Emma Vamarí (Orizaba, 2007) es autor de Barrancada, texto ganador del primer lugar del VIII Concurso Nacional de Poesía para Bachillerato Escolarizado “Amapola Fenochio” (2023), y del segundo lugar de su edición siguiente (2024): Las Fantasmas de Santa Mónica de Hipona. Autor de Cuando llegaron las simetrías, poema ganador del primer premio en el Concurso 56 Punto de Partida (2025). Egresado del Bachillerato 5 de mayo (BUAP). Integrante invitado del Seminario Permanente de Discusión Poética (ffyl BUAP).
Cuando llegaron las simetrías (fragmento)
Pero ya no les dije—
Por fuera de los sueños, en el sudor del insomnio,
los ventrículos aún funcionan por costumbre para los telares;
se montan en los camiones, pasean los dolores,
se convierten en diálogos calixpintos
que ignoran lo sagrado en las disparidades de las masas
cuando se acurrucan encima de lo poco que aún golpea
en esta parte del río,
en donde la memoria del agua despierta suavemente por las torsiones
y los pastizales despeinados con risas delicadas (burbujas en el fuego);
en donde hay el sitio preciso para los compases cardíacos
que conducen hacia alguna narcolepsia
de la luz cuando se infusiona en el mar.
Las fantasmas de Santa Mónica (fragmento)
VIII
Chunches nacimos, mamá.
Mamá Mónica.
Chunches nacimos entre las piernas
y chunches nos habíamos de morir.
Virtud del arte, tal vez,
o pena de la astucia;
el arte sabe descollar en los chunches
que nítidos llegan a las cuerdas enmohecidas
y las poesías se empujan por papiros vitrificados,
miran al cielo, te llaman
irradiados por la ira, tu sangre,
la arena que quedó en penumbras
al alzarse la cruz, y allí estuvimos, mamá, ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas de la espalda de María
corriendo entre nuestros dedos como esa arena?
No nos consta qué tanto de igual o distinto
tienen aquellas nubes a las que hoy
durmieron en tu mirada.
Mamá, te esperamos
chapeadas y taquicárdicas bajo el mediodía,
pero llegaste tarde a este tu santuario.
Si nos buscas, podríamos encontrarnos
en esta Puebla metamorfoseada,
o entre las pisadas fantasmagóricas
de nosotras: los chunches nuevos.
Tercer descenso
A las seis de un jueves algo retumba
La polvareda se asienta suavemente en el pétalo de un suplicio
donde los rezos se estiran hacia las guerrillas del tiyat
la tierra de todos los colores
excepto el nuestro
Y son las seis y algo de un cinco de junio
y las seis y algo de una advertencia
en oleajes que se interrumpen de pronto
y cambian de dirección hacia afuera de las rocas
hacia el futuro
donde los tonos aguardan a ser descubiertos
por los cantores que palpan
solo si se dejan palpar de vuelta
(así sienten las rocas)
Los cantos viejos reverberaban otras seis
otras innombrables seis, otras chingadas seis
otras seis chingadas canciones
seis ahuates restregándose por los techos
que resienten las seis y poco más
de un dos mil tres
una vez cuando todos los flotes
volvieron al abuso
en otra enfermedad un pez cualquiera
Nunca nadie nos dio una voz
que pudiésemos hinchar con agua hasta la muerte
Primero llegaron a decirnos
que somos “el lugar encima de la cueva”
y luego nos llamaron hoyos
“el lugar que encubre un vacío”
por eso todo llega a desplomarse aquí
a llenar los sumideros a como dé lugar
y tal vez por eso todos nuestros rezos
no suben más allá de nuestros ojos
y amamos a tientas y sin sostén entre decepciones
y por eso los cantos siempre hablan de lo mismo:
el hijo infinitamente nacido
de la calavera
Y a las seis desboca un saquito de pasión
Galopa el cuz-cuz
Limpia la montaña
Ya no chispea
A las seis un humano
que apaga un cigarrillo
mira al único verso
imposible de teclear
y se desboca
y empieza a venir
Viene sin forma
Viene hirviendo
Viene viva
Se levanta el telón
—habemus carroña renovada—
Se prenden las cámaras
Se agitan las tumbas
Se abrazan las piedras
Se abrasan las piedras
Reciben en alfombra roja el trancazo
y el valle se amodorra
Se apoxcahua
Parecen máquinas
Las vieron subordinadas al frío
que el cielo no se llevó
Veo a mi abuelo con todos sus difuntos
a toda prisa en esas parábolas
Lo veo corriendo hacia mí
con asombro crudo tapándole la boca
pero no la voz
pero no lo marcial
y juntos removemos el espacio del tiempo
y solo quedan los autómatas
destrozando los cimientos del mundo
porque también les cayó el monte encima
y no queremos saber de un Dios sin demonios
Mi abuelo es un niño que llora
porque no quiere que me muera
Sus lágrimas también son paleadas hacia la calle
se cuelan por todos los rincones del minuto
y se hacen bolita en el regazo del conticinio
Veo que ese tipo de casas guardan todo
Veo a mi abuelo arrumbado en una esquina
No tarda en llegar el ejército
por nuestra tristeza
Los retumbos (fragmento)
Estábamos esperando a alguien al otro lado de una línea
que nunca abandonaba su terminal,
pero sus resoplos se cuelan de tal o cual forma
en nuestras ansias.
Las ansias huelen a la última primavera
de un corazón a contrarreloj,
y las ventilas de medio metro cuadrado
son incapaces de atenuar cualquier cosa atenuable,
sus mosquiteros frenan en seco a las monedas
que se hunden en los malecones
y ya no podremos zambullirnos en nuestras voces electrónicas
sin volver a sentirnos furtivos ante el atardecer.
Y al borde de la tabla,
en el valle del adormecimiento,
estamos lo bastante cerca para olisquearnos
—hueles a esmog de invierno y propranolol y lidocaína—,
correteando con los ojos cerrados bajo las torres
y estoy lo bastante despierto para saber que he estado dormido
y tu agua está lo bastante liviana
para que sea imposible mantenerte en una sola pieza.