Agujeros
Encuentro en el armario
un jersey que llevé de adolescente.
Está arrugado,
deshecho.
Tiene agujeros de distintas formas.
La lana que eligió mi madre
-antes rojo burdeos-
se desvanece en la erosión.
La vainica es un libro
que se ha descuadernado,
un ovillo de signos
dados de sí.
¿Al otro lado
hay alguien?
¿Quién nos escucha en su indolencia?
El descosido, la rotura,
las hebras sueltas:
semántica
de un texto lleno de agujeros,
unas pocas palabras destrenzadas
en las que algo
se está perdiendo siempre,
en las que siempre hay algo más.
Surfing La Manga
me hablas del dolor tu cabello es rubio
a qué dolor te refieres
J. F. Kosta
Entre las ramas de los ficus
y una señal de tráfico,
entre un anuncio de telefonía
y algunos edificios
en construcción, se alcanza a ver
allá a lo lejos
una franja de mar.
Me hablas de la sed,
de lo que amas.
Para llegar al agua,
has de cruzar isletas de cemento,
líneas amarillas
y algunos callejones
donde hacen hilera los cubos de basura,
los cactus desahuciados
y algunas tiendas de comida rápida.
Por la Gran Vía de La Manga, nadie.
Solo el silencio
dinamitado
por las motos de los repartidores.
En el vacío se equilibran
los hoteles desiertos,
apenas una luz
en un bloque de veinte alturas.
Un cartel nos invita a clases de alemán:
Die Zukunft ist da!
Los periódicos dicen que a la playa
llegan miles de peces a morir
heridos de fosfatos.
Me hablas de Anne Sexton,
de su locura deliciosa.
De fondo, un rumor.
El cartel de Surfing La Manga
se resiste a ceder la luz
que le queda del último verano.
Se alquilan motos de agua,
tablas de surf, tumbonas,
pero no todavía:
ahora todo está cerrado.
Al fin el mar,
tras la alambrada de un desguace,
como un animal gris
que se abraza a su presa justo antes de engullirla.
Tras la lluvia
La ciudad es hermosa tras la lluvia.
Una red de reflejos
va escribiendo en los charcos la alegría.
Se podría decir que llueve
a la memoria de mi padre.
Con las aguas me voy
a lo que está muy lejos. Salgo
al campo
(venid conmigo ahora si queréis,
acompañadme)
y ahí está de nuevo él
tan joven,
de pie sobre una roca,
fumando un cigarrillo.
Un poco más allá,
entre el pozo y la higuera, estoy yo.
Hundo las manos en la tierra
buscando un río
o vuelo por las ramas de un almendro
que hace años nadie poda.
Con la mirada sigo a nuestros galgos,
su líquida carrera hacia la noche.
Vámonos ya -me dice-. Es tarde.
Vamos, Andrés.
Se nos ha hecho
muy tarde.
Recoge lo que queda de este día
y vámonos.