Víctor Manuel Mendiola (D.F., 1954) es uno de los animadores de la poesía mexicana. Buen poeta, ensayista y editor, es autor de antologías como Sol de mi antojo. Antología poética del erotismo gay y Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea (1950-2005), entre otras.
Mar
Tú estás allá,
en la otra silla.
Vives el mundo aparte
del lado opuesto de la mesa.
Tus miradas están allá,
tus voces son
pájaros que retornan
del mar de allá,
tus manos juegan
sobre la mesa
como incansables nómadas
en la extensión azul.
Yo escribo en Morse,
lanzo señales de humo,
pongo a la orilla de ese mar
una botella,
mando mis huestes
a conquistar
las santas tierras de allá,
prendo las brasas
del mismo sueño.
Pero tú sigues allá
en la otra silla.
La piedra
Me subo en una piedra,
pienso sobre la piedra.
Pienso lo duro,
pienso lo impenetrable,
lo que no tiene sexo;
pienso una y otra vez
en lo que nada más
puedo tocar por fuera.
Medito en ese afuera tan del aire,
tan del agua corriendo.
Pienso este pensamiento
que se me vuelve
una piedra pesada
entre las manos.
Abro las manos,
cae la piedra.
El huevo duro
A Tomás y Antonieta
De la cestilla tomo el frágil huevo.
Sobre la mano pesa su redondo
blanco sin peso —tan callado y hondo,
tan oro y ogro como un medioevo.
Con la cuchara hasta el perol lo llevo
y el tiempo mido; en el hervor lo escondo
y miro cómo el miedo baja al fondo;
ser viejo y duro es un febril renuevo.
Todo es la blanca forma del espanto.
atrapada la nuca picadura
y el gallo a la mazmorra reducido,
es el huevo la nota de otro canto
y oro sin ogro guarda la armadura;
mi cena, el duro huevo envejecido.
Me quiero ir al mar de Francisco Icaza
Egipcio zarpo; parto sin mesura
en el silencio parco de mis años.
No hay verdad ni temor, tampoco engaños
y la casualidad es mi andadura.
Thot escribe mi nombre en los extraños
pergaminos de todo: empieza y dura
la vida; sube y cesa la verdura
del Nilo y vagan vagos los rebaños.
Arriba, entre los soles de mi puerto,
amor y soledad, ocaso y orto
caen en el reloj de mi destino.
Pero el destino sabe en mi ojo abierto
todos los soles. Mientras, sigo absorto
en la perplejidad de mi camino.
Eclipse
Te crece la cara,
cuando te aproximas a su cuerpo
te crece la cara.
Arrodillado
entre las blandas
esferas de sus pechos;
bebido y zafio
en el puño de su pubis,
te crece la cara.
Se te ensancha en una extensión
sobre su espalda abierta
y sus pequeños hombros,
sube entre sus rodillas
o sigue el miedo de sus pies.
Primero, medio día,
después, toda su carne,
hasta que tu rostro
es un sol aproximado y lleno,
una piedra de sangre
en la atmósfera
iluminada de sus piernas.
Te crece la cara
cuando te doblas
en la raya incendiada de su cuerpo.
Oración
La música del radio. El auto. Llueve.
Llueve. Miro, a trav6s del parabrisa
la soledad del agua; sed sin prisa.
Todo se acuesta, todo cae leve
sobre la luz de esta visión sumisa
bajo la lluvia; sílaba que mueve
mis pensamientos en voz baja y breve.
El agua corre afuera con su misa.
Rezo. Digo la frase donde Dios
es agua entre mis labios, la palabra
que descifra mi voz mientras me bebe.
Digo no sé qué cosas con mi voz,
digo la oscuridad, digo que se abra.
La música del radio. El auto. Llueve.
La palmera
El verde a contraluz y en escalera,
espiral que revienta, viento duro,
me hace pensar en el color más puro
que se puede pensar de la palmera.
Pureza y brisa, si se considera
su diseño veloz en claroscuro
y su leve pendiente hacia el futuro
que puede comprender casi cualquiera.
La enredadera
Recostado en la hierba del jardín,
me llamó la atención la enredadera.
Levanté con las manos la cabeza
para mirar su impulso de raíz.
Y supe que en su fuga se concentran
los ritmos de las sombras y un fluir
de insectos en las hojas. Comprendí
por ella la salud de la sorpresa.
Incorporé la espalda ante el prodigio
de la verde cortina vegetal.
Me sacudió su exuberancia en orden.
Y entendí su silencio primitivo,
su terca lentitud de oscuridad,
sus notas graves y su fuga enorme.
Las 12:00 en Malinalco
Subimos a las 12 a Malinalco.
El sol partía la extensión del cielo
y el aire se estrellaba en los sombreros;
el auto ardía en un calor pesado.
Tomamos la escalera rumbo al centro
de la pálida mole del peñasco…
las chicharras soplaban en los plátanos
inflando con su ruido un agujero.
En la carrera rápida hacia arriba
entre las carcajadas y empujones
vimos de pronto aparecer el túmulo
del blanco templo como una barriga
de piedra en la humedad de los colores.
La sangre nos golpeaba con su impulso.
La novia del cuerpo
1.
Roto, adentro de mí,
me coso por afuera.
Agujas y tijeras
me colocan los brazos,
pegostean mi cara,
me despuntan el ojo.
He recibido un pie
y he entregado una mano,
he tomado un zapato
y me he puesto un perfume.
Con esa mano pido
a la novia del cuerpo;
con esa mano sola
me pongo una cabeza,
me dibujo la frente,
me acomodo la boca
para morder tus piernas.
2.
Por todos lados
me paro adentro de ti:
meto una mano en tus ojos,
encuentro un pie,
me subo en una huella,
deshago con el dedo un nudo
sobre tus muslos.
Con tu pie desde lo alto
tocas mi cara.
Te volteas, me das la espalda,
abro tu blusa,
levanto tu vestido
—donde todo es
inobjetable
como una cerradura.
Te inclinas hacia la ventana
y me da sombra
tu cuerpo desdoblado
—árbol de huesos—
y meto una mano,
unos ojos,
una rama.
3.
…apagamos la luz. La oscuridad
nos despertó con un abrazo ciego.
La oscuridad siguió sin rumbo y sueño
y todo estaba en orden y en un murmullo horizontal.
Nos estiramos sobre el largo lecho
de nuestra cama
como quien se echa hacia atrás
en la inmovilidad.
Nos oímos oírnos en silencio.
Puse mi mano sobre tu mano
y sostuve la rama de tu brazo;
puse mi pie sobre tu pie
y sentí como aumenta la pequeñez del ser.
Mi boca nunca tocó la raya de tu boca
y nos quedamos despiertos muchas horas.
4.
Cuando dormimos
nuestras cabezas
cruzan veloces
la lentitud
de los relojes.
5.
Mi oreja escucha
cómo la mano
sube la escala
de tus costillas.
Mi mano absurda
entre los cuerpos
bajo las sábanas
ya te conoce.
Escucho el cuarto,
escucho el tacto,
compongo un nudo
entre los dos.
6.
Sobre la cuerda floja me detengo
y tú me miras
desde tus ojos, allá abajo,
desde la línea
tendida de tu cuerpo
caído en el vacío de la cama
al otro lado de mí,
desde la raya
que me sostiene
con las piernas abiertas.
7.
Hoy desperté temprano.
Abrí los ojos
y todo estaba
de pie adentro de sus propios zapatos.
Listos para salir por la puerta del ojo,
que descorre cortinas y levanta las sábanas,
me saludaron
—con su honrada quietud—
el ropero, la silla, la ventana
y un frasco con un diente
de tiburón.
Son las 5 con 10 minutos
—me hizo un guiño el reloj
con su largo bigote disparejo,
muy cine mudo.
La luz tembló en el aire
idéntica a mí
como cuando desatas tu ropa
para cerrar los ojos encima de mi cuerpo.
La bienvenida me hizo sentir
la precipitación de los objetos
que miran levantados
sobre sus cuatro pies o con sus cuatro muros,
la rapidez inmóvil de los seres
y hasta pude sentir cómo la casa viaja
con las piernas hundidas
de los cimientos
hacia la orilla azul del mar.
Nada —me dije— permanece quieto.
Así que, al comenzar el día,
se me quitó la prisa,
extravié los manubrios y las llantas,
no tuve ganas de encender la marcha
de ningún fuego instantáneo
—el poderoso Mustang negro
no lanzó ni un chispazo— y me quedé feliz
levantado, de pie, esperándote,
mirando desde lo alto hasta que llegara la noche.
8.
Te exploré como
se toca la ranura
de una cerradura:
de pie, con miedo, lobo de mí mismo,
conociéndote con la punta
armada de mi dedo.
Con la lengua probé tu rastro
y un sabor a púa
me sacudió.
9.
Nos conocimos hace siete años
con un feroz amor desconocido.
Noches aquí, noches allá,
la maleta que viene, el corazón que va.
Ahora, en un cordial
abrazo conocido,
te precipitas
en lo desconocido.
Nudos
1.
El ombligo es un nudo entre dos nudos:
arriba está la soga desatada de tu lengua,
abajo la empapada cuerda oculta de tu sexo.
2.
Me desnudo completo
cuando deshago
el nudo de tu cuerpo.
3.
Tu sexo: un nudo al revés.
4.
Nos gusta vernos
como un árbol, un astro, un pararrayos,
algo que sube o baja,
la escala de la torre,
la escalera del sótano,
la claridad del cielo,
la oscuridad del lodo.
Nos queda mucho mejor
el nudo corredizo
o el enroscado diente de la púa.
5.
En el nudo de un árbol me comprendo: erupción o hendidura nuestro ser.
6.
El ombligo es un nudo entre dos nudos:
arriba está la soga desatada de tu lengua,
abajo la empapada cuerda oculta de tu sexo.
La maceta
Me asomé a la ventana
de mi vecina.
Ella, metida en un fondo blanco
que le llegaba
a media pierna,
iba de un lado a otro dando vueltas.
En la mano ella
tenía una maceta.
Una maceta
sostenía la mano
de mi vecina
en un baile perfecto.
El fondo blanco
era como una
bandera sobre un viento rudo.
Carretera
Viajé toda la noche
en la velocidad
inmóvil de mi coche
Chapultepec
Me levantaba muy temprano para
correr —por media hora— en la alameda
del bosque de Chapultepec. Me queda
en el memoria la presión tan clara
del trote cuando entraba en la arboleda
y la ola del verdor contra la cara
me divertía como si saltara
a otra velocidad sobre la rueda
inmóvil de las cosas: el sonido
del aire, el golpe de mi propio impulso,
la sangre divirtiéndose en los ojos.
Realizaba sediento el recorrido:
manos sudadas y agitado pulso
y, desde luego, los cachetes rojos.
Vuelo
Elévate con Dios
en la cruz del avión.
Autopista
Corre tu desnudez
en mi velocidad.
Tu mano, mi boca
1. Un plato es una mano ahuecándose con sed o con hambre.
2. Un plato es una mano abriéndose en su pozo para recibir o para arrebatar.
3. Aunque me ilusiona su aspecto bondadoso, el plato —esta mano— no tiene escrúpulos.
4. El plato da, finge generosidad; pero el cuchillo está detrás de él.
5. El plato es un hueco duro y temible. A pesar de su aspecto medido y amable, la sangre y el hueso están en lo hondo.
6. No importa si estoy bien o mal vestido, no importa si soy bien o mal educado, cuando el plato descansa enfrente de mi, me domina y me hace —aunque me vuelva un niño o una mujer— el hombre armado.
7. Un plato sobre la mesa es una luna sobre un bosque de miedo.
8. Sobre la mesa,
en la madera dura,
inmóvil sangra
el plato de la luna.
9. Una taza es un hueco indeciso entre abrir y cerrar, entre sincerarse y ocultar.
10. La taza juega o se equilibra entre dos aguas o entre dos continentes simultáneos. Es bella, pero mentirosa.
11. Un vaso es un hueco con miedo; teme perder su contenido.
12. Un vaso se alarga hacia arriba alarmado.
13. Con su aspecto alzado, el vaso presume una altivez que no tiene.
14. Si el vaso se deja llevar por el miedo o el egoísmo, se cierra, se vuelve una botella; le surge una cicatriz como un nudo. Un ombligo.
15. Cuando un vaso trastrabilla, quién sabe por qué motivo mi vida titubea llena de espanto.
16. En el cuello estrecho de la botella —como una bolsa atada, como un sexo cerrado— no hay comunidad ni palabras en común. Hay una medida que guardar, una pepita o una semilla que mantener oculta. El vaso se cierra no sólo para guardar. No quiere compartir, a menos que paguen el precio.
17. Cuando un plato se rompe algo esencial se quiebra. El amor o la familia. Cualquier promesa o pacto. Cualquier abrazo. Hasta el beso se seca. Sabe mal.
18. Estar asombrado o tener miedo: abrir los ojos como platos.
19. En la superficie de un plato puedo mirar el cielo de mi casa o del mundo. El Tao comienza en el plato o en la mano. Después viene el balcón.
20. En la superficie de un plato puedo encontrar, en una sombra blanca, tu rostro.
21. Hay una sombra blanca en el plato, una pálida sombra en el pulido pozo. Un fantasma que me mira todos los días en la cerámica.
22. En el hueco medido de un plato están tus huecos, los centímetros de tu mordida, la hora escondida de la digestión.
23. Junto al plato, el cuchillo eleva una oración a la encía dentada.
24. Junto al plato, el tenedor guarda silencio, torcido y alerta, como la mirada del diablo.
25. En su inocua presencia, la cuchara lengüetea el caldo con su pequeña, mustia cara cómplice.
26. En su redonda extensión, el plato te mira; te lleva hacia adentro.
27. El plato tiene la ceguera de los ojos puestos en blanco. Tú eres el agujero de su mira apuntando a la presa.
28. Un plato es la nube de humo de un cañón o la luz que exhala un cadáver. Piénsalo bien.
29. En el centro del plato pones, con ingenuidad y pacíficamente, la carne de un buey, un cerdo o un cordero. ¿Te la crees? ¿Piensas que estás afuera de la ley feroz de la saliva que envenena o del diente que rompe y rasga?
30. En el centro de un plato pones la rapidez de una lechuga. El aire sopla en la verdura.
31. En el comedor escuchas la percusión, el temblor, el temor, el tambor de los platos.
32. En el centro de un plato miras cómo las cebras se deshilachan en negras blancas hebras. En todo plato hay una cerámica de África. El león está detrás.
33. El plato sostiene al buey, al cordero y a la verde hoja larga, expuestos entre el grito y el colmillo.
34. El plato tiene la apariencia de una superficie, pero es la trampa de una bolsa retráctil. Una garra como un guante de sangre. Un estómago.
35. De niño veía la sombra blanca del plato y me quería hundir en su borroso lago de sangre.
36. El plato es una planta carnívora.
37. En esa planta mides tu hambre y tu sed; el peso y la largura de tu paso; los kilos de presión en tu mordida.
38. Sentarse a comer con alguien, estar en la mesa, hacer sonar apenas, o mucho, los platos: representar la digestión de adentro en el teatro de afuera.
39. Los ruidos de mi estómago y del tuyo en este momento fueron las palabras de amor de hace dos horas frente de nuestro plato.
40. Sobre la superficie de la mesa relumbra el pozo mudo de mi plato, su ruido azul de boca me atraviesa.
41. Te miro a los ojos; te miro con hambre, te miro con mi boca; quiero guardarte; déjame abrazarte con mi estómago.
42. Cuando decimos “te amo” o “te quiero” no deberíamos señalar la sonrisa o el cabello, tampoco la espalda; sería mejor hablar como nos hablamos en el silencio de la cama o del baño. Los sentimientos me hacen mentir.
43. En el dominio del plato puedo decir: necesito husmear tu pie, probar tu áspera axila desdoblada, aspirar las fosas de tu cuello caliente, tocar el anillo de tu cuerpo, comer de ti, comer de tus huecos. Roer tu hueso, tu adentro. Déjame.
44. Cuando nos dejamos de amar, ya no comemos juntos ni nos comemos. El teatro de afuera extravió el teatro de adentro. No somos un plato que corre en la velocidad de su placer sino un vaso estrechándose sin acento ni rima.
45. En un plato no sólo pones tu alimento; depositas los gramos y las pulgadas de tu cuerpo. Tu carne y tus huesos. Sobre todo tus huecos.
46. Una ecuación: deseo = hambre, o a la inversa; pero quizá sería mucho mejor: amor = plato = boca = estómago.
47. El plato es una boca abierta. Dále de comer.
48. Vi a dos caracoles hacerse dos bocas en mis narices sobre mi plato. Era el beso más apasionado de la historia del cine.
49. Te pienso y te divido con el cubierto de mi lengua. No necesito cuchara ni tenedor ni cuchillo.
50. El plato es tu boca cuando te acercas a mí. Escucho las cuentas de tus pequeños dientes.
51. El plato me enseña tu hueco más delicioso. Por eso meto mi dedo en tu comida.
52. Cuando beso tu boca, beso tu hueco más hondo. Y sé dónde comienza y dónde termina.
53. Ni tus ojos, ni tu nariz, ni tus oídos tienen esa hondura, ese vacío que me encierra y que me llena. Tus letras, tu lengua son mi testigo.
54. Dame de comer de tu plato, entrégame tu mundo de adentro, dame tu hambre.
55. Va mi boca a tu plato a comer de tu mano.
56. Pongo la mitad de un tomate en la superficie del plato; veo la cresta alzada de un gallo blanco cuando revisas tu hacienda. Con mirada bondadosa cuentas vacas y pollos.
57. Pongo una rama de eneldo en mi plato; veo tu mano crecer sobre mi mano.
58. —Voy al mercado. Arranco aceitunas del estante; desgajo tres ramas; atravieso con los ojos la rapidez inmóvil de un salmón, petrificado en la botella oceánica de hielo dulce en la sección de Pescados y Mariscos. La espuela de un tiburón, las tenazas de un cangrejo. Ordeno tres piezas.
Regreso, cargado, a mi casa. El buche lleno.
A fuego lento, no más de veinte minutos, cuezo mi presa. La preparo para ti. Mantequilla. Dos ramas de eneldo. Tiene que gustarte.
Ven, acércate, escucha está música de sangre y fuego, come conmigo. Ven a mi casa, siéntate a comer en mi mesa. Déjame entrar a ti, antes de entrar en ti.
59. Tu plato es una fosa deliciosa. Entiérrame.
Blancura
Al hacer el amor
pienso que la blancura de tu cuerpo
pierde sentido sobre
la blancura del mío
como si fuera inútil
que un color se disuelva
sobre el mismo color.
Pero un minuto más tarde comprendo
que las calladas olas pálidas
de nuestros cuerpos
sí tienen un sentido,
porque cuando se encuentran
son el paisaje
de un ruido tan callado,
móviles ondas quietas,
y que nos apretamos
de la misma forma
que se aprieta un cristal
bajo la presión del viento
rompiéndose en un abrazo
de astillas y hendiduras,
fragmentándose
en un silencio de agua y aire
dentro de nuestra carne
en la noche del cuarto.
Y que tiene sentido
romper tu espejo contra el mío
para mirar
en las quebradas piezas reunidas
mis pies o hallar tu boca
en la blanquísima repetición
de nuestros cuerpos.
Madame X
1
Ella está detenida en un espacio
¿de su recámara? ¿del vestidor?
¿del baño? ¿Desde qué ángulo interior
ella inclina su torso muy despacio?
La miro pensativa en la labor
del cuadro: el traje negro en largo lacio,
seda con luz de perla. En el palacio
—¿la casa es un palacio?— está el color.
Pero el color proviene de otra parte:
del rostro y de los hombros. La blancura
termina y recomienza en ese cara
como si fuera inaccesible un arte
más vivo que este rostro en la pintura.
En el retrato el corazón se aclara.
2
Pero si observas bien, el pelo es rojo;
rojo negro que viene del espacio
del cuarto en donde un lento pincel lacio
ha encerrado la luz con un cerrojo.
Insisto: toda avanza muy despacio
y ella, el pelo cogido en un manojo,
apenas se desplaza por el ojo
que la admira. En la mesa, un cartapacio
imaginario la detiene. Ella
no mira los papeles; ella mira
en sentido contrario, donde luce
la luz. La lentitud la hace más bella.
En la luz, su cabello me conduce
a este color que en bien y en mal delira.
3
Imaginé que, si el vestido fuera
rojo, el cuadro también daría gozo.
Ví que en la luz había un orgulloso
color de llama y una enredadera
de sangre desatándose. Ví un pozo
de luz en el pincel —donde cualquiera
tiembla— y supe la mano y la tijera
que hicieron el vestido tan hermoso.
Pero me percaté de que el rubí
del vestido de seda provenía
no de él sino de quien lo lleva puesto;
sólo de Madame Equis. Y sentí
que todo en ella estaba en armonía:
la luz del rostro con la sed del gesto.
4
No me puedo quitar el pensamiento
de cómo debió ser la piel desnuda
de Madame Equis. No me cabe duda
de la blancura de los hombros; siento
el temblor de los pechos y la aguda
sensación de algo que se entrega lento
y se derrama en un cristal violento
y el corazón gratuito y sin ayuda.
Presiento el largo de sus largas piernas,
aunque fueran pequeñas; la medida
de sus pies, la cascada dividida
que abandona su espalda en dunas tiernas
y la sombra en la sombra de esa raya
que al tacto cede y que la boca calla.
Datos vitales
Víctor Manuel Mendiola nació en la Ciudad de México en 1954. Ha publicado entre otros libros de poesía: Vuelo 294 (1997), Las 12:00 en Malinalco (1998), Papel Revolución (2000) y La Novia del Cuerpo; Flight 294/Vuelo 294 (Estados Unidos, 2002); Papier Révolution (Canadá, 2002); Tan Oro y Ogro (antología, 2003) y Tu mano, mi boca (2005). Ha publicado los libros de ensayos: Sin Cera (2001), Breves Ensayos Largos (2001) y Xavier Villaurrutia: La comedia de la admiración; las antologías: Antología de Poesía Mexicana, Cuadernos Hispanoamericanos (1996), Poesía en Segundos (2000), Sol de Mi Antojo, antología de poesía erótica con tema homosexual (2001), La mitad del Cuerpo Sonríe, antología de poesía peruana contemporánea (2005), Tigre la sed, antología de poesía mexicana (2006). En 1981 fue becario del Centro Mexicano de Escritores bajo la dirección de Salvador Elizondo y Juan Rulfo. Es editor de Ediciones El Tucán de Virginia. Estuvo como escritor residente en Banff, Canadá. Fue becario del Sistema Nacional de Creadores y presidente del PEN Club de México (1997-2000). Dirigió el Festival Internacional Letras en el Golfo de 2000 a 2006. Obtuvo el Premio Latino de Literatura 2005 por el libro Tan oro y Ogro, que otorga el Instituto de Escritores Norteamericanos de New York. Recientemente la editorial inglesa Shearman Books publicó en inglés una selección de sus poemas entre los cuales se encuentra Tu Mano, mi Boca que fue reseñado por el Times Literary Supplement.