Foja de Poesía No. 256: Malú Urriola

Malú-Urriola[1] Presentamos a continuación una muestra de la poesía de Malú Urriola (Santiago, Chile, 1967). Ha merecido por su poesía distinciones como el Premio Pablo Neruda, que otorga la Fundación Pablo Neruda, por su trayectoria poética, 2006. Beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation, Creative Arts Poetry 2009.

 

 

Piedras Rodantes, 1988. Ed. Cuarto Propio / Ed. Surada, 2001

 

 

 

GATOS

 

 

I

 

Los gatos chicos a veces mueren

apretados en el hocico de una perra

y parece que juegan

y mueven la colita

pero se están muriendo.

Hacen globitos con la sangre

mientras la lengua arranca

y un sol lúdico tironea su sombra.

El gatito se inclina

proyectando desde los ojos

una noche que se desmenuza

que cae en pedazos toda roñosa

y el cucho reventándose

trata de alcanzar un sol que se inclina

que cae en una noche pataleante

entonces hace como si se ahogara

mientras fermenta la noche

en un día lleno de sol

que cae duro en los techos

en sus ojos vidriosos

y el gato es extinguido

sacado fuera de lo real.

 

 

 

 

IV

 

Hey, malú, asume la vida de gato

que te toca saltar de techo en techo

porque ni siquiera un poco de sol

los hará volver

porque no nacimos para dar

pero tampoco para recibir

hay que asumir el costo

te estás chalando

nada te llena

y el hastío te agarra de espaldas

por eso le seguimos el juego

a los imbéciles

y corremos en esta carrera de equinos

de mala sangre

cuando el poeta canta su bar cecil

y Dios le guiña un ojo

y por el otro le cae un goterón de tinto

de aburrido tinto.

Hey, malú, nace una estrella

nadie quiere el nobel

pero se mueren de sólo pensarlo

los poetas se odian

toman juntos pero se odian

a quién le importa

que se maten

que se tengan pica hasta la muerte

total, de todas maneras

no tenemos quien nos abrace

porque los gatos se retiran de noche

quién sabe dónde.

Hay que asumir, pendeja

que estás sola

que te bailas un rock

para quitarte las ganas –tú sabes de qué–

porque de tanto perraje patriarcal trompeteado

estás hasta la tusa

y ellos siguen tirándose a partir

prejuiciados

amablemente discrepantes

hey, malú una raja, qué te importa

si ni siquiera encuentras algo que te importe

por eso callas y luego ríes

porque nadie te llena el hoyo,

ni el vino

ni los machitos

ni mirar sus traseros sin forma

no te queda más que caminar borracha

y llegar borracha a tu home

piedrita mendiga.

 

 

 

 

 

Dame tu sucio amor, Editorial Cuarto Propio, 1994. / Ed. Surada, 2001.

 

 

Todas estas mujeres salen cubiertas de pieles de la ópera, yo escucho a Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, escribiendo estas cosas que no sé qué son, ni para lo que podrían servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que leer o arrojarse en una butaca a ver un buen film, no intento conmover a nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este apartamento sin ninguna compañía. Des la ventana los veo caminar enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad.

 

En sus adaptadas caras los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que los mantiene vivos, si no los viera felices cuando el tiempo se invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo del frasco un par de pastillas y me hecho a dormir.

 

 

***

 

 

Santiago en ruinas, abril de 1992

 

 

No necesito nada más esta noche,

No quiero oír viejas anécdotas de poetas.

No sé si veré el futuro, si al menos

lo veré pasar por estos ojos.

 

Espero en la única gloria de los castrados.

Me abandonaré al silencio,

como un criminal abandona las armas y el placer

de la sangre.

 

 

 

***

 

Hija de perra Editorial Cuarto propio, 1998. / Editorial Surada 2001.

 

Afuera daba vueltas un farol rojo y el letrero se caía a pedazos como de boite de mala muerte, como si fuésemos a estrellarnos contra la muerte, el hombre sacó una pequeña llave. Ladraban los perros, y el hombre nos condujo hasta un cuartucho que no volveríamos a ver, encendimos la tv y unos porros, luego me fumé un cigarro detrás de otro, uno detrás de otro y te contemplé hablar y hablamos del cuartucho, de la cojera del hombre, nuestra propia cojera, de la noche que corría con una prisa extraña, las nubes pasaban rápidas, azulosas, violáceas, como golpes de la vida, como si nos fuésemos a golpear contra la vida, el hombre trajo dos cafés que se enfriaron sobre el velador, en un rincón del cuarto quedaban los restos de una fiesta que otros dejaron, qué ganas de tomarme un trago, te dije, tú te acercaste lentamente, al contrario de las nubes, al contrario de la noche que corría aprisa, al contrario de los perros que no dejaban de ladrar, de vez en cuando se callaban, y se callaban hasta que las luces de un automóvil se estrellaba contra los vidrios y encendía el cuartucho que dejaba ver tu cuerpo y luego venían las sombras que te cubrían, lejos de casa, tan lejos de casa y en la radio con las pilas medio muertas la Janis cantaba bye, bye, baby.

 

 

 

***

 

Cuando no estás me faltas como si me faltara un brazo, daría un brazo por no sentir esta falta… daría un brazo, pero no el brazo con el que escribo. El brazo con el que es­cribo no se lo doy a nadie, si me deshiciera de este brazo moriría atragantada. Este brazo es el que aprieta mi vientre, el que hunde su mano en mi garganta para que las palabras salgan, porque mi brazo sabe que las palabras son como trozos de carne que me atoran, si no tuviera este brazo tampoco podría hablar, porque este brazo es mi lengua, con este brazo puedo decir lo que la lengua se calla, podrían cortarme la lengua pero no el brazo, por eso no siento ningún miedo cuando tengo la lengua dentro de tu boca, porque aunque la arrancaras me quedaría este brazo. Con este brazo me sostengo, con este brazo lucho cada día. Cuando me pierdo es este brazo quien me encuentra, cuando me desespero es este brazo quien me calma, este brazo es mi memoria, este brazo es quien me saca a flote, quien jala de mí, quien me aturde para arrastrarme hasta la orilla, este brazo se compadece de mí más que nadie, me saca el agua que he tragado, me golpea el corazón para que ande, si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto, porque mi brazo sabe que si no soy capaz de resistir, que si me agoto de ver todo el tiempo lo mismo, que si me canso de escuchar las mismas pa­labras idiotas, que si me harto de ver a la misma gente como en un cinematógrafo de barrio, que si me aburre ver con mis ojos sus ojos pajes desesperados de fama, de una fama gris de estrella de cinematógrafo de barrio, porque mis ojos se cansan de ver tanto, todo igual, repetido, mi ojos se hartan tanto que se harían sal si vieran que algo nuevo pasara, porque esta ciudad se detuvo antes que llegáramos yo y mi brazo, esta ciudad sombría ya no se desempaña, esta ciudad es inalterable, esta ciudad quisiese ser rubia, esta ciudad quisiese beber whisky cuando se muere de hambre y si este brazo no fuera fuerte nos habrían arrancado medio pedazo, pero a mi brazo nada de esto lo derrumba porque mi brazo es ciego, mi brazo es sordo, mi brazo sólo escucha la sangre de él. Sabe que cuando no dé más deberá tomar la empuñadura y rajar la muñeca de mi otro brazo, sabe que aunque son pares sólo él puede hacerlo, sabe que él será el último en abandonar, lo sabe, como sabe también que será capaz de dejar de escribir porque escribir me daña a veces, mi brazo sabe que escribir daña porque es él quien escribe, cuando mi brazo escribe sabe que está doliendo, quemando, sabe que me revuelvo toda, por eso mi brazo dejaría cualquier cosa para calmarme. Es este brazo quien te olvida, no yo, porque mi brazo sabe que estando juntos somos capaces de resistir tu falta, que podemos trazar tu recuerdo, en cambio si me faltara este brazo yo me quedaría muda, me quedaría postrada, no podría resistir, no podría, por eso no te doy este brazo ni se lo daría a nadie, porque este brazo es el único capaz de librarme de mí.

 

 

 

 

 

Nada, LOM Ediciones, 2003.

 

 

Este perro me ve como si mirara a dios, no sabe que soysoysoy un dios de la nada. Pone sus ojos suplicantes en mí, y mueve la cola, mientras le arranco como un diosdiosdios la garrapata que chupa de su cuello. Como si fuese una amante digo fuera, fuera de su cuerpo de perro. Él recuesta su cabeza en mi regazo, como yo pongo estos ojos cuando están hartos sobre el mar y dejo que me meza su danza espumosa, azul, brillante.

En el mar, no hay gentes como nosotros.

No hay sitio en la tierra ni en el mar, para gentes como nosotros.

 

 

 

 

 

Al lado del carril de la vida pasa el futuro alocado

Los sueños que vimos naufragar florecerán para

otros,

y caminarán como nosotros entre la jauría,

y postes esqueléticos de luces que se apagan

y conocerán de esperanzas tratadas a puntas de pies,

y la flor de la pregunta

cuando llueva y haga frío,

les florecerá de pena

y en el aire se dejará oler fresco

el aroma de las murallas mojadas del alma

La vieja historia de nacer soñando y morir

con el rabo pelado

¿Te acuerdas de cuando el horror se apoderó de nosotros,

y el silencio tenía un sonido de botas miserables?

Escuchábamos a Charlie Parker,

recitábamos de memoria a la Mistral

y nos reíamos de nuestros necios congéneres.

La vida que pasa segura sabe que sobrevivimos,

Por eso nos sentamos a ver brillar el cielo

y toda su orquesta de vidrios.

 

 

 

 

BRACEA  (Lom, 2007) 

 

 

J.P. Junior 

  

Junior se inventó el J. P. antes del Junior.

Lo sé porque dejo pasar unos meses y le vuelvo a preguntar y me dice que se llama Juan Pedro, otras, Josef Paul, o Jeremías Prudencio… J. P. dice cualquier cosa.

 

J. P. tiene piernas sólo hasta las rodillas. Luego lo sostienen unos maderos sin músculos, ni carnes. Ya casi no puede moverse. Por eso se pasa la mayor parte del día sentado contándonos historias, cosas que tal vez ocurrieron pero que la memoria siempre deforma.

 

Cuando nosotras no lo miramos, él saca unos bastones de debajo de la mesa que tiene a su lado, cubierta con un fino mantel que nuestra madre le bordó. Nosotras sabemos que cuando J. P. quiere levantarse debemos mirar al techo, o hacia el lado, lo suficiente como para dejarlo sacar sus bastones e incorporarse con la dignidad de no ser observado en su ruina ávida de equilibrio. 

 

J. P. no pudo jamás sobreponerse a la desgracia de haber perdido sus piernas.

 

El decía que las había olvidado en alguna parte. Que una mañana al levantarse, llegó hasta el baño, se cepilló los dientes y al mirarse la cara al espejo como todas las otras mañanas -esa bienvenida a la realidad de verse una arruga más, que constata la sobre vivencia de los días recientes y de esos ya tan alejados y poco probables-. Estaba meditando estas cuestiones matutinas cuando se dio cuenta que no tenía las piernas.

 

Así se pierden las cosas, nos dijo.

Un día, de pronto, ya no están.

 

 

 

 

Mi hermana y yo

  

Mi hermana y yo siempre estuvimos unidas.

Era lógico para mí estar a su lado.

Una era parte de la otra.

Jamás pensamos en separarnos hasta que mi hermana me dijo que le había escuchado a nuestro padre entre sollozos, decir que éramos un monstruo.

Entonces lo pensé. Somos un monstruo.

 

Arrastramos nuestros bototos hasta el cajón de las fotos. Y nos pusimos a observarlas.

La anterior es cuando estábamos por cumplir un año.

Ésta fue tomada el año pasado. Una tarde que nuestro padre llegó tarareando un bolero de los Cuatro cuartos, y quiso tener un recuerdo de nosotras. 

 

Mi padre decía que mi hermana era dueña de nuestro corazón, porque es la que siempre sonríe en las fotografías.

 

Yo soy india. Creo que el clic de la cámara me roba algo que no alcanzo a definir.

Lo que siento, pienso, recuerdo, duelo, gozo, en ése momento exacto quedará plasmado en un papel. Una parte mía quedará cautiva para siempre.

 

No la borroneará el recuerdo, ni la deformará el olvido.

 

 

 

 

Tres Piernas

 

Tres Piernas  

Estaba perdidamente enamorado de mi hermana. Pero mi hermana no lo soportaba cerca suyo, como suele ser el amor no correspondido. Nunca he entendido porqué la gente busca desesperadamente amor, y cuando alguien los ama, lo repelen con un odio brutal. 

 

Tres Piernas sentía esa dolorosa vergüenza de no ser correspondido por mi hermana, aunque fuera mínima e imperceptiblemente como se cimbra el cardo blanco cuando una mariposa afloriza sobre sus pétalos.

 

Así es que para no recibir de manera tan directa el desprecio. Tres Piernas se sentaba a mi lado, cruzando tristemente dos de sus piernas, mientras movía la otra compulsivamente.

 

De vez en cuando inclinaba la cabeza, para preguntarle algo tonto a mi hermana. Todas sus frases introducen la palabra sabes. Cosa que irrita enormemente a mi hermana, porque dice que se cree sabelotodo pero tiene más piernas que cerebro.

Cuando mi hermana decidía marcharse dejando a Tres Piernas, yo me tenía que ir con ella.

 

Una tarde que giré la cabeza al partir, vi a Tres Piernas limpiarse la cara.

Estaba llorando. Siempre lo negó.

Pero estaba llorando.

 

 

 

 

                                                      

Yo no puedo hablar de mi corazón, porque ése órgano y yo estamos contrapuestos.

El ama cualquier cosa. La más mínima hormiga, la más tonta nube.

Los álamos meciéndose contra el viento lo aturden.

Unos ojos de perro que lo miren dulcemente.

Las nubes trepando las montañas.

Una aguilucha surcando el cielo lo hace planear.

 

Cuando la vi supe con esa certeza incierta que era un reflejo de esta vida que he sobrevivido, escuchando risotadas a mis espaldas, mientras me alejo caminando con mis tres piernas.

 

Siempre creí que tener tres piernas era un regalo extraordinario.

Puedo correr velozmente como un chita.

Soy -aunque se rían de mí- el mejor corredor que hayan visto en este pueblo.

Yo le gano a los perros, a las liebres. Al tren.

 

 

 

 

Venía corriendo cuando la vi. Y frené tan de golpe, que me rebotó el corazón en las costillas.

 

 

Ella venía a buscarme cuando el calor bajaba convertido en gris sombra

y el sol comenzaba a abandonar los parronales para dorar los picos de las montañas.

Me traía flores que recogía en el camino.

Salíamos a caminar más allá de Cochiguáz.

Me llevó a ver la Piedra del Guanaco.

Se sentó a mi lado y me hizo cerrar los ojos

y escuchar en el silencio las trancadas de los chulengos.

A veces, sólo a veces, pude escuchar a los chulengos. 

El resto del tiempo escuchaba al viento y a mi corazón que bombeaba colmado de felicidad.

 

Yo no sé nada del amor. Salvo que me provoca correr.

 

 

 

 

Nuestra Madre

 

Nuestra madre, como nosotras, tiene dos polos. Uno alegre y otro más depresivo.

Uno que dice que sí a todo, y otro que le contesta que no.

Nuestra madre cocina, lava, plancha. La otra lee, va a la peluquería y mientras le arreglan el pelo, se lo lavan, se lo peinan, cierra los ojos y se abandona a unas manos desconocidas, que de vez en cuando por que el trabajo que realizan, se confunden con una caricia. Entonces mi madre cierra los ojos y su boca se destensa y una lágrima desciende de su ojo cerrado por su mejilla hasta quedar colgando de su rostro, temblorosa, tomándose el tiempo necesario para soltarse y caer hasta las baldosas negras y blancas cubiertas de pelos.

 

Nuestra madre va siempre a la misma peluquería porque tienen sillas Triumph de Barcelona…donde alguna vez decía nuestra madre, ella se iría. 

 

El dueño del corazón de nuestra madre tal vez vive en Barcelona. Y por eso ella quisiera irse allí. De él guarda unas viejas y amarillentas cartas que relee cuando atardece. Así no siente que sea un peso vivir la vida de nuestra madre.

 

 

 

 

Nuestra madre escribe cartas que se lleva el padre de Tres Piernas a algún lugar y que jamás nadie responde.

 

Nuestra madre espera una respuesta pero la persona a quien le escribe no quiere dárselas o ha muerto.

 

Nuestra madre se sienta al atardecer al lado de lo cardenales. Y cuando pasa el tren sus ojos se van detrás braceando como lo hacen las mariposas. Como Tres Piernas, sólo que Tres Piernas casi siempre logra ganarle al tren.

 

La tristeza en los ojos de nuestra madre es luminosa. Porque alberga la certeza que algún día nuestra madre abandone a nuestro padre, y entonces ella dejará el pueblo. Aunque nuestra madre sabe que nada de eso ocurrirá, su extravagante fantasía la mantiene viva.

 

Nuestra madre habla en tonos bajos y pasivos. Y cuando nuestra madre le pregunta algo mientras desgranan los porotos. Nuestra madre vuelve en sí.

Nuestra madre se molesta con Nuestra madre porque dice que no le presta atención.

Nuestra madre responde que lo único que verdaderamente tiene para ella son sus pensamientos.

 

Nuestra madre escribe las cartas en una máquina Oliver, que es su único y poderoso tesoro.

 

Y mientras escribe, nuestra madre reclama apelando directo a la culpa, la pérdida infructuosa del tiempo. Nuestra madre cubre entonces la Oliver con una tela donde ella misma bordó la palabra Oliver.

 

Nuestra madre se sienta luego a pelar papas en silencio, mientras Nuestra madre escucha en la radio los desastres de la ciudad. Nuestra madre dice que no cree en los desastres. Son una manera desastrosa de ver las cosas –dice- y sigue pelando papas. Claro -responde nuestra madre- tal es el sentido de la renuncia.

 

 

 

Mi mente piensa cosas para allá y para acá.

Como los atrapanieblas este corazón destila rocío.

Hace frío a esta hora. Un extraño y conocido hielo cala los huesos a las 6

El sol comienza a cubrir de bordes lilas y anaranjados las piernas de la dama.

Las piernas de la dama es la conjunción de montañas que se ven desde acá…

¿lo ves?

Ahora mi mente está hablando de acá

como si se hubiese marchado a alguna parte.

Cantan los grillos, aunque yo sé que no cantan,

 y la luz del sol comienza a succionar una a una a las estrellas hasta que no queda ninguna.

 

Pasa braceando una mariposa y mi alma se va detrás ella hasta que desaparece… ¿Lo ves?

Todo acontecimiento es fugaz. Ni bien llega, ya se ha marchado…el tiempo es cosa de cómo se cuentan las horas, contar es tarea de buitres y mercaderes.

 

Sí madre, -contesto-, mientras la cabeza de mi hermana cae adormilada sobre mi hombro.

 

El viento chasconea los sauces y hace danzar a los flacos y maleables álamos, tan verdes contra la aridez de las montañas y el azul, tan azul del cielo.

 

Recuerdo la dulce mirada verdosa de los ojos de Tres Piernas. Y aquella sonrisa que eclipsa el fulgor de cualquier estrella. Una tarde que salió de las aguas del río, temblando. Y dijo con los dientes como castañuelas: Abajo hay un cardúmen de peces tan diminutos que tengo los ojos llenos.

 

 

 

 

El viaje

 

 

Nada. Nada.

Dale a la nadada.

Mete la brazada.

Bébete el nopal y manda todo a la chingada.

 

Eugenia León y Liliana Felipe

 

 

Una tarde que comenzó otra vez a llegar la noche, convencí a mi hermana que nos fuéramos al mar, así librábamos a nuestras madres de nosotras. Pero no fundiríamos ninguna pena. Nos echaríamos a nadar, hasta encontrar otra orilla, otra punta de lápiz donde comenzar una nueva vida. Esta ya estaba demasiado trazada y  yo quería encontrar otras cosas, cosas nuevas, aunque mi hermana dejara en el pueblo a Tres Piernas.

 

Ella decía que nunca lo había amado. Pero no había día en que no mencionara su nombre. Toda la vida es un tiempo tan fugaz. Y el amor es cosa de locos. Fue así como la convencí.

 

A las 6: 45 estábamos mirando el sol dorar los picos de las montañas rocosas hasta que vimos venir el bus echando trumao desde Alcohuaz. Nos subimos con lo que traíamos puesto y bajamos en círculos hasta el pueblo, pasamos Monte Grande, la tumba, los jacarandás y los pimientos, Paihuano y el consultorio donde nos ungían con lindano

 

Ya en la carretera mi corazón comienza a latir. Las curvas, codo a codo a la montaña, piedra preciosa de ocres y amarillos polvorientos. Abajo un mar verde de parrones interminables y unos lienzos negros de tejido plástico llamados atrapa nieblas.

 

Dicen que la niebla queda presa en esta cortina negra que engaña a la noche. Que cuando comienza a salir el sol dorando el torso de la montaña, la niebla apresada comienza a destilar convertida en agua y baja a la tierra curtida para colmar la sed de las parras.

 

El bus se detiene en cada pueblo.  Y suben y bajan los lugareños con sacos de las cosas más variadas.

 

Los perros mueven la cola al recibir a sus dueños, tras días de no verlos.

El camino sigue y mi corazón late más a prisa.

 

Soy a veces, inciertas veces, sentimiento a carne viva sin el más mínimo cartílago de razón.

 

 

Llegamos a la ciudad plagada de autos y ruido. Y los ojos de los lugareños nos golpean el pecho como una certera pedrada. Cuando sentí la pedrada comprendí las palabras de Tres Piernas.

 

Bajamos caminando hasta el Faro por el Parque de las Estatuas. Todas se parecían a nosotras. A algunas le faltaban los brazos,  la cabeza, o parte del cuerpo, derruidas por el tiempo y las gentes de la ciudad que todo destruyen.

Cuando llegamos al Faro y vimos que el mar era más inmenso de los que nos contaron nuestras madres, y más azul que el cielo, mi hermana se echó en la arena y yo caí a su lado por añadidura.

 

Luego de contemplar la magnitud del asunto que nos atañía,

vestidas, tal como estábamos, entramos.

 

 

 

 

El agua ha comenzado a entibiarse. La tubería del cielo ha estallado y resplandecen las gotas, cayendo directo contra estos ojos como una infinitud de lágrimas transparentes que se le habrán soltado a algún dios. Yo soy una baldosa blanca y negra y mi madre dice que dios no es uno. Por eso las lágrimas son tantas. Cuando la vida llora se dice lluvia.

 

Ya llega la noche. No hay estrellas, No.

 

 

 

 

 

Jamás aprendí a bracear.

 

No logro sostener el rostro bajo el agua y los brazos afuera al mismo tiempo. Aunque trate.

La desesperación que se anida secretamente, sale desbordada y entonces trago agua y toso.

 

 

 

 

Miramos las estrellas refulgir y apagarse y volver a refulgir, y
algo dentro se enciende y se apaga como si fuese besado fugaz por la
intermitente luz de un faro.

En mi rocoso corazón se golpean espumosos los recuerdos.

Todo huele a mar. Mi hermana y yo una ola.

 

 

 

Ni estos brazos, ni estas piernas logran concentrar un movimiento tan simple y monocorde.  Por eso dejamos que el agua nos lleve. Flotamos la mayor parte del tiempo.

 

Nuestro cuerpo es como un corcho abandonado a los requerimientos sensibles de las aguas.

Nada tan desconocido, tampoco. La vida en tierra también me hacia flotar como una hoja abandonada a los requerimientos de la vida. Sólo que yo la hallo hermosa. Sé que ocurren cosas implacables. Pero la hallo hermosa. 

 

Cuando le digo al viento que deje de soplar, el viento deja de soplar y el mar se aquieta. Entonces nos quedamos flotando a la deriva. Imaginando que somos la cabeza bicéfala del mar, cuyo cuerpo de agua infinita rebosa lejos de nuestros ojos.

 

Nada -dice mi hermana-

Y nado.

 

 

 

 

 

Datos vitales

Malú Urriola (Santiago, Chile, 1967). Ha publicado Piedras Rodantes, 1988; Dame tu sucio amor, 1994, Hija de perra, 1998, Nada, 2003 y Bracea, 2007. En el 2002 realiza el proyecto poético de intervención urbana Poesía es +: Lectura de poesía desde globos aerostáticos en diferentes partes de Santiago y en la ciudad costera de San Antonio de Chile. Premio Mejores Obras Editadas 2004, Consejo Nacional del Libro, por el libro Nada. Premio Pablo Neruda, que otorga la Fundación Pablo Neruda, por su trayectoria poética, 2006. Beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation, Creative Arts Poetry 2009.

Librería

También puedes leer