Tres inéditos de Jorge Pérez Cebrián (Poesía española)

Leemos tres poemas inéditos del poeta español Jorge Pérez Cebrián (1996). Ha merecido distinciones como el XVI Premio RNE de Poesía Joven (2024) y el Premio de la crítica de la Comunidad Valenciana 2025.

 

 

 

 

 

Jorge Pérez Cebrián (Requena, 1996) ha trabajado como gestor cultural, profesor en talleres literarios y como conferenciante acerca de la historia de la poesía universal. Actualmente reside en Requena, Valencia. Participa ocasionalmente en revistas literarias como​​ 21veintiúnversos, Anáfora, Estación Poesía o Zenda,​​ entre otras.​​ En​​Madrid,​​ en 2019, da a la imprenta su primer libro,​​ La voz sobre las aguas​​ (Valparaíso, 2019). Su segundo libro​​ La lumbre del barquero​​ (OléLibros, 2021), fue candidato al Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana en 2021 y al Premio Nacional Ciudad de Churriana.​​ Recibió​​ el Premio Internacional de poesía Arcipreste de Hita del año 2021​​ por​​ De cuánta noche cabe en un espejo​​ (Pre-Textos, 2022). Tras dos años se le concede el XVI Premio RNE de Poesía Joven – Fundación Montemadrid con su obra​​ Pero nunca los huesos de las aves​​ (Pre-Textos, 2024) obra finalmente galardonada con el Premio de la crítica de la Comunidad Valenciana 2025.

 

 

Instagram: @jorgepcebr

Facebook: Jorge Pérez Cebrián

 

 

 

 

 

***

 ΑΠΟΚΑΘΙΣΤΏ

 

Wir sinken auf der Nacht Altar

Aufs weiche Lager –

Die Hülle fällt,

Und angzündet von dem warmen Druck

Entglüht des süßen Opfers

Reine Glut.

 

Novalis,​​ Hymnen an die Nacht.

 

 

Ahora

que como cada noche

imitamos la muerte para invocar el sueño,

y el suspiro es el aire que se queda,

y es la sangre del tiempo derramada.

 

Ahora,

una vez más,

miento tu cuerpo

 

Ahora,

en silencio,

desabotono la camisa,

la doblo con cuidado,

retiro mis zapatos y los guardo

ritualmente,

como un recuerdo.

 

Callado, sin moverme y sin vergüenza,

me descubro para sentir de pronto

como tú,

que soy el único animal o ángel

que desnuda su cuerpo con sus manos.

 

Recojo

a oscuras esta flor que nadie sabe,

que es roca de Betel y que es mi vida

y me pregunto

qué puede hacer las cosas

menos sagradas.

 

Cierro los ojos

como a la espera de nacer

de un mundo diluido y ser el mundo

de un tiempo sin memoria y ser sin tiempo.

 

Sé que no.

 

Que no desciende el orden a medida y,

sin embargo, tu mano

cabe en mi mano,

 

la justicia en la boca de los hombres,

el ancho de los mares y la tierra,

en los ojos oscuros del jilguero.

 

Y ahora, despierto,

como si hiciera del espacio todo

un cómputo de espera y tacto

siento la lenta piel que me retiene.

Toda la vida

como una forma extraña del olvido.

 

Ahora que duermes,

has apartado el velo de tu nombre

y todo lo que miro ya es sagrado,

y todo lo que miro, eso eres.

 

Ahora

 

el recuerdo y la piel que nos alejan

tan sólo para hacernos más posibles,

se prenden y derogan como excusas.

 

Caen la voz y el ayer como murallas

a una voz silenciosa de trompetas,

a los sedosos sellos,

al trueno detenido.

 

Y todo sueño, digo todavía,

es un discreto simulacro,

igual que cualquier música

es el himno lejano de una patria

y más recuerdo aún que una memoria.

 

Así que, amor, no tengas miedo

porque nada se teme

o se ama

sino aquello que viene o que se aleja.

 

Pero has apartado el velo de tu nombre:

todo es sagrado tras tus párpados

y todo lo que miras, eso eres.

 

Tomo tu mano una vez más,

cierro los ojos,

como si sólo fuera un simulacro.

 

Pero duermes

como una flor que arde.

Y sé que el tiempo acaba,

pero no importa.

 

Cierro los ojos

y mi tiempo

y mi nombre

van cayendo.

 

Pues sólo lo que muere sobrevive,

 

cierro los ojos y te miro.

 

Y pienso que esta noche, amor,

como todas las noches,

 

el mundo se deshace,

 

quizá,

 

para encontrarnos.

 

 

 

 

 

 

 

 

An die jungen dichter

 

 

See, they return…

Ezra Pound

 

Será el tacto templado de otra carne.

o el otro y mismo sol de otro verano.

 

No la roca, soberbia, de la Historia

ni la plegaria enferma de infinito

ni la orgullosa voz que miente el tiempo.

 

Será otra cosa.

 

Será un páramo azul que ya marchita.

 

Porque Ellos, los dadores de miseria,

fatigados de eternidad,

acaso sueñen.

 

Y acaso esté ocurriendo ahora,

que un ser ordene su alma sin permiso,

que con su idioma ajado

y un puñado de polvo haga su reino.

 

Sólo ahora, en este instante,

acaso ocurra

que alguien diga a solas lo que acaba

sin pronunciar su nombre,

sin perturbar las hojas.

 

Alguien

quizá con miedo, con vergüenza,

con el tacto templado de otra carne

o el otro y mismo sol de otro verano

dirá la vida.

 

Será, al fin, ahora:

diremos de lo eterno lo que muere:

 

haremos que los dioses se conmuevan.

 

 

 

 

 

 

 

 

Una llegada

 

Y quizá

todo lo que nos deje el paraíso

sea este llanto.

 

Ya se ha alzado la espada ardiente,

te ha ungido el polvo silencioso.

 

Así que llora.

 

Llora mientras nosotros,

los enfermos de vida, sospechamos

el calor del paraíso por tu frío.

 

Habrá tiempo para blandir los nombres,

otras formas de articular tu llanto

para ocultar tu vientre,

para callar de dónde tanto exilio.

 

Vendrán días para embestir los muros,

para buscar,​​ como un recuerdo,

algún regreso al fin de tanta búsqueda.

 

Llora tu cuerpo al fin, el hueco de tus manos:

la ansiosa y frágil carne te reclama,

la luz que fuera tuya y que ya olvidas,

la terca lejanía de lo simple.

 

Tú, a quien sólo el​​ no​​ le era atributo,

te has hecho carne y

hambre y

 

sólo tiempo.

 

Mientras tanto, nosotros

 

que sabemos del agua por la sed,

que anduvimos como siguiendo un rastro,

que vivimos

como se olvida una promesa,

que lloramos sin saberlo,

que soñamos,

 

nosotros,

que escuchamos la eternidad a solas,

en un vacío,

en el rostro de los suicidas,

en el silencio

 

y que guardamos sólo llanto

y una lejana vida y

la espada ardiente.

 

Nosotros​​ te miramos

 

como esperando en vano tu palabra.

 

Y mientras lloras,

 

como tan sólo lloran

los que saben,

 

sólo callamos.

 

Quizá porque ya es tarde

para saber por fin

si fue tan dulce como la muerte dice,

o qué se esconde

tras la puerta más última del mar,

si se parece a algo

aquel júbilo de los ángeles

o preguntarte cuándo y cómo y,

si es que recuerdas,

por qué apartaste

de nosotros

tu Mirada.

 

Pero tú,

en este lado de la espada,

caído, ungido por el polvo,

 

sólo lloras.

 

Y callamos

 

porque quizá

todo lo que nos queda de lo eterno

sea esta muerte,

 

y quizá

 

todo lo que nos deja el paraíso

 

sea este llanto.

 

 

 

Charles Ives, The Unanswered Question (1908)

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