El libro fue creado principalmente en la península noruega, sus protagonistas principales son: la historia y el mar. El autor quería desafiar al lector para que desaprendera la historia y la aprendiera de nuevo, incluyendo voces queer y femeninas, mirando algunas voces masculinas desde una perspectiva diferente, desafiando las habituales chansons de gestes al revestir la propia experiencia del autor en historias y mitos conocidos al escribir poemas lúdicos con identidades queer y tratar a los héroes griegos como mascotas y acariciarles la cabeza. El mar está por todas partes, el mar es ahistórico y agénero.
Podemos llevar la historia a cuestas, como Käthe Kollwitz, llenar de plomo sus globos melancólicos, como W.G. Sebald, intentar no recordarla como Cioran, escuchar su eco incesante como Samuel Beckett, o intentar atraparla in flagrante como Tiziano Terzani. ¿Cuál fue la historia de Ruth Maier, que se resguardó del Holocausto en Noruega y encontró allí a su amada poeta Gunvor Hofmo? ¿Cómo se escribió en la biografía del amor de la poeta Edith Södergran a la editora Hagar Olsson? Quien escribe sobre historia vive en la historia, incluso si la historia simultáneamente –como quería Hannah Arendt– nos empuja hacia adelante.
blurb:
¿Y si él/ella, el viento y alguien otro cuyos pasos vamos siguiendo, pregunta tras pregunta, no tienen ningún secreto que revelar con palabras? Los poemas de Alicja Rosé nos llevan al borde del precipicio entre las palabras de la gente y el habla inhumana. Y oyen lo indecible entre las olas.
Krzysztof Czyżewski
Posibilidad
Déjalo atrás en la siguiente ciudad del siguiente
país cuya lengua solo conoces a medias, es decir hasta
la página ochenta y ocho de la biografía de Gottfried
Benn, quien había visto el famélico animal de la guerra penetrando
las calles de Berlín por las que Käthe Kollwitz iba
de casa al taller, del taller a casa, acariciando
la piedra largo tiempo hasta que se transformó en el cuerpo
de su hijo muerto.
Los candelabros de los castaños se apagan lentos, el viento
arrecia y el sauquillo huele en el jardín, entierran
a unos desconocidos en una tumba grande como un lago,
abrazados entre ellos en el fondo, los cubrimos
con una cálida manta de memoria, no los despertamos,
soñaremos con ellos, nos acostaremos
en sus camas, llevaremos sus nombres, flirtearemos
con la nostalgia, pero toutes proportions gardées,
las noches son tan cálidas y un camarero italiano
te dice: Cara.
Así pues, déjalo atrás, ve al museo y mira
los árboles, esa sinfonía de ramas, esa aria de hojas,
tu vida en cuatro imágenes, el triunfo
de la hierba, la frecuencia del paso del tiempo como
una válvula del corazón que libera oxígeno, y después
invita a alguien a casa, el ruibarbo tiene un sabor
ácido, invita a vivos y a muertos, y hablad,
tenéis tan solo una posibilidad, y tantas perdidas.
Ps
In memoriam: Adam Zagajewski
Adam, a veces el mundo es mordaz,
con ojos de corza, espejos venecianos, el mar negro.
Mil luces emiten un mensaje secreto desde la otra
orilla que reza: “nunca estés solo”, es decir: “olvídate
de ti”. El mundo tiene destellos de belleza
que tú atrapabas del fondo del mar
como los pescadores de perlas
para nosotros. Pero esto no es todo,
decías de inmediato, también está el limo, las algas,
la oscuridad y el temor. Recuerdo que no querías
ir en otoño a Chicago, allí no hay historia,
ni la carcomida dermis de las catedrales,
solo un sueño de Europa que se encogía como
una uva pasa. Lviv se convertía en un punto
que solo se podía descubrir en la lente
de un microscopio. Pero seguía titilando
como el cursor en la pantalla. Lviv
era tu reloj de cuerda que iba hacia
atrás.
Nos conocimos en una cafetería, de hecho,
nos pasamos toda una hora en silencio,
y después te invitamos a casa, y tú dijiste:
“¿a pesar de esto?”
Hay muchas horas y mucho ardor
que tenemos que guardar en la despensa,
como el té en el estante de tu estudio
en la calle Pawlikowskiego. Sus alas verdes
de latentes pensamientos se abrían poco a poco
en el agua caliente. Leímos un poema
de Gottfried Benn, médico de las enfermedades
de la piel y del amor o de las complicaciones
que se derivaban. Nos rodeaban
cariátides de libros que sostenían
el aire, por allí se escurría la gata,
un pequeño espía que sabía las rutas
de los gorriones en el jardín. Entraba una luz
pálida como los rostros de los santos en los cuadros
de El Greco. El último poema de Benn,
lo escribió en 1956 justo antes de morir.
Primero lo leíste tú en alemán,
después yo, traducido. No podíamos
entender, queríamos entender,
schlafe ein! ¡duérmete! dice el último verso.
El poema fue publicado en Revista Sibila 66, Enero 2022
Escuchando a Iya Kiva recitar por zoon su poema sobre la guerra
Ayer escuchamos por Zoom a Iya Kiva
recitar su poema sobre Kiev donde las cúpulas
doradas de las iglesias no habían ido al refugio,
cada uno de nosotros lo escuchaba en su
casa, casi todos, escuchábamos,
y éramos todo ojos, como si no tuviéramos
nada más, solo ojos, como si quisiéramos
defenderla con nuestros ojos con los que absorbíamos
cada palabra cuando de fondo ardía Babi Yar,
pero la memoria no arde, confiamos que sea inoxidable,
la memoria espera como un topo, está hibernando,
todos queríamos, mil personas en el Zoom,
con nuestros dos mil ojos abrir sobre Iya
un paraguas de aire,
el escudo de nuestra mirada,
cuando terminó de leer levanté la cabeza,
en la mesa había un libro de la biblioteca,
La tentation d’exister de Cioran,
las montañas mantenían a Bergen de rodillas,
florecieron los primeros crocos, todos
se alegraban por la llegada de la primavera.
Ruth
Ruth Maier, originaria de una familia de judíos secularizados de Viena, escapó en 1939 antes de la guerra a Noruega. Fue arrestada el 26 de noviembre de 1942 y ese mismo día fue deportada a bordo del SS Donau. Cuando llegó a Auschwitz, el 1 de diciembre de 1942, la enviaron directamente a las cámaras de gas. Tenía 22 años.
Desde nuestras ventanas no se ve el bosque
en el que los senderos se cruzaban
como narraciones, en uno perdura
la guerra y los judíos de Viena buscan refugio
en la Europa del Norte. A Ruth Maier
la acoge el ingeniero Strøm en Oslo, a diferencia
de su familia, se le aplaza la sentencia,
la guerra desaparece por unos años, como tras la cortina
de un escenario, Ruth Maier escribe un diario, ¡Quisiera
ser famosa! y lee
lee mucho, a Shakespeare y Las mil y una noches
conoce a Gunvor Hofmo, poeta,
con quien va al Norte en verano, y conocen
la otra cara del tiempo, el forro del verano
donde se bañan juntas en el lago
el plumaje del bosque rodea sus cuerpos desnudos
nunca antes habían conocido unas frambuesas tan dulces
el verano pasa al otoño
el barco Donau se lleva a Ruth
sus cabellos de granito serán ya para siempre
de granito
un fiordo abre sus fauces y la engulle como a Jonás
Gunvor se queda sola en la orilla, esperará a Ruth
cada día, la buscará en las calles de París, deseando
entender en qué consistía esa diferencia
la ve todo el tiempo cuando se hunde en el océano de su sofá
al final de su vida, que duró varias décadas. Oscurece,
vuelvo, en el piso de mis amigos de la octava planta
encuentro un álbum de Bach: The Best of
Ich hatte viel Bekümmernis rezan las palabras
de la cantata, no se ve nada
tras las ventanas, pero recuerdo
el espíritu del bosque
Tulipanes
A Lena
En pequeñas grutas de estrechos senderos
recordé los días de la luz
que se escurre como un ladrón a través de un jarrón con tulipanes
que inclinan sus cabezas como los musulmanes en una mezquita
Lena compra
tulipanes
sus cabezas blancas y de violeta oscura
su atrevido olor
en la mesa de la cocina, en una mesa en la biblioteca
donde parecería que no es su sitio
sus largos cuellos que se hinchan por el cristal de aumento
de los jarrones en los brazos
del agua, se echaron junto a sus sombras
como unos amantes,
hay un periódico, en la primera
página casas quemadas, negros estambres de los tulipanes
y la biografía de Sibelius que quería
escribir una ópera como Wagner, bebía
mucho vino y fumaba puros, solo
una copita y dos puros hoy
los contaba como si fuera dinero, y construyó una bonita
casa, una casa de madera cerca del bosque donde
no iba a escribir nada, nada para nosotros
la melancolía resultó ser inflamable
mucho antes había escrito sinfonías
largas como caravanas que avanzan acompasadas
por caminos del bosque llenas de todo
bajo el cielo abierto
por la mañana una cabeza cortada de un tulipán
sola en un pequeña copa de vino
no sé quién había dejado la luz encendida.
Tiresias busca un ayudante
¿Y si esto es irreversible y pierdo el amor? Pregunta
Odiseo. Pero es difícil dejarlo, la isla es
idílica, en el jardín estallan las ciruelas maduras
con su jugo. Tiresias lo desaconseja, Calipso
se hace mayor, además, Ulises, no te puedo
contratar, estás siempre de viaje,
mejor vuelve a casa, a esa mujer,
miráis el mismo mar, aunque sea desde
otros puntos. Mi casa es mi narración,
dice Ulises, y cuando se va saluda
a los perros de Tiresias, que quiere saber
el final de su historia. Ulises está en la orilla,
anochece, la luna y su reflejo balanceante
forman un punto y coma; todo puede ser.