En esta ocasión presentamos un ensayo de 1996 del Premio Pulitzer Charles Simic (Yugoslavia, 1938 – ) que también fue nombrado Poet Laureate por la Biblioteca del Congreso. En este texto, el poeta reflexiona sobre la fotografía y la relación de los monos con los humanos desde una perspectiva jocosa pero también reflexiva. El ensayo pertenece al libro El flautista en el pozo y la traducción corre a cargo de Rafael Vargas.
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DISTINTOS DE NOSOTROS
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He aquí una nueva teoría de la evolución: los seres humanos descendemos de la especie de monos menos inteligente; los verdaderamente inteligentes siguen siendo monos. Un conocido mío mencionó esta posibilidad hace muchos años, pero yo no había podido corroborarla hasta el día en que vi fotografías de monos con sus propietarios. Esos monos hacían cosas que nosotros hacemos. Se sentaban con niños en los sillones, se daban un baño en tina, comían uvas y veían la televisión con sus dueños, e incluso se les veía ayudando a decorar el árbol de navidad.
No sé cuántos recordarán la historia que Ovidio relata en las Metamorfosis acerca de los Cercopes. Parece que una vez el padre de los dioses se enojó tanto por las mentiras y crímenes de esta gente que les recortó brazos y piernas, les apachurró las narices, llenó de arrugas sus mejillas y cubrió sus cuerpos con larga pelambre: los convirtió en monos chillones. ¡Qué injusto es esto para los verdaderos monos!, pensaba yo de niño.
Luego tenemos el cuento de Kafka, el “Informe a la academia”, en el que un hombre que antes había sido un mono, cuenta el melancólico proceso durante el que se volvió humano. Kafka tenía la sospecha de que no se necesitaba hacer un gran esfuerzo para alcanzar el nivel cultural de un europeo o de un norteamericano promedio. Yo concuerdo. Los simios son mucho más interesantes, como lo demuestra el famoso caso del bebé que unos chimpancés trataron de criar junto con su bebé chimpancé. Para el horror de los científicos y de los padres, el pequeño humano imitaba al simio y no al revés, como todo mundo esperaba. El niño no tenía interés en caminar erguido cuando llegó la época en que debería hacerlo, pero podía subir de un salto al refrigerador y columpiarse de una lámpara con facilidad.
¿Ustedes no tienen la impresión de que cuando los animales imitan a los humanos se están burlando de nosotros? Ésa es mi impresión cada vez que en la televisión muestran a un perro tocando el piano. Las fábulas les confieren virtudes y vicios humanos a los animales, pero es una broma a nuestra propia costa. Lo que resulta de esos retratos de monos, es la comedia de nuestra vida cotidiana. La mayor parte del arte y de la literatura, y eso vale también para la fotografía, nos hace abrir los ojos a lo que tenemos ante las narices. Estos monos nos están haciendo guiños.
En cambio, los perros en las fotografías parecen vanidosos, ansiosos y muertos de ganas de caer bien. Los gatos simplemente son circunspectos. Preferirían estar en otro lado. Los monos, por su parte, parecen divertidos. Tienen ojos inquietos, inteligentes, inquisitivos. ¿Están posando? No les importa fingir un poco, vestirse con ropas de bebé y todo eso. Sin embargo, a pesar de los disfraces y los escenarios, cada uno de ellos sigue siendo un individuo singular. ¿Qué caso tiene este juego?, preguntan sus ojos. O, más precisamente, ¿qué es lo que tienes en la mano y por qué escondes un ojo tras ello? Tal vez los primates crean en la magia y, si es así, quizá es eso lo que le da a sus rostros ese aspecto de expectación.
La fotografía pertenece al universo de la magia como antaño sabían los campesinos de todo el mundo. La magia y el arte moderno comparten la estética de la sorpresa. Las dos tienen que ver con la reverencia, la estupefacción, el aturdimiento, la consternación. He aquí lo familiar vuelto extraño, lo extraño en medio de lo familiar. Una buena fotografía nos hace ver aquello para lo que nunca encontraremos palabras. Los monos también lo saben. Ésa es la razón por la que, irónicamente permiten ser fotografiados.