Alí Calderón y Gustavo Osorio de Ita han compilado recientemente el volumen Reinventar el lirismo. Problemas actuales sobre poética publicado en España por Valparaíso Ediciones y recientemente reeditado por Círculo de Poesía y Valparaíso México. El libro reúne algunas de las voces críticas más significativas de nuestro tiempo como Marjorie Perloff, Henri Meschonnic, Luis García Montero, Alfonso Berardinelli, etc. Presentamos aquí el prólogo que Osorio de Ita hace a este libro, muy necesario para comprender la poesía de nuestro tiempo. El libro está disponible en todas las Librerías Gandhi del país.
La comprensión del fenómeno inaprehensible que es la poesía se gesta en nuestros días con un grado de complicación inusitado. La fragmentariedad del mundo y de la perspectiva que lo aborda, la indefinición, la relatividad de todas las verdades, las hondas fracturas que tienen nuestro espacio y tiempo nos hacen cuestionarnos constantemente sobre la situación de lo poético en nuestra era postmoderna, sobre su intrínseca operatividad, su desafanado utilitarismo, su carácter abstracto o concreto, su hibridez o esencia; incluso nos preguntamos su razón de ser o acaso su existencia específica: ¿dónde está lo poético que – si bien podemos sentirlo – llega a ser tan difícil de explicarlo?
En esta búsqueda de lo poético hemos explorado el siglo XX. El siglo XX como un espacio bifurcado por un gran péndulo oscilante que marca el compás del diálogo. Desde varias lenguas se establecen oposiciones y coincidencias; contrastes y afianzamientos que apuntan a desentrañar la circunstancia del texto poético que se crea, piensa y versa en nuestros días. Las voces que dialogan en este libro son las de los poetas mismos: poetas intentando explicar el grado de luminiscencia que trae consigo el rayo y los espacios, ritmos e imágenes de la memoria. El savoir faire que, ya bien señalaba Poe, intenta recordar los pasos andados para la reconstrucción de un evento que tiene vida propia: el poema.
Así, la primera voz que retomamos es la de Alí Calderón quien, a través de un recorrido histórico-crítico de las distintas perspectivas estéticas que han permeado la lengua española y la recurrencia a ejes multidisciplinarios (economía, política, sociología, antropología, historia) consigue explicar, en forma caleidoscópica, las influencias de la configuración del momento estético que tiende hacia el horizonte de la crisis. Entendiendo la poesía como producto de lo social, le vincula con la manifestación de una falta de horizontes claros, proponiendo entonces la necesidad de generar una reinvención del lirismo, una búsqueda de otro sentido; una poesía ante la incertidumbre.
Cifrado al igual que Calderón en el presente del lirismo y su circunstancia, Alfonso Berardinelli arranca con una perspectiva panóptica de la necesidad histórica de definir – y defender – al género de la poesía; de manera consecuente, sostiene que sólo desde la coloquialidad se puede apostar hoy por la recuperación de la técnica en la poesía. Para Berardinelli es la conciencia lúcida aquella que estructura cada verso, para proporcionar un ejemplo, muestra una aproximación a nuevos experimentos en poesía italiana que se centran en devolver al texto poético las características de “recitable y legible”. Cerrando su perspectiva, argumenta que la poesía no requiere de una defensa, sino más bien la defensa debe de cifrarse en los poemas; los poemas cargados de una autonomía y libertad.
Cifrándose en el polo comunicativo opuesto de Berardinelli – no en la emisión sino en la recepción – Tony Hoagland inquiere sobre el qué quiere el lector moderno de un poema, ¿la desorientación o el reconocimiento, el vértigo o el centro? Y en torno a esta pregunta devela dos corrientes posibles en la configuración del texto poético contemporáneo: aquella que hace que el lector se reconozca en los versos y encuentre un reflejo y clarificación de su existencia; y aquella que lo desorienta y lo cuestiona, lo reta. Hoagland, apostando por el reto, establece las bases para describir cómo la poesía más reciente construye, formal y semánticamente, a través del no-paralelismo, de la desconexión interna de los elementos constitutivos del poema, un vértigo; vértigo paralelo a su vez y en mayor escala a la misma circunstancia ontológica del hombre en los albores del siglo XXI.
Sin embargo, para Cole Swensen resulta imposible marcar la producción poética norteamericana actual dentro de uno de los dos campos binómicos y antagónicos. Contrastando así con la posición de Hoagland, Swensen sostiene que la relación plenamente opositiva entre vértigo o centro no puede ser ya un rasgo característico de la poesía (la poesía norteamericana al menos). Para él, el texto poético contemporáneo es un híbrido que toma aquello que más le conviene; se genera así lo que denomina poesía postmoderna, es decir, aquella poesía que es tanto impredecible como sin precedentes. La poesía deviene la generación de un rizoma que se despliega en una era de internet y fácil acceso a la publicación: un texto postmoderno para una era postmoderna.
Siguiendo con otra perspectiva allegada a la postmodernidad, Marjorie Perloff insta por reconocer en la poesía un vehículo imprescindible para conocer el eco de la modernidad; las voces que suenan en el poema nos permiten ahondar la comprensión – tener un insight – del ser como tribu; como generación y humanidad. En este orden, sostiene que es posible reproducir los sonidos que circundan al hombre de los siglos XX: cada poeta se torna una caja de resonancia que aspira a una nueva modalidad de yo lírico; una nueva voz que refleja su circunstancia. Desde este amplio entendimiento de la voz, Perloff esboza varias posibilidades de la variable cadencia que permea a un siglo tan barítono como el pasado, apostando por aquella voz poética cifrada en la materialidad del lenguaje, la cual, según Perloff, consigue romper con la tradición y desafiar al canon de las antologías; para la autora la voz contemporánea que nos caracteriza – la voz moderna – es la del estruendo, y es también aquella que lleva a la poesía hacia un nuevo panorama.
Matvei Yankelevich, discutiendo la perspectiva bi-polar de Perloff con antagónicos esenciales como el Conservadurismo y el Conceptismo poéticos, insta por una tolerancia en cuanto a los modelos: no se puede, de acuerdo a Yankelevich, hablar en tajantes “blancos y negros”, más bien la poesía de hoy se devanea en una amplia “área gris”; un espacio configurado por la confluencia multifragmentaria de voces poéticas que ya no pueden ser encasilladas, que son únicas y responden tanto al texto confesional como al formalmente complejo. Un área que responde más a la calidad intrínseca del texto que a su inclinación teórico-estética.
En una línea paralela, pero también vinculada con la postmodernidad, Paul Hoover sostiene que resulta indispensable para comprender nuestra era un recorrido panóptico de la tradición lírica en Norteamérica y de las distintas escuelas que lo abordaron. Consigue así efectuar una reflexión crítica de las distintas concepciones que ha tenido lo poético, optando por la claridad expositiva e implicando el diverso movimiento oscilatorio de las configuraciones del yo ante lo poético, así como las formas en que el texto poético se ve imbricado con lo social y viceversa. Sin embargo, a pesar del fluctuante y veloz cambio que impregna al siglo en cuestión, Hoover sostiene que existe una serie de “constantes” en la poesía: la primera, la “indecibilidad”, rasgo inmanente en el lenguaje que la poesía intenta vencer; y, por segundo caso, la permanente generación, regeneración y exaltación de “lo nuevo” en poesía.
Stephen Burt, por su parte, indaga sobre las claves para poder orientar la lectura de cada poema de cada poeta, pero a su vez intenta encontrar los vasos comunicantes entre las distintas nuevas formas de abordar la realidad desde el fenómeno poético; pretende así una guía de lectura para la poesía más nueva, a cuyos poetas denomina como “elípticos”: escritores que apuestan por la volatilidad del texto, ya que vivimos en tiempos volátiles; escritores que pretenden equiparar la disolución de sus textos a la disolución del yo que los escribe.
Semejante a la propuesta de Burt, pero en este caso en la más nueva poesía italiana, Alberto Bertoni preestablece bibliográfica e históricamente las bases de la versificación contemporánea, tanto en la propuesta que pugna por la recuperación de la forma como en aquella otra que intenta una apropiación de la “forma sin forma”. Señala también que esta escisión propone una posibilidad abierta entre las diferentes realizaciones del verso en el mapa poético contemporáneo: una “riqueza de voces diferenciadas”, las cuales, aunque opuestas, llegan a converger. Así, el nuevo estilo se gesta a manera de una reactivación de la “insatisfacción estilística y temática” que lleva a dialogar, en última instancia, los polos opuestos de la prosa y la poesía; a sustentar la crisis del verso mismo en la voz que vive en el albor del siglo.
Por su parte, Henri Meschonnic apunta hacia el ritmo como mecanismo que devela no sólo efectos de sentido, sin comprensiones que apuntan hacia la historicidad misma del ser mediante verdaderos sistemas de sentido. A través de dicha comprensión del ritmo, acuña la nomenclatura de “poema libre” a todo poema que surge como derivación del entendimiento, histórico, social y antropológico del verso libre: un verso que promueve el reconocimiento mismo el sujeto a través del ritmo que ocupa; ritmo como sentido del sujeto. Para Meschonnic la gran invención poética contemporánea no queda ya en la innovación métrica o en la reinvención misma del género, sino en la creación de un ritmo que refleje nuestra circunstancia individual postmoderna.
En otro ritmo, el de la oralidad, Carlos Aldazábal propone la “oralitura” como un principio unificador del logos y el mélos. Así, cumple la función de designar, más allá del principio étnico, aquellos textos que recuperan la nostalgia musical de la oralidad en un presente de nueva tribalización. Aldazábal, recurriendo a los estudios relativos al poscolonialismo y a la subalternidad, nos muestra el irrevocable vínculo entre la grafía y la melodía, apuntando a la posición de la oralitura en la poesía contemporánea como mecanismo desafiante al poder; la reconstitución de la voz del Otro, a través de la escritura, lo individualiza y reconoce.
En una propuesta también vinculada con la multidisciplinariedad, Mario Calderón intenta revisar de manera interconexa las distintas vertientes que la poesía sostiene con áreas tradicionalmente poco afines. Así, desde aproximaciones tan lejanas como la física, la psicología o la política, se consigue esbozar la importancia de la poesía en un mundo receptivo ampliamente abierto. Para Calderón la poesía resulta una experiencia vital que toca todos los confines del conocimiento y que se encuentra profundamente vinculada con los distintos modelos cognoscitivos que tenemos del mundo; la poesía y la palabra son entonces un crisol de posibilidades de comprensión del todo que nos rodea.
En una propuesta mucho más ceñida al texto, Lorena Ventura, desde una propuesta semiótico-lingüística, consigue esbozar las propiedades esenciales de ese yo en el poema que se erige en el lenguaje transformándolo en discurso. Para Ventura el poema, “pura enunciación”, maneja como ningún otro texto la reconstrucción de un yo – de una voz – que se manifiesta. Así mismo complejiza la relación entre autor y voz lírica, trazando distintas panorámicas en torno a ese yo que subyace toda enunciación poética, apuntando a la caracterización del yo en poesía como un “yo retórico o figural”; un yo que se desvía de (y a la vez se conecta con) la ficción del sí-mismo que existe en lo no ficcional – un alguien que vive en el poema y fuera de él.
Paralelamente, Luis García Montero, en una suerte de confesión que materializa el yo del que habla Ventura, se centra en el entendimiento de la poesía desde su circunstancia de oficio y vocación; la poesía deviene un oficio puesto que es un “modo de pensar”; un estar en el mundo. García Montero lleva a la poesía, mediante una interesante alegoría, a ser un “equipaje ético” y, en un ejercicio de autocrítica, ocupando sus propios textos, trabaja la sinceridad en la poesía: sinceridad que implica una dificultad tanto técnica como ontológica. Para García Montero en la poesía contemporánea hay una difuminación del yo soy; una fragmentación y matización del sujeto y de su voz, puesto que estamos ante la desaparición de las totalidades; la voz en la poesía deviene así una “conversación sobre el nosotros”. Con una prosa que raya en lo poético, García Montero cierra su confesión sosteniendo que poesía es soledad, es crisis, es reconocimiento del otro y diálogo con él.
Y en una línea que prolonga y expande el pensamiento de García Montero, Fernando Valverde defiende la plena identificación de la poesía con su propósito comunicativo; el gran poema, el que se hace en conjunto con las voces de una generación, se construye a partir del diálogo y el entendimiento, de la claridad expresiva y la profundidad conceptual, de la búsqueda en la poesía en todos los aspectos de la vida diaria; la gran poesía que va más allá de todo poema y surge del minar la incertidumbre.
A manera de coda, Mario Bojórquez apuntala los rasgos inmanentes a una poesía que se desprende de nuestra era: la fragmentariedad del discurso, la velocidad, la elipsis, la confluencia mediática y temática, la discontinuidad, la incompletud, todos resultan elementos que a Bojórquez lo inclinan a pensar por una carencia de estética definitiva en la poesía contemporánea. De entre esos escombros que reconoce – de entre los fragmentos de una poética ya imposible de reconstruir – Bojórquez nos propone dejar testamento de nuestra vida en la tierra a través de esa vertiginosa confluencia de añicos; una poética de la no-estética apuntando hacia la fragmentariedad y la totalidad.
En breves líneas, en esto se sustenta este libro: en apuntalar las distintas nociones que se tienen de “lo poético”. Nociones fragmentadas que van desde el centro hasta la periferia, de lo personal a lo generacional, de lo histórico a lo inmanente, del ritmo al sentido. Nuestro propósito no es inclinar la balanza hacia determinada perspectiva, sino más bien retratar el diálogo que preconfigura nuestro momento estético desde las varias vertientes – sociales, culturales e idiomáticas – que coexisten en esta conflictiva postmodernidad, recuperar los fragmentos inasibles de la totalidad, reescribir en nuestras lecturas los poemas que heredamos, reinventar la lírica; y así, y aún, y siempre, seguirnos preguntando por la poesía.
Gustavo Osorio de Ita