Yannis Antioju (1969) es poeta y traductor. Ha publicado los libros de poemas En su lengua (Gavriilidis, 2005), Currículum Vitae (Melani, 2006), Inspiraciones (Íkaros, 2009), Espiraciones (Íkaros, 2014), Disolución (Íkaros, 2017), La luna entra por todas las ventanas (Íkaros, 2017, edición no venal), Este, el cielo subterráneo (Íkaros, 2019) y Cuerpo (Íkaros, 2023). Ha traducido obras de T. S. Eliot, Ted Hughes, Sylvia Plath, Ann Sexton y Anna Ajmátova.
Su propio salto
elige el ser humano;
luego
al entreabrir la puerta
saluda a su Dios
Lo he visto
muchas veces
Este;
que el cordón del tiempo
estira
—dedos habilidosos—
que aprieta nudos
que gotea sangre
Luego
en la oscuridad
uno levanta la cabeza
amaneciendo o poniéndose
en Su luz
LOS IMPERDONABLES
(…) doch stört nur
Nie den Frieden der Liebenden
Friedrich Hölderlin, «Das Unverzeihliche»1
Mi verdad es
un oscuro crisol
donde estiro la mano
para acariciar tu pelo
siempre un instante
antes de que mueras
Tu verdad es
un silencio violento
que me hunde en tu sollozo
y me ahoga
Me incliné de costado
—siempre altos y crispados
son los cipreses de enfrente—
y vi
que tu sombra devolvía
al muerto que no enterré
y la noche inmóvil
con espinas en las mejillas
que desuella
Te inclinaste a mi vera
tenías barro
y negra sangre
Estábamos echados;
desprendías una nocturna fragancia
Nuestra verdad
es mayor
pero no llegó
su hora
aún
—siempre altas y crispadas
son las sombras de los cipreses
en el cementerio de enfrente—
y nosotros
imperdonables
brillamos allí;
en el cielo subterráneo.
Otoño
Siempre en semejante estación, cuando es enfermiza la ofuscación y se marchitan mis hojas, noche respiro. Enterrado en las hojas tranquilizantes de un viejo tilo, me pudro empapado. El otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar en sonatas y adagios nocturnos. No sé qué ocurre en mi noche. Sé, sin embargo, con seguridad de las estrellas; porque la luna alguna vez me hace el favor de desaparecer. Y luego no brillo, no brillas, no brillan nuestras argénteas hojas. Absortas, se arremolinan, vórtices en el aire, y de nuevo reposan en el suelo, de la manera en que los seres humanos se apilan unos sobre otros; y no hago más que inclinarme para acechar tu dormir. He llenado la estancia de cenizas e hilos. Fumo y coso un monstruo que nadie comprenderá. Soy la sacra podredumbre que rozó tu boca. Tanto me he cansado buscando un verbo tuyo, el que con insistencia anhelas, recitando una y otra vez: Aber weh! es wandelt in Nacht, es wohnt, wie im Orkus, Ohne Göttliches unser Geschlecht.2
—El otoño no tiene patas. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el viejo tilo.
Y, sin embargo, los dos hemos d e a m b u l a d o por sus escombros, compartiendo nuestra muerte. También los dos hemos c a m b i a d o. Tras nuestros párpados cerrados solo el fisurado tetrágono negro de Rusia amanece—
La estación nos maduró incluso aunque dos estigmas en las pantorrillas se enardeciesen. Picaduras de insectos estivales, que hago que sangren inclinándome para que algo de verano gotee. Un poco por poco por poco hurga aún en dos heridas. Sobre cadáveres de soldados muertos nos sacudimos las palmas de las manos estirando nuestros dedos raquíticos, arrojando sobras las sábanas agujereadas los huesos hechos añicos de nuestros pies palabras-magia, que tú denominas pequeños detalles y yo poemas. Entonces, el oscuro cielo extiende las manos. Nos convertimos en las aves de la muerte con las lenguas cortadas. Invisibles, amontonamos en la estación los deseos y cuando se fortifica nuestra oscura mirada, revoloteamos hacia los tupidos bosques al acecho de las ciudades iluminadas y nos abalanzamos picando las ventanas vahadas a la hora en que se ciñen las manos de la pasión y os ahogan. ¡Nunca! ¡Nunca salvamos a nadie!
—El otoño no tiene pies. Solo un cuerpo fangoso yace a medio enterrar bajo el viejo tilo.
Bach ensaya la Pasión según San Mateo en Nicolaikirche: «Erbarme dich, mein Gott, Um meiner Zähren Willen!».3 Dios mío, nos convertimos en los ladrones a la izquierda de Tu cruz, aguardando a que los soldados sean resucitados. La eternidad se mofa de la democracia. Comulgamos con tu cuerpo y tu sangre para que nos inundes. Somos Tus cristianos caníbales— Entre tú y yo está el gran camino y la macilenta luz que nos pudre. Hemos engullido nuestro cuerpo. Solo falta que despedacemos nuestros corazones.
«pero nunca perdona / que perturbéis la paz de los amantes». Vid. «Lo imperdonable», en Poemas, de Friedrich Hölderlin, introducción y versión de Luis Cernuda (en colaboración con Hans Gebser), Madrid, Visor, 2005.
«Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco, sin lo divino». Vid. Friedrich Hölderlin, El archipiélago, estudio y traducción de Luis Díez del Corral, Madrid, Alianza, 1979, p. 81.
«Apiádate [de mí], Señor, / por estas lágrimas que lloro». Johann Sebastian Bach, Matthäus-Passion, Edel Classics, Alemania, 2005. Traducción del fragmento a cargo de Daniel Najmías.