Poesía mexicana actual: Melinna Guerrero

Presentamos dos poemas de Melinna Esmeralda Guerrero Romo (Aguascalientes, 1993). Licenciada en Letras Hispánicas por la UAA. Ha participado en diversas revistas como Sin Embargo, donde ha reseñado libros de arte y literatura, así como Tierra Adentro. Actualmente es jefa de redacción de la editorial Artes de México.

 

 

 

Palabras como dientes

 

Cuando pienso en la palabra pez es distinta de la palabra agua.

Y sin embargo ambas se siguen como dientes, como si una fuera de leche,

la otra definitiva, y después la otra pareciera de leche y la otra ya no tan definitiva,

sino de leche y el ciclo de acomodar las palabras se pareciera al ciclo de los dientes.

Lo que sé es que las palabras pueden crecer después de estar colocadas unas sobre otras, pero no los dientes.

Lo que sé es que decir pez a veces puede significar caricia, tacto oscuro o movimiento.

Creo en las palabras como en los dientes.

Pero cuando me veo al espejo, y abro la boca porque duele,

no sé si lo que busco es una palabra o un diente.

Habrá que ir al dentista y decir que una palabra se me ha caído.

Que me duele a veces decir dos palabras, “te amo”, porque hay algo de responsabilidad y de locura cuando están juntas.

Entonces el especialista repararía la oquedad, reconstruiría esa parte averiada… creo que un pedacito de memoria se me quedó en esta palabra,

y buscar un palillo de madera para aliviar el desatino de no haber hablado con claridad.

Y el destino de los dientes y las palabras se uniría en un futuro común.

Las palabras masticarían a los otros, las palabras morderían a mi hermana, las palabras se tendrían que cepillar a la mañana.

Busco así la historia de esta palabra en esta muela, y busco en este dentista al editor definitivo  que blanquee esta confesión total que no he dicho,

este “hoy renunció” que no alcanzo, este “te amo” que se reproduce constante.

 

 

 

Intersticios claros

 

La primera nota sobre un nuevo órgano llega hasta el periódico local.

Y en ella leo que esta parte del cuerpo, la existencia de una parte de nosotros, ha pasado desapercibida.

Ni siquiera el ojo diminuto de un microscopio había podido decirnos que estaba allí, debajo de la piel, recubriendo a otros órganos.

Los médicos lo llaman  intersticio, una hendidura que media entre dos cuerpos.

Un órgano que media entre los músculos y el revestimiento de los pulmones, de los vasos sanguíneos, del sistema digestivo y del sistema excretor.

Junto con la piel, es uno de los órganos más grandes del cuerpo.

Y ahora habrá que sumarlo entonces, sumarlo como en un inventario.

Esa pieza que se volvió pieza cuando el ojo humano pudo detectar cómo las oquedades de su composición afectaban a otros órganos está ahora en nosotros.

Está en mí, en ti, en papá, pero quizá no en la abuela que murió antes de que esta nota fuera escrita.

Tal vez sólo existe en quien leyó la nota matutina,

quizá sólo de verdad en quien lee las noticias.

Esta pieza mía tuya está habitando a todos sin ser vista.

Y quizá esta secuencia de acontecimientos nos diga que aquello que sucede en el extremo de un país del norte que no conocemos cuente.

Lo que no tiene nombre también está aquí.

Este nuevo cuerpo formó parte de la historia de otros lugares del cuerpo,

y la mirada microscópica no pudo adelantarse a su flujo, a su espacio, a su condición de intervalo.

Lo que sentimos es que no hemos visto todo.

Un intersticio media entre dos cuerpos o entre dos partes de un mismo cuerpo.

Los humanos, al final de todo, son pequeños ecosistemas;

partes de nosotros se fundan porque otros nos han dicho que existen.

Han notado, nos han afirmado que cuando estamos cansados, solemos caminar encorvados.

Y de pronto eres un hombre con este hábito,

de pronto eres el hombre que habla encorvado al final de un día pesado.

La nota matutina no cambiará nada en mí, en ti.

Pasarán años para saber si ese órgano tiene algún modo de conectarse con la propagación del cáncer.

Por ahora sólo está allí la invención de las cosas al ponerles nombre.

Lo que creímos un espacio intersticial ahora vive de golpe,

como ciertas cosas viven, a partir de ciertos espacios entre un cuerpo y otro.

Quizá a modo de lo que existía antes de nosotros.

Un órgano nuevo se descubre como una ciudad que ha permanecido  debajo de otra,

como una ciudad que vive de otras.

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