Todo en todas partes a la vez. La teoría cuántica de la poesía. Texto de Ulises Paniagua

Leemos un ensayo de Ulises Paniagua (1976), "Todo en todas partes a la vez. La teoría cuántica de la poesía". Se trata de una reflexión sobre poética que alterna filosofía, física y poesía. Paniagua es poeta y narrador.

 

 

 

Ulises Paniagua (México, 1976)​​ es​​ narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. En 2023 fue entrevistado en un capítulo de la serie “La ciudad es mi letra”, de Capital 21 TV. Incluido en la antología internacional bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas,​​ nueve​​ libros de cuentos, dos de crónica, y siete poemarios.​​ Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo​​ Nocturnario,​​ El búho, Círculo de poesía, Nexos, Punto en línea, Anestesia, La razón, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía, Jus, y Períódico de Poesía (UNAM). Es parte del catálogo de autores del INBAL. Ha sido conductor en Radio Anáhuac, Radio Sogem y Radio IPN (95.7 FM). Es director, creador y fundador del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía y el Festival Poesía por el Agua (respaldados por el Fondo de Cultura Económica). Ex-director de la Colección Digital de Terror en Editora BGR (España). Publicado en la Academia Uruguaya de Letras; en España, Italia, Perú, Argentina y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.​​ 

 

 

 

 

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Todo en todas partes a la vez

La teoría cuántica de la poesía

 

“Si un árbol cae en un bosque,​​ y nadie está cerca para escucharlo,​​ produce algún sonido?”​​ Esta​​ es​​ la gran​​ pregunta que​​ se atribuye al filósofo George Berkeley​​ debido a que en su “Tratado sobre los principios del conocimiento humano”​​ (1710)​​ propone una reflexión​​ acerca de​​ la naturaleza y​​ la​​ percepción de​​ los objetos al declarar: “​Los objetos sensibles existen sólo cuando son percibidos; los árboles por tanto están en el jardín [...],​​ (y)​​ sólo​​ (existen)​​ mientras haya alguien para percibirlos”.​​ Una paradoja interesante, ampliamente conocida.

Se rumora que, en realidad,​​ el primer texto en el que apareció esta cuestión,​​ y​​ del que se tiene constancia,​​ fue​​ anterior a Berkeley. Fue publicado a nombre​​ de​​ M. Bayley dentro del tercer número de la revista “The Chautauquan”, editada en junio de 1883.​​ Bayley también​​ se preguntó:​​ "¿si un árbol fuese​​ a caer en una isla en donde no hubiese​​ algún​​ ser humano,​​ haría algún sonido?1.​​ Ello en lo que respecta al mundo occidental, porque existen algunas versiones​​ que atribuyen el origen de dicha preocupación​​ al​​ acercamiento​​ de Berkeley​​ con las culturas orientales, en especial con la filosofía​​ china, y quizá también​​ con​​ la filosofía zen​​ (originada en el antiguo​​ Japón).​​ Esta explicación me​​ satisface,​​ porque​​ este tipo de​​ interrogantes​​ parece nacer​​ de​​ la sencillez y la profundidad de​​ las culturas​​ orientales.​​ Es​​ casi con certeza una​​ pregunta ancestral, aunque no hay un dato preciso al respecto.

En la actualidad, Stefan Bleek, experto en psicoacústica del Instituto de investigación de sonido y vibración en la Universidad de Southampton, asegura que “si el árbol cae en el bosque, lo que produce es una ola de partículas que vibran en el aire”, y que,​​ “efectivamente, si no hay nadie que lo escuche, no hay sonido, pero eso no significa que no haya ondas sonoras o acústicas que tienen un efecto en el medio ambiente​​ 2".

Tras una presentación de la obra del desaparecido​​ Jacobo Grinberg,​​ en la Feria Internacional del Libro de Minería,​​ en México,​​ tuve oportunidad de hacer​​ la​​ misma​​ pregunta al admirado​​ y querido​​ escritor, conductor televisivo, entrevistador e investigador, José Gordon​​ (Pepe Gordon). Yo​​ tenía una opinión al respecto,​​ desde luego,​​ pero me interesó conocer su punto de vista.​​ Coincidía conmigo.​​ No me sorprendió que​​ pensásemos de forma similar, pues he seguido atentamente sus programas de divulgación​​ y​​ los capítulos de​​ “La oveja eléctrica”. He encontrado​​ por el camino, a la vez,​​ lecturas similares.​​ Somos seres​​ ávidos de un mundo​​ nuevo​​ del siglo XXI, expectantes de​​ un paradigma​​ que está por nacer.​​ José Gordon es un hombre brillante. Yo,​​ a su lado soy​​ sólo un curioso. Por ello me alegró llegar a la misma conclusión.

La respuesta de los dos​​ a la paradoja del árbol​​ fue la siguiente:​​ si un árbol cae en un bosque, y nadie está cerca para escucharlo, por supuesto que​​ produce​​ un​​ sonido.​​ Si bien​​ el ruido​​ no es percibido por oídos humanos,​​ lo escuchan las ardillas, los insectos, de algún modo lo captura la sensibilidad de la yerba. Otros​​ árboles, incluso,​​ descubren​​ la vibración de​​ dicho​​ derrumbe​​ en sus raíces, en​​ las células de su​​ corteza.​​ Aunque suene descabellado​​ o​​ metafísico, el micro universo​​ está pendiente de esta caída.​​ El sonido no necesita del ser humano para existir.​​ En ese sentido,​​ es importante la​​ interrelación entre las partes y​​ la totalidad​​ de la que habla, por mencionar una​​ teoría,​​ “El efecto mariposa”.​​ 

Con​​ esta afirmación, absolutamente comprobable,​​ terminaría​​ el seguimiento​​ del​​ modelo positivista,​​ modelo de pensamiento antropocéntrico donde, siguiendo las ideas de Nietzsche, Dios habría muerto para dar paso al súperhombre, la nueva “verdad” que regiría sobre el planeta​​ 3. La​​ pregunta de la caída del árbol en el bosque​​ surgió​​ en un momento en el que se supuso al ser humano como centro del universo.​​ Ahora, desde luego y por fortuna,​​ esta supuesta realidad​​ puede tener otra lectura.

La posibilidad de que el árbol​​ sea escuchado​​ sin que medie sentido humano es una propuesta que​​ invita a dejar atrás​​ un​​ modelo​​ fundamentalmente​​ de​​ carácter patriarcal​​ y​​ con característica puramente​​ occidentales, un modelo racional, cerrado, rígido, que no permite la sensibilidad o la intuición​​ como factores del conocimiento, o​​ que,​​ en todo caso,​​ no les da crédito. Esto​​ abre​​ un​​ abanico de nuevas​​ percepciones, recepciones y teorías.​​ 

Una situación que, sin embargo,​​ era comprendida​​ ya​​ por habitantes de culturas originarias​​ y​​ por filosofías como el Tao o el​​ Budismo, que​​ llegaron a Occidente para enriquecer​​ la epistemología y la gnoseología de entonces.​​ Como​​ ejemplo, las implicaciones​​ casi​​ taoístas​​ en​​ el Dios​​ de​​ Spinoza. De​​ allí,​​ también,​​ el​​ encuentro entre lo sensible y el pensamiento en el Romanticismo alemán​​ (y​​ sobre todo su​​ amor​​ a la naturaleza).​​ Al respecto, Friedrich Hölderlin señala:​​ “Ser uno con el todo es la vida de la divinidad, es el cielo del ser humano”. Y Friedrich Schiller afirma: “Nada existe en el mundo que sea insignificante.”​​ El propio Goethe, posterior al romanticismo,​​ tiene un poema dedicado al Ginkbo​​ Biloba. También​​ fue un gran promotor de los​​ jardines botánicos​​ y​​ la conciencia de​​ nuestra​​ relación con el mundo vegetal, como lo ha hecho saber,​​ en alguna conferencia,​​ la filósofa, catedrática​​ y escritora argentino-española, Virginia López Domínguez.​​ 

Por otra parte​​ -y volviendo atrás en el tiempo-, para la antigua China el Tao es la fuente de la que emana todo lo existente, pero que aun así no puede ser alcanzada​​ por el pensamiento humano. El Tao no tiene espacio ni tiempo. Es​​ el origen​​ del orden natural que explica por sí mismo el comportamiento de las cosas. El Tao simplemente “es”. Se trata del Dassein, de Heidegger, de manera individual y colectiva,​​ de forma simultánea.​​ Un tiempo-espacio sin tiempo-espacio, en el que bien podríamos colocar al protagonista de la novela “El innombrable”, de Samuel Beckett​​ (1953). En México, en el pueblo tojolabal,​​ por ejemplo, no existe un “yo” sino un “nosotros”, como me lo hizo saber desde su investigación el artista visual Luis Alanís. Después de todo, qué es nuestro cuerpo sino una serie de átomos que derivan en moléculas, y que cercanos a la Teoría de Cuerdas, vibran ante las experiencias del mundo de manera infatigable.​​ También vibramos ante y con las otras, con los otros.​​ Somos esferas armilares en conjunción con el​​ Todo.​​ Giramos y pulsamos. Las moléculas que nos conforman se agitan, siempre, aunque estemos en reposo. La marea de los océanos llama a nuestro cuerpo,​​ porque somos al menos 70% agua.

Así, si bien el positivismo y la idea de progreso,​​ bien​​ occidentales, trajeron comodidad y beneficios a la especie humana, es evidente que dicho​​ modelo, ante la aparición de las más recientes crisis energéticas, climáticas y económicas,​​ se ha​​ agotado. Y,​​ que en la integración profunda con la filosofía de otras culturas, de otros continentes, se vislumbran grandes extensiones de luz. De este modo​​ cabe comprender y analizar cómo​​ lo oriental, las culturas originarias,​​ y​​ la escuela metafísica de Praga, dieron​​ sin duda,​​ ante esta perspectiva,​​ posibilidad​​ al​​ nacimiento​​ de​​ la Teoría de la Relatividad,​​ de Albert Einstein, y a las Teorías de la Mecánica Cuántica y del​​ Multiverso​​ (de manera más reciente).​​ 

Esta serie de reflexiones obliga,​​ en pleno 2025, a pensar​​ de otro modo. A comprender que, lejos de la idea de que “las cosas nacen sólo cuando el poeta las nombra”,​​ “las cosas existen, aunque el poeta no las nombre”.​​ El planeta no necesita poetas para existir.​​ Es más: no necesita a hombres o mujeres: ni monarcas, ni políticos, ni empresarios, ni manufactura. Aunque la​​ especie humana, por su lado,​​ si agradece la existencia​​ de​​ la o el​​ poeta,​​ porque busca comprender la esencia​​ del mundo visible y no visible.​​ Y​​ lo hace a través de su voz.​​ La poeta, el​​ poeta,​​ traduce​​ tanto el mundo físico como el ficticio,​​ es decir,​​ el socio-cultural​​ (creado por​​ nuestra especie animal), para satisfacción de quien les lee o escucha.​​ 

Ahora bien, el poeta hace visible​​ las cosas, pero no las crea.​​ Las nombra, las vive, hace que otros las encarnen.​​ No las crea.​​ Sólo en un siglo de totalitarismos, como fue el XX,​​ el poeta se volvió totalitarista de la palabra. Impuso​​ las academias de letras o de lenguas, desde una visión parcial, sesgada​​ y​​ europeizante. Hoy sabemos que hacer poesía, recibir la poesía,​​ y​​ comunicarla, es otro asunto más profundo y complejo​​ que​​ una simple institución. Los antiguos, los autores del Siglo de Oro español, el movimiento de la poesía afrodescendiente, la generación beat,​​ todas y todos ellos​​ lo han intuido,​​ siempre.​​ Para​​ Rimbaud, “el poeta es un vidente”.​​ Octavio Paz menciona la importancia de la analogía poesía-magia para los poetas modernos, a partir del romanticismo, al hablar de la poesía como un acto autocreativo.​​ Las poetas, los poetas, trabajan elementos sensibles y racionales​​ de forma sincrónica, conjunciones y relaciones sinápticas que son indisolubles​​ y que dan​​ paso a​​ un​​ lenguaje de metáforas, parábolas o​​ alegorías. ​​ ​​ 

Vicente Huidobro,​​ adelantado a su época,​​ escribió:​​ “El poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son”. También refirió​​ al poeta,​​ en su célebre poema​​ “Altazor”,​​ como un pararrayos, un mediador entre las fuerzas cósmicas y el mundo terrenal.​​ Idea que​​ los pueblos originarios​​ habían​​ descubierto​​ ya​​ a través del chamanismo.​​ Para Huidobro,​​ el poeta crea una realidad​​ alterna y no,​​ en comunión con​​ el​​ universo que​​ lo​​ envuelve. Esto obliga a​​ reflexionar, como he citado en​​ un​​ poema, en la idea del poeta como un traductor de lo indescifrable.​​ El poeta es​​ un​​ medio para explicar lo que gira alrededor de nosotros,​​ lo​​ que​​ no​​ nos es posible​​ ver, escuchar; sino apenas​​ intuir,​​ presentir​​ desde una ínfima arista.​​ “Tomo versos del Cosmos como se toma una naranja del ramaje / -como se toma una naranja del ramaje-”,​​ anoté​​ alguna vez.​​ 

¿De dónde vino ese verso?​​ Lo escribí,​​ pero​​ no lo hice yo​​ del todo.​​ Lo dictó​​ algo remoto,​​ misterioso,​​ aquello​​ con lo​​ que de algún modo logré comunicarme,​​ un algo distinto que​​ me eligió o contactó​​ un segundo,​​ dentro de​​ una iluminación;​​ poiesis​​ acontecida​​ entre​​ el movimiento de mis moléculas y​​ el movimiento de traslación y rotación de la Tierra.​​ dentro de aquello tan negro que respira el Universo. Los antiguos lo llamaban “los demonios”. Hoy, de acuerdo a profundas teorías sobre neurociencia y​​ otras disciplinas, sabemos que hay​​ una comunicación profunda entre nuestro cerebro (que por cierto contiene más neuronas que estrellas las galaxias)​​ y el macro universo que nos​​ rodea.​​ Basta​​ releer​​ las teorías del propio​​ Jacobo​​ Grinberg, del cual ya hablé,​​ o​​ del científico Rupert Sheldrake,​​ para​​ entender esto. Sheldrake,​​ quien generó​​ la Teoría de los campos mórficos,​​ afirma: “Una bandada de pájaros puede girar al mismo tiempo porque comparte un campo mórfico. No todas​​ (las aves)​​ miran al pájaro siguiente,​​ y deciden qué hacer​​ 4”.​​ Estamos interconectados.​​ Como los pájaros.​​ Las aves piensan y sienten, se comunican​​ racional y sensiblemente​​ en​​ el​​ vuelo.​​ Algo similar ocurre al escribir y leer versos.​​ Por cierto, pocos eventos son tan poéticos como una​​ parvada​​ de aves al atardecer.

Esto​​ nos​​ lleva a reflexionar en el asunto de la poesía, es decir, de​​ lo que es la poesía. No sólo desde el punto del lenguaje escrito​​ -incluso oral-, sino desde otros lenguajes como lo son el visual, el cuántico, el matemático o el musical. Mi teoría propone que el Universo está allí para que lo admiremos y convivamos con él, en su formato micro y macro, pero​​ también​​ para que​​ tengamos oportunidad de​​ traducirlo en distintos lenguajes​​ No somos nosotros​​ y​​ el Universo.​​ Somos​​ el Universo.​​ Un pedazo​​ de​​ él.​​ Una​​ minúscula​​ pieza de un rompecabezas infinito en comunión con ríos, selvas, montañas, animales nocturnos.​​ Bajo esta comprensión nació​​ el teorema de Pitágoras​​ (filosofía matemática), la sección áurea​​ (aplicable a los caracoles​​ y a la arquitectura griega),​​ y​​ la numeración de Fibonacci,​​ (verdaderos portentos, revelaciones​​ no sólo​​ en​​ el campo de​​ los números,​​ sino de la propia​​ dimensión​​ estética y la​​ realidad).​​ 

A​​ través de la sección áurea es posible un efecto matemático que se funde​​ en​​ la contemplación de un cuadro​​ o​​ una fachada neoclásica, dejando claro que no hay una línea definida entre la búsqueda filosófica, las ciencias exactas y la belleza. Todo abreva de la misma fuente, como lo plantea la​​ Teoría del​​ Pensamiento Complejo​​ de Edgar Morin​​ (quien​​ aboga por dejar atrás​​ la visión sesgada, parcial, de​​ esta​​ división​​ entre​​ ciencias y disciplinas artísticas).​​ De este modo,​​ en pleno siglo XXI y gracias a ideas como las de Morin,​​ podemos generar obras de​​ ciber o​​ bio-arte;​​ paradojas filosóficas a través de la la IA;​​ así como​​ mantener una visión interdisciplinaria​​ entre​​ oficios,​​ artes y ciencias. Todo lo es todo,​​ en​​ divisiones mínimas.​​ La parte por el todo, y el todo por la parte. La gran sinécdoque​​ ante el mundo.​​ ​​ 

En uno de​​ los​​ pequeños artículos-ensayo​​ que he escrito,​​ por ejemplo,​​ me pregunto por qué las​​ Bellas​​ Artes siguen siendo​​ sólo​​ siete, cuando ya tenemos al menos una veintena de disciplinas que emergieron​​ a​​ mediados del siglo XX​​ e​​ inicios del XXI,​​ como lo son el performance, la instalación, el video-poema, el mapping, el body Paint, la intervención artística urbana​​ y el Street art​​ ¿No es acaso,​​ que​​ hay ausencia de​​ apertura epistemológica dentro del reino estético occidental?​​ En muchas de estas nuevas disciplinas, por cierto, tiene mucho que ver un discurso​​ que sublima la realidad con otro lenguaje. El performance es en sí un acto poético​​ 5. Como lo comentó alguna vez​​ Alejandro Jodorowsky: “Antes de salir a la calle perfuma las suelas de tus zapatos”​​ ¿No​​ sería​​ este un​​ acto​​ kantiano​​ per se?​​ ¿No es verdad, por​​ otro lado, que el cine de Tarkovsky, de Fellini, de Bergman,​​ muestra​​ escenas que superan cualquier sensación poética hallada en un texto​​ de Neruda? El cine puede ser, y es, en ocasiones,​​ poesía sin palabras.​​ Se apoya no sólo de la imagen sino en la voz, en un texto​​ agregado a la imagen, en el sonido,​​ o​​ la luz,​​ para​​ ejercer una fantástica​​ fascinación​​ ante la pantalla.

Rony​​ Paz, profesor asociado de neurobiología del Instituto Weizmann declaró, por su parte, que entre los más recientes descubrimientos se encuentra el saber, a través de distintos experimentos, que la poesía tiene su propio lenguaje, un lenguaje que funciona aparte del común (oral y el escrito) que empleamos día a día​​ 6.​​ Esto no es extraño, pues si analizamos, incluso de manera superficial,​​ lo que es​​ una metáfora o una alegoría, comprenderemos que nuestro cerebro requiere otros procesos de simbolización y abstracción​​ para ejercer​​ la poesía, tanto​​ escrita​​ como​​ la comunicación arquitectónica,​​ escultórica, videográfica o cinematográfica​​ (reflexionemos sobre​​ el simbolismo de las pirámides de Egipto, los menhires,​​ los obeliscos,​​ o las imágenes del desolado Berlín, de Wim Wenders, en su película “Las alas del deseo”, de​​ 1987).​​ La transmisión de una metáfora requiere un lenguaje avanzado: un lenguaje simbólico que involucra​​ la interacción entre​​ emisor y receptor​​ en medio de un contexto semiótico,​​ y​​ de una manera sensible y racional al mismo tiempo: una relación profunda, humana pero cosmogónica.

Las matemáticas y la ciencia, por su parte, se hallan presentes dentro de las grandes obras de la poesía​​ ¿Qué es un soneto sino un magnífico artefacto matemático, perfectamente conformado por once sílabas, con acentos en la sexta y décima, una fórmula exacta de cálculo sensible​​ que,​​ en cierta disposición de estrofas​​ (4,4.3,3),​​ permite una musicalidad maravillosa​​ de​​ casi​​ destellos eléctricos,​​ de​​ iluminaciones​​ cerebrales​​ dentro de​​ un misterio tan profundo como el que otorga la sección áurea?​​ ¿No es el soneto castellano (por cierto,​​ fuertemente influenciado por la poesía árabe), una matemática sensible que se convierte en​​ manifestación artística? ¿Y las palabras, el uso de las palabras, no es, como afirma la Cábala,​​ como lo hizo notar alguna vez Borges,​​ una​​ extensa y compleja​​ permutación de signos;​​ y luego una gran permutación de palabras para volverse​​ idioma simbólico, significado​​ total de pensamiento y emociones?​​ Permutamos vocablos para dar nacimiento a un cuento, una novela, un poema épico. Ese tipo de palabras, en otra disposición, generaría una obra similar pero​​ bien​​ distinta​​ (de allí, quizá,​​ nuestra admiración por los buenos prosistas).​​ Así se​​ demuestra, de cierta forma,​​ la relación entre la Probabilidad y el Cálculo​​ con​​ los asuntos​​ literarios. Un tema extraño, pero apasionante.

En el caso de​​ los cruces de neurociencia, metafísica, química, física común o física cuántica, en​​ México​​ podemos referir algunos poemas de gran interés. El primero de ellos es​​ “El Sueño”, mejor conocido como “Primero Sueño”​​ (1692), de Sor Juana Inés de la Cruz, donde la brillante escritora​​ novohispana​​ aborda la manera en que el alma funge de transporte hacia la verdad,​​ o​​ el conocimiento, mediante​​ el misterioso fenómeno que es el​​ sueño.​​ Todo ello mezclado con una Teoría de los humores​​ que entonces se consideraba científica, y​​ que​​ revelaba el origen de muchos males y enfermedades7.​​ El poema explica cómo,​​ ya entrada la madrugada, el cuerpo físico duerme,​​ mientras que​​ el​​ alma asciende a​​ las​​ “esferas celestiales”. Sor Juana​​ escribe:​​ 

 

Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las estrellas; / si bien sus luces bellas, / exentas siempre, siempre rutilantes, / la tenebrosa guerra / que con negros vapores le intimaba / la pavorosa sombra fugitiva / burlaban tan distantes, / que su atezado ceño​​ / al superior convexo aun no llegaba / del orbe de la diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta.

 

La poesía mexicana, en el siglo XX, continuaría esta tradición​​ mezclando​​ la metafísica, la ciencia​​ (química o física)​​ y el verso, en tres poemas fundamentales.​​ Cada uno de ellos, de forma curiosa, un texto extenso, un poema-río. Considero que hubo, en aquel entonces, un vistazo a la obra de Sor Juana, lo que hizo que tanto algunos Contemporáneos,​​ como​​ ciertos​​ autores posteriores, generaran su propia versión de un poema extenso-científico-onírico, al estilo de la décima musa de San Jerónimo.​​ 

El primero de ellos, “Canto de un dios mineral”, de Jorge Cuesta, quien era por cierto ingeniero químico de profesión,​​ inicia de este modo:​​ 

 

Capto la seña de una mano, y veo / que hay una libertad en mi deseo; / ni dura ni reposa; / las nubes de su objeto el tiempo altera / como el agua la espuma prisionera / de la masa ondulosa. / Suspensa en el azul la seña, esclava / de la más leve onda, que socava / el orbe de su vuelo, / se suelta y abandona a que se ligue / su ocio al de la mirada que persigue / las corrientes del cielo.

 

Más adelante, en el mismo texto, Cuesta versifica:

 

Como si fuera un sueño, pues sujeta, / no escapa de la física que aprieta / en la roca la entraña, / la penetra con sangres minerales / y la entrega en la piel de los cristales a la luz, que la daña.

 

El segundo de​​ los poemas de largo aliento referidos,​​ es “Muerte sin fin”, de José Gorostiza,​​ publicado en el año 1939​​ (y que es considerado, por muchos, el​​ mejor poema en la época de “Los​​ Contemporáneos”). Gorostiza, basado en la Cábala​​ para lograr este texto​​ -según algunos especialistas-,​​ escribe:​​ 

 

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso / por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el lodo; / lleno de mí —ahíto— me descubro / en la imagen atónita del agua, / que tan sólo es un tumbo inmarcesible, / un desplome de ángeles caídos / a la delicia intacta de su peso, / que nada tiene / sino la cara en blanco / hundida a medias, ya, como una risa agónica, / en las tenues holandas de la nube / y en los funestos cánticos del mar…

 

Más adelante, Gorostiza se pone místico y cuántico en su decir:

 

—¡oh inteligencia, páramo de espejos! / helada emanación de rosas pétreas / en la cumbre de un tiempo paralítico; / pulso sellado; / como una red de arterias temblorosas, / hermético sistema de eslabones / que apenas se apresura o se retarda / según la intensidad de su deleite; / abstinencia angustiosa que presume el dolor y no lo crea, / que escucha ya en la estepa de sus tímpanos / retumbar el gemido del lenguaje / y no lo emite…

 

El tercer caso es​​ “Piedra de Sol”,​​ de Octavio Paz. Escrito en 1957, se trata de​​ un poema de amor​​ y desamor​​ que​​ es,​​ a​​ la​​ par,​​ un texto​​ identitario, histórico, prehispánico,​​ virreinal,​​ constancia de la modernidad​​ y memoria personal​​ en un solo escrito.​​ Poema sinécdoque.​​ Hecho de recortes de realidad​​ -como describe Edgar Morin la aprehensión del conocimiento-​​ esta​​ “Piedra de Sol”, que gira en​​ cada uno de sus círculos en sentido opuesto, dentro del movimiento perpetuo, abarca la inmensidad en un solo punto. Escribe Paz:

 

todos los nombres son un solo nombre / todos los rostros son un solo rostro, / todos / los siglos son un solo instante / y por todos los siglos de los siglos / cierra el paso al futuro un par de ojos…

 

Un poema sumamente trabajado, muy “sorjuaniano”​​ de algún modo, “Piedra de sol” es una joya de la literatura mexicana.​​ Y lo es, en gran medida, por su oculta relación con la astronomía y la matemática dentro de su construcción poética.​​ Ramón Xirau apuntó, en el prólogo de la primera versión de este libro:

 

Piedra de sol es un poema clave. En la primera edición, Paz hacía notar que el poema consta de 584 endecasílabos y que “este número de versos es igual al de la revolución sinódica del planeta Venus”. Los seis versos que inician y terminan el poema son versos de pureza, versos de una realidad perfecta y hermosa. Con esta realidad llena de paz y de pureza, con este paraíso poético se abre y se cierra el ciclo de Piedra de sol8.​​ 

 

Por último,​​ ingresemos a los terrenos de la Mecánica Cuántica y​​ el Multiverso, al juego de los espejos infinitos, de los jardines que se bifurcan, al canto al sí mismo y a las realidades alternas​​ (que de algún modo ya sospechaban autores​​ antiguos,​​ como Pedro Calderón de la Barca​​ al afirmar “Que toda la vida es​​ sueño, y los sueños, sueños son”; o​​ William Shakespeare cuando expresó que​​ “estamos hechos de la misma materia que los sueños”; o​​ bien,​​ Nezahualcóytl, el príncipe​​ texcocano, al​​ declarar​​ que​​ “Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar. No es verdad que vinimos a vivir sobre la tierra”).​​ 

Entremos​​ en el reino de los​​ escritores cuánticos, que lo fueron​​ sin pretender serlo,​​ aquellos que,​​ cercanos a Spinoza, la Teoría de la Relatividad,​​ el​​ Budismo y Las mil y una noches,​​ lograron hacernos ver y sentir el Todo en todas partes,​​ a la vez​​ 9.​​ Me refiero, en este artículo,​​ a​​ tres​​ de ellos:​​ Whitman, Borges, y Chuang Tzu.​​ 

Escribe​​ Walth Withman, en su célebre e imprescindible libro “Hojas de hierba”, publicado en 1881:​​ “Los mensajes de los grandes poetas a cada hombre y a cada mujer son: Venid a nosotros en condiciones de igualdad, sólo entonces podéis comprendernos”.​​ La obra de Whitman, en especial dentro de este libro, es poesía horizontal, democrática, abierta, que gira y gira​​ de manera interminable,​​ con libertad.​​ Poesía de lo grande y lo pequeño, del milagro del cuerpo humano, del reino vegetal y animal de forma simultánea.​​ Poética​​ elaborada con cientos de fragmentos,​​ serie de hechos simultáneos, puntos concentrados en un mismo punto​​ y en ninguno.​​ Whitman, en un discurso literario sabio, sensible y científico a la vez,​​ afirma:

 

Creo que una hoja de hierba, no es menos / que el día de trabajo de las estrellas, /y que una hormiga es perfecta, / y un grano de arena, / y el huevo​​ del régulo, / son igualmente perfectos, / y que la rana es una obra maestra, / digna de los señalados, / y que la zarzamora podría adornar, / los salones del paraíso, / y que la articulación más pequeña de mi mano, / avergüenza a las máquinas, / y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha, / supera todas las estatuas, / y que un ratón es milagro suficiente, / como para hacer dudar, / a seis trillones de infieles.

 

Jorge Luis​​ Borges,​​ gran lector e incluso traductor de​​ Walt​​ Whitman​​ (y​​ gran aprendiz del uso de​​ las​​ enumeraciones caóticas​​ de éste), construye​​ años después otra​​ enumeración, que más​​ que caótica​​ podríamos considerar​​ micro y macro​​ cósmica. Lo hace​​ en su célebre cuento “El Aleph10​​ (1945),​​ en su estilo y su ahondamiento​​ hasta ahora​​ insuperables…​​ Hay que recordar que “El Aleph”, que toma su referencia de la primera letra del alfabeto hebreo es, según la mitología borgeana, un punto en el espacio que contiene todos los puntos, y que permite ver al Universo en su totalidad a través de una pequeña esfera​​ -contenida en un sótano-. Escribe el autor argentino​​ dentro de la historia:​​ (en el Aleph)

 

…vi​​ un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar​​ el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin…

 

Y qué decir de​​ Chuang Tzu, quien vivió en China en el siglo IV a.c.,​​ y​​ que podía, a​​ juzgar por lo que escribió, comprender​​ las posibilidades del sueño y el multiverso. Escribe sobre sí mismo: “Chuang Tzu​​ soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. Qué joya poética. Qué joya cuántica, cercana al bucle recursivo.​​ Cuanta cercanía al​​ experimento​​ de Claus Jönsson,​​ en​​ 1961,​​ donde un​​ átomo​​ es​​ disparado por​​ una​​ rendija​​ y​​ que, según se descubre,​​ puede estar en dos lugares al mismo tiempo.​​ 

Que venga la nueva era. La comprensión de los fenómenos científicos y cuánticos por parte de los poetas, de los artistas.​​ El entendimiento de los fenómenos estéticos​​ por parte de​​ la​​ ciencia.​​ No como obligación temática, sino​​ cual forma​​ de comprensión del mundo, lo que puede deparar obras más ingeniosas, complejas,​​ brillantes. Es necesario dejar atrás​​ el​​ oscurantismo en el que se ha convertido​​ la era positivista, la racionalización rígida, absurda.​​ Así, en​​ el panorama en los tiempos tempestuosos​​ que vivimos, llenos​​ de amenazas de guerra,​​ de ejercicios de​​ violencia​​ comercial​​ e imposición racial; ante​​ esta vertiginosa sucesión de eventos,​​ digo,​​ quedan​​ la respuesta de la​​ Poesía​​ y la Filosofía​​ como un campo conjunto. Un​​ delicioso e inteligente​​ Aleph​​ que incluye a Oriente,​​ a los pueblos originarios, a las lenguas y los idiomas en peligro de extinción;​​ al Occidente antiguo y al Occidente post​​ e hipermoderno. “Cuando una lengua muere, muere​​ un​​ Universo”,​​ escribió​​ Rafael Barret,​​ con absoluta razón.​​ Es por eso que debemos mantener las cosmogonías en equilibrio, lejos de las verdades únicas.​​ 

La poesía está en el aire, en el agua​​ (que comienza a hacernos falta),​​ en los bosques​​ (que se queman)​​ y la naturaleza que amaron los románticos alemanes,​​ y siguen amando los poblados indígenas. Está en nuestras moléculas y alrededor de ellas. En los siete puntos cardinales de los que habla la cultura cherokee: norte, sur, este, oeste, arriba, abajo, y dentro de nosotros mismos.​​ ​​ Decolonial, no​​ sólo​​ hispana,​​ de aportación​​ latina, con contaminación francesa y norteamericana;​​ seguidora de la​​ belleza y la contemplación​​ nipona​​ (que comienza a ganar fuerza de forma reciente con el ejercicio del haikú); propia de la filosofía​​ sufí;​​ árabe en su absoluta belleza;​​ con​​ inclusión de la mujer y la comunidad LGBTQ​​ a plenitud; con​​ cercanía​​ de razas y culturas. Sin supremacías.​​ No patriarcal,​​ ni​​ europea​​ -lo cual agradaría a Gramsci-; entre la comunión con la naturaleza y el cosmos.​​ Así debe ser la poesía de hoy.​​ Lo mismo aplica para la Filosofía.​​ Reitero.​​ No digo​​ que,​​ al escribirlas,​​ se tenga obligación de abordar​​ estos temas. Me refiero a su comprensión.​​ Al dejarlas “ser”, al dejarnos “ser” para “seguir siendo”.​​ A la inmensa intercomunicación, de calidad invisible, de campos mórficos, que nos une​​ a​​ otros humanos,​​ a​​ la hormiga y la estrella​​ por igual​​ (lo​​ que intuían ya las religiones).​​ A aquello remoto,​​ pero bien cercano,​​ que​​ produce y simboliza​​ imágenes y metáforas,​​ con palabras​​ o​​ sin ellas.​​ 

Una comprensión poética,​​ tan compleja, es la que​​ se necesita​​ en pleno 2025,​​ a través de​​ los cinco continentes del planeta para​​ dejar atrás​​ un sistema de pensamiento​​ que cumplió,​​ ya​​ hace muchos años,​​ su cometido, y que hoy es parte de la destrucción y el caos que atormenta​​ al planeta.​​ Lo mismo se le exige a la Filosofía.​​ Volver a mirar,​​ a​​ olfatear,​​ a​​ usar el tacto,​​ los​​ canales interconectados con​​ la intuición.​​ Contemplar de modo distinto. O​​ es​​ que,​​ quizá,​​ en algún momento perdimos​​ los ojos…​​ Respirar y pensar. Pensar y vivir.​​ Vivir​​ y pulsar.​​ Esa es la propuesta. Está​​ claro que​​ sí. Que es posible. Que siempre ha sido posible. Lo demuestran la Historia,​​ Lo femenino,​​ La Madre Tierra,​​ La Pachamama,​​ Las Culturas​​ Originarias,​​ La Filosofía de la Ciencia,​​ El​​ Arte​​ Interdisciplinario.​​ “Sensibilidad…”, ya se ha dicho.​​ “Sensibilidad”, ya lo he dicho, “Sensibilidad​​ es​​ pensamiento”.

 

 

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​​ No es un tema menor hacer notar que el súperhombre,​​ en su nominación lingüística, es de carácter masculino. Un asunto de género que no debe pasar desapercibido en​​ el​​ estudio de las ideas de aquellos años comparadas con las actuales.

4

​​ Fuente:​​ Climaterra.​​ Rupert Sheldrake sobre cómo la ciencia perdió el rumbo

5

​​ En las representaciones simbólicas del día a día, descubiertas por el performance, hay poesía que se traduce a través del cuerpo, los objetos, los eventos, las acciones: paradojas de la vida cotidiana.

7

​​ Los cuatro humores de que están compuestos nuestros cuerpos, según la visión de aquellos años, eran sangre, flema, cólera y melancolía.

8

​​ Fuente: Material de Lectura UNAM.​​ Piedra de Sol. ​​ OCTAVIO PAZ​​ 

 

9

​​ Ralph Waldo Emerson, autor que algunos de ellos tomaron como modelo de pensamiento,​​ se acerca de manera​​ inconsciente a lo global, a lo multicultural, y​​ escribe en​​ Naturaleza y otros escritos de juventud​​ (1836): “No busco lo grande, lo remoto, lo romántico, lo que se hace en Italia o Arabia, el arte griego o la poesía provenzal; abrazo lo común, exploro y me siento a los pies de lo familiar, de lo inferior.

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​​ Juan José Saer, en un pequeño antecedente de este cuento​​ borgeano, y dentro de la historia de la literatura argentina, apunta en uno de sus textos: “Cuando el sol último se ha hundido, / nos duele sostener esa luz tirante y distinta, esa alucinación que impone al espacio”,​​ y​​ “ Amanece. Y ya está con los ojos abiertos”.​​ 

 

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