Leemos poesía peruana. Leemos a Alexánder Hilasaca. Es profesor de la Universidad Nacional de Cañete. Licenciado y Magister en Lingüística Andina y Educación (UNA-Puno). Como estudioso de la literatura puneña, ha venido desarrollando una serie de investigaciones vinculadas a la poesía, narrativa, música rock y el cine. Además, ha publicado los poemarios: Trece lascivas perversiones (2011), Para maldecir violetas (2015), Pájaro ebrio (2016), Testamentos negros de Babilonia (2017) y Libro del harakiri (2019). También el libro de cuentos: Sobre el arte de enloquecer (2021).
La piedra de la locura
Predicas en las orillas las limaduras de la locura
mientras yo me pierdo en mi escepticismo
como todo animal
que se abre al desacierto
mi conjuro se llena de terror
porque alguien se atrevió amar
estando ebrio y fui yo
quien puso hojas secas en tu corazón.
Fuego
Amortajo la luz de los fracasos
dando nombre a las cosas.
Abro el ruido de la noche
con palabras de sangre
y germino en la carne de la discordia.
La salvación nos ha confundido
con oraciones y campos
solo lápidas y reconciliación
son los trazos de tu grito.
Entro a ti exorcizado
igual que una espiga cansada
penetro en el corazón de la rosa
con la poca ternura que hay en mí.
Estabas entre las estrellas que nacían del universo
La verdad era belleza
pero nadie comprendía
que en las rosas muertas
estaba mi espíritu
entonces envejecí en tu cuerpo
como un diente de león.
El amor me pesaba en los ojos
y agonicé en el abandono de la luz
así estaba, desfigurado
igual que esos rayos estrellados
en los responsos de una piedra
por eso tú ya no estabas en mí
estabas en el corazón de la rosa,
en la sangre del animal
que murió como el agua.
Breve salmo para caerse en un corazón salvaje
La casa que conocí en los claveles
estaba detrás de la bruma
de una colina donde encontré una ciudad
al otro lado de tus ojos.
Amé el dolor de tu rostro
cuando me abandonaste
amé el cielo inhabitable
donde brotaba oleajes de nubes negras,
también a las aves que cantaban al azar mi salvación
mientras tú sepultabas entre el fuego ciego
mi cadáver que besó la sombra delgada de la palabra.
Yo también fui un animal errante y vagabundo
quien perdió las estrellas sonoras de la virtud
y aullé en las apariciones sin eco ni origen
y hablé con las manos acariciando a las palomas.
Por momentos estaba arrepentido
porque perdí tu nombre
en este mundo
pero tus pechos implacables
me vieron enloquecer
y entraste como un rayo a mis lamentos.
Habité la misma semilla,
la casa de eucaliptos,
la sangre de la fraternidad.
Habité la casa de tu cuerpo
que maduró en mis manos
y el amor alzó vuelo
y tú pariste un hijo parecido al silencio.
Uno
Estoy atravesado por la oscura flecha de la ausencia
apenas de este modo me levanto
y camino por el vuelo insurrecto de las aves
buscando entre las piedras la herida de la memoria.
Mi palabra es el aura
que estruja el corazón de la belleza
de esta manera mi cuerpo
se anuncia desde la hoguera del olvido.
Entran las balas en mi carne
como un miedo absurdo que se desprende
de la tarde y se abraza a mí
como la luz o el cántaro
me destruye la razón y se desmorona mi sombra
en los pasos de un caballo que llora
ante la tumba de mi madre.
Yo sé que en mi pecho mueren los cuchillos,
la eternidad y las visiones.
También sé que la esperanza devora mis huesos.
Así estoy entonces, en medio de una morada que se cae a pedazos
zurciendo mis sueños, mi pequeño amor que debió ser tuyo.
Nueve
Escribo a mi padre
con las cicatrices de mi cuerpo
desde la ciudad natal
la tumba de mi madre
donde las estrellas sollozan con la arena
y las mujeres curan las heridas
con la sal de sus lágrimas
te escribo desde Alepo
padre, para que respires
mis lejanas palabras
que transpiran en esta carta
pensando en la muerte de las flores
en la muerte que llevamos
en el corazón.
Fatigado
Estoy cansado
en la negación de las cosas
soy un obrero que pone el cuerpo en la arena
para descubrir las heridas que hay en el corazón
las heridas que hay en los hombres
que amaron sin ser amados
también de los hijos que duermen en mi vientre
SILENCIOSAMENTE
amo el fulgor de los cedros, los bares y el alcohol
han marcado mi vida
y nadie tuvo compasión por este animal
que vagó con el corazón de su madre
por ciudades desconocidas.
Diez
He venido al hospital a sanar mi corazón
esperando el tren de la tarde
haciendo hablar a las pampas,
esos vientos que andan en procesión por laderas
y por los techos.
Olvidé de soñar
y de mandar cartas a los amigos.
Cierro la boca para que no se escape tu nombre
y ¡Carajo! Yo tenía cipreses en la casa
mi madre en su austeridad malgastaba la ternura
con mis vecinos.
Se me cayeron
los dientes por decirte quien soy
alguien fui en mi pueblo
tal vez un soldado que vino del torvo
o un maestro que abandonó a sus discípulos
por enseñarte las estaciones de mi ciudad.
Ahora no soy lo que te dije
pero hablo por los muertos
y por las últimas hormigas
que cargan las hojas del silencio
para abrigar el vacío de mi vida.