Agustín Abreu Cornelio (Ciudad de México, 1980) es doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Pittsburgh. Ha publicado los poemarios Estas ruinas (Premio de Poesía Teodosio García Ruiz, 2024), Extinción del testimonio (2013) y Los reflejos (2009), entre otros; además, ensayos suyos fueron incluidos en los volúmenes En la orilla del silencio. Ensayos sobre Alí Chumacero (2012) y Traductor del silencio: acercamientos críticos a la obra de Manuel Iris (2022). Traducciones suyas integran el volumen La carne es lo menos herido. Antología de la poesía en prosa de Cruz e Sousa, de próxima publicación. Actualmente es jefe del Departamento Editorial de Revistas Científicas de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
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Signos para abrir
A Elia Margarita
A
El tiempo ha hecho coincidir, en el cajón de la cocina, un montón de llaves que se muerden los dientes una a otra. Hipócritas que muestran siempre a medias su sonrisa y ocultan sus verdaderas intenciones.
B
Engarzadas como cascabeles planos que se cuelgan al cuello de los nuevos inquilinos de una casa, su tintineo se expande por el tiempo. Las llaves le advierten al pasado que un nuevo habitante está a punto de olvidarlo, a punto de saltarle al cuello, de abrirle las entrañas y vaciarlo. Rápidamente, el pasado aletea y se pone a salvo con su infinito catálogo de puertas cerradas al paraíso.
C
Las llaves aún sienten hormigueo en aquella puerta que les ha sido mutilada, entumecimiento en la cajita de secretos revelados, pinchazos en el candado de amor que es ahora peso muerto en un puente inalcanzable. Culpables de no sé qué crimen, las llaves viejas tienen dolor fantasma en su razón de ser.
D
Dice mi papá que entre todo ese montón de llaves debe haber alguna para abrir la puerta que dice “¿qué vine a buscar aquí?”
E
Los dedos de nuestros padres, las manos titubeantes de la abuela, las uñas de alguna tía que esperaba nerviosa junto a la ventana, algo abrió el arillo del ahora y las llaves quedaron ancladas en un presente preterido. ¿Qué viejos navíos esperamos recuperar con ellas? Las llaves me presentan incansablemente la experiencia del naufragio.
Gólem
habíamos olvidado nuestro origen mineral
Ariel Dorfman
Cuando escucho mis pasos venir, densos como un ladrido nocturno, no me apresuro a dejar de lado el libro ni a sostener firmemente la manija ni a trabar los goznes de la puerta. Sé que llego a mí a través de los espejos y del apagado rechinar de los teclados. Guardo este lado del desvelo por voluntad nutricia, pero con resignación ante mi prójimo.
Mi semejante salió un momento a escupirle a la luna, a enjuagarse la calva, a untarse los callos con flor de malamadre. Pero volverá a tomarme del riñón y de la próstata, a apropiarse del canal auditivo que me permite ahora escucharme: me digo con urgencia que el misterio vale más en plena asfixia, pero sé que también hay placer en aspirar con libertad.
Él tomó mi ventrículo izquierdo y salió a sincopar el golpe del drenaje, pero vuelve puntual con su terrible música enterrada. La sangre ya empuja mis tejidos, desenvuelve mis gestos en formas que otra vez no reconozco. ¿Soy yo aquel que me niego cuando escucho venir mis pasos?
Soy la ciega presión de un dedo en el reverso de estas huellas digitales. Mi cariño también es materia ajena, también mide la distancia al deseo gastado en la escritura y en la mano compartida con el sueño. Me acerco como un fuego inconcluso. Mis pasos vienen desde un calendario extraño, desde un hacer impropio.
Me asomo tras el cristal que no ha de contenerme. El Yo que he sido, página tras página, astilla todas las botellas con la mirada. Me estiro con furia para evitar que en este poema se desdiga alguna letra cabalística, que me emplasten alguna yerba nociva en plena frente. Me estiro para salvar la mala frase que me permite suspirar, para borrar que ya se borra una inicial, para pararme.
El altar de mamá
A Dainny y Liuba
Mis muertos son tan reales como yo.
Gloria Gervitz
1
El sitio del altar se escogió por la confluencia de vacíos y se ha vuelto un lugar central de la casa. Todos somos equidistantes en su cercanía y respiramos con los pulmones extendidos más allá de las ventanas.
2
avanzo en círculos
como ciertas aves que acuden
puntuales a la muerte y se pican
a sí mismas delante del espejo
hasta encontrar extrañas
sus entrañas y en la sangre
encontrar el sabor del tiempo adolorido
¿qué más pudiera hacer
si los rincones de la casa y las grietas
se alternan en mi búsqueda
acezante? solo el comején
sabe navegar estos mapas
solo las velas hinchan
su llama en la quietud del tiempo
que me devuelve al mismo
lugar ausente
3
La nuestra era una casa de disección. Mis hermanas pusieron la mesa allí, entre las dos ventanas de la sala; sobre ella, está el mantel verde con flores rojas y amarillas; encima, canta el aire que ya no cupo en tus pulmones.
A veces ocupamos sillas alineadas como una transfiguración del horizonte; otras, nos sentamos en los breves ovillos desprendidos del mantel. Y miramos.
Nos miramos y reconocemos. El aire empuja nuestras gargantas hacia arriba. En alguna capa de la atmósfera recuperaremos el abrazo que nos enseñaste.
4
no se puso en la casa una cruz
de ceniza se puso en el mapa
y en mi brújula una marca de tu partida
que se entreveró con las hojas
no escritas y con los manteles
cuya compra parecía inmotivada
no se puso en la casa pero los relojes
han trazado esa cruz a lo largo
de los meses el reloj de la cocina
hace la cruz como una serpiente
que se envenena
el reloj del teléfono
hace la cruz como un mirar
analfabeto y sin color
el reloj de las líneas de mi mano
hace la cruz como una cruz ahogada
bajo el recuerdo de tu peso
no es costumbre poner un reloj
en los altares sin embargo todo
se me vuelve medida
del tiempo ido y del tiempo
apilado en el cruce de tu estar
con tu ya no estar
5
En tu altar presides una comunidad de retratos y oraciones. Engarzamos nombres e imágenes que se apresuran a ser sombra para convocar al presente la alegría. Enfrente, partimos los pasteles de cumpleaños, apagamos las flores, alzamos las pálidas copas y hacemos morisquetas a la niña que ya no conociste.
Alguien llama de repente a la puerta de la casa para no encontrarte más. He tenido que darle algo del llanto que he reunido. Nos ha acercado más a ti. Abismados sobre el lento pasar del tiempo de la calle, nos reflejamos en el fondo de tus ojos verdes.
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