Un nota crítica del ensayista y narrador chileno Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981) acerca de la obra poética de Nicanor Parra. Les recordamos que el libro Artefactos visuales está disponible para su descarga en la sección Iberoamérica Libros.
Antipoesía eres tú: a propósito del cuasi siglo de Nicanor Parra
Poesía poesía todo poesía
hacemos poesía
hasta cuando vamos a la sala de baño
N. P.
Una visión irónica acerca de la práctica literaria. Eso es la antipoesía.
Nicanor Parra (San Fabián de Alico, Chile, 1914) acaba de cumplir 95 años. No quiso compartir el evento con nadie. La prensa indica que estuvo todo el tiempo recluido en su cabaña de Las Cruces, pequeño balneario cercano a Valparaíso, sin recibir homenajes ni atender a los siempre concupiscentes fanáticos.
Son pocos los que han logrado entrar en el refugio de Parra (hoy dotado de tanta leyenda como la alta torre donde Montaigne inventó el ensayo moderno). Los privilegiados afirman haber descubierto, en un pizarrón cerca de la cocina, la quintaesencia de la antipoesía: fórmulas de mecánica cuántica y sonetos de Shakespeare, escritos de puño y letra por el mismo Parra. Aunque los fundamentos de la antipoesía tal vez no se encuentren dentro del inmueble, sino en la terraza. Desde allí puede observarse, de manera visible y en el horizonte, las tumbas de Vicente Huidobro y de Pablo Neruda.
Exactitud, tradición e irreverencia. Eso es la antipoesía.
Desde la publicación de sus reconocidos Poemas y antipoemas (1954), Nicanor Parra es una presencia extraña e incómoda en el panorama literario chileno. A pesar de los distintos saludos a la bandera que las instituciones le han prodigado (es director honorario de la escuela de literatura de una importante casa de estudios y sus trabajos plásticos han sido exhibidos en los patios de La Moneda), Parra pertenece a esa fauna de escritores difíciles de asir y que tienen al incordio como principal arma estética. No contento con golpear las espinillas de las estatuas de los más afamados poetas, frente al elogio que el conquistador Ercilla hiciera de esas tierras sureñas («Chile, fértil provincia y señalada en la región Antártica famosa», se enseña a declamar en todas las escuelitas), Parra abrió una herida que el establishment aún no puede perdonarle: «Creemos ser país/ y la verdad es que somos apenas paisaje».
Los gordos brochazos de un país que se sentía fresco sixtino. Eso es la antipoesía.
Por mucho tiempo, los bucólicos lectores estuvieron acostumbrados al lirismo arrollador de la «guerrilla literaria», con imitadores claros de Rabelais, vociferantes andinos y paracaidistas metafísicos. Sí, el hábito había generado esos monjes, hasta que de pronto irrumpió un modesto profesor de «un liceo obscuro» que había «perdido la voz haciendo clases» y que proponía quebrar el falsete de los antiguos poetas demiurgos: «Nosotros conversamos/en el lenguaje de todos los días/no creemos en signos cabalísticos», puede leerse en el Manifiesto antipoético, otra ironía, más cercana a la patafísica que a la vanguardia literaria. «Todos estos señores […]/deben ser procesados y juzgados/por construir castillos en el aire/por malgastar el espacio y el tiempo/redactando sonetos a la luna/por agrupar palabras al azar/a la última moda de París».
Sacar la poesía a la calle. Eso es la antipoesía.
La propuesta de Parra puede entenderse también desde su extensa obra plástica. En Artefactos (1972), se incluye una tarjeta postal con una máxima que resulta decidora para comprender su proyecto literario: «El pensamiento muere en la boca». Eso que se ha dado a llamar antipoesía se asume, entonces, como la denuncia de que la poesía ha sido arrebatada a los hombres para alimentar a unos dioses onanistas; una reclamación de que el lenguaje poético está dormido en el lenguaje cotidiano y basta despertarlo para que comience a nombrar. «Los poetas bajaron del Olimpo», dice al final del Manifiesto, más como una utopía que un descreimiento en ese extraño país del sur.
Volver a unir las palabras en su sentido referencial/poético. Eso es la antipoesía.
Se ha advertido que Nicanor Parra es el último caballero de las letras en Chile. Ha muerto Enrique Lihn, tal vez el único que pudo equipararlo en importancia. Ha muerto Teillier, ha muerto Millán, ha muerto Bolaño. Y tal vez el problema no sea ser un paisaje: lo complejo es que ese paisaje, literariamente, va poco a poco decolorándose hasta volverse un borrón en la acuarela latinoamericana. En los últimos años la poesía en Chile ha regresado a la más insulsa retórica de «metaforones de importación francesa», con defensores de brazo partido de las últimas tendencias que desde sus talleres y sus tronos academicistas exhortan a sus alumnos a la cretinización absoluta: leer a Parra como se lee a Ercilla o a Darío.
Una gran paradoja. Eso es la antipoesía.
Harold Bloom lo eleva hoy como uno de los máximos poetas de Occidente. Sin embargo, al ser interrogado si pensaba que algún día ganaría el Nobel, Parra respondió con una carcajada: «Le tengo más fe a la lotería». Y es cierto, es tan cierto como cuando hace hablar a Gabriela Mistral y golpea otra vez en eso que, a falta de mejor nombre, se llama igual que uno de sus artefactos: «El pago de Chile»: « Yo soy Lucila Alcayaga/alias Gabriela Mistral/primero me gané el Nobel/y después el Nacional». En fin, premios culposos de más, becas de hambre de menos, nada importa a la hora de leer a Parra. Las oscuras golondrinas que volverán a los ojos de algún lector atento, algún lector que sabrá mejor que nosotros sacudir la poesía con antipoesía, serán esos poemas alevosos que sacan lágrimas de risa. «Se me pegó la lengua al paladar», no tiene parangón, «Test» es una delicia que explica la antipoesía con una claridad que aquí, ay, usted ya no encontrará, y cada uno de los Artefactos resulta iluminador (atención a «La última cena» y «¿Aló, con la casa de cultura?»).
No se trata de hacer snob apocalíptico de última hora, pero cuando Parra se muera, tan-tan, todo se acaba.
Nicanor Parra y sus circunstancias. Eso, y nada más, es la antipoesía.
Datos vitales
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Maestro en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad Autónoma de Barcelona). Experto en teoría literaria postestructural, docente en las cátedras de Literatura Contemporánea, Teoría Literaria, Seminario de Análisis Literario y Filosofía y Literatura, además de impartir el Taller de Creación Literaria, promovido por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Miembro del Cuerpo Académico “Márgenes al Canon en la Literatura Hispanoamericana” de los siglos XIX al XXI. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y se encuentra preparando su tesis doctoral acerca de la noción de margen en la narrativa de Roberto Bolaño.