Si hubiera micrófonos en casa como antes, seguramente los vigilantes me tomarían por loca mientras me graban hablando contigo sobre toda clase de cosas, pidiéndote consejo, contándote las noticias del día, diciéndote te amo, así en presente, y buenas noches antes de apagar la luz.
O si algunos de ellos fueran nuevos en su puesto y no supieran que te has ido, el hecho de que no me contestes les parecería sospechoso y supondrían que las pausas en la conversación correspondían a señales indescifrables para ellos.
«Me gustaría que muriéramos juntos», me decías, y yo me reía: «¿Te parece normal que viva siete años menos que tú?». Pero tú me contestabas serio: «¿Cómo podríamos encontrarnos sino en la eternidad?». Y tu lógica era tan convincente que aceptaba, medio en broma, que sería bueno morir a la vez.
Ahora me pregunto también, con tu seriedad de entonces, cómo nos vamos a poder encontrar alguna vez, dónde, y cómo podría buscarte en el más allá. La única posibilidad sería que me esperases en la frontera, pero no puedo decirte cuándo y no estoy segura de que te dejaran quedarte sin fecha de vuelta allí.
Lo más probable es que, durante una eternidad, nos busquemos el uno al otro en el caos, así como nos buscamos en la tierra hasta que tuvimos la suerte de encontrarnos.
Si te ves obligado, como sospecho,
A cruzar más allá del Leteo,
El río del olvido,
Te volverás hacia mí
Sin verme
Y me escucharás
Sin entender lo que te digo
Ni lo que representan las sílabas
Trenzadas entre sí al azar.
Será como si
Tú no estuvieras muerto
Sino que yo habré muerto para ti.
Un vuelco de planos
De los que solo a mí
Me quedará, como ajuar, el dolor,
Como una jungla con pájaros y fieras
Que crece de los recuerdos
Que tú has olvidado.
Si vives en México, consigue tu ejemplar aquí