de nuevo
La misma herida el aire quieto
Otro signo otro hueco
Otra imposibilidad.
Límite
Terrón del fuego tierra de un texto a otro:
qué días extraños para volver
dan ganas
de rendirse a esta mierda
el tiempo (en el alfabeto)
endurece los huesos
satura con su trazo minúsculo
–con su puñado de estiércol–
las articulaciones dan ganas
de hacer fuego
quemar el túnel
irse
Pero uno escapa sólo de un texto a otro
de una palabra a otra
hasta que el límite indica que tal vez
todo puede decirse
a condición de que se diga
desde la frágil soledad del signo/
del signo solo del signo sin historias
que ya no tiene nada
que ocultar.
Tatuaje
Miedo que va de mí hacia algo que no conozco
En la noche
Con los ojos abiertos en la tiniebla como un pez
Que sospecha de pronto la presencia
indisoluble del agua
Algo sucede en la palabra del cuerpo:
Ese tatuaje oscuro en la sombra movediza
Del corazón
Algo sucede sin que uno pueda pensarlo
Algo dice su verdad
Contra el embuste
De la lengua.
Árbol
Acaba de marcarse en el tiempo las siete de la noche
y todavía hay sol. Entra por la ventana
hasta esta inquietud que sujeta el tiempo
en lo inasible del instante en que escribo esto:
en que esto se escribe.
Lo inasible. Fuera del cliché me refiero
a lo que permanece arraigado en uno (sin que uno pueda,
a pesar de todo, trepar en eso), como un árbol de horror
que echa sus hojas y sus ramas sin darnos sombra
como no sea en lo desconocido.
Algo que finalmente actúa contra nosotros
con sus frutos espléndidos, infectados con el veneno
invisible de la avidez, así que uno esté inmerso
en la transparencia del agua. Del agua que transcurre en la sed.
Mirar es fácil. La mirada sólo está ahí, invisible a su propia
función de mirar;
digamos que mirar es más fácil que correr y más permanente
que dormir; que mirar es más invisible que caer
en tanto que caer permanece como una posibilidad
en alguna parte de lo mirado, si no es tanto que caer
de la mirada misma, del borde de nuestro propio litoral
hacia lo obvio de los objetos siempre al margen,
ensimismados en su uso o su desuso,
pero también en el asombro pavoroso
de su no desaparición.