El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad

En el marco del centenario luctuoso de Ramón López Velarde publicamos la Conferencia magistral de Mario Bojórquez impartida en las Jornadas Lopezvelardeanas de Zacatecas el 13 de junio de 2008: El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad, que se suma a los materiales que han aparecido esta semana en Círculo de Poesía.

 

 

 

 

 

 

El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad

Mario Bojórquez

(Quiero declarar que la tesis que sustenta este discurso, es una idea original de mi querido amigo Edgar Amador, a él le debo esta conjunción de luz arbitraria y umbría desolación, es por esto que le dedico mi esfuerzo de esta tarde.)

 

Con alegría infecunda me acerqué a la obra del poeta jerezano en la adolescencia, me marcó su deseo incompleto, su deseo postergado y culpable, me reconozco honrado feligrés de su capilla y venerador de su fulgente figura en las letras de mi país. Siempre que pienso en la poesía mexicana siento el obligado imperativo que nos da una identidad y un blasón: Ramón López Velarde, representa la poesía mexicana en sí misma, sé que no sólo para mí esta es una verdad incontestable, lo ha sido para casi todos los poetas que han vivido en el siglo XX en nuestra patria. Como si fueran un rumor de liturgia, sus versos resuenan en nuestra memoria colectiva como la trompeta que llama al juicio final, como la campana que convoca al recogimiento y al rezo. Tengo un amigo que siempre encuentra un verso de López Velarde para cualquier situación, su sonido característico, su procedimiento morfosintáctico, inmediatamente nos hace reconocerlo y nuestro amigo continúa hilando sentencias ya sin la indicación del autor, sabemos que no puede ser otro que el poeta de Jerez, así la “grupa bisiesta” de la mujer que en la fila va delante, “el perímetro jovial de las mujeres” en las fiestas, “el relámpago verde de los loros” cruzando el cielo, “el caldo de habas” sobre la mesa, “el mundo (mismo) por un solo hemisferio”, en fin, que puedes pasar una tarde conversando con él y repasar la obra del poeta en breves retazos que “prosiguen descubriendo las pupilas famélicas”.

Así hemos vivido el siglo XX mexicano: “con ‘López Velarde’ fuerte y con ‘José Juan Tablada’ ambigüo”.

El propósito de la presente conversación es subrayar un tema que de diversos modos ha sido tratado ya pero que a mis ojos, es la primera vez que se resuelve de un modo más preciso, la posible influencia que el joven poeta hizo detonar en la escritura de dos autores fundamentales de nuestro tiempo: Jorge Luis Borges y Eduardo Lizalde. No nos resulta desconocida esta tesis provisoria, la han decantado muchísimos y mejores autores en otro momento, sin embargo, trataremos aquí de demostrar la importancia de un texto específico que a manera de célula madre dará los fenotipos característicos de la escritura de estos dos autores. Su vinculación con la figura totémica del tigre, su amenazante belleza, los habrá de hermanar y les dará un lugar en la estirpe de su comunidad poética.

Hemos escuchado anécdotas reveladoras acerca de la fidelidad que Borges mantuvo a la poesía de Ramón López Velarde desde el inicio de su carrera, alguien cuenta que en su visita a la ciudad de los dioses, Teotihuacan, dijo de memoria los endecasílabos completos de La Suave Patria, recientemente nos hemos enterado por los Diarios de Bioy Casares que siempre encontraba ocasión para decir de memoria variados poemas y comentarlos; los dos poetas, Borges y López Velarde, le deben a Leopoldo Lugones ciertos procedimientos que sobresalen en su adjetivación, sin embargo, Borges cree que López Velarde lo ha superado, que es superior a Lugones, encuentra en él siempre un rasgo de felicidad en la expresión, “aún en los ripios”, afirma, y destaca “la variedad lograda por López Velarde en los endecasílabos”.

En el caso de Eduardo Lizalde, su afición a la poesía del zacatecano lo ha llevado recientemente a completar un poema que habría dejado inconcluso en la hora de la sorpresiva muerte: Rigoletto; aunque en su obra poética muchas veces podemos reconocer algunos giros expresivos que nos remiten inmediatamente a la dicción lopezvelardeana, e incluso la referencia directa asumida: “y náyades arteras, dijera el jerezano…”. En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, Lizalde se refirió así al poeta: “Hace casi exactamente 30 años (1976), tras la muerte de Franco, pisé por primera vez las tie­rras españolas, y en reuniones de entusiastas camaradas latinoamericanos, catalanes y madri­leños, que proponían publicar una gran antología de ‘la joven poesía mexicana” [me guardo el nombre de la editorial], recuerdo que declaré con insistencia: ¡muy bien! ¿Por qué no publica­mos en primer lugar las obras desconocidas de “jóvenes” poetas que nacieron hace casi un siglo, como Ramón López Velarde, u otros “jóvenes” hoy octogenarios o fallecidos, como Villaurrutia, Gorostiza, Pellicer, etc., que fueron dignos y absolutos pares de la generación his­pana del 27, y continúan siendo también absolutamente desconocidos?”.

La afición que López Velarde despierta inmediatamente en los lectores, nos ha dejado anécdotas significativas como la de Pablo Neruda que siempre estaba reparando en algún verso del jerezano o la de Álvaro Obregón, que como era su costumbre, se aprendió los versos de La Suave Patria con sólo escucharlos una vez y los repetía, orgulloso. En comunicación directa, hace unos días el poeta Rodolfo Hinostroza recordaba que la presencia de López Velarde en la poesía americana se debía fundamentalmente a su apropiación de un lenguaje cotidiano que se desdoblaba en un uso singular, tal el de Góngora al respecto de Quevedo. Y sí, pues si repasamos los ojos sobre la forma de articulación de su pensamiento poético reconoceremos ciertos paradigmas que le dan plasticidad y sonoridad a su lenguaje, de ahí que cuando pensamos en su discurso reconoceremos una mezcla retórica forense y canónica: el joven abogado acudirá a formas preestablecidas del discurso judicial al mismo tiempo que el ya crecido seminarista recuperará los misterios del derecho canónico:

Feliz era mi alma sin que estuviese sola:
Había en torno de ella pan de hostias, el vino
De consagrar, los actos con que Jesús se inmola
Y tesis de Boecius y de Tomás de Aquino.
O en su caso:
En estos hiperbólicos minutos
En que la vida sube por mi pecho
Como una marea de tributos
Onerosos, la plétora de vida
Se resuelve en renuncia capital
Y en miedo se liquida.
Mi sufrimiento es como un gravamen
De rencor, etc.

Y es tan singular esta enunciación que nos produce un placer narcótico, que adultera y perturba nuestra concentración, tiradas verbales que por su extrañeza y concentrada definición nos alertan el sentido, veamos algunas frases:

 “soy el mendigo cósmico y mi inopia es la suma / De todos los voraces ayunos pordioseros” “Idolatría / De los bustos eróticos y místicos / Y los netos perfiles cabalísticos”

Podemos notar aquí el uso de las esdrújulas que contrastan los sonidos explosivos y confieren una violencia ácida a la tersura del decir y por otra parte, a la precisa vocal tan conocida, que Rimbaud le pondrá el color azul, Ramón Modesto la conocerá por lo redondo, pero estará también la negra cantada así: “con una a colmada de presentes, con una a impregnada del licor del banquete espiritual: ¡ara mansa, ala diáfana, alma blanda, fragancia casta y ácida”.

La figura del tigre se ha dicho, le ha llegado a Borges por Blake y a Lizalde por Darío, esto puede ser cierto, de Borges sabemos su gusto por el trocaico tigre que en las selvas de la noche es un brillo ardiente y en Lizalde recordamos su diálogo con Darío en “las fieras se acarician, Rubén, bajo las vastas selvas primitivas” que nos remiten al poema Estival, sin embargo, nosotros creemos que es del texto Obra maestra de Ramón López Velarde, que viene su final filiación, ya Vicente Quirarte ha apuntado a principios de la década de los noventas: “El tigre es el gran mendigo cósmico, el solterón lopezvelardeano, el de la inaudita belleza que atrae y que repugna” y más acá Ramón Xirau refiriéndose al Tigre en la casa: “Nace, ahora cercana a López Velarde –nuevamente punto de partida– “la amada”, pero surge en el “resentimiento”, ¿se trata de un re-sentimiento, un nuevo sentir?” Sí, nos parece que se trata de un nuevo sentir, pensamos que la poesía de Eduardo Lizalde ha renovado el discurso amoroso en la poesía española contemporánea, ha logrado inyectarle esa fiereza que viene de Obra maestra, esa desesperación que en el vértigo se abisma, ese girar sobre el signo del infinito (alguna vez en la Casa del poeta, en la calle Álvaro Obregón, me puse a  pisar ochos en el cuarto de López Velarde, tratando de imaginarme sus desdichadas noches pensando en el hijo que no se atrevía a tener), desesperado, furioso, colérico, conocedor de la potencia que la naturaleza ha dispuesto en su semilla, pero al mismo tiempo enojado por no lograr la perfección, la indigencia espiritual que en racimos de ira, de odio en peso, en vilo, lacera las paredes del alma, injerta garras de amargo y dorado odio. Ya la perra enorme ha dado al dogo fiel, vástagos de puerca en el Tigre en la casa, en Caza Mayor la tigra destruirá a la camada y compartirá, con el tigre real, el amo, el sol, el solo, el soltero las tiernas carnes del filicidio. En López Velarde leemos “El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio. El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad”. He aquí retratada la fiereza del tigre de Lizalde, su descarnada fija fiereza, que destruye porque la piedad no es un atributo de la belleza, aquí su maquinal fatalidad, su engrasada maquinaria de odio y de placer rencoroso, aquí el retrato del tigre-soltero: “El tigre en celo, es como un pozo de semen, como un brazo de río; más de cincuenta veces en un día, copula y se descarga largamente en la hembra, como un cielo extendido en éxtasis perpetuo, una tormenta de erecciones.”

La relación con Borges, además de la imagen del tigre de la que es afecto, se hace evidente en las siguientes palabras de Obra maestra: “El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza. Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas.” En el cuento Tlön Uqbar Orbis Tertius del libro Ficciones, Borges va a tratar este tema de un modo puntual, la nota aparece por el recuerdo de Bioy Casares de una frase: “La paternidad y los espejos son abominables porque reproducen el número de los hombres”, que literalmente decía en el texto de la enciclopedia: “Para uno de estos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan.” El heresiarca de Uqbar (son el mismo número de letras que se necesitan para escribir Jerez o Ramón), es Ramón Modesto López Velarde y Berumen, en Obra maestra continúa con sus enseñanzas que al soltero Borges le dan luz sobre su propia realidad: “Dentro de mi temperamento, echar a rodar nuevos corazones sólo se concibe por una fe continua y sin sombras o por un amor extremo. Somos reyes, porque con las tijeras previas de la noble sinceridad podemos salvar de la pesadilla terrestre a los millones de hombres que cuelgan de un beso. La ley de la vida diaria parece ley de mendicidad y de asfixia; pero el albedrío de negar la vida es casi divino”. He aquí donde abreva el Borges que regresará al tema con otros tratamientos del mismo asunto ya en el poema Espejos: “Infinitos los veo, elementales / ejecutores de un antiguo pacto, / multiplicar el mundo como el acto / generativo, insomnes y fatales.” Ya también en el poema El Golem: “El rabí lo miraba con ternura / y con algún horror. ¿Cómo (se dijo) / pude engendrar este penoso hijo / y la inacción dejé que es la cordura? / ¿Por qué di en agregar a la infinita / serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana / madeja que en lo eterno se devana, / di otra causa, otro efecto y otra cuita?” Así vemos que a partir de este breve texto se construye una parte significativa de dos literaturas fundamentales para nuestra tradición: el soltero-tigre de Lizalde y el soltero-tigre de Borges. No se equivoca el maestro Hugo Gutiérrez Vega al nombrar Padre Soltero de la Poesía Mexicana a Ramón López Velarde, como sabemos, la muerte de Fuensanta, con quien pensaba casarse, impidió la unión que quizá lo habría hecho muy feliz; cuando abatido por la soledad intentaba pensar en un destino que le deparara una familia, todo resultaba mal, unos cuantos versos después de haberse casado en el poema Mi Villa, la tragedia familiar aparece, es ya viudo y con dos hijos huérfanos de madre:

“Si yo jamás hubiera salido de mi villa,
Con una santa esposa tendría el refrigerio
De conocer el mundo por un solo hemisferio.
Tendría entre corceles y aperos de labranza,
A Ella, como octava bienaventuranza.
Quizá tuviera dos hijos, y los tendría
Sin un remordimiento ni una cobardía.
Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
El niño iría de luto, pero la niña no.”

Obra maestra concluye diciendo: “Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir. Existe en la gloria trascendental de que ni sus hombros ni su frente se agobien con las pesas del horror, de la santidad, de la belleza y del asco. Aunque es inferior a los vertebrados, en cuanto que carece de la dignidad del sufrimiento, vive dentro del mío como el ángel absoluto, prójimo de la especie humana. Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra.”

Conferencia magistral en las Jornadas Lopezvelardeanas de Zacatecas 13/junio/2008

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