Presentamos una muestra de la poesía de María Choza (1994). Poeta y escritora de literatura infantil. Ganadora del Premio de Poesía Joven Alejandro Aura 2015. Mención honorífica en Narrativa, del Concurso de Talentos Universitarios 2015, de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. María nació Sinaloa y hoy radica en Aguascalientes, donde se ha dedicado a la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de dicha ciudad. Ha publicado en la revista “La Catrina”, y algunas revistas escolares e independientes. Fue becaria Interfaz en el programa de becas literarias de Issste-Cultura (2014), participante de Altaller 2015 en sus emisiones Guanajuato y Aguascalientes.
Chiquito y bien peinado
Paso un lápiz por mi pierna,
dibujo el mapa del mundo.
Aquí está Alemania, acá Brasil,
las palmeras de la casa,
Pakistán,
el mango de mi abuela,
un pez nadando en Fiyi,
la Casa de las Viudas,
y te dibujo, chiquito y bien peinado,
invisible como todo.
El campo de nadie
Las nubes imitan
las líneas
de los cerros.
¿Ésa es parte del cielo o de la tierra?
No se sabe dónde empiezan.
No se sabe dónde terminan.
Un cerrito está mirándonos
y mi madre dice
Dios es buen dibujante,
lo hizo todo en un solo trazo.
De Los campos no elíseos
El campo en un vestido
Iban dos mujeres
caminando por la plaza,
las vi desde esta puerta.
Ambas usaban largas telas
que tocaban los suelos
y todo hombre que las tuvo.
Una mujer llevaba en su vestido un rascacielos,
vi muchos edificios
y personas que saludaban con cara de ventana,
vi el ritmo de los autos,
dos niños besándose.
La otra paseaba una llanura verde y fresca,
vi flores colgando de cada hilo,
al sol borracho de mañana,
un gallo que cantaba como el mismo oeste,
vi tu cara,
y una vaca pintita en la tela
viéndome mirar a la mujer del vestido.
De Los campos no elíseos
El campo de cultivo
Mi primera siembra
la hice a los siete años.
Sembré frijol
en un terreno para vacas.
Mi padre me miró a los hombros
y dijo
te estás volviendo ya un joven.
Sembré trigo en mala temporada.
No fue mala para mí.
Mi padre me miró a las manos
y dijo
te estás volviendo un hombrecito.
Quise sembrar tomate,
busqué, pero no encontré semilla en el pueblo,
nadie sabía dónde conseguirle.
La gente siempre ha dicho
que el tomate
es el corazón de la siembra.
No planté el corazón.
Sembré calabazas muy grandes,
y de flor naranja.
Mi padre me vio el pecho
y dijo de espaldas
te estás volviendo un mentiroso.
De Los campos no elíseos
A leche de vaca rubia
Estás soñando.
Veo el baile de tus ojos,
viejas aceitunas en un plato,
mariposero de besos en la playa,
bala perdida que mata a alguien.
Me acerco a tu cuello.
Huele a leche de vaca
pero esa vaca es rubia,
como tu abuela,
como los trigales,
rubia como nuestra casa.
Sueñas que comes.
¿Soñarás también mi cara?
¿Soñarás mi pecho?
¿Sueñas mi muerte?
Sueño que te estoy viendo.
Sueño a la persona que tus ojos mataron sin querer.
Sueño que soy yo quien ordeña la vaca perfume de tu cuello.
Besos en lenguas extintas
Nace en la India niño sano
en brazos de septuagenarios.
La madre, feliz.
Harán una fiesta muy grande
con flores,
y bailes,
y novias,
y besos en lenguas extintas.
El tumor del pez
Un cirujano se gradúa haciendo un pajarito de origami.
Hay que quitarle un tumor al pez.
Practico haciendo muchos pajaritos de origami, pero no tenemos peces.
El campo con los años
Mi abuelo tenía tierras,
un campo tan suyo que llevaba su nombre.
Crió a los ocho hijos
al tiempo que a sus animales,
todos se alimentaron
de la misma leche.
Tal vez su mujer
alguna vez sintió celos o envidia
de las montañas que le amaron
de noche y con los truenos.
No hubiera servido reclamarle,
no tomaba en serio
a quien no se hubiera cortado las manos
al segar maleza,
o a quien no recogiese buen fruto
por octubre.
El hombre se hace en el campo,
dijo a todos sus hijos.
Él se hizo muchas veces,
de todas las formas posibles.
Pasó muchos años amando un solo lugar.
No encontró cobijo en ningún otro
porque no le necesitó.
Un día todo se volvió extraño.
Sus hijos recibieron llamadas de vecinos,
el padre ya no tenía sangre en las ropas
al volver a casa,
su camisa se iba y regresaba limpia.
La leche de sus vacas
dejó de alimentarnos a todos.
Pasaba mucho tiempo con sus nietos,
por fin conocí sus modales
y la juventud.
Nos habló tanto que cada palabra
era una historia,
y la historia es el mundo.
Sus hijos fueron a los campos
que le pertenecían.
Les fue difícil entrar.
Cada vaca y cada hijo
estaba muerto.
Ninguna gallina hizo ruido.
No hubo borregos que salieran
a ver qué estaba pasando.
Los montes ya no amaron a nadie,
murieron de tristeza,
igual que la casita de palma
dejada a la mitad.
El hombre dejó de hacerse en el campo
y fue a la ciudad por respuestas.
Mi abuelo no pudo responder nada,
tampoco quiso hacerlo.
En su cabeza,
en su mundo de agua y siembra,
seguía pensando que cada día
fue a prestarle a las tierras sus años,
que todos los animales le seguían respetando,
que el amado monte le esperaba como siempre
para sepultarle las penas.
Nadie se explicó nada,
ni mi abuelo mismo.
A veces creo que el campo
encarnó en su cuerpo,
y por eso tiene tantas cicatrices.
De Los campos no elíseos
Cuatro oraciones al cielo
Adentro, un hombre se persigna
la cara cubierta de vendajes.
Busca a dios, y saluda
con el padrenuestroqueestásenloscielos
a todos los santos en la pared,
sólo uno responde mientras que una mujer
reza a la virgen con chapa de oro
un padrenuestroqueestásenloscielos
más largo y doloroso.
Quiere que ese oro de su forma
le caiga en el rostro,
la bañe y le vuelva sagrada,
al mismo tiempo que afuera
un niño se orina
cuando la pistola de los guerrilleros
le besa la sien
como lo hizo su madre en la mañana
y se le escapa un murmullo
del padrenuestroqueestásenloscielos
que dijeron el hombre y la mujer.
Con esos mismos orines se tapa cada noche
un vagabundo
porque no se sabe
ningún padrenuestroqueestásenloscielos.