Foja de Poesía No. 040: Lorena Huitrón

Lorena Huitrón

Lorena Huitrón nació el 25 de enero de 1982 en Xalapa, Veracruz. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Veracruzana. En octubre del 2003 obtuvo el tercer lugar del V premio al estudiante Universitario en la categoría Jorge Cuesta y en el 2008 ganó el primer lugar del premio de poesía del Colegio Mayor Isabel de España en Madrid. Colaboró como poeta y traductora en Assembling the bones/ensamblar los huesos, publicación conjunta entre la Universidad Veracruzana y la Universidad de Victoria en Canadá en el 2005. Su poesía después del salto.

Autrui

Quién es el otro sino una voz enmudeciendo,
sonido deshilado que no pide aguja
y de una hebra se define incompleto y suficiente.

Pregunto quién, quién silba este sueño
que me llama un día, me abraza
y me devuelve a la calle como vagabunda:
es un caminante ladrón de espejos
o es acaso el socorro sin límite
jugando a ser sombra necesaria.

Pero el sol de Oslo ilumina el puerto,
estoico, sin darme una respuesta.
Sólo estás tú, a mis espaldas,
riendo niño entre los barcos,
y mi bocanada cae al mar, sustituyéndome.

La apariencia

Sin sacudir el aire
muerdes la voz y la sucedes
porque otro cuerpo sobreviene,
otro cuerpo cuyo nombre ya conoces.

Sujétalo.
Que no gima.
Has encontrado la apariencia.

La que mejor bailaba

La morena alarga los brazos,
desperezando los ojos, anulando la atención
hacia cualquier otro punto de la pista.
Preparen bandejas.
Nunca Salomé con la cadera fue tan hábil
para devorar la música,
y como un regalo abre los labios,
promete arrancarle al mundo los cabellos,
guarda en su vaivén la juventud del mango
y profiere con sus piernas la caricia.

Habrá una alfombra de cabezas esta noche
y ninguna habrá podido saber
la medida exacta de su talle.
No hay dolor
ni llanto que calle las canciones,
sino la imprecisa medida entre lo que sublime
baila y lo que el mortal camina a paso torpe
y torpe rueda aniquilado.

Por una mujer.

Naturaleza de la fiesta

Estrujar el aire es cortar una liviana raíz
que aparece al abrir los brazos,
sujetarse a un cuerpo en la dicha
y en la desdicha.
Respirar el humo es calzar
al aparente amor, el cuerpo
sin peso que se irá al volver
a la terraza.
Para traer la adolescencia
tan sólo hay que cantarla:
un golpe sacará la mesura de la frente
abrazando al error, esta fantasía de certeza
con resaca sibilante de cigarras.

the never- ending danzón

I. La inquietud

Figuras.
Dos figuras rondan un falso salón, o quizá un salón,
y cuando una mira al suelo la otra arrastra el pasado
con giro animal.
Agolpan los tacones la fiesta, la mortaja,
mientras el vestido encuentra la plenitud,
esta ignorancia que se encuentra
en un desliz de cuatro pasos.
Entonces la distancia se vuelve sudor y barro falso.
Dos figuras dibujan su cuna para el mundo,
lugar para beberse en agua de palomas.

II. El delirio

Qué valiente resulta ser el cuerpo
al rendirse combatiendo,
vaina dichosa que se pierde en su sonido
rompiéndose lenta por el sol.
A gritos de ancla respira la cintura
escuchando la promesa del perfume
del tamarindo en el verano,
y a gritos de abanico enmudecen las orquestas.

Cuanto mayor es el giro
menor la vergüenza.

Tal vez el alcohol es alianza
cuando en los labios del otro
se columpia el rumor en alguna silla.

III. La ruptura

Regresa el tizne a la punta del zapato,
las miradas agazapan la luz
al quedar la música descalza.
Se detienen las figuras, vuelve el tiempo
para dejar esta incómoda distancia
cuando se apartan los brazos
como al soltarse una cuerda.

Pero un cuerpo, sólo un cuerpo
permanecerá esperando otra canción,
la que embriaga la edad y la disfraza
al devolver el murmullo de saberse,
por el goce de otra sombra,
figura ilimitada.
Lo que todos tendrían que saber (interlude)

Para conocer la sabiduría del naufragio basta olvidar nuestro peso, prolongar la laxitud del cuerpo, ser Caronte con la barca y las manos vacías. Quien desconoce la inutilidad de la brazada para llegar a tierra firme, es por que teme saber que el origen de sí mismo se conoce a través de una minúscula pausa, cuando los brazos se dan por vencidos y en el ritmo del agua las piernas se despiden de la angustia por haber sido torpes.
El ahogo sólo es reconocible cuando inútil te sometes a la velocidad del nado por la ansiedad de tocar las orillas.
Pero el abismo cobija cualquier momento y densidad.

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