Ulises Paniagua (México, 1976) es narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. En 2023 fue entrevistado en un capítulo de la serie “La ciudad es mi letra”, de Capital 21 TV. Incluido en la antología internacional bilingüe “Puente y Precipicio”, publicada en Rusia, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, nueve libros de cuentos, dos de crónica, y siete poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Punto en línea, Anestesia, La razón, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía, Jus, y Períódico de Poesía (UNAM). Es parte del catálogo de autores del INBAL. Ha sido conductor en Radio Anáhuac, Radio Sogem y Radio IPN (95.7 FM). Es director, creador y fundador del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía y el Festival Poesía por el Agua (respaldados por el Fondo de Cultura Económica). Ex-director de la Colección Digital de Terror en Editora BGR (España). Publicado en la Academia Uruguaya de Letras; en España, Italia, Perú, Argentina y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.
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Todo en todas partes a la vez
La teoría cuántica de la poesía
“Si un árbol cae en un bosque, y nadie está cerca para escucharlo, produce algún sonido?” Esta es la gran pregunta que se atribuye al filósofo George Berkeley debido a que en su “Tratado sobre los principios del conocimiento humano” (1710) propone una reflexión acerca de la naturaleza y la percepción de los objetos al declarar: “Los objetos sensibles existen sólo cuando son percibidos; los árboles por tanto están en el jardín [...], (y) sólo (existen) mientras haya alguien para percibirlos”. Una paradoja interesante, ampliamente conocida.
Se rumora que, en realidad, el primer texto en el que apareció esta cuestión, y del que se tiene constancia, fue anterior a Berkeley. Fue publicado a nombre de M. Bayley dentro del tercer número de la revista “The Chautauquan”, editada en junio de 1883. Bayley también se preguntó: "¿si un árbol fuese a caer en una isla en donde no hubiese algún ser humano, haría algún sonido?1”. Ello en lo que respecta al mundo occidental, porque existen algunas versiones que atribuyen el origen de dicha preocupación al acercamiento de Berkeley con las culturas orientales, en especial con la filosofía china, y quizá también con la filosofía zen (originada en el antiguo Japón). Esta explicación me satisface, porque este tipo de interrogantes parece nacer de la sencillez y la profundidad de las culturas orientales. Es casi con certeza una pregunta ancestral, aunque no hay un dato preciso al respecto.
En la actualidad, Stefan Bleek, experto en psicoacústica del Instituto de investigación de sonido y vibración en la Universidad de Southampton, asegura que “si el árbol cae en el bosque, lo que produce es una ola de partículas que vibran en el aire”, y que, “efectivamente, si no hay nadie que lo escuche, no hay sonido, pero eso no significa que no haya ondas sonoras o acústicas que tienen un efecto en el medio ambiente 2".
Tras una presentación de la obra del desaparecido Jacobo Grinberg, en la Feria Internacional del Libro de Minería, en México, tuve oportunidad de hacer la misma pregunta al admirado y querido escritor, conductor televisivo, entrevistador e investigador, José Gordon (Pepe Gordon). Yo tenía una opinión al respecto, desde luego, pero me interesó conocer su punto de vista. Coincidía conmigo. No me sorprendió que pensásemos de forma similar, pues he seguido atentamente sus programas de divulgación y los capítulos de “La oveja eléctrica”. He encontrado por el camino, a la vez, lecturas similares. Somos seres ávidos de un mundo nuevo del siglo XXI, expectantes de un paradigma que está por nacer. José Gordon es un hombre brillante. Yo, a su lado soy sólo un curioso. Por ello me alegró llegar a la misma conclusión.
La respuesta de los dos a la paradoja del árbol fue la siguiente: si un árbol cae en un bosque, y nadie está cerca para escucharlo, por supuesto que produce un sonido. Si bien el ruido no es percibido por oídos humanos, lo escuchan las ardillas, los insectos, de algún modo lo captura la sensibilidad de la yerba. Otros árboles, incluso, descubren la vibración de dicho derrumbe en sus raíces, en las células de su corteza. Aunque suene descabellado o metafísico, el micro universo está pendiente de esta caída. El sonido no necesita del ser humano para existir. En ese sentido, es importante la interrelación entre las partes y la totalidad de la que habla, por mencionar una teoría, “El efecto mariposa”.
Con esta afirmación, absolutamente comprobable, terminaría el seguimiento del modelo positivista, modelo de pensamiento antropocéntrico donde, siguiendo las ideas de Nietzsche, Dios habría muerto para dar paso al súperhombre, la nueva “verdad” que regiría sobre el planeta 3. La pregunta de la caída del árbol en el bosque surgió en un momento en el que se supuso al ser humano como centro del universo. Ahora, desde luego y por fortuna, esta supuesta realidad puede tener otra lectura.
La posibilidad de que el árbol sea escuchado sin que medie sentido humano es una propuesta que invita a dejar atrás un modelo fundamentalmente de carácter patriarcal y con característica puramente occidentales, un modelo racional, cerrado, rígido, que no permite la sensibilidad o la intuición como factores del conocimiento, o que, en todo caso, no les da crédito. Esto abre un abanico de nuevas percepciones, recepciones y teorías.
Una situación que, sin embargo, era comprendida ya por habitantes de culturas originarias y por filosofías como el Tao o el Budismo, que llegaron a Occidente para enriquecer la epistemología y la gnoseología de entonces. Como ejemplo, las implicaciones casi taoístas en el Dios de Spinoza. De allí, también, el encuentro entre lo sensible y el pensamiento en el Romanticismo alemán (y sobre todo su amor a la naturaleza). Al respecto, Friedrich Hölderlin señala: “Ser uno con el todo es la vida de la divinidad, es el cielo del ser humano”. Y Friedrich Schiller afirma: “Nada existe en el mundo que sea insignificante.” El propio Goethe, posterior al romanticismo, tiene un poema dedicado al Ginkbo Biloba. También fue un gran promotor de los jardines botánicos y la conciencia de nuestra relación con el mundo vegetal, como lo ha hecho saber, en alguna conferencia, la filósofa, catedrática y escritora argentino-española, Virginia López Domínguez.
Por otra parte -y volviendo atrás en el tiempo-, para la antigua China el Tao es la fuente de la que emana todo lo existente, pero que aun así no puede ser alcanzada por el pensamiento humano. El Tao no tiene espacio ni tiempo. Es el origen del orden natural que explica por sí mismo el comportamiento de las cosas. El Tao simplemente “es”. Se trata del Dassein, de Heidegger, de manera individual y colectiva, de forma simultánea. Un tiempo-espacio sin tiempo-espacio, en el que bien podríamos colocar al protagonista de la novela “El innombrable”, de Samuel Beckett (1953). En México, en el pueblo tojolabal, por ejemplo, no existe un “yo” sino un “nosotros”, como me lo hizo saber desde su investigación el artista visual Luis Alanís. Después de todo, qué es nuestro cuerpo sino una serie de átomos que derivan en moléculas, y que cercanos a la Teoría de Cuerdas, vibran ante las experiencias del mundo de manera infatigable. También vibramos ante y con las otras, con los otros. Somos esferas armilares en conjunción con el Todo. Giramos y pulsamos. Las moléculas que nos conforman se agitan, siempre, aunque estemos en reposo. La marea de los océanos llama a nuestro cuerpo, porque somos al menos 70% agua.
Así, si bien el positivismo y la idea de progreso, bien occidentales, trajeron comodidad y beneficios a la especie humana, es evidente que dicho modelo, ante la aparición de las más recientes crisis energéticas, climáticas y económicas, se ha agotado. Y, que en la integración profunda con la filosofía de otras culturas, de otros continentes, se vislumbran grandes extensiones de luz. De este modo cabe comprender y analizar cómo lo oriental, las culturas originarias, y la escuela metafísica de Praga, dieron sin duda, ante esta perspectiva, posibilidad al nacimiento de la Teoría de la Relatividad, de Albert Einstein, y a las Teorías de la Mecánica Cuántica y del Multiverso (de manera más reciente).
Esta serie de reflexiones obliga, en pleno 2025, a pensar de otro modo. A comprender que, lejos de la idea de que “las cosas nacen sólo cuando el poeta las nombra”, “las cosas existen, aunque el poeta no las nombre”. El planeta no necesita poetas para existir. Es más: no necesita a hombres o mujeres: ni monarcas, ni políticos, ni empresarios, ni manufactura. Aunque la especie humana, por su lado, si agradece la existencia de la o el poeta, porque busca comprender la esencia del mundo visible y no visible. Y lo hace a través de su voz. La poeta, el poeta, traduce tanto el mundo físico como el ficticio, es decir, el socio-cultural (creado por nuestra especie animal), para satisfacción de quien les lee o escucha.
Ahora bien, el poeta hace visible las cosas, pero no las crea. Las nombra, las vive, hace que otros las encarnen. No las crea. Sólo en un siglo de totalitarismos, como fue el XX, el poeta se volvió totalitarista de la palabra. Impuso las academias de letras o de lenguas, desde una visión parcial, sesgada y europeizante. Hoy sabemos que hacer poesía, recibir la poesía, y comunicarla, es otro asunto más profundo y complejo que una simple institución. Los antiguos, los autores del Siglo de Oro español, el movimiento de la poesía afrodescendiente, la generación beat, todas y todos ellos lo han intuido, siempre. Para Rimbaud, “el poeta es un vidente”. Octavio Paz menciona la importancia de la analogía poesía-magia para los poetas modernos, a partir del romanticismo, al hablar de la poesía como un acto autocreativo. Las poetas, los poetas, trabajan elementos sensibles y racionales de forma sincrónica, conjunciones y relaciones sinápticas que son indisolubles y que dan paso a un lenguaje de metáforas, parábolas o alegorías.
Vicente Huidobro, adelantado a su época, escribió: “El poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son”. También refirió al poeta, en su célebre poema “Altazor”, como un pararrayos, un mediador entre las fuerzas cósmicas y el mundo terrenal. Idea que los pueblos originarios habían descubierto ya a través del chamanismo. Para Huidobro, el poeta crea una realidad alterna y no, en comunión con el universo que lo envuelve. Esto obliga a reflexionar, como he citado en un poema, en la idea del poeta como un traductor de lo indescifrable. El poeta es un medio para explicar lo que gira alrededor de nosotros, lo que no nos es posible ver, escuchar; sino apenas intuir, presentir desde una ínfima arista. “Tomo versos del Cosmos como se toma una naranja del ramaje / -como se toma una naranja del ramaje-”, anoté alguna vez.
¿De dónde vino ese verso? Lo escribí, pero no lo hice yo del todo. Lo dictó algo remoto, misterioso, aquello con lo que de algún modo logré comunicarme, un algo distinto que me eligió o contactó un segundo, dentro de una iluminación; poiesis acontecida entre el movimiento de mis moléculas y el movimiento de traslación y rotación de la Tierra. dentro de aquello tan negro que respira el Universo. Los antiguos lo llamaban “los demonios”. Hoy, de acuerdo a profundas teorías sobre neurociencia y otras disciplinas, sabemos que hay una comunicación profunda entre nuestro cerebro (que por cierto contiene más neuronas que estrellas las galaxias) y el macro universo que nos rodea. Basta releer las teorías del propio Jacobo Grinberg, del cual ya hablé, o del científico Rupert Sheldrake, para entender esto. Sheldrake, quien generó la Teoría de los campos mórficos, afirma: “Una bandada de pájaros puede girar al mismo tiempo porque comparte un campo mórfico. No todas (las aves) miran al pájaro siguiente, y deciden qué hacer 4”. Estamos interconectados. Como los pájaros. Las aves piensan y sienten, se comunican racional y sensiblemente en el vuelo. Algo similar ocurre al escribir y leer versos. Por cierto, pocos eventos son tan poéticos como una parvada de aves al atardecer.
Esto nos lleva a reflexionar en el asunto de la poesía, es decir, de lo que es la poesía. No sólo desde el punto del lenguaje escrito -incluso oral-, sino desde otros lenguajes como lo son el visual, el cuántico, el matemático o el musical. Mi teoría propone que el Universo está allí para que lo admiremos y convivamos con él, en su formato micro y macro, pero también para que tengamos oportunidad de traducirlo en distintos lenguajes No somos nosotros y el Universo. Somos el Universo. Un pedazo de él. Una minúscula pieza de un rompecabezas infinito en comunión con ríos, selvas, montañas, animales nocturnos. Bajo esta comprensión nació el teorema de Pitágoras (filosofía matemática), la sección áurea (aplicable a los caracoles y a la arquitectura griega), y la numeración de Fibonacci, (verdaderos portentos, revelaciones no sólo en el campo de los números, sino de la propia dimensión estética y la realidad).
A través de la sección áurea es posible un efecto matemático que se funde en la contemplación de un cuadro o una fachada neoclásica, dejando claro que no hay una línea definida entre la búsqueda filosófica, las ciencias exactas y la belleza. Todo abreva de la misma fuente, como lo plantea la Teoría del Pensamiento Complejo de Edgar Morin (quien aboga por dejar atrás la visión sesgada, parcial, de esta división entre ciencias y disciplinas artísticas). De este modo, en pleno siglo XXI y gracias a ideas como las de Morin, podemos generar obras de ciber o bio-arte; paradojas filosóficas a través de la la IA; así como mantener una visión interdisciplinaria entre oficios, artes y ciencias. Todo lo es todo, en divisiones mínimas. La parte por el todo, y el todo por la parte. La gran sinécdoque ante el mundo.
En uno de los pequeños artículos-ensayo que he escrito, por ejemplo, me pregunto por qué las Bellas Artes siguen siendo sólo siete, cuando ya tenemos al menos una veintena de disciplinas que emergieron a mediados del siglo XX e inicios del XXI, como lo son el performance, la instalación, el video-poema, el mapping, el body Paint, la intervención artística urbana y el Street art ¿No es acaso, que hay ausencia de apertura epistemológica dentro del reino estético occidental? En muchas de estas nuevas disciplinas, por cierto, tiene mucho que ver un discurso que sublima la realidad con otro lenguaje. El performance es en sí un acto poético 5. Como lo comentó alguna vez Alejandro Jodorowsky: “Antes de salir a la calle perfuma las suelas de tus zapatos” ¿No sería este un acto kantiano per se? ¿No es verdad, por otro lado, que el cine de Tarkovsky, de Fellini, de Bergman, muestra escenas que superan cualquier sensación poética hallada en un texto de Neruda? El cine puede ser, y es, en ocasiones, poesía sin palabras. Se apoya no sólo de la imagen sino en la voz, en un texto agregado a la imagen, en el sonido, o la luz, para ejercer una fantástica fascinación ante la pantalla.
Rony Paz, profesor asociado de neurobiología del Instituto Weizmann declaró, por su parte, que entre los más recientes descubrimientos se encuentra el saber, a través de distintos experimentos, que la poesía tiene su propio lenguaje, un lenguaje que funciona aparte del común (oral y el escrito) que empleamos día a día 6. Esto no es extraño, pues si analizamos, incluso de manera superficial, lo que es una metáfora o una alegoría, comprenderemos que nuestro cerebro requiere otros procesos de simbolización y abstracción para ejercer la poesía, tanto escrita como la comunicación arquitectónica, escultórica, videográfica o cinematográfica (reflexionemos sobre el simbolismo de las pirámides de Egipto, los menhires, los obeliscos, o las imágenes del desolado Berlín, de Wim Wenders, en su película “Las alas del deseo”, de 1987). La transmisión de una metáfora requiere un lenguaje avanzado: un lenguaje simbólico que involucra la interacción entre emisor y receptor en medio de un contexto semiótico, y de una manera sensible y racional al mismo tiempo: una relación profunda, humana pero cosmogónica.
Las matemáticas y la ciencia, por su parte, se hallan presentes dentro de las grandes obras de la poesía ¿Qué es un soneto sino un magnífico artefacto matemático, perfectamente conformado por once sílabas, con acentos en la sexta y décima, una fórmula exacta de cálculo sensible que, en cierta disposición de estrofas (4,4.3,3), permite una musicalidad maravillosa de casi destellos eléctricos, de iluminaciones cerebrales dentro de un misterio tan profundo como el que otorga la sección áurea? ¿No es el soneto castellano (por cierto, fuertemente influenciado por la poesía árabe), una matemática sensible que se convierte en manifestación artística? ¿Y las palabras, el uso de las palabras, no es, como afirma la Cábala, como lo hizo notar alguna vez Borges, una extensa y compleja permutación de signos; y luego una gran permutación de palabras para volverse idioma simbólico, significado total de pensamiento y emociones? Permutamos vocablos para dar nacimiento a un cuento, una novela, un poema épico. Ese tipo de palabras, en otra disposición, generaría una obra similar pero bien distinta (de allí, quizá, nuestra admiración por los buenos prosistas). Así se demuestra, de cierta forma, la relación entre la Probabilidad y el Cálculo con los asuntos literarios. Un tema extraño, pero apasionante.
En el caso de los cruces de neurociencia, metafísica, química, física común o física cuántica, en México podemos referir algunos poemas de gran interés. El primero de ellos es “El Sueño”, mejor conocido como “Primero Sueño” (1692), de Sor Juana Inés de la Cruz, donde la brillante escritora novohispana aborda la manera en que el alma funge de transporte hacia la verdad, o el conocimiento, mediante el misterioso fenómeno que es el sueño. Todo ello mezclado con una Teoría de los humores que entonces se consideraba científica, y que revelaba el origen de muchos males y enfermedades7. El poema explica cómo, ya entrada la madrugada, el cuerpo físico duerme, mientras que el alma asciende a las “esferas celestiales”. Sor Juana escribe:
Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las estrellas; / si bien sus luces bellas, / exentas siempre, siempre rutilantes, / la tenebrosa guerra / que con negros vapores le intimaba / la pavorosa sombra fugitiva / burlaban tan distantes, / que su atezado ceño / al superior convexo aun no llegaba / del orbe de la diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta.
La poesía mexicana, en el siglo XX, continuaría esta tradición mezclando la metafísica, la ciencia (química o física) y el verso, en tres poemas fundamentales. Cada uno de ellos, de forma curiosa, un texto extenso, un poema-río. Considero que hubo, en aquel entonces, un vistazo a la obra de Sor Juana, lo que hizo que tanto algunos Contemporáneos, como ciertos autores posteriores, generaran su propia versión de un poema extenso-científico-onírico, al estilo de la décima musa de San Jerónimo.
El primero de ellos, “Canto de un dios mineral”, de Jorge Cuesta, quien era por cierto ingeniero químico de profesión, inicia de este modo:
Capto la seña de una mano, y veo / que hay una libertad en mi deseo; / ni dura ni reposa; / las nubes de su objeto el tiempo altera / como el agua la espuma prisionera / de la masa ondulosa. / Suspensa en el azul la seña, esclava / de la más leve onda, que socava / el orbe de su vuelo, / se suelta y abandona a que se ligue / su ocio al de la mirada que persigue / las corrientes del cielo.
Más adelante, en el mismo texto, Cuesta versifica:
Como si fuera un sueño, pues sujeta, / no escapa de la física que aprieta / en la roca la entraña, / la penetra con sangres minerales / y la entrega en la piel de los cristales a la luz, que la daña.
El segundo de los poemas de largo aliento referidos, es “Muerte sin fin”, de José Gorostiza, publicado en el año 1939 (y que es considerado, por muchos, el mejor poema en la época de “Los Contemporáneos”). Gorostiza, basado en la Cábala para lograr este texto -según algunos especialistas-, escribe:
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso / por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el lodo; / lleno de mí —ahíto— me descubro / en la imagen atónita del agua, / que tan sólo es un tumbo inmarcesible, / un desplome de ángeles caídos / a la delicia intacta de su peso, / que nada tiene / sino la cara en blanco / hundida a medias, ya, como una risa agónica, / en las tenues holandas de la nube / y en los funestos cánticos del mar…
Más adelante, Gorostiza se pone místico y cuántico en su decir:
—¡oh inteligencia, páramo de espejos! / helada emanación de rosas pétreas / en la cumbre de un tiempo paralítico; / pulso sellado; / como una red de arterias temblorosas, / hermético sistema de eslabones / que apenas se apresura o se retarda / según la intensidad de su deleite; / abstinencia angustiosa que presume el dolor y no lo crea, / que escucha ya en la estepa de sus tímpanos / retumbar el gemido del lenguaje / y no lo emite…
El tercer caso es “Piedra de Sol”, de Octavio Paz. Escrito en 1957, se trata de un poema de amor y desamor que es, a la par, un texto identitario, histórico, prehispánico, virreinal, constancia de la modernidad y memoria personal en un solo escrito. Poema sinécdoque. Hecho de recortes de realidad -como describe Edgar Morin la aprehensión del conocimiento- esta “Piedra de Sol”, que gira en cada uno de sus círculos en sentido opuesto, dentro del movimiento perpetuo, abarca la inmensidad en un solo punto. Escribe Paz:
todos los nombres son un solo nombre / todos los rostros son un solo rostro, / todos / los siglos son un solo instante / y por todos los siglos de los siglos / cierra el paso al futuro un par de ojos…
Un poema sumamente trabajado, muy “sorjuaniano” de algún modo, “Piedra de sol” es una joya de la literatura mexicana. Y lo es, en gran medida, por su oculta relación con la astronomía y la matemática dentro de su construcción poética. Ramón Xirau apuntó, en el prólogo de la primera versión de este libro:
Piedra de sol es un poema clave. En la primera edición, Paz hacía notar que el poema consta de 584 endecasílabos y que “este número de versos es igual al de la revolución sinódica del planeta Venus”. Los seis versos que inician y terminan el poema son versos de pureza, versos de una realidad perfecta y hermosa. Con esta realidad llena de paz y de pureza, con este paraíso poético se abre y se cierra el ciclo de Piedra de sol8.
Por último, ingresemos a los terrenos de la Mecánica Cuántica y el Multiverso, al juego de los espejos infinitos, de los jardines que se bifurcan, al canto al sí mismo y a las realidades alternas (que de algún modo ya sospechaban autores antiguos, como Pedro Calderón de la Barca al afirmar “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”; o William Shakespeare cuando expresó que “estamos hechos de la misma materia que los sueños”; o bien, Nezahualcóytl, el príncipe texcocano, al declarar que “Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar. No es verdad que vinimos a vivir sobre la tierra”).
Entremos en el reino de los escritores cuánticos, que lo fueron sin pretender serlo, aquellos que, cercanos a Spinoza, la Teoría de la Relatividad, el Budismo y Las mil y una noches, lograron hacernos ver y sentir el Todo en todas partes, a la vez 9. Me refiero, en este artículo, a tres de ellos: Whitman, Borges, y Chuang Tzu.
Escribe Walth Withman, en su célebre e imprescindible libro “Hojas de hierba”, publicado en 1881: “Los mensajes de los grandes poetas a cada hombre y a cada mujer son: Venid a nosotros en condiciones de igualdad, sólo entonces podéis comprendernos”. La obra de Whitman, en especial dentro de este libro, es poesía horizontal, democrática, abierta, que gira y gira de manera interminable, con libertad. Poesía de lo grande y lo pequeño, del milagro del cuerpo humano, del reino vegetal y animal de forma simultánea. Poética elaborada con cientos de fragmentos, serie de hechos simultáneos, puntos concentrados en un mismo punto y en ninguno. Whitman, en un discurso literario sabio, sensible y científico a la vez, afirma:
Creo que una hoja de hierba, no es menos / que el día de trabajo de las estrellas, /y que una hormiga es perfecta, / y un grano de arena, / y el huevo del régulo, / son igualmente perfectos, / y que la rana es una obra maestra, / digna de los señalados, / y que la zarzamora podría adornar, / los salones del paraíso, / y que la articulación más pequeña de mi mano, / avergüenza a las máquinas, / y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha, / supera todas las estatuas, / y que un ratón es milagro suficiente, / como para hacer dudar, / a seis trillones de infieles.
Jorge Luis Borges, gran lector e incluso traductor de Walt Whitman (y gran aprendiz del uso de las enumeraciones caóticas de éste), construye años después otra enumeración, que más que caótica podríamos considerar micro y macro cósmica. Lo hace en su célebre cuento “El Aleph”10 (1945), en su estilo y su ahondamiento hasta ahora insuperables… Hay que recordar que “El Aleph”, que toma su referencia de la primera letra del alfabeto hebreo es, según la mitología borgeana, un punto en el espacio que contiene todos los puntos, y que permite ver al Universo en su totalidad a través de una pequeña esfera -contenida en un sótano-. Escribe el autor argentino dentro de la historia: (en el Aleph)…
…vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin…
Y qué decir de Chuang Tzu, quien vivió en China en el siglo IV a.c., y que podía, a juzgar por lo que escribió, comprender las posibilidades del sueño y el multiverso. Escribe sobre sí mismo: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. Qué joya poética. Qué joya cuántica, cercana al bucle recursivo. Cuanta cercanía al experimento de Claus Jönsson, en 1961, donde un átomo es disparado por una rendija y que, según se descubre, puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Que venga la nueva era. La comprensión de los fenómenos científicos y cuánticos por parte de los poetas, de los artistas. El entendimiento de los fenómenos estéticos por parte de la ciencia. No como obligación temática, sino cual forma de comprensión del mundo, lo que puede deparar obras más ingeniosas, complejas, brillantes. Es necesario dejar atrás el oscurantismo en el que se ha convertido la era positivista, la racionalización rígida, absurda. Así, en el panorama en los tiempos tempestuosos que vivimos, llenos de amenazas de guerra, de ejercicios de violencia comercial e imposición racial; ante esta vertiginosa sucesión de eventos, digo, quedan la respuesta de la Poesía y la Filosofía como un campo conjunto. Un delicioso e inteligente Aleph que incluye a Oriente, a los pueblos originarios, a las lenguas y los idiomas en peligro de extinción; al Occidente antiguo y al Occidente post e hipermoderno. “Cuando una lengua muere, muere un Universo”, escribió Rafael Barret, con absoluta razón. Es por eso que debemos mantener las cosmogonías en equilibrio, lejos de las verdades únicas.
La poesía está en el aire, en el agua (que comienza a hacernos falta), en los bosques (que se queman) y la naturaleza que amaron los románticos alemanes, y siguen amando los poblados indígenas. Está en nuestras moléculas y alrededor de ellas. En los siete puntos cardinales de los que habla la cultura cherokee: norte, sur, este, oeste, arriba, abajo, y dentro de nosotros mismos. Decolonial, no sólo hispana, de aportación latina, con contaminación francesa y norteamericana; seguidora de la belleza y la contemplación nipona (que comienza a ganar fuerza de forma reciente con el ejercicio del haikú); propia de la filosofía sufí; árabe en su absoluta belleza; con inclusión de la mujer y la comunidad LGBTQ a plenitud; con cercanía de razas y culturas. Sin supremacías. No patriarcal, ni europea -lo cual agradaría a Gramsci-; entre la comunión con la naturaleza y el cosmos. Así debe ser la poesía de hoy. Lo mismo aplica para la Filosofía. Reitero. No digo que, al escribirlas, se tenga obligación de abordar estos temas. Me refiero a su comprensión. Al dejarlas “ser”, al dejarnos “ser” para “seguir siendo”. A la inmensa intercomunicación, de calidad invisible, de campos mórficos, que nos une a otros humanos, a la hormiga y la estrella por igual (lo que intuían ya las religiones). A aquello remoto, pero bien cercano, que produce y simboliza imágenes y metáforas, con palabras o sin ellas.
Una comprensión poética, tan compleja, es la que se necesita en pleno 2025, a través de los cinco continentes del planeta para dejar atrás un sistema de pensamiento que cumplió, ya hace muchos años, su cometido, y que hoy es parte de la destrucción y el caos que atormenta al planeta. Lo mismo se le exige a la Filosofía. Volver a mirar, a olfatear, a usar el tacto, los canales interconectados con la intuición. Contemplar de modo distinto. O es que, quizá, en algún momento perdimos los ojos… Respirar y pensar. Pensar y vivir. Vivir y pulsar. Esa es la propuesta. Está claro que sí. Que es posible. Que siempre ha sido posible. Lo demuestran la Historia, Lo femenino, La Madre Tierra, La Pachamama, Las Culturas Originarias, La Filosofía de la Ciencia, El Arte Interdisciplinario. “Sensibilidad…”, ya se ha dicho. “Sensibilidad”, ya lo he dicho, “Sensibilidad es pensamiento”.
Fuente: Wikipedia. Si un árbol cae en un bosque - Wikipedia, la enciclopedia libre
No es un tema menor hacer notar que el súperhombre, en su nominación lingüística, es de carácter masculino. Un asunto de género que no debe pasar desapercibido en el estudio de las ideas de aquellos años comparadas con las actuales.
Fuente: Climaterra. Rupert Sheldrake sobre cómo la ciencia perdió el rumbo
En las representaciones simbólicas del día a día, descubiertas por el performance, hay poesía que se traduce a través del cuerpo, los objetos, los eventos, las acciones: paradojas de la vida cotidiana.
Los cuatro humores de que están compuestos nuestros cuerpos, según la visión de aquellos años, eran sangre, flema, cólera y melancolía.
Fuente: Material de Lectura UNAM. Piedra de Sol. OCTAVIO PAZ
Ralph Waldo Emerson, autor que algunos de ellos tomaron como modelo de pensamiento, se acerca de manera inconsciente a lo global, a lo multicultural, y escribe en Naturaleza y otros escritos de juventud (1836): “No busco lo grande, lo remoto, lo romántico, lo que se hace en Italia o Arabia, el arte griego o la poesía provenzal; abrazo lo común, exploro y me siento a los pies de lo familiar, de lo inferior.”
Juan José Saer, en un pequeño antecedente de este cuento borgeano, y dentro de la historia de la literatura argentina, apunta en uno de sus textos: “Cuando el sol último se ha hundido, / nos duele sostener esa luz tirante y distinta, esa alucinación que impone al espacio”, y “ Amanece. Y ya está con los ojos abiertos”.