Presentamos, en versión de Mariano Villegas Hernández, la serie “Casi bíblicos” del poeta griego Dimitáis Angelís (Atenas, 1973). Angelís es también ensayista, Doctor en Filosofía y director de la revista literaria Φρεαρ (frear.gr). Su libro “Aniversario” ha sido premiado por la Academia de Atenas (Premio Porfyras).
3.
Una década cubana abandonada en mi interior. Las paredes llenas de mosquitos. El grifo gotea tierra lunar. Y los cisnes del jardín son de alambre.
Estamos sentados en las sillas de plástico y la camarera nos toma por extranjeros. Cada tarde una ballena vara al Jonás que anuncia nuestra salvación (en cambio nosotros llevamos años amándonos). Haciéndonos los sorprendidos, le aplaudimos y corremos a la playa a estrechar su mano.
7a.
Eres aquel cuerpo roto en la penumbra que huele a fuego porque nunca ha sido domesticado. Eres el aire que sopló entre mis palabras derrotadas y las convirtió en las espigas que recogimos para tener mañana pan en nuestra mesa. Eres la llamada al siguiente beso que apela al recuerdo del anterior con los ojos de aquel perro que preservó un domingo en su mirada tu caricia. Eres una tentación de precipicio y jardín inagotable, todo manzanos y extremos inalcanzables de poema. Eres la electricidad de un agosto español mientras anochece junto al río y echas la chaqueta roja sobre tus hombros. Eres una ciudad con llovizna en sus sílabas: mi Cantar de los cantares.
7b.
Porque hay una habitación vacía en donde tus manos blancas alumbran mis noches. Porque existe una cama con una tienda de campaña india en el centro para que nos escondamos de todos sin ropa ni memoria; porque en el extremo de la cama está atado un perro y una jirafa.
Porque existe una mesilla para que apoyes tu impecable nombre y yo mis manos sobrantes. Porque dentro del cajón de la mesilla hay un cuaderno para que escribamos juntos un poema que al final queda demostrado que se ha anticipado a escribirlo otro.
Bueno, soy yo este eterno otro y eres tú mi Cantar de los cantares. Y cada tarde nievan con tal fuerza llamas dentro de la habitación, que se despegan nuestras fotografías de las paredes y se abrazan.
8.
Tomé entonces la decisión de mudarme al Pireo, porque santa Teresa me llamaba póstumamente para leerme poemas y por las noches no podía dormir.
21.
Sobre las nubes de nuestra ciudad existe otra ciudad atada con cuerdas. El humo de nuestras chimeneas son sus árboles frutales; los sueños de nuestros hijos, los copos de nieve en sus campanarios góticos; nuestras palabras más humildes, los graneros que alimentan los mamíferos extinguidos de nuestro mundo que allí continúan despreocupados su vida. Espigas y espantapájaros brotan incluso dentro de las casas, cisnes señoriales nadan en los canales de la ciudad y basta con que por la tarde pongas un poco de leche en un platillo para que aparezca la luna oculta de tu jardín. Allí vive el coleccionista de cuervos, la familia Cascabel, el embalsamador de Lenin y Juan el Evangelista. Allí vive san Pasternak con su poema prohibido «Hamlet» y san Sansón el hospitalario con sus uñas mordidas.
Existen muchas escalas de cuerda, trampillas y otras formas secretas para alcanzar la ciudad de arriba. Yo subo desvaneciéndome en tus verdes ojos de gato.