Jorge Eslava entrevista al poeta peruano Eduardo Chirinos (Perú, 1960) respecto a la poesía de César Vallejo, el mayor poeta de su tradición. “Trilce” es el tópico central de esta conversación. Eduardo Chirinos ha merecido los Premio Casa de América de Poesía Americana y Generación del 27. Actualmente enseña literatrura en la Universidad de Montana.
¿Para explorar la poesía de Vallejo te fue indispensable rastrear en las vicisitudes de su vida?
No necesariamente. Mi primer contacto con la poesía de Vallejo fue en un texto escolar, pero bastó la lectura de esos poemas para convencerme de que las vicisitudes de su vida debieron haber sido excepcionales. Detrás de un poema excepcional hay una vida excepcional. Aunque a primera vista a muchos les parezca monótona y gris, como la de Eguren por ejemplo.
Se discute ahora sobre el aura emocional del poeta —si era taciturno o efusivo, austero o intemperante— en un afán de reajustar su imagen. ¿Cuál es el retrato interior que tienes de César Vallejo?
El “retrato interior” que tengo de Vallejo se ha conformado a partir de la lectura de sus obras. No siempre tenemos la suerte (o la desgracia) de conocer de cerca a un escritor: a la mayoría de ellos no podemos preguntarles nada que no provenga de sus propios textos, así que no nos queda más que diseñar esa aura a través de lo que nos dejaron en su obra. Y aunque debemos reconocer que un autor no siempre llega a parecerse a la imagen que los lectores nos hacemos de él, su obra lo perfecciona y justifica.
¿Y cuál crees que era la imagen que tenía Vallejo del ser humano? Versos como “Tú no tienes Marías que se van” o “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave” parecen hablar de una obra divina defectuosa.
Si Huidobro tenía la imagen del poeta como un “pequeño dios”, y Borges la de un jugador de ajedrez que es, a su vez, la pieza de otro jugador “detrás de dios”, Vallejo consideraba que el poeta mismo era la criatura defectuosa de un dios que, además, estaba enfermo. La genialidad de estos poetas se mide por la relación que establecen entre el acto de escribir poemas y el acto divino de crear. Es raro que hasta ahora nadie se haya detenido a considerar este aspecto religioso que distingue y hermana a estos tres grandes poetas.
¿Crees como Mariátegui que Los heraldos negros inauguran una nueva poesía en el Perú? ¿Pudo haberle bastado a Vallejo escribir ese libro para ubicarse como paradigma poético?
Lo que dice Mariátegui es cierto para el Perú. El llamado posmodernismo tuvo en el resto de Hispanoamérica excelentes poetas, cuyas obras abrieron el camino de la vanguardia: Leopoldo Lugones en Argentina, Julio Herrera y Reissig en Uruguay, Ramón López Velarde en México… En el Perú ese honor le corresponde a la altísima obra de José María Eguren. Los heraldos negros, siendo un libro rompedor, es valioso si lo ponemos en perspectiva de sus libros posteriores. Tengo la sospecha de que si no hubieran existido estos libros, Los heraldos negros hubiera sido sólo una brillante promesa, de las muchas que hay en la poesía peruana.
¿Qué impresión te causó la lectura de Trilce? ¿Qué edad tenías, hasta qué punto ese libro hermético te descubre un nuevo lenguaje?
Fue una impresión devastadora, de esas de las que uno no se repone. Estaba en el colegio y (como les ocurre a muchos escolares) no entendí una sola palabra de lo que estaba leyendo, pero por primera vez tuve la intuición de que la poesía no estaba hecha para que se le entendiera sino para que se la sintiera.
¿Te sigue pareciendo un libro fascinante y difícil? ¿Cuáles son las claves principales que has encontrado para desentrañarlo?
A través de los años me sigue pareciendo un libro fascinante porque es difícil. Pero no difícil en el sentido en que lo es, por ejemplo, una adivinanza, un acertijo o un problema matemático; es difícil porque nos enfrenta de golpe a nuestra condición humana, que no tiene nada de fácil.
Siempre me resultó muy gráfica la afirmación de que Vallejo, especialmente en Trilce, más que referirse al dolor daba nacimiento a una expresión dolorosa. Como si su lenguaje nos acercara más a un acto exasperado…
Vallejo entendió mejor que nadie que el hombre, atravesado por el dolor de su siglo y de sus miserias sociales y personales, sólo podía ser expresado en un lenguaje que estuviera atravesado por ese dolor y esas miserias. Un lenguaje que mostrara con humildad y vergüenza sus costuras, sus remiendos, sus inesperadas caídas. Vallejo expresó mejor que nadie lo que significa proponerse hacer hablar al dolor en vez de hablar del dolor.