Poesía peruana: Andrea Orduña

Leemos poesía peruana. Leemos algunos poemas de Andrea Orduña (1999). Es autora del poemario Wañuq (Editorial Hipatia, 2025),

 

 

 

 

 

Andrea Orduña (1999). Escritora, Artista, Gestora Cultural y Abogada con enfoque en Estudios de Género, Derechos Humanos y Derecho Internacional.​​ Nacida en Cusco, escribe bajo el nombre de Yana Wayta, en español: flor negra. Es autora del poemario​​ Wañuq​​ (Editorial Hipatia, 2025), una obra que explora la memoria, la muerte, la violencia, lo femenino y lo andino.​​ Es parte de la Muestra poética de poetas peruanos(as) nacidos(as) entre 1990 – 2005, titulada​​ Lo que quiero es que imaginemos un paisaje de acuarelas, de la antología de poesía femenina​​ La Tentativa de Sentir​​ y de la Antología poética​​ Esa casa existe. Ha sido publicada en diversas revistas y fanzines como Qantu y Barricada, Ergo, La Tríada, Hoy lo Leo, Kametsa, entre otras.​​ Ha participado y organizado diversas muestras artísticas y expuesto sus obras en el Museo de Arte Contemporáneo del Cusco (2022).​​ En sus palabras: "Yo no soy poeta, soy la imagen del vacío central del Picol o la helada de cada junio."

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

Árbol

 

Soy un cedro ardiendo​​ 

en oleajes de humareda.

Tengo en mis faldas tres crías

abrazadas al vientre de su madre,​​ 

porque la ternura no arde en el tiempo.​​ 

 

Soy soledad,

frente a un bosque de ceniza.​​ 

Y, ante mí, ​​ 

la mortalidad de un hogar,​​ 

un siniestro desbordado como río,​​ 

mis ancestros en tempestad.

 

Yo no sé de políticas​​ 

ni de Estado.

Yo no sé de capital,

ni de egos.

Solo sé del viento,

y de la ausencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuyes

 

Los cuyes sonríen en casa,​​ 

cada tanto,

​​ antes de su crucifixión.

​​ Jesusillos andinos​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ des

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ mem

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ b ra

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ dos.

​​ Papá

​​ posa la cuchilla

​​ en el cuello

​​ rojo muerto.

​​ La cría cede

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ a la marea

​​ en ebullición.

 

 

Y espera el diminuto zorrito​​ 

disipado en el cerebro

del cuy emplatado,​​ 

y así sentarlo

sobre líneas de cebada

para que las hembras dejen de abortar​​ 

nuestro alimento.

 

 

 

 

 

 

 

Del sur

​​ 

Nací en el sur​​ 

de coca hasta las rodillas, ​​ 

envenenada por la tierra a los tres años,​​ 

junto a mis iguales ​​ 

me desdeñaron.​​ 

La puna y la helada comprendían:​​ 

flores y niños muertos.​​ 

​​ 

En nuestra inmensidad silvestre ​​ 

adoramos el agua ​​ 

y nos la quitaron, ​​ 

adoramos la tierra ​​ 

y también nos la quitaron. ​​ 

​​ 

Nací en el sur ​​ 

junto a la lloclla infinita​​ 

dividiéndose  ​​​​ 

-a modo bíblico-​​ 

arrastrándonos entre el adobe;​​ 

simbólicamente un castigo​​ 

(inválidamente divino). ​​ 

Concluimos culpa en los malos vientos ​​ 

y en la premonición ancestral ​​ 

​​ 

Nací en el sur, ​​ 

coloreada ​​ 

dentro y fuera ​​ 

a modo de carnaval. ​​ 

Endemoniados ​​ 

por inexplicables ​​ 

sueños andinos. ​​ 

​​ 

Llenos de chicha, ​​ 

-amor fraternal- ​​ 

persiguiendo el alimento ​​ 

sobre la papa heladísima ​​ 

autora de llagas ​​ 

y putrefacción orgánica.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Jesús murió en el Genocidio

 

Alguna vez me cogí a Jesús,

un libanés de pelo rizado,

piel transparente y sueños violentos.​​ 

 

Suave bruma de angustia,

viento de oriente en el sur invernal,​​ 

piel sobre piel, contraste racial.​​ 

 

Había huido a los 7 años de la guerra,​​ 

reminiscencias entre mis senos

de dolores comunales

y masacres.​​ 

 

Así que hablamos​​ 

de la sangre en el ensueño,

de lejanos mares​​ 

y cercanos ríos.​​ 

 

Alguna vez me cogí a Jesús,​​ 

era terso como un manantial​​ 

y como divinidad​​ 

alzaba los brazos​​ 

en bienvenida a la crucifixión.​​ 

 

Y brindamos con un Kintu​​ 

por su pueblo

por el mío​​ 

y por la revolución.

 

 

 

 

 

FEM

 

Hoy​​ 

duele el cáncer de mi madre​​ 

que se ha incrustado​​ 

en carne viva de ausencias,​​ 

duele la larga trenza​​ 

de la madre de mi madre ​​ 

que se desgasta ​​ 

en el arrastre del tiempo ​​ 

entre lo invisible de sus ojos ​​ 

y los abusos de su infancia. ​​ 

​​ 

Me agoto​​ 

ante la imagen de las vírgenes ​​ 

que me empalman en la frente​​ 

para beber de su sed ​​ 

y autoflagelar mí ser,​​ 

porque nací puta​​ 

y debo agachar la mirada ​​ 

persignando mis adentros ​​ 

porque Dios no me pertenece, ​​ 

pero yo sí a él.​​ 

​​ 

Hoy​​ 

deseo lastimar los miembros ​​ 

de vivos y difuntos ​​ 

que han envuelto sus dedos ​​ 

en cuerpos de Ateneas andantes que,​​ 

ahora caminan entre tempestades  ​​ 

y oscuros cañaverales,​​ 

pidiendo el final ​​ 

de estos violentos sueños. ​​ 

​​ 

Bebo sangre de cañón​​ 

y opto por quemar lo que arremeta​​ 

contra mi cuerpo ​​ 

y los que me parieron, ​​ 

porque además de nacer mujer,  ​​ 

nací serrana ​​ 

y la dolencia no solo es mía,​​ 

sino también la de mi pueblo.​​ 

​​ 

Hoy, ​​ 

        que todo duele, ​​ 

lanzo mi ser ​​ 

para que se estampe la violencia ​​ 

y no ejerza esta masacre ​​ 

 

 

 

 

 

 

 

12:55 AM

 

Siempre escribo de la muerte

 ​​ ​​ ​​​​ que cae​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ en su ausencia;

 ​​ ​​​​ 

​​ Y cuando no escribo de la muerte

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ pienso en ella

​​ Y cuando no pienso en ella

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ la ejerzo.

 

Pero en realidad,

 ​​ ​​​​ escribo de la muerte​​ 

​​ para seguir viva.

 ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ Y percibir la pesadez del tiempo​​ 

en las madrugadas

 ​​​​ amarilloscuras​​ 

 ​​ ​​​​ que contemplan la dulzura​​ 

 ​​ ​​ ​​​​ de nuestra infancia.

 

 

 

 

 

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