MEMORIA DEL DESIERTO, DE MIJAÍL LAMAS:
LENGUAJE QUE NO VUELVE YERMO EL PAISAJE
por Víctor Munita Fritis.
Memoria del desierto
Círculo de Poesía
Ciudad de México, 2023
Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, 2023, ISIC, Sinaloa.
Luego de tres años, voy en un vuelo a Chile desde México, llevo este y otros libros en mi mochila. Ya he leído la mayoría del libro, “Memoria del Desierto” de Mijaíl Lamas me hace pensar en el desierto que llevo en el corazón del corazón, el Desierto de Atacama.
El avión aterriza el día 25 de diciembre a eso de las 17:00 h en el Aeropuerto de la región chilena. Los paisajes se hacen reales y juegan con la palabra recuerdo, pero ahora configurados con este libro de trozos y espacios viscerales, extrañas palabras, voces polifónicas y nombres derramados sobre la vastedad de mi tierra natal.
Este libro demuestra que la palabra, tiene el poder de romper ciertas lecturas como se rompe continuamente la geografía de aparentemente invisibles territorios ante el ojo de la vida que pasa —estoy camino a mi ciudad, Copiapó, el tiempo son desde aeropuerto 40 minutos— pienso, mientras hablo con mi familia , mirando el desierto, sobre ciertas heridas y el tiempo sin piedad sobre las rocas y bajo de ellas nuestro alrededor.
Lamas, nos lleva a una travesía íntima, donde el desierto muta: deja de ser solo un punto en el mapa para volverse un bóveda de recuerdos, un lienzo café soportado por una portada blanca donde se dibujan las ausencias y, lo más crucial, un campo de batalla diseminado donde el lenguaje como este, es la única posibilidad ante la imposición del desierto.
Empiezas a escribirle al desierto
la carta que te guardas para no contarle
que intentabas hundirte en el costado abierto de esa luz.
Cómo todos los que llegan aquí tú también huías.
Como todos los que han perdido algo y huyen de su propia pérdida.
Escapabas de ti y pasabas las noches viendo el cielo,
asombrado de que hubiera tanta estrella.
Caminabas colina arriba,
divisando el mar de luces de otra ciudad,
la verdad, la siempre ávida…
El inicio de esta obra reside en la voz de Lamas, una voz que, lejos de ser lánguida, crece y se transforma, capturando la verdad del desierto. El autor se interpela en un acto de “traición reflexiva”, buscando la verdad en las grietas de la Historia. Esta introspección no aísla al autor, sino que se extiende al lector, creando resonancia. Es una voz que se abre camino “a tientas”, explorando lo oculto y enigmático en la “memoria del desierto”.
La sentencia poética de Lamas confiere a cada poema una autoridad inobjetable, invitando a la reflexión. Esta estructura se complementa con una polifonía que abarca desde lo político hasta lo sensacionalista, creando un denso tapiz cultural. Las referencias intertextuales, de Shakespeare a The Smiths, demuestran la fusión de palabra y cultura en la memoria. Las voces que transitan entre Tijuana y Estambul refuerzan la idea de una memoria sin fronteras, una red de experiencias y paisajes.
El desierto, figura que rige el poemario, es mucho más que un páramo sin vida. Es un protagonista que sorbe, calcina y confunde, una criatura que “saborea” la boca del poeta y que lleva consigo los “pasos de la muerte”. La arena, esa sustancia tan elemental, se transforma en un símbolo del recuerdo, en donde las cosas avanzan, se diluyen o se cuelan en las huellas que dejan los zapatos. Es también un “vertedero de huesos calcinados”, un sitio de batalla, de resistencia furiosa, donde el lenguaje es la herramienta, es el arma encontrada o una piedra lanzada para combatir.
Los pilares de la obra son la memoria y el olvido, destacando la frase “la memoria es el invento de todos los olvidos”. Esto implica que la memoria no es un reflejo exacto del pasado, sino una construcción que selecciona y descarta, vinculando lo recordado con lo olvidado. La arena simboliza la fragilidad del recuerdo, que avanza o se disuelve. La persistencia de los “muertos extemporáneos” y el eco de los “disparos” subrayan cómo el pasado y sus pérdidas resuenan en el presente, reclamando su lugar en la memoria, incluso a través del dolor.
Explora la vastedad del desierto: el propio, el mío, el tuyo que puede estar en Chihuahua, en Sonora, en Atacama o en medio de la ciudad rodeada de cultura pop; donde el autor concibe como un espacio de memoria y resistencia, un cuerpo, una mente límite dialogante con lo político, la nostalgia, las fragilidades que deja lo roto en el paisaje cultural que sostiene el desierto, el paisaje natural de la voz humana y de autores que aparecen en él con su propio paisaje inhóspito. La obra, estructurada por fragmentos y voces polifónicas, destaca el poder de la palabra para confrontar y configurar la realidad, rompiendo con lecturas convencionales.
Llego a mi ciudad, me encuentro con el resto de mi familia, el libro y su desierto trasciende la mera geografía para convertirse en un depositario de recuerdos y ausencias, un campo de batalla donde el lenguaje es la única defensa. La voz del autor, que crece y se transforma, busca la verdad en las fisuras de la historia, tendiendo puentes conmigo y mi entorno.
Mis naufragios también fueron los tuyos.
Mis malos cabotajes
o la velación de minas abandonadas, nacían en tu lengua
de reinos derrotados,
donde eras el capitán y la tripulación de mi destierro.
Eras el que narraba, con una voz en off y muy aguda,
las fracasadas pesquisas del insulso Eliot Ness,
el que redactaba el slogan,
el defensor de las viejas monarquías,
el que aprendió en el presidio a no juzgar a la ligera.
Tal vez por eso me inventaste,
para encontrar alivio lejos de las coordenadas del dolor cotidiano,
miserias de los días del publicista que anhela incluso el
viaje desdichado del gaviero.
Semanas después, en un viaje de regreso a la costa, releo el libro y mis apuntes. Aunque he olvidado algunos versos, recuerdo la amplitud de los poemas: desde lo político hasta lo explosivo, con referencias intertextuales que fusionan la cultura. Es una memoria sin fronteras, vasta como el mar que emerge en el horizonte que recorro.
El desierto, encarnado aquí, se alza como un protagonista que “sorbe y calcina”, reflejo de la fragilidad de la memoria y baluarte de resistencia. La arena, en su fluidez, simboliza el avance o la disolución de los acontecimientos. Memoria y olvido se erigen como pilares centrales, y la obra culmina en una exaltación del poder de la palabra, concebida como un arma capaz de desmantelar las “dunas invisibles” del desierto, emblema de la desolación. Así, la poesía trasciende el mero ornamento para convertirse en una herramienta vital contra el olvido.
La obra es una invitación a la introspección, al reflejo de la intimidad, la memoria y el aparente olvido que la palabra salva a los humanos de la desolación. Es inteligente el poeta para dar forma a un libro distinto dentro de la escena mexicana, un libro de 77 páginas que mediante una polifonía de maniobras, memorias, cuadernos y frontera, nos recuerda que los desiertos del mundo, también son bellos espacios saturados de información.
Desierto de Atacama, Chile, 2025.