Valparaíso México y Círculo de poesía acaban de publicar una inusitada muestra de la actual poesía de Estados Unidos: Los hijos de Whitman. Poesía norteamericana del siglo XXI. Con la traducción y selección de Francisco Larios, este volumen nos acerca a una de las tradiciones líricas más vivas de nuestro tiempo. Presentamos una brevísima muestra de su contenido. En palabras de Gustavo Osorio: “Subyace una pulsión extraña a la polifonía de los tiempos que corren. Una indecible arquitectura fundamentada tanto en la tradición como en la negación de la misma, la cual permite reconocer un todo sin posibilidad de aislarlo. Este denso torrente de voces toca a la poesía y la vuelve tan compleja como el mundo de donde emana. Así Los Hijos de Whitman, selección de poetas y poemas realizada y traducida por Francisco Larios, consigue presentarnos una entidad dinámica, la cual refracta la compleja sincronía de la tensión latente en la poesía norteamericana contemporánea; tensión pura en un lirismo complejo, cambiante, enteramente moderno. Un cauce donde deviene imposible descifrar las distintas voces del agua que brotan de cada poema, pero donde sí percibimos la densidad de la poesía”.
Natalie Díaz
Por qué no hablo de flores cuando las conversaciones con mi hermano llegan a silencios incómodos
Perdónenme, guerras distantes, por traer
flores a casa.
Wislawa Szymborska
En las montañas de Cachemira,
mi hermano baleó a muchos hombres,
hizo estallar cráneos de pieles morenas,
tiñó de carmesí la arena blanca del desierto.
¿Qué se puede decir a un hombre
que ha recorrido un mundo así,
cuyas manos y ojos
lo han traicionado?
¿Había flores por allá? Pregunté
Esta fue su respuesta:
En una aldea, una turba de hombres
envolvió a una mujer en sábanas.
La mujer no se resistió.
Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.
La acostaron sobre el camino
y la apedrearon.
El primer hombre era su padre.
Lanzó dos piedras, una tras otra.
En el camino, el hermano de la mujer
le había llenado los bolsillos de piedras.
La multitud era un enjambre
de abejas aturdidas. La andanada
de piedras contra su cuerpo
ahogó sus gemidos.
La sangre estalló en las sábanas
como un racimo de violetas,
como cien rosas en flor.
Tarfia Faizullah
Piensa en las manos que una vez fueron más pequeñas
Es así. La noche es solitaria
hasta que deja de serlo. Te muerdes la lengua
tras comer naranjas con chile
antes de soñar con un beso
del hombre que al tocarte con sus dedos
hace brotar tu suavidad.
Hablamos acerca de los nombres
de nuestros muertos. Las ciudades donde hoy vivimos
carcomen y luego entierran
los cadáveres de sueños opulentos.
Nos decimos el uno al otro que hay que soñar.
Cuando me envías fotos que guardas
de mujeres de tu familia,
sonrientes, me trastorno.
Ni más ni menos. La noche es nuestro pelo
que dibuja con su tinta torsos de hombres sobre relicarios.
No sé por qué no conocemos nuestra propia santidad,
pero fuiste joven un día, y yo también.
Lee Young Lee
Temprano por la mañana
Mientras el arroz de grano largo se suaviza
en el agua que hierve
sobre una estufa prendida, a fuego lento, antes
de cortar las verduras de invierno en conserva
para el desayuno,
antes de los pájaros,
mi madre desliza un peine de marfil
por su cabello negro
y grueso como tinta de caligrafía.
Se sienta al pie de la cama.
Mi padre observa, escucha la
música del peine
entre el pelo.
Mi madre se peina y
se jala el pelo hacia atrás,
lo estira con fuerza y lo enrolla
con dos dedos, lo prensa
en un moño detrás de la cabeza.
Durante medio siglo ha hecho lo mismo.
A mi padre le gusta así.
Dice que se ve arreglado.
Pero yo sé
que le gusta por la forma en que
el pelo de mi madre cae
cuando mi padre arranca el prendedor.
Con facilidad, como cuando desatan
las cortinas al atardecer.
Ocean Vuong
Un día amaré a Ocean Vuong
Imitación de Frank O’Hara / Imitación de Roger Reeves
No tengas miedo, Ocean.
El final del camino está tan lejos
que ya lo hemos pasado.
No te preocupes. Tu padre no es más que tu padre
hasta que uno de los dos olvida. Igual que una espalda
no recordará sus alas
sin importar cuántas veces nuestras rodillas
besen el pavimento. Ocean,
¿me escuchas? La parte más hermosa de
tu cuerpo es aquella
donde cae la sombra de tu madre.
Aquí está el hogar, con la niñez
reducida a una cuerda roja de trampa.
No te preocupes. Nada más llámala horizonte
& nunca la alcanzarás.
Aquí está el hoy. Salta. Te prometo que no es
un bote salvavidas. Aquí está el hombre
cuyos brazos son tan amplios que abarcan
tu partida. & aquí está el momento,
justo después de apagarse las luces, cuando aún puedes ver
la antorcha débil entre sus piernas.
Cómo la usas una & otra vez
para encontrar tus propias manos.
Pediste una segunda oportunidad
& te dieron una boca para escanciarla.
No tengas miedo, los disparos
son apenas el sonido de personas
que tratan de vivir más tiempo. Ocean, Ocean,
levántate. La parte más Hermosa de tu cuerpo
es hacia dónde se dirige. & recuerda,
la soledad es tiempo que pasas
la soledad es tiempo que transitas
con el mundo. Aquí está
el cuarto con todos en él.
Tus amigos muertos pasan a través de ti como un viento
a través de campanas chinas. Aquí está una mesa
renca & un ladrillo
para hacerla durar. Sí, aquí hay un cuarto
tan cálido y entrañable,
te lo juro, que vas a despertarte—
& confundir estas paredes
con piel.
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Los hijos de Whitman. Poesía norteamericana del siglo XXI