Poesía boliviana actual escrita por mujeres: Valeria Canelas

En el marco de la muestra de Poesía boliviana actual escrita por mujeres, compilada por Jessica Freudenthal Ovando, presentamos una muestra poética de Valeria Canelas (La Paz, 1984). Es licenciada en Historia. Máster en Literatura Hispanoamericana y en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos. Actualmente se encuentra realizando una tesis doctoral sobre la relación entre lo animal y lo humano en la literatura latinoamericana contemporánea. Ha colaborado en distintas publicaciones digitales e impresas, como Cuadernos Hispanoamericanoso la revista Iberoamericana, con ensayos sobre cine, literatura y sociedad. Como poeta, textos suyos han aparecido en antologías y revistas, tanto en España como en Bolivia. Su primer libro, Maquinería (Ravenswood Books, 2016)fue finalista del premio Gerardo Diego de poesía para autores nóveles de la Diputación de Soria y ha sido reeditado en Bolivia en la editorial 3600.
 

 

 

 

 

 

PÁJAROS

 

Nada llega a suceder

sin que se muestre una tendencia

necesaria hacia la trampa

narrativa

 

como un animal salvaje

de contrabando

que ha perdido el brillo

en una caja

como los dos pájaros de la selva

que llegaron a mi infancia

un día.

 

Ella murió de noche

por el frío

sus plumas azules no estaban hechas

para el viento del altiplano.

La encontré dada la vuelta

tiesa:

una imitación perfecta

de un pájaro de plástico

con órganos

detenidos en la espera.

 

Él le sobrevivió

y su muerte desencadenó un furor

inexplicable y desconocido

por la huida.

Su pico torcía las rejas

para salir

como un ladrón de lo exterior:

robar paisajes

en el pico

y volver a la jaula

en silencio

replegado en todas sus tonalidades

de verde.

 

Yo pensaba que era felicidad

un sentido recobrado del impulso

para la libertad

pero ahora pienso

¿y si era ausencia?

¿si sus frenéticas huidas no buscaban otra cosa

que a ella

la muerta por frío?

 

Él murió en mis manos

con una agonía

que le dejaba descargas de energía

en el pico.

Me punzaba los dedos  y yo aguantaba

porque pensaba que era la vida

volviendo

la vida arrepintiéndose de abandonar

el cuerpo verde

la vida avergonzada

regresando.

 

Finalmente

él también murió.

 

Guardé su cuerpo en el armario

de los contadores de luz

en el piso 9

lejos de la tierra

pero también lejos del asfalto

a salvo del frío.

 

Todo  dejó de ser verde

lentamente

todo dejó de pertenecerme

por olvido

o por el excesivo detenimiento en el detalle

que deformó el acontecimiento.

 

El hecho:

tenía dos pájaros que murieron

pero dentro de ese acontecimiento

hay pliegues vacíos de significado

y cuando los interrogo

soy incapaz de recordar el canto

o alguna de las mañanas en las que les daba alpiste

no recuerdo dónde nos deshicimos de la jaula

o si permaneció vacía en la casa

hasta que ya no pudimos aguantar

la culpa.

 

 

 

CAZA

 

La decepción juega

a ser un sueño

tal vez no diga nada más que

límite

barricada

frontera.

 

Decir tengo miedo sin decir

miedo

sin pensar en un animal que huye

y deja atrás su rastro húmedo

(su bosque su respiración pausada)

y es ya sólo arrebato

suspensión y huida.

 

Hay demasiadas personas

en un mismo lugar

y las ventanas nunca son suficientes

para alumbrar la herida arrinconada

el alimento cotidiano del desprecio.

 

No quiero este cuerpo-limite

la secreta enfermedad del espejo

esta caja de ecos envenenados

los pasos inútiles

de animal acorralado

por costumbre.

 

 

 

 

LO ABIERTO

 

El mundo está ahí afuera,

pensamos,

todavía la oscuridad

de los derrumbes

no detiene

el ritmo luminoso

de lo cotidiano simple

alternancia de colores

y alimentos.

 

El mal extirpa al mal

únicamente

pero la gracia no

nos será concedida.

 

De todas estas fuerzas,

ninguna nos pertenece,

aunque todas nos atraviesen.

 

No obedecemos más que a los cauces

relativos de nuestra simpleza.

 

Vivir nunca fue más

que dibujar orillas

límites

fronteras para alejar

el mal

el ardor

la oscura pureza

que doblega.

 

Dejemos que se abra

el cuerpo

aunque el tiempo ha terminado

y sólo queda la memoria envuelta

sobre sí misma.

 

No nos pertenece nada más

que el instante en el que empezamos

a desconocernos:

no somos

no seremos

otra cosa que la excusa

cálida y sombría

de todo lo que contuvo

nuestro nombre.

 

 

 

UN ALTAR

 

No se atreven a desarmar

el altar improvisado para

el niño muerto.

 

Día tras día,

veo envejecer osos de peluche

bajo la nieve.

Veo globos de trayectoria

cada vez más inclinada,

como si fueran pétalos marchitos

de plástico.

 

Mantengo la mirada fija

mientras el autobús gira para salir

de la estación:

siempre tan desolada,

siempre asediada por la violenta

ciudad que la rodea.

 

Mantengo la mirada en esa cicatriz

hecha de globos de plástico y peluches

que permanece

como si estuviera infectada

con tanta ternura inútil.

 

Cada mañana,

el altar del niño muerto

nos señala la inconstancia

en todo duelo ajeno.

 

El niño no era nuestro

pero todos los días tomaba el autobús

junto a nosotros.

El niño no era nuestro

pero habitaba nuestra misma desolación,

nuestras mismas ruinas industriales,

nuestro mismo recorrido,

nuestra misma ciudad indiferente.

 

Arrollado intentando llegar a la escuela.

Arrollado mientras sostenía la mano

de su hermano pequeño.

Una mano ahora huérfana

que tampoco es nuestra

 

Los primeros días,

el altar fue creciendo.

Los objetos de colores se multiplicaron

firmes en el poste del que debió

haber sido un semáforo

para evitar la muerte.

Esa muerte que día a día

nos confronta

con la vergüenza

de sentir piedad

en lugar de ausencia.

 

El altar fue cobrando la consistencia

de un organismo vivo.

Crecía desordenado,

víctima del caos en las texturas

y las tonalidades.

 

Como todo organismo,

un día su crecimiento

se detuvo y dio paso

a la decadencia.

 

Pero nadie se atreve a quitar

el altar del niño muerto.

Por piedad,

por superstición o, quizás,

por desidia.

 

Con el paso de los días,

nuestro duelo ajeno

se disuelve.

El dolor permanece en ellos,

los huérfanos, los que recordarán

a su niño ausente,

mientras nosotros, los ajenos,

los indiferentes,

olvidaremos poco a poco

las texturas del altar,

su rabiosa e inexplicable permanencia.

 

 

 

 

SEÑALAR

 

La enfermedad como medida

del tiempo

recipiente de lugar

causa de lengua.

 

La medida del tiempo

internándose en las cosas.

 

El cuerpo atrincherado

en el lenguaje.

 

La medida de la enfermedad

deformando las cosas

 

Enfermedad de simetrías

incomprensibles

niebla

tacto viscoso.

 

 

 

PERTENENCIA PASAJERA

 

Palabras como stick

que propician la ruptura

el encabalgamiento

algo se detiene la respiración también

se corta.

 

Selecciono palabras:

skin fall season

y las respiro como si fueran

trozos de una lengua

extrañamente propia

pero muerta.

 

¿Qué queda de mi lengua en los bordes de la pronunciación

cuando las palabras se detienen

y dejan entrar la

respiración

el leve sonido de saliva

sticky?

 

Fleshque suena a látigo

que suena a la posibilidad del dolor

que se infiltra en la emoción

que atraviesa mi desconocimiento

en el idioma.

 

Oír un poema en lengua extranjera

es como sentir

con la glándula equivocada:

puro desconcierto.

 

Pero hay algo en el movimiento del aire

el silencio que detiene el flujo de saliva

̶ todo muy orgánico ̶  

hay algo que me susurra

lo desconocido que tiembla

en cualquier lengua.

 

Todo lo que desconozco en mi propio idioma

se me presenta en las palabras ajenas

de otra lengua

y brilla.

 

Pienso en los fragmentos de la vasija rota

de Benjamin

en el absoluto que se intuye en todas

las lenguas

siempre incompletas

caminantes huérfanas

en las respiraciones.

 

El absoluto

en una gota de saliva

y el aire

que me penetra la glándula equivocada.

Pero a veces

la equivocación me golpea

de una forma tan contundente

de una forma tan parecida a la verdad

que inevitablemente

me rompe.

 

Y escucho como la vasija

rota

y dejo que el aire

y la pronunciación que talla

suaves bordes en los significados

me cure.

 

heals my broken tongue

 

Dejo que el sonido

la pura materialidad del lenguaje

me perfore la piel

y desconozca mi nombre

and saves me.

 

Me salve en la herida

que se abre con la dulce pronunciación

del dolor en otra lengua.

 

Destellos de pertenencia en lo ajeno

 

¿no se trata de eso la escritura?

 

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