Joyce Mansour (Bowden, Inglaterra, 1928-París, 1986). Egipcio/británica, criada en El Cairo en el seno de una familia de sefarditas comerciantes de textiles. Tras estudiar en Inglaterra y Suiza, llegó a París donde publicó Cris (1953), que fue saludado de inmediato por la revista surrealista Medium. A partir de entonces, Joyce Mansour participó activamente en el movimiento surrealista. A Cris le siguieron Déchirures (1955, de donde he tomado los poemas de esta muestra), las prosas de Jules César (1956), Gisants satisfaits (relatos publicados por Jean Jacques Pauvert en 1958), Rapaces (1960), Carré blanc (1965), Damnations (ilustrado por Roberto Matta), Bleu des fonds (teatro), Phallus et momies (1969), Histoires nocives (1973), entre otros. La crítica señaló que su poesía desde sus inicios, a través de una suerte de claroscuro en la representación del cuerpo, se vinculaba a un erotismo sombrío y cruel, a la angustia por la muerte, a la rebeldía metafísica y a la libertad. Fue amiga y admirada por André Breton, Michel Leiris, André Pieyre de Mandiargues, Henri Michaux, Hans Bellmer, Roberto Matta, Pierre Alechinsky, o Wifredo Lam.
Eduardo Cobos (Santiago de Chile, 1963). Escritor, investigador, traductor, editor. Licenciado en Historia por la Universidad Central de Venezuela (UCV) y la Universidad de Chile. Magíster en Historia por la Universidad de Valparaíso (UV). Editor de la revista cultural La Antorcha Magacín y de Schwob Ediciones. Ha publicado varios libros de cuentos, historia y traducciones. Ha sido incluido en antologías de relatos en Venezuela y Chile. Residió en Caracas entre 1990 y 2016. Vive en la actualidad en Valparaíso donde finaliza un doctorado interdisciplinar en la UV y se dedica a la docencia y al trabajo editorial.
El mantel rojo
Manchado de sangre
Cuelga sobre los hombros de la estatua de bronce.
Las ratas del deseo
Comen el sexo crudo
Oculto en la mano
Del escultor
Loco.
La nappe rouge
Tachée de sang
Pend sur les épaules de la statue de bronze.
Les souris du désir
Mangent le sexe cru
Caché dans la main
Du sculpteur
Fou.
La lluvia que cae una vez al año
Moja con sus lágrimas consoladoras
Los corazones de los muertos que velan bajo las arenas vacilantes
Las hienas, las estrellas, los vivos sin cobijo,
Calientan sus restos con sus reducidas mortajas
Y luchan con tenacidad contra los gusanos y sus parientes.
La lluvia que cae por accidente una vez al año
Sobre el desierto sombrío
Hace estallar las flores sobre su rostro melancólico,
Las flores incoloras que mueren enseguida
Porque el sol admira a su amigo el desierto
Y lo desea desnudo e insaciable
Cada noche.
La pluie qui tombe une fois par an
Mouille de ses larmes consolatrices
Les cœurs des morts qui veillent sous les sables hésitants
Les hyènes, les étoiles, les vivants sans gîte,
Chauffent leurs dépouilles de leurs suaires réduits
Et luttent avec acharnement contre les vers et leurs parents.
La pluie qui tombe par accident une fois par an
Sur le désert sombre
Fait éclater les fleurs sur sa face mélancolique,
Les fleurs incolores qui meurent aussitôt
Car le soleil admire le désert son ami
Et le veut nu insatiable et nu
Toutes les nuits.
Un niño en el tren
El miedo lo coge por la garganta, por la mano,
Su madre muerta posada en sus hombros
A veces a la derecha, a veces a la izquierda
Le insufla las dulces palabras de una muerte apaciguada
Empujándolo hacia la vía que pasa corriendo
Y bebe su último aliento.
Petit garçon dans un train
La peur le tient par la gorge, par la main,
Sa mère morte posée sur son épaule
Tantôt à droite, tantôt à gauche
Lui souffle des mots doux de morte étouffée
Le pousse vers la route qui passe en courant
Et boit son dernier soupir.
Escúchame
Tus manos me escuchan
No cierres tus ojos
Mis piernas permanecen abiertas
Pese a la luz ruidosa del mediodía
Pese a las moscas
No rehúses mis palabras
No te encojas de hombros
Escúchame, Dios mío
He pagado el diezmo
Y mis plegarias valen tanto como las de mi vecino.
Ecoute-moi
Tes mains m’écoutent
Ne ferme pas tes yeux
Mes jambes restent ouvertes
Malgré la lumière hurlante de midi
Malgré les mouches
Ne refuse pas mes paroles
Ne hausse pas tes épaules
Ecoute-moi, mon Dieu
J’ai payé la dîme
Et mes prières valent autant que celles de ma voisine.